Durante estos días previos a los cierres de listas hubo una gran campaña en redes con la consigna #Feministasenlaslistas, y trascendió que ninguna diputada de las que votaron la Ley de Cupo en el '91 renovó luego su banca. En relación a estos hechos y a todo lo que implican, quiero compartir una lectura sobre este tema.
Sabemos que el poder es masculino en todos los ámbitos, basta ver las fotos de las mesas políticas de los partidos y los sindicatos y las reuniones de los grandes empresarios. Estas imágenes son indicadoras de una ciudadanía deficitaria de las mujeres. ¿O acaso alguien puede hablar de una plena democracia representativa cuando el acceso a la vida económica y política muestra tanta desigualdad?
Por otro lado, aquellas que “llegan” sufren enormes dificultades para consolidar sus liderazgos y es aquí donde también radica el problema: al no tener un poder consolidado, las mujeres no podemos conferirle el poder a otras. Esto convierte esas posiciones de poder en lugares altamente inestables.
Visto desde esta perspectiva, ¿a quién le habla la campaña del hashtag #Feministasenlaslistas? ¿A los varones que toman las decisiones?
Pues bien, la presencia de feministas en las listas no va a ser una concesión a la representatividad de las mujeres que dependa del voluntarismo de los partidos políticos. Tampoco va a haber feministas en las listas porque se lo exijamos a los machirulos o a los deconstruidos. Por supuesto que quienes organizaron la campaña saben esto y lo que buscan con la movida en las redes sociales es poner el tema en la agenda. Pero más allá del efecto comunicacional, la demanda es puntual y es urgente.
La ley de Paridad no garantiza ni la presencia de feministas ni la transformación del poder de las mujeres. Es el número pero también, entre otras cosas, la permanencia la que debe estar en juego para que haya condiciones de igualdad.
El hecho de que las mujeres mayoritariamente no participemos de los lugares donde se toman las decisiones –incluido el espacio en el que se arman las listas— no permite la acumulación política. Diversos informes que analizan la presencia de las mujeres en los Parlamentos indican que, en comparación con los varones, los índices de reelección son notablemente inferiores. Los varones no sólo permanecen más tiempo en sus bancas sino que también “rotan” por cargos públicos para luego volver al Congreso y así sucesivamente, de modo tal que acumulan herramientas de poder y conforman “una carrera política”.
La investigadora española Alicia Miyares, en un informe titulado “La paridad como derecho”, analiza lo que sucede en su país, donde el promedio de permanencia de los parlamentarios varones es de 8 a 10 años y el de las mujeres 5,2. “Los datos hacen buena la afirmación de que en política los varones son insustituibles y las mujeres, intercambiables”, afirma.
Ahora bien, el hashtag #Feministasenlaslistas nos remite a la pregunta del por qué; por qué si llenamos las plazas, nuestras convocatorias son las más masivas de los últimos años, logramos poner en agenda el reclamo de nuestros derechos, nuestra agenda atraviesa transversalmente todos los debates; por qué esa gran movilización no se expresa en las listas.
En primer lugar, porque el feminismo es un conjunto de movimientos sociales y políticos, con diferentes trayectorias históricas e ideológicas y es por esto que debemos hablar de feminismos en plural. No existe el partido feminista en tanto no puede haber un partido compuesto por personas de ideologías antagónicas. Por ejemplo, una feminista peronista nunca votaría a una feminista neoliberal y viceversa.
Pero en cambio, sí podríamos hacer alianzas feministas con mujeres afines ideológicamente y competir con lista propia en unas elecciones primarias. Y aquí radica el problema que plantea la Ley de Paridad, que garantiza la presencia de mujeres en las listas pero no de feministas, dado que prohíbe armar listas sólo de mujeres. De no ser así, dentro de un espacio político podríamos competir en las PASO con lista feminista.
Es decir, somos un gran movimiento que no puede tener expresión electoral. Este límite es algo así como decirle a los ecologistas que en sus listas no pueden ser todos ecologistas. Así de absurdo.
Es claro que ir a pedirle a “los que tienen la lapicera” que nos hagan un lugar en las listas no es el camino. Necesitamos tener la herramienta electoral que nos permita disputar poder desde nuestra construcción feminista. Es evidente también que no pesa sobre nosotras “un maleficio a romper” sino que es la estructura que cimenta el poder: el patriarcado lo que tiene que caer. Algunos dirán que quiero hacer machismo al revés y que ahora sólo accedan al poder las mujeres. Bueno… no se hagan los rulos, que esto no es tan fácil.
Es cierto que cada vez son más las mujeres que participan y ocupan lugares antes impensados de poder real y que hay una avanzada que se ve con muchísima fuerza en la juventud, con la dirigencias de los centros de estudiantes y las organizaciones políticas de base. Así como también es real que durante casi un siglo, las mujeres no tuvimos el derecho a votar ni a ser elegidas y que durante 70 años siempre fuimos una minoría parlamentaria.
Dado el atraso de siglos, necesitamos tiempo de compensación.
La Ley de Paridad debería tener una cláusula transitoria que establezca que las mujeres seamos como mínimo el 50 por ciento de la lista pero que no nos ponga ningún tope máximo, para que podamos competir con listas feministas. Esta cláusula transitoria debería finalizar en 2051, cuando se cumplen los cien años del voto femenino, porque feminismo es luchar por la igualdad de oportunidades y derechos, y no por la supremacía.
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