Yo quiero ver un tren
Locomotoras, vagones, estaciones y vías en el cine argentino
“No es una vía muerta, es una cicatriz”. No recuerdo bien cuando escuché esta frase, la más certera, la que mejor ilustra lo que sentimos cuando nos encontramos con alguna vía ferroviaria en desuso, olvidada en la inmensidad y cubierta de pastizales como si fueran una mortaja. A no mucha distancia, rugen las rutas y las autopistas, las que de a poco fueron desplazando al que en algún momento fue uno de los tendidos ferroviarios más extensos del mundo.
La diaria nos cuenta que de a poco, con mucho esfuerzo, varios servicios de tren vuelven a rodar. No debe de ser nada fácil despertar de tan largo sueño las toneladas de hierro de locomotoras, vagones, estaciones y vías. Aquellas localidades nuevamente vinculadas a través del tren reciben con entusiasmo la noticia, sin dudas hay algo de nostalgia correspondida pero otro tanto de pragmatismo, porque evidentemente los servicios brindados por el automóvil, el micro y el camión no alcanzan para las necesidades de cada comunidad. Mucho se hablado de cuánto se perdió con el cierre de tantos ramales ferroviarios, y la verdad que sería muy fatigoso ir a los números, eso es carne de especialistas en el tema, así como lo es evaluar cuánto de aquella red vale la pena reactivar.
Además esta es una columna sobre cine, y les aseguro que un modo bastante eficaz de dimensionar lo que se perdió con el cierre de aquellos ramales ferroviarios es reparar en cómo el tren prácticamente desapareció de las películas argentinas, sobre todo aquellos trenes que recorrían largas distancias. Sobrevivió en algunas películas en las que sus personajes se desplazan usando los trenes urbanos y, por supuesto, en una buena cantidad de documentales que hablan justamente de las consecuencias del casi total desguace de nuestra red ferroviaria.
El tren en sí mismo le ofrece al relato cinematográfico un escenario dinámico, atrayente, generoso en posibilidades visuales y narrativas. Es cuestión de pensar en “películas sobre trenes” y los recuerdos aparecerán con el vigor de una locomotora. Y nuestro cine, abundante como pocos, nos dejó a lo largo de su historia valiosísimas películas que dan cuenta del protagonismo central que tenían los trenes en la vida cotidiana de los argentinos. Tal vez esta gradual reactivación del tren nos devuelva a ese personaje de hierro que tan bien se entiende con el cine.
Esta es apenas una breve selección de algunos de esos títulos, elegidos bajo el imperio del capricho. Y como suelen decir los viejos vizcachas: toda elección representa en sí una omisión.
Kilómetro 111
1938 / Dirección: Mario Soffici / Con Pepe Arias, Delia Garcés y José Olarra.
Por peso propio esta lista comienza en el clásico de Mario Soficci con Pepe Arias interpretando a Ceferino, un sensible y algo aparatoso hombre que está a cargo de una estación en el kilómetro 111 de algún tendido ferroviario no especificado (muchos aseguran que se trataría de la ex estación Gobernador Monteverde, en el partido bonaerense de Florencio Varela). En un momento Ceferino toma una decisión que favorecerá a los productores locales para que puedan embarcar su cosecha y venderla directamente en Buenos Aires, sorteando la voracidad de los acopiadores que ofrecen precios abusivos. Luego será severamente sancionado por los directivos del ferrocarril, claramente entongados con los intermediarios, pero recibirá el apoyo de sus vecinos.
En esos años Soficci procuró abordar temas sociales en sus películas, como es el caso de Puerto Nuevo (1936), Prisioneros de la tierra (1939) y de la propia Kilómetro 111, que también desarrolla una línea de comedia costumbrista muy a la medida de Pepe Arias. El tema de los abusos de los acopiadores sobre los productores (sobre todo de trigo) estaba en un momento de mucha tensión. Vale la pena entonces detenerse en el rol que la película le atribuye al ferrocarril, en ese entonces propiedad mayoritariamente de las compañías inglesas, como una herramienta indispensable para que los poderosos acopiadores desangren al productor agrario desde la lejana ciudad. Por el contrario, las rutas que se van inaugurando –y con ellas la llegada de los camiones que abaratan los costos de flete– traen consigo el progreso y la esperanza de un reparto más justo de las riquezas.
Tren internacional
1954 / Dirección: Daniel Tinayre / Con Alberto Closas y Mirtha Legrand.
Cada tanto oímos hablar del proyecto de reapertura del ferrocarril trasandino, la joya de ingeniería ferroviaria argentino–chilena que desde 1910 hasta su cierre total entre 1979 y 1984 unía a los dos países. Tren internacional transcurre casi enteramente a bordo de este tren. Se trata de una típica comedia con enredos y malentendidos, a la vez que desarrolla una trama de robos y trampas, es decir los tópicos más frecuentes del cine sobre vías.
Mirta Legrand y Alberto Closas son dos bandidos decididos a robarle un collar a una aristócrata interpretada por la española Clara Guzmán. La obsesión por esta pieza los lleva a abordar el tren con destino a Valparaíso. Película bastante olvidada que resulta difícil de ver en buenas condiciones. La citamos porque, si bien está debajo del nivel de su director, es por momentos entretenida y nos permite ver en acción al legendario ferrocarril trasandino.
Sangre y acero
1956 / Dirección: Lucas Demare/ Con Virginia Luque, Carlos Cores y Tomás Blanco.
Muy cerca del límite entre la Ciudad de Buenos Aires y el partido de San Martín, pegadito a las vías del ferrocarril Mitre se encuentra el campus de la Universidad de San Martín (UNSAM). En sus instalaciones permanece visible el pasado no muy lejano de esos terrenos en donde alguna vez funcionaron los talleres y el parque de maniobras de dicho tren. La construcción más llamativa del predio es el tornavías, un sistema que se utilizaba para hacer girar locomotoras y vagones y depositarlas en alguno de los talleres circundantes. Debe haber sido una delicia verlos funcionar.
Afortunadamente tenemos una película que nos muestra el tornavías funcionando en todo su esplendor. Se trata de Sangre y acero (1956), de Lucas Demare, con Virginia Luque y Carlos Cores como protagonistas. Lo mejor de esta película es sin dudas su brioso comienzo con los operarios del ferrocarril arribando a todo motor a la localidad de San Martín, fervorosos por llegar a casa luego de días o tal vez semanas de ausencia, y todo lo que hace al día a día de los trabajadores del tren. Ellos componen una sólida comunidad con una fortísima identidad; para cada operario la vida familiar, sus relaciones amistosas y sus horas de esparcimiento están vinculadas a su trabajo ferroviario.
Es cierto que luego de aquel comienzo arrollador la película decae a medida que se centra en una historia de amor sin demasiado interés, pero es seguro que nunca se ha mostrado de tan cerca la labor de los trabajadores del tren y la vida cotidiana de un barrio ferroviario.
Los inundados
1962 / Dirección: Fernando Birri / Con Pirucho Gómez y Lola Palombo.
En Tire die (1960), Fernando Birri había logrado una de las escenas más poderosas del cine argentino: aquella en la que un niño santafesino corre peligrosamente a la par de un tren para recoger las monedas que le tiran los pasajeros. Nutriéndose de esta experiencia fundacional del cine documental argentino, dos años después estrenó Los inundados, una brillante tragicomedia con un trasfondo social urgente y otra vez con el tren formando parte de la historia.
En Los inundados tenemos a la familia Gaitán, que ha abandonado su rancho a orillas del Río Salado, cerca de la ciudad de Santa Fe, por el constante peligro de la inundación. A todo esto se aproximan los comicios y los políticos locales se debaten entre aprovechar la situación y dar una imagen de responsabilidad y preocupación por los inundados o directamente sacárselos de encima. La solución provisoria es alojar a las familias afectadas por las crecidas en vagones del ferrocarril Belgrano, pero por un error el coche de los Gaitán termina enganchado a una locomotora que los lleva de paseo por el norte de la provincia de Santa Fe: Monte Vera, Laguna Paiva, pasando antes como es debido por el mismo puente de aquella escena del Tire die.
Da gusto ver y rever esta delicia de Fernando Birri, ver a Pirucho Gómez y Lola Palombo en formidables actuaciones con una gracia y naturalidad inusual en el cine de entonces. También da gusto ver cómo un tren se convierte en hogar de una familia despertando a su paso el entusiasmo de los vecinos de cada una de las poblaciones por donde pasa.
Un idilio de estación
1978 / Dirección: Aníbal Uset / Con Arturo Puig, Marta González, Alfredo Alcón, Cristina Banegas y Roberto Escalada.
Aníbal Uset tuvo larguísima trayectoria en cine como productor, guionista y director, con una variopinta filmografía que incluye la insólita Che, ovni (1968) con el cantor de tangos Jorge Sobral secuestrado por unos extraterrestres, El rey en Londres con Palito Ortega y Graciela Borges paseándose por Londres (1966) y Hasta que se ponga el sol (1973), mítico registro del festival Buenos Aires Rock.
Vale esta presentación porque Idilio de estación también es bastante atípica. Se trata de una costosa producción ambientada alrededor de 1918, adaptación de un relato de Ricardo Güiraldes titulado Rosaura. Este es el personaje que interpreta Marta González, una muchacha que se enamora indebidamente del hijo de un rico estanciero (Arturo Puig) al que conoce en la estación de tren del pueblo.
Dicha estación funciona en la ficción como el punto de reunión social por excelencia. A diferencia de, por ejemplo, una iglesia, aquí se puede coquetear, hacerse ver, conocer gente y hasta hacer algún que otro negocio. Escenas de la película fueron rodadas en la vieja estación del ferrocarril Roca en Chascomús, ahora en desuso. También pueden verse en acción locomotoras y vagones que al momento de rodarse la película estaban fuera de circulación y ya eran parte de una rica historia ferroviaria argentina que va volviendo sobre sus propios rieles.
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