Zoomafia II: de los monos al gato
Historia de una estructura narco rosarina: del Fantasma Paz a Guille Cantero
El Pájaro
Empezó a ejercer la jefatura de Los Monos a partir de 2010 y su conducción duró un tiempo brevísimo, hasta 2013, año de su asesinato. El Fantasma Paz se había integrado al clan Cantero a través de su hermana Mercedes, que desde 2007 era pareja del Pájaro (quien antes había tenido una relación con Lorena Verdún). El Fantasma se ocupaba de lavar el dinero de Los Monos, o sea de inyectar en la economía legal, a través del negocio de la compraventa de autos de lujo, los capitales amasados en el ámbito narco. Paz fue quien le permitió al Pájaro dar un salto de calidad en la organización, pues se ocupaba de importar pasta base desde Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) junto con los precursores para preparar cocaína en Rosario. En 2012, Paz encargó 80 kilos de pasta base de cocaína en Bolivia, que la Gendarmería Nacional incautó en la frontera terrestre entre Bolivia y la Argentina, lo cual desencadenó un conflicto de dimensiones entre Paz y Los Monos. El capital de la compra era de Los Monos. En función de esto se sospecha que lo asesinaron por orden de Monchi Machuca. A pesar de este episodio, con el Pájaro la banda se jerarquiza y se transforma en organización. Este sustrae a Los Monos de la violencia descarnada y continua y ubica a la estructura delictiva en la zona de la violencia necesaria. La violencia continuada es problemática para la actividad criminal porque constituye un foco de atención de la opinión pública –sean los medios de comunicación, las fuerzas de seguridad o el Poder Judicial– sobre un territorio y, por ende, sobre los negocios ilegales que ahí se despliegan. La violencia necesaria, en cambio, activada sólo en momentos específicos de la vida criminal –cuando es inevitable–, permite un desarrollo más o menos ordenado de los negocios (i)legales y vuelve al propio grupo criminal que la despliega menos perceptible. Si la violencia continua es un índice de la inestabilidad de un mercado delictivo, la violencia necesaria es un índice de la estabilidad, regulación y control de ese mismo mercado.
El Pájaro diversificó sus negocios: ofrecer servicios de protección a otras bandas y a otros actores territoriales a cambio de un pago periódico y fijo (que de no ser tributado producía amenazas y muertes) o intercambio de sumas de dinero a cambio de favores ilegales; cobro de peaje para que otros pudieran tener el derecho a transitar por el territorio; y comenzó a moverse en el sector de los autos importados de alta gama. Por otra parte, el acuerdo nunca interrumpido con las fuerzas de seguridad “le garantizaría [a Los Monos] el reaseguro territorial [...]. Con la policía comprada, los vecinos no tendrían a quién acudir. Esa asociación los consolidaba como dueños de la calle” (Germán de los Santos / Hernán Lascano, Los Monos. Historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno. Buenos Aires, Sudamericana, página 20). Es más, dueños de un territorio aparentemente periférico respecto del centro de la ciudad, pero ubicado en un cruce de grandes avenidas, entre el Paraná, el bulevar Oroño y la avenida de Circunvalación.
El Pájaro es una figura de alta relevancia para una estructura criminal como Los Monos, porque tenía un proyecto diferente al de su padre: invirtió los capitales ilegales de la organización en campos, mansiones lujosas, empresas inmobiliarias y negocios ambiciosos: “La maquinaria de los bunkers [lugares de expendio de drogas], los cobros por seguridad, las máquinas viales alquiladas para realizar obra pública, los departamentos para rentas, el negocio de los remises [...], las licencias de taxis que giran las veinticuatro horas. Hacia 2012, las actividades combinadas van dejando un rendimiento de 400.000 pesos por día” (De los Santos / Lascano, p.175). Estamos frente al evidente contrapunto entre lo ilegal y lo legal. Quiere decir que bajo la conducción del Pájaro, Los Monos, sin dejar de lado el narcotráfico, empiezan a diversificar acciones y negocios. Además, gracias al acuerdo sostenido en el tiempo con las fuerzas de seguridad, Los Monos empezaron a disputarle al Estado provincial el monopolio de la violencia; y las fuerzas que hubieran tenido que perseguirlos los ayudaban a conseguir informaciones, a borrar las pruebas de delitos, a colaborar con el negocio y la acción criminal de manera más o menos orgánica. Paralelamente, la organización empezó a mediar entre los empresarios que querían construir el City Center de Rosario –un casino con hotel cinco estrellas y un refinado restaurante incluido, o sea, un gran emprendimiento de 128.000 m2 construido entre 2006 y 2009– y lxs pobladorxs que vivían en casas de chapa entre el Bulevar Oroño y el barrio popular 17 de Agosto, al lado de Las Flores. Historizando las prácticas de las organizaciones mafiosas, descubrimos que estas despliegan una capacidad de mediar las relaciones económicas en el mercado y de ubicarse entre los sujetos que operan en él. Median entre los productores/empresarios y el mercado, que tienden a gobernar con sus propias reglas: violencia y libre competencia. La violencia mafiosa suele ponerse en paralelo con otro tipo de violencia, aquella producida por períodos extensos de desempleo, la persistencia de la inequidad, la pobreza, la indigencia. El cruce entre esos dos tipos de violencia provoca efectos desastrosos para la cohesión social. En cuanto a la libre competencia o al libre mercado –por más que nunca haya habido un sistema de mercado autorregulado y libre–, los mafiosos creen en ese mito, operan en el corazón de ese mito. Lo enfatiza Joseph Stiglitz cuando dice que “la llamada economía de mercado autorregulado puede evolucionar hacia un capitalismo mafioso –y hacia un sistema policial mafioso–, una preocupación que, desafortunadamente, deviene una realidad descomunal en algunas partes del mundo” (en Karl Polanyi, La gran transformación. México, FCE, 2017, p. 19).
Otro sector “natural”, gestionado a partir de la violencia y que permite expandir el negocio narco, es el fútbol y el manejo de las barras bravas. Los Monos entraron en ese negocio en 2010 por medio de la tentativa de homicidio de Diego Panadero Ochoa, el jefe de la barra de Newell’s: “A comienzos de 2010, Roberto Pimpi Caminos, viejo líder de la hinchada de Newell’s Old Boys, contrató a Los Monos para asesinar al jefe de la barrabrava en ese momento, Diego Panadero Ochoa. En la madrugada del 4 de febrero, un ómnibus que trasladaba a los hinchas de ese equipo de fútbol fue emboscado en la entrada de Rosario, a la altura del barrio Las Flores, y fue baleado. Para ello, contaron con la liberación de la zona por parte de la policía” (Marcelo F. Saín / Pablo Navarro Urquiza, “Estado y narcotráfico: la ruptura de la regulación ilegal de la policía en Rosario en el caso ‘Los Monos’”, XXXVII International Congress of the Latin American Studies Association, Boston, 24-27 de mayo de 2019, p. 22). A partir de ese momento Los Monos tomaron el control de la barra de Newell’s y generaron también influencia en la hinchada de Rosario Central. Esas infiltraciones tienen el objetivo de ampliar el espectro del negocio narco. A través de las barras se garantiza y se amplía una línea de distribución hacia los barrios. El Panadero Ochoa era un obstáculo para el plan de Los Monos porque se resistía al ingreso de la droga en la cancha. Las relaciones con las barras bravas permiten cierta proximidad con otro tipo de negocio: la compraventa de futbolistas, sector que habilita el lavado del dinero proveniente de los negocios ilegales y también un “lavado social”. Uno de los ámbitos tradicionales de los negocios mafiosos es el fútbol. Se trata de una actividad económica altamente rentable que representa un canal cómodo para lavar dinero e inyectarlo en la economía legal, que permite también, y sobre todo, crear una imagen pública reconocible, con consenso popular y con prestigio social por el interés masivo implicado en ese deporte. Permite activar también otra dimensión: las “relaciones prestigiosas” con políticos, empresarios, banqueros, profesionales, etc. Entonces, el fútbol no es sólo negocio o juego sino que pasa a ser una herramienta de agregación y de integración social, de construcción de sentido de pertenencia y de identidad relacionada con el devenir de un territorio. Supone menos violencia y más negocios. Los capitales invertidos se multiplican de la misma manera que en otras actividades criminales clásicas, como el tráfico de droga; y de modo menos peligroso.
El Pájaro fue asesinado el 26 de mayo 2013 en un boliche de Villa Gobernador Gálvez, el Infinity Night. A partir de ese momento lxs Cantero despliegan una guerra de mafia, conocida generalmente como “faida”. Se trata de un enfrentamiento a muerte entre organizaciones criminales que se lleva a cabo por el control de un territorio, por una disputa en los negocios o por “cuestiones de honor” (como en este caso), y finalmente por el poder. [1]
Cuando lo asesinan el Pájaro no había cumplido los 30 años, era ya multimillonario y sólo tenía una vivienda a su nombre. En el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA) de Rosario le devolvieron sus pertenencias a la familia, entre ellas un anillo con “la inscripción de San Benito, al que se le atribuyen poderes de exorcismo y defensa contra maleficios de todo género” (De los Santos / Lascano, p. 18). Podría parecer un detalle menor: no lo es, si lo ponemos en diálogo con los vínculos rituales entre organizaciones criminales/mafiosas y la religión católica. Por otra parte, en el funeral del Pájaro estaban “letrados y gente habituada a hacer negocios con los Cantero” (De los Santos / Lascano, p. 23). Este pasaje tiene su interés porque las mafias, en general, entraman redes de relaciones entre sujetos –percibidos como– distantes entre sí. De esa red derivan su fuerza. Un mafioso es aquel que establece relaciones (de la índole que sea) con poderes que –teóricamente– deberían reprimirlo, separarlo de la sociedad, enjuiciarlo, mantenerlo a distancia: jueces/zas, policías, funcionarixs públicxs, abogadxs, etc.
Jano bifronte
Con la muerte del Pájaro se produce el ascenso de Guille Cantero y con esa modificación Los Monos sufren una regresión al estadio anterior de la organización por el uso poco racional –cruel, atroz, despiadado– de la violencia. La especialidad de Guille, cuando estaba en libertad, era ofrecer servicios de protección a sus proveedores de cocaína y también a la competencia de Los Monos. Quien se ocupaba de los bunkers era Monchi Machuca. Su expertise consistía en la distribución territorial de la droga, en proveer y despachar la cantidad exacta de dosis, en conseguir envases de plástico para conservar la cocaína, en dialogar con la policía para negociar informaciones y asegurar las ventas sin contratiempos, en regular los horarios de apertura de los puntos de venta, en el manejo de efectivo y cambio, en la contabilidad general. Monchi, en definitiva, se ocupaba de los recursos humanos, técnicos y financieros de Los Monos. Para el año 2013 un solo bunker podía producir 9.000 dólares por día. Cuando en junio de 2013 Guille Cantero se entregó a la Jefatura de Policía de Rosario declarando haber realizado diez homicidios y haber estado preso apenas un mes (“Se entregó Guille Cantero, uno de los líderes de la banda de Los Monos”, 22/6/2013), Los Monos no tenían una sola causa abierta por narcotráfico en la Justicia federal. A partir de ese momento Guille empezó a gestionar el negocio criminal desde las distintas penitenciarías en las que estuvo recluido hasta ahora: “Guille Cantero daba órdenes desde el penal de Marcos Paz [...] Pero los mandatos no eran de forma directa. [...] llamaba por el teléfono fijo que tenía en su celda [...] Se contactaba a un celular de otro preso en el penal de Ezeiza. Este recluso llamaba a su vez, con otro teléfono móvil, a los miembros de Los Monos que están en la cárcel de Piñero [...] Con ese método, el 17 y 19 de setiembre pasado Guille se comunicó con Leandro Vinardi, miembro de la banda y ex jefe de la barra de Newell’s, que está preso en Piñero, para moldear el negocio de la droga [...]. El recluso en Ezeiza [...] también recibía audios de WhatsApp de los lugartenientes de Guille, como por ejemplo Marcos Mac Caddon, quien pretendía ser uno de los gerenciadores de Los Monos en San Lorenzo [...], donde están ubicados los principales puertos que exportan el 80% de los granos de Argentina. ‘Estamos hablando de un negocio grande. Por eso te lo quiero ceder a vos para que me des el apoyo. Antes te daban 600 lucas. Yo te voy a dar 1.000.000 por semana’, le ofreció Mac Caddon a Cantero el 13 de septiembre pasado” (Germán de los Santos, “Fuerte golpe a Los Monos: Guille Cantero recibía un millón de pesos por semana por la venta de drogas en San Lorenzo”, 2/10/2021).[2]
El penal de Piñero, en Rosario, es un lugar clave porque ahí está encarcelado el otro integrante nuclear de Los Monos: Monchi Machuca, sindicado como administrador de la organización. Fue interceptado en junio de 2016 y detenido por la Policía Federal en una zona entre Flores y Paternal y de Capital Federal fue trasladado al penal rosarino. [3] [Continuará con D’Alessio, una mega operación de ingeniería financiera y... Calabria.]
[1] Desde la muerte del Pájaro, en términos generales, se libró una guerra cuyas terminaciones nerviosas llegan hasta 2021. Sólo en la ciudad de Rosario en este año se produjeron 138 homicidios. Y, lo más relevante, seis homicidios, en un lapso de 20 horas, en plena campaña electoral y en el medio de un juicio a Los Monos. Según Germán Montenegro, secretario de Seguridad Pública de Santa Fe, se trata de “pases de factura entre bandas dedicadas al narcotráfico” (Germán de los Santos, “Rosario sangrienta. Otra muerte eleva a seis los asesinatos por venganzas narco en menos de 24 horas”, 7/9/2021). Una lectura un poco más sofisticada debería articularse sobre la base de otra hipótesis: que esos asesinatos fueron un mensaje, menos para el sistema político provincial que para el nacional, porque las muertes se dieron en un momento altamente significativo de la vida política argentina. Asimismo, las amenazas de Los Monos a actores del Poder Judicial o las balaceras a edificios judiciales del Estado provincial colocan a los integrantes de esta organización como “actores políticos, como sujetos de poder con capacidad para condicionar, presionar o, al menos, intervenir en el juego político provincial, lo que [constituye] un rasgo singular” (Saín / Navarro Urquiza, p. 10).
[2] El 30 de septiembre Guille Cantero recibió una pena de 22 años por haber ordenado –desde la cárcel– siete ataques con armas de fuego contra jueces y edificios judiciales. A esos 22 años se le sumaron seis años y ocho meses, pena que había recibido en 2016 por una intimidación al magistrado Eduardo Fertitta (Gabriel Di Nicola, “Narcotráfico desde la cárcel: 14 medidas para evitar que los jefes sigan controlando el negocio desde sus celdas”, 19/10/21).
[3] Para esta reconstrucción consulté también Carlos Del Frade, Los Monos, narcomenudeo y control social (mayo de 2018) y el Informe Comisión Bicameral de Fiscalización de los organismos y actividades de inteligencia. Espionaje ilegal: 2016-2019, del 20 de abril de 2021.
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