Yo te amo, yo tampoco

La dirigencia popular argentina sin una conceptualización adecuada de la economía mundial

 

La sociedad civil argentina no va entonando precisamente el Himno a la Alegría, camino a pegarse en las presidenciales de octubre una flor de piña. Está con el culo en la mano. Se entiende. La módica fe que empecina a la que vendría a ser la potencial primera minoría, contabilizada por el resultado de las PASO, no pasa de un tute resignado. El resto del electorado está para el bife. Una hipótesis para dar con el origen de semejante panorama se enanca en que los unos y los otros tienen un factor común en la explicación de las lacras del subdesarrollo; muy agravadas por los desaguisados de los dos últimos gobiernos. Las conciben como generadas por nuestra cultura conformada de históricos descarríos. Al dar cuenta de que no es así, de que se trata de la muy mala y opaca respuesta política nacional a lo que llevan de esa manera las reglas de juego particulares en las relaciones internacionales, el vicio le rinde tributo a la virtud.

Se resume en la categoría cultural un mito que va de derecha a izquierda, variando en los culpables y el tipo de culpa, conforme la posición que se ocupe en este rango. En otras palabras, las diferentes visiones tienen una muy distinta narración de la etiología de una conducta tan desviada, pero coinciden fatalmente en que dada esa situación estructural no queda otra que aplicarle la violencia correctora. Justamente, esa similitud en la diversidad es la que estaría generando la marcada desazón de la hora. No le ven uñas de guitarrero a ninguno, pero como hay que optar, se ha formado una coalición espontánea con visos de victoria electoral-fuerte derrota de la integración nacional, en torno al más irresponsablemente gritón de los candidatos en danza.

 

El espontaneísmo

Sin embargo, entre los baladros se escucha la única propuesta concreta de frenar la inflación. Verdad, la dolarización es disparatada, pero contradictores del gritón, serios y sobrios, no dicen nada que entienda o entusiasme al ciudadano de pie, al que la inflación por las nubes lo tiene a muy mal traer. Se limitan a la letanía monetarista ramplona de siempre. En el reverso, que un monetarista clásico —como lo es el candidato oficialista— transitando este escenario frustrante, sin otra cosa que ofrecer que ajo y agua, haya sacado casi un tercio de los votos válidos, indica que hay un sector de la sociedad civil que tiene en extremo claro que la ruta opositora es un irse seguro a los caños y está dispuesta a digerirse el sapo. Notable plataforma la del movimiento nacional, que espera un trabajo político hasta hoy sin realizarse, que potencie sus posibilidades, a sabiendas de que nada es para siempre.

La pobreza de ideas oficialistas no quita que lo que se arma así de espontáneo en la vereda de enfrente opositora es flor de un día. Y no puede ser otra cosa por la naturaleza de la política, el Estado y la sociedad civil. El pensador italiano Antonio Gramsci especifica que “un bloque histórico se conforma con la estructura y las distintas superestructuras, (…) se conforma a través de la relación entre la sociedad política y la sociedad civil y los debates internos dentro de la sociedad civil por lograr la hegemonía”. La ideología, dice Gramsci, es “el cimiento más íntimo a la sociedad civil y de ahí al Estado”, y entonces deviene clave para lograr la hegemonía.

De ahí que, para Gramsci, la hegemonía gana el status de “la obra maestra política por medio de la cual una determinada clase logra presentar y hacer aceptar las condiciones de su existencia y de su desarrollo de clase como principio universal, como concepción del mundo, como religión”. ¿Hegemonía sin aparato político ad hoc que dé la batalla cultural y se imponga como sentido común de buenas a primeras, al ritmo cortante de una moto sierra heroica? No, eso no existe. Incluso, a punto tal no existe, que el desconcierto y asombro de los encuestadores cosecha a ciudadanos que sienten como una conquista el Estado de bienestar votando al “Loco de la motosierra”, que lo quiere dejar hecho polvo y espanto.

El manual dice que, ante esa situación, cuando transcurran no más que los primeros tramos del eventual gobierno, queda a la luz del día el verdadero rostro de esta curiosidad antropológica, parida por unas circunstancias muy singulares. El manual sugiere —inequívoco— que esta Gorgona, en lugar de convertir en piedra al que la mira de frente a la cara, hace añicos cualquier apoyo de la ciudadanía. Y esta historia no se ahorra ni al clásico Perseo de turno, ni la temporada de caza para los mejores oportunistas que el dinero oficial puede comprar. Tal parece que la única verdad continúa siendo la realidad.

 

Dos versiones para un problema

Esa ansiedad por gastar lo que no se tiene, ese escándalo de vivir por encima de nuestros recursos, o —en las antípodas— ese vicio descarado por fugar capital, son reproches de la derecha al populismo y del populismo a la derecha respectivamente, que describen el síntoma del problema cultural que lleva, de un lado o del otro, a una propensión congénita a ahorrar nada e invertir menos. En ese marco, la violencia se hace necesaria porque un grupo minoritario dirigente es el único que conoce cuál es la dirección correcta para el país —vaya a saberse por qué— y tiene la voluntad de poner orden. Por definición, con los descarriados no hay negociación posible. Sólo palos y a la bolsa. En esta coyuntura, el electorado le está asignando a la derecha la noble tarea.

Pero ese pecado original de existir no podría explicar el subdesarrollo argentino, no podría descifrar la razón que causa que la cantidad de herramientas y de materia gris con las cuales los brazos de los seres humanos son secundados en el trabajo productivo para generar riqueza, se alcance a un nivel tan bajo acá y tan alto en los países centrales. El problema es que los seres humanos que habitan en la actualidad la muy minoritaria zona desarrollada de la economía mundial no se satisfacen con disfrutar de la riqueza heredada de los antepasados sumamente previsores, lo que sería aceptable de acuerdo con ciertos criterios, sino que quieren más y más.

Con lo hinchapelotas que son en el promedio de la periferia con la austeridad fiscal y con la pobreza que cunde, quedan pocas dudas de que la virtud espartana es una marca en el orillo del subdesarrollo y un verso infame de las derechas reaccionarias vernáculas para llevarse más excedente del que ya se llevan. La severidad que supuestamente comparten periferia y centro se diferencia en que los segundos quieren seguir ganando más, quieren seguir arrancando del producto global de hoy día diez o veinte veces más que los pares del subdesarrollo. Pero sucede que los seres humanos del centro y de la periferia ponen el mismo insumo: un cierto número de horas de sus tiempos. De forma similar a la derecha vernácula, la superestructura del centro hace el mismo verso para encubrir que es el propio funcionamiento desigual de la economía ecuménica la que posibilita que una minoría de países se enriquezca a costa de una mayoría de naciones que se empobrecen poniendo lo mismo: una masa de horas.

 

Amazonas

Descartado el factor cultural de probos y enviciados, para dar cuenta de la división del mundo entre desarrollo y subdesarrollo hay únicamente dos hipótesis más a considerar para elucidarla. La segunda viene dada por los efectos acumulativos de una dotación desigual de los recursos naturales. Esta comparte con el connubio virtud-disipación ser internas al país. La tercera refiere al particular funcionamiento de la economía mundial, que justamente es lo que permite que poniendo lo mismo (horas humanas), el centro se lleve muchísima más riqueza que la periferia.

 

 

Con respecto a la segunda variante, las desventajas o ventajas de los factores climáticos y geográficos, está el hecho de que alguien tenía que vivir en estas regiones pobres o emigrar para que vuelvan a ser completamente vírgenes, porque su producto —según el caso— es necesario o perjudicial para la humanidad. La humanidad tiene que pagar por eso. Si no lo hizo —con alguna excepción, no se ve que esté muy dispuesta a erogar esa factura— constituye en sí misma otra regla de juego internacional bien determinada. El Amazonas da una idea adecuada de dónde estamos parados en esta cuestión. La preservación de la selva amazónica es clave para la lucha de la humanidad contra el cambio climático.

Ni bien comenzó la segunda semana de agosto, a instancias de Lula, se reunieron en Brasil durante dos días —y por primera vez en 14 años— los jefes de Estado de Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela. A las otras siete naciones amazónicas, Lula las convocó con la idea de trazar un plan conjunto que ponga fin a la deforestación para 2030. La declaración de cierre de las conversaciones del grupo, negociada en la cumbre, sugiere que los acuerdos para frenar —y revertir— la deforestación están lejos de despertar los consensos necesarios. La intención de Lula quedó en veremos, de momento que los países establecerían sus propios objetivos de conservación en lugar de adherirse a una política regional compartida, lo que hace muy ineficaz cualquier política de protección de la selva amazónica. En rigor, Bolivia y Venezuela, al abstenerse, bloquearon el acuerdo con las metas que planteó Lula, con las que los otros seis países acordaban.

Preservar la selva amazónica significa para los ocho países terminar con un porcentaje considerable de la ganadería, la agricultura y los nuevos proyectos petroleros y mineros. Por ejemplo, la ostensible mejora en el nivel de vida de los bolivianos implicó el año pasado un crecimiento del 32 % en la perdida de bosques a manos de las actividades agropecuarias. Brasil, para alegría de los gambusinos, no quiso discutir la minería ilegal de oro en el Amazonas.

Con todo, el plato fuerte es el petróleo. Los colombianos quieren prohibir la explotación en la selva. Los ecuatorianos, en las presidenciales recientes, también plebiscitaron —por abrumadora mayoría— que no se perfore en un parque nacional. Los brasileños tienen una apuesta grande a la offshore en la desembocadura del río Amazonas. Ni que hablar de Surinam y Venezuela. De hecho, la CEPAL informó que la inversión extranjera directa (IED) en 2022 totalizó para América Latina y el Caribe 225.000 millones de dólares. La CEPAL destaca que esa cifra significa un 55 % más que en 2021 y superó cómodamente el pico anterior durante la década pasada. La clave estuvo en la producción de petróleo de Guyana, junto a la actividad petrolera y gasífera en Brasil y la Argentina.

Lula dice que espera que lo que cuesta preservar el Amazonas pueda compensarse con los créditos del mercado del carbón y las contribuciones internacionales. El Banco Mundial estima actualmente que el mercado de créditos de carbón en la selva tropical vale 210.000 millones de dólares al año. No pinta que eso pueda compensar mucho, si un día la región se dispone a mejorar su nivel de vida. En cuanto a las contribuciones internacionales, Noruega y Alemania ya ponen algún billete, más por cuestiones internas que por objetivos de la humanidad. Uno de los atractivos que presentó Lula para su plan conjunto 2030 es que si las naciones amazónicas muestran un frente unido, pueden convencer a otros países para que contribuyan. No cuajó. Evidentemente, la humanidad quiere los beneficios y no quiere pagar los costos.

 

Intercambio desigual

Si bien la explicación cultural no tiene fundamentos atendibles y la de las ventajas y desventajas geográficas y climáticas interpela muy poco —casi nada—, las dos hipótesis sin el concurso de un factor externo no podrían dar cuenta de cómo unos países como el nuestro se empobrecieron y otros —los actuales desarrollados— se enriquecieron. De manera que una tercera hipótesis, que hace centro en la relación de la economía nacional con la mundial, lleva directamente a la conclusión de que lo que está en cuestión es el orden internacional existente y la transferencia unilateral de la riqueza que genera. En esto la clase dirigente argentina está completamente lost in translation. Objetivamente, la dirigencia comprometida con el movimiento nacional no sabe bien qué hacer fuera de un par de bienvenidas intuiciones muy correctas y adecuadas. El resto de la reacción derechista son supernumerarios de la historia y el espacio que tiene capitaliza las limitaciones del movimiento nacional. Este proceso eleccionario da buena cuenta de una y otra cosa.

El sistema de precios mundiales existente no es remunerativo de los factores utilizados en la producción de un lote de mercancías exportadas y a una tasa que resulte igual, por categoría de factor productivo, a aquella que cobra su contraparte en el mundo desarrollado para producir las mercancías suministradas a cambio. Acá entra a jugar el salario que era y es siempre y en todas partes un precio administrado, institucional y, por lo tanto, exógeno, en una palabra: “político”. Incluso, se puede decir que, a excepción del capital, cuya remuneración es residual y, por lo tanto, endógena, todos los otros factores o elementos de costo, o bien son 100 % exógenos, como los impuestos indirectos, o en alta proporción, como las rentas. Exógenos puede leerse como determinados por la voluntad política que se imponga en la lucha de clases.

Esto significa que las variables nacionales de la distribución del ingreso devienen, asimismo, tan autónomas y rígidas como las condiciones técnicas de producción y, desde ese momento, no son más los precios de los productos los que determinan los ingresos de los productores, sino que son los ingresos de los productores los que determinan los precios de los productos. Sin la decisión nacional de aumentar el ingreso de los trabajadores y no hacia el nivel normal que tenían, sino hasta sobrepasar largamente ese nivel, seguiremos vendiendo —sin contrapartida— trabajo nacional y empobreciéndonos. Por no concebir las relaciones mundiales así, la clase dirigente comprometida con las mayorías nacionales le viene regalando el espacio político propio a la reacción, que circunstancialmente está para el colapso del espontaneísmo.

 

 

 

 

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