Ya nadie recuerda a Fanny Navarro
Actriz famosa antes de ser militante peronista, fue estigmatizada tras el golpe de 1955 y hasta su muerte
En otro 9 de junio, como el del jueves pasado pero de 1961, Canal 9 –el primero de los canales privados que se instalaron en el país– cumplía un año de vida y lo festejaba a todo trapo en sus estudios de la calle Castex al 3300, en el barrio de Palermo Chico. La promesa fuerte de la noche iba a ser la llamada “Feria Fantástica de la Solidaridad” en la que un grupo de primeras figuras del espectáculo atenderían 30 teléfonos en los que recibirían donaciones para 28 instituciones benéficas. Como un modo de otorgarle transparencia absoluta al acontecimiento, la invitada central fue la por entonces primera dama, Elena Faggionato, esposa del Presidente Arturo Frondizi.
Pero el diablo metió la cola y el festejo terminó de la peor manera. Por causas nunca totalmente aclaradas, aunque imaginables (un corto circuito producido en el área de escenografía) se declaró un incendio tremendo y centenares de invitados, empilchados con sus mejores lujos, tuvieron que salir corriendo. Una vecina compadecida por el sofocón, que vivía con su mamá enfrente del canal, abrió las puertas de su casa a quien necesitara huir de las llamas, para que encontrara allí un momentáneo refugio. El lugar era un petit hotel, de tres pisos con ascensor, escenario de antiguos esplendores pero visiblemente deteriorado, venido a menos, sin mantenimiento y con muy pocos muebles. La dueña de ese ocasional refugio era una actriz a quien, sin maquillaje y en ropa informal, casi ninguno reconoció. Su nombre era Fanny Navarro y con su mamá recibieron en su casa, ubicada en uno de los lugares más caros de Buenos Aires, a ellas de largo (Amalia Sánchez Ariño, Mecha Ortiz, Iris Marga, Pinky, entre otras) y a ellos de smoking (Narciso Ibáñez Menta, Narciso Ibáñez Serrador, Carlos D’Agostino, Manuel Alba, por mencionar a algunos). Allí, entre café y café, se repusieron del susto y se sintieron cómodos y a salvo. Y no solo seres humanos encontraron oportuno albergue. También personal del canal amontonó donde pudo cámaras, luces y muchas otras valiosas herramientas de transmisión.
La Navarro –así se la conocía en el ambiente del espectáculo, en donde llegó a ser diva indiscutida– pasó de ser la estrella del momento durante el primer peronismo y parte del segundo, a ser estigmatizada tras el derrocamiento de Perón en 1955 como “ex actriz del régimen depuesto”. Pasó de escucharse aplaudida en las puertas de cines y teatros, y de pertenecer a círculos exclusivos, a verse tratada y perseguida como si se tratara de una delincuente. Pasó de ser niña mimada a atorranta sin transiciones. Y por eso, todavía hoy, cuando los mecanismos del odio siguen tristemente vigentes, su figura cobra volumen de símbolo del peronismo pidiendo perdón por haber sido lo que fue. El peronismo, como hecho anómalo y feliz de la historia, padeció y padece la metodología nacional de la venganza. Fanny Navarro fue otra víctima más: pasó de la Meca a la ceca cuando en los años siguientes a 1955 tuvo la necesidad de vender activos como un chalet en Mar del Plata y para sobrevivir se comprometió con hipotecas difíciles de sostener. De aparecer en diarios y tapas de revistas pasó a verse necesitada de desprenderse de vestidos, pieles, joyas y otros bienes de lujo.
De lo que se la culpaba principalmente a Fanny Navarro era de haber sido la amada-amante de ese tiro al aire que fue Juan Duarte, secretario privado de Perón, acusado de negocios ilícitos y que un mal día se suicidó. Los medios de la época transmitieron deliberadamente la idea que la vida y obra de Fanny se inició o tuvo sentido a partir de haber sido la pareja del hermano de Evita. La realidad, que muchos ocultaron para justificar la venganza en su contra, es que ya era muy famosa desde bastante antes y tenía una trayectoria muy interesante cuando se enamoró con locura de Duarte. Previo a esa situación personal, íntima, irreprochable, era reconocida como primera actriz de cine, radio y teatro e incluso admirada por su belleza física al punto que el dibujante Guillermo Divito empezó a dibujar sus célebres chicas en la revista Rico Tipo inspirado en las curvas de su figura, su cintura pequeña y su cara de indudable perfección.
En rigor fueron otras las razones de semejantes ataques en su contra. Por motivos parecidos, antes de la caída de Perón, Enrique Santos Discépolo fue corrido a escupitajos por la avenida Corrientes, o después del golpe la llamada Libertadora castigó y mandó a prisión a figuras como Hugo del Carril o Tita Merello. En el caso de Navarro, lo que enfureció a sus enemigos fue su condición de militante peronista, de fervorosa adherente de Perón e incondicional de Evita, quien en un momento, reconociendo sus condiciones, la colocó al frente del Ateneo Cultural Eva Perón. Pero como eso, aunque real, era difícil de argumentar y de sostener, de lo que se habló fue de cuestiones puramente personales. De su carácter irascible, que lo demostró en numerosas ocasiones, como cualquiera de nosotros puede hacerlo; de sus caprichos o arbitrariedades de estrella, que los tuvo sin duda. Para ocultar su incuestionable compromiso político, los enemigos eligieron poner en evidencia contradicciones y zonas oscuras. Mal, muy mal la pasó Fanny Navarro, entre sospechas de baja calaña y continuos y violentos interrogatorios de algunas de las comisiones investigadoras diferentes, que la gastaron en agotadores sondeos, parecidos a la tortura. En una de esas citas ciegas, de las que no sabía si saldría viva o muerta, se presentó ante ella un personaje brutal, lunático, de triste memoria, paradójicamente apodado Capitán Gandhi. Pero no llegó solo. El muy sádico traía en sus manos, como si fuera un souvenir, la cabeza, o lo que quedaba de ella, de Juan Duarte.
La buena memoria
En los recientes 50 años, la figura de Fanny Navarro resurgió a partir de la inquietud de escritores, dramaturgos, cineastas, actrices, actores, periodistas. A fines de los ‘60 y comienzo de los ‘70 el entonces joven periodista Kado Kostzer se interesó por profundizar en su trayectoria. Inicialmente publicó una crónica en la revista Panorama, en la que quien había sido intérprete importante del cine nacional era narrada por su propia madre. Varios años después publicó el libro Personajes (Por orden de aparición), en uno de cuyos capítulos volvió a recrear la figura de la actriz. Allí cuenta entre otras cosas que, en tiempos del peronismo en el poder, Fanny (cuyo apodo familiar era Monina) y el influyente funcionario Raúl Alejandro Apold habían sido archi-enemigos. También precisa que en un momento una empresa constructora compró su petit hotel, lo demolió y allí levantó un edificio de lujo. Como parte de pago Fanny recibió un piso en el que siguió viviendo con su mamá. En ese mismo tiempo Manuel Puig, devoto del cine argentino de los teléfonos blancos y admirador de las divas del espectáculo, mantuvo largas conversaciones con el propósito de, en algún momento, escribir un libro que nunca se concretó. Los vaivenes existenciales de la Navarro justificarían más adelante la llegada de esta singular figura a libros, obras y películas.
En 1997 los investigadores César Maranghello y Andrés Insaurralde publicaron una ejemplar biografía titulada Fanny Navarro, o un melodrama argentino (Ediciones del Jilguero). Allí explica: “Recuerdo que dejé de trabajar por ser peronista. Fue en 1955. Pero dos años después, el otro gobierno no sabía quién era yo y seguía sin trabajo. Hubo una maraña que se tejió en mi propio ambiente, por mi peronismo. Antes de 1950 ya era figura, había filmado varias películas de éxito. Recién en 1950 conocí a Perón y a la Señora. Fue una amistad pura, limpia, que jamás utilicé para mí, sino para otros. Los muchos que ayudé por diversos problemas, de eso se han olvidado. Todos los que ayudé me han abandonado”. Héctor Olivera dirigió ¡Ay, Juancito!, basada en aspectos de la cuestionada trayectoria de Juan Duarte. En esa realización, por motivos que quien esto firma no pudo chequear, los nombres de las dos actrices a quienes se vinculó sentimentalmente con Duarte aparecen con nombres cambiados: Alicia Dupont e Ivonne Pascal. En 2012 se estrenó como teatro musical Que me has hecho vida mía, una dramaturgia de Diego Lerman y Marcelo Pitrola, exquisitamente interpretada por María Merlino. Desde canciones y un clima radioteatral, animado por un músico en escena, construyeron un impecable fresco de época (años ‘40), sin dejar afuera aspectos concretos y metafóricos de la vida de Fanny. En 2015 Gonzalo Demaría escribió Deshonrada, cuyo subtítulo era Diálogo de una maldita y un loco. El título estaba inspirado en la película Deshonra, que con protagónico de Fanny Navarro se estrenó en junio de 1952. En la obra, estrenada en el Centro Cultural San Martín, se contaban los indeseables interrogatorios del capitán Gandhi a Fanny. La intérprete era Alejandra Radano, que hace unos meses volvió a ponerse en la piel de la atribulada actriz en la película Fanny camina, codirigida por Ignacio Masllorens y Alfredo Arias (también autor de Deshonrada). En la película, quien hace de Evita (sorprendentemente parecida) es la artista plástica Nicola Constantino. Con mucho de experimental y con una desprejuiciada mezcla de géneros, aparecen otros personajes de los ‘50: Perón, Apold, el modisto Paco Jamandreu, el actor Esteban Serrador y la actriz Perla Mux, entre varios.
Fanny murió en marzo de 1971, muy joven (51 años), sin que hubiera podido liberarse de la condena que dispuso sobre su figura el ideario antiperonista. Hablar de ella hoy es también referirse a la continuidad de un drama muy argentino. Los que pensaron en ella como indecente, arribista o inmoral tienen hoy como herederos desafortunados a los que descalifican con una retahíla de improperios a la Vicepresidenta de la Nación y también a otras figuras y funcionarias. Cuentan Andrés Insaurralde y César Maranghello en su libro sobre Fanny Navarro que “apenas siete personas rodearon su féretro en el Panteón de Actores de la Chacarita antes de ser cremada". No está de más mencionarlos: Sabina Olmos, Dora Ferreiro, Myriam de Urquijo, Esther Fernández, Ricardo Soler, Víctor y su sobrina Bonny. “Ese fue el final de la actriz Fanny Navarro”, dicen los autores.
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