¿Y si no hubiera deuda externa?
Lo que encierran las contradicciones de la renegociación de la deuda externa
En estos tramos iniciales de la etapa que se está atravesando sobre la restructuración de la deuda, bautizada reperfilamiento por la administración gatomacrista sobre la base de ciertos standards internacionales, van asomando las contradicciones propias de estos procesos. De un lado están los intereses de los trabajadores argentinos y del otro los de los financistas globales. Como el gatomacrismo ya forma parte del pasado, la solución de compromiso a la que se arribe corresponde al nuevo gobierno y pondrá a prueba el ejercicio del arte de la política al frente del Estado nacional. La síntesis alcanzada envolverá en su interior el grado de estabilidad del proceso político en el que transcurre la democracia argentina. Qué tan suficiente o no resulte ese grado de estabilidad también queda condicionado por los datos de la geopolítica mundial.
Por caso, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) redujo su perspectiva de crecimiento global para este 2019 a 2,9% desde el 3,2% de hace cuatro meses al presentar las nuevas proyecciones sobre la economía mundial el jueves 19 del corriente en Paris. De confirmarse, sería la tasa de crecimiento del producto planetaria más baja desde la crisis financiera acaecida hace poco más de una década. Estas proyecciones están insertas en una de las dos revisiones intermedias que hace el organismo entre los informes de principio y fin de cada año. En estas revisiones intermedias no se analizan todos los países del orbe sino sólo los que inciden en el cambio de tendencia. En la de ahora, entre otros aparece la Argentina porque es el único país del G-20 en el que declina su PIB hacia tasas negativas (-2,7%). En mayo la OCDE proyectaba que el PIB argentino caería alrededor de (-2%). En los otros países el PIB declina pero su tasa de crecimiento permanece positiva; o sea: crecen pero menos.
“Nuestro miedo es que estemos entrando en una era en la que el crecimiento se queda atrapado en un nivel muy bajo”, dijo Laurence Boone, la economista jefe de la OCDE, en la presentación de las nuevas proyecciones, y advirtió que los gobiernos “deberían absolutamente aprovechar los tipos de interés bajos para que este lento crecimiento no se convierta en la nueva normalidad”.
La misma convicción parece albergar Donald Trump para buscar afanosamente escapar de ese destino. Como era esperado, el miércoles 18 el comité de fijación de tasas de la Fed recortó las tasas de interés de Estados Unidos en 25 puntos básicos. Ese movimiento redujo las tasas hacia el 2%. Disgustado porque la Fed se resiste a llevar la tasa a terreno negativo, Trump tuiteó que "Jay Powell [presidente de la Fed] y la Reserva Federal vuelven a fallar […] ¡Sin agallas, sin sentido, sin visión! ¡Un comunicador terrible!”
La disputa alcanza a los propios directores de la Fed. Por primera vez desde 2016, hubo discrepancias en el comité de fijación de tasas, expresadas en tres votos en contra de la moción aprobada; uno sólo para bajar más la tasa. Las proyecciones de la Fed para la política futura mostraron aún más discordia: 7 miembros del comité de 17 miembros dijeron que esperan recortar las tasas nuevamente este año, mientras que 5 esperan que las tasas se mantengan en su nivel actual y 5 abogan para que las tasas vuelvan a aumentar más adelante en el año.
Tanto la Fed como el BCE (Banco Central Europeo) bajaron las tasas de interés en sus reuniones de política este mes, pero otros tres bancos centrales importantes en sus reuniones de la segunda semana de septiembre no anunciaron recortes de tasas. A pesar de la tendencia general de relajación entre los bancos centrales de todo el mundo bastó que se registrara cierta estabilidad en los mercados financieros (que las bombas a las refinerías saudíes alteraron marginalmente) para que ni el Banco de Japón, ni el Banco Nacional Suizo, ni el Banco de Inglaterra procedieran a realizar cambios en las tasas de interés. De haberlas efectuado, o bien ahondarían su estancia en territorio negativo, caso Japón, o bien tocarían casi el terreno negativo los otros dos que operan con tasas en extremo bajas.
Blues de Cris
Los vientos globales no están para que los inversores se hagan los recios, incluido el FMI , que tiene enterrada en el país la mayor parte de su capacidad prestable. Como es rigor, costumbre y necesidad en estos casos, los financistas globales buscan que la reestructuración de la deuda argentina tenga como eje la reducción de la carga de los pagos de intereses, casi sin quita en el valor nominal de los bonos. La cuenta que hacen para lo primero es que en tanto en la actualidad los precios de los bonos indican que su valor de recupero se ubica en el rango de 40 a 45 lo que implica un ajuste a la baja de la paridad de entre 60 y 55 % respectivamente; si el gobierno ofrece un acuerdo que está muy por encima de esos niveles, este se alcanzaría rápido. La cuenta que hacen para lo segundo, o sea: bajar la carga de intereses, los induce a proponer volver a emitir los llamados Bonos Discount, que son especies que en un primer tramo pagan intereses muy bajos y en tramos sucesivos los van aumentando para compensar.
En paralelo, entre los financistas globales y en los trabajos de las consultoras que los asisten, se percibe que se está llegando a un consenso en torno a sugerir que lo más deseable es evitar los 5 años que llevó sellar la reestructuración con el 76% de los acreedores luego de la crisis de 2001. Recomiendan evitar actitudes de confrontación hacia los acreedores como las que entienden se asumieron entonces. La notable racionalidad con se manejó el gobierno argentino durante aquel conflictivo lustro pasó al olvido de los propios financistas globales, que por un lado estuvieron esos cinco años buscando quintacolumnistas sin encontrarlos con suficiente envergadura y por el otro, tan ideológicamente ofertistas como son, esperando que se estrelle la política económica del gobierno basada en rehacer la demanda. No encontraron lo uno y lo otro no pasó porque no podía pasar, desde el momento que el sistema crece por demanda o no crece. Finalmente lo comprobó el 16% remiso de 2006 que terminó de arreglar en 2009.
Es medio vano plantear si el problema argentino es de solvencia además de evidente liquidez (los mercados voluntarios de deuda están cerrados). Aunque la deuda hipotéticamente comience con una tasa de crecimiento ya superior a aquellas de los indicadores fundamentales de la superficie económica (PIB, comercio exterior, etc) , debido al bajo nivel de magnitudes absolutas, todavía no es un problema, el mecanismo de interés compuesto producirá rápidamente una explosión, incluso si la tasa de crecimiento de la deuda pendiente no varía o si disminuye de forma insuficiente.
Si, en lugar de las tasas de crecimiento de las deudas pendientes, comparamos las del aumento en el servicio de la deuda, los resultados varían poco. Aunque huelga señalar que el cálculo en términos de servicio de la deuda no es en sí totalmente relevante. Debido a que su componente de amortización es, en última instancia, solo un problema derivado del componente de interés. La renegociación se pone difícil en el mismo momento en que los nuevos préstamos superan la amortización y son requeridos para financiar los intereses de los viejos. En definitiva, cualquier problema de deuda se reduce a un problema de pago de intereses, y si se pueden pagar regularmente al vencimiento, no hay por qué preocuparse por el capital.
Justamente el objetivo de los trabajadores argentinos, que es el verdadero por legítimo criterio de la democracia argentina, es que la capitalización del interés compuesto no termine arruinando la potencialidad del crecimiento argentino. De manera que tal como fue planteado en la renegociación que culminó en 2006, la quita debería ser hoy tan importante como lo fue ayer. Si las causas no variaron no se ve porque tendrían que variar las consecuencias. Es más, que el núcleo de los quintacolumnistas que tan buen servicio le rindiera a los fondos buitres en 2016 —culminación de un lustro de amores correspondidos— esté en plena retirada entre otras fundamentales razones por haber generado un endeudamiento externo irracional, debería mejorar la predisposición de los financistas globales al acuerdo en el que no tienen todas las de ganar: considerando, además, que nos encontramos en medio de un mundo deflacionario y de tasas casi nulas o negativas.
Algo flota en la laguna
Es común y corriente postular que el FMI y los financistas globales son el monstruo de la laguna negra en su día más malhumorado. Y se teme que ahora condicionen fuerte la perspectiva de los trabajadores argentinos. No se trata de decir que son tigres de papel. No lo son. Pero sí de separar la paja del trigo. Lo que desorienta de tal abordaje es que se tenga tan poca consideración de la importante experiencia argentina de la reestructuración de 2006 y por ejemplo no se la compare con la que correspondió a los inicios de la democracia en 1983. En 2006, la buena defensa de los intereses de los argentinos llevó al proceso de crecimiento inclusivo. En 1984, los rasgos muy reaccionarios de la conducción económica del radicalismo, nunca percibidos cabalmente por la conducción política, estropearon las perspectivas del crecimiento argentino. Asunto curioso. Política radical no galerita, política económica bien galerita.
En 1983 los organismos internacionales habían llegado a la conclusión de que para pagar su deuda sin nuevos préstamos —se supone que los otros flujos financieros permanecen iguales—, la periferia de los países que no eran OPEP debía generar un superávit comercial de aproximadamente 110.000 millones de dólares anuales durante diez años, en lugar del déficit comercial que corría en 1983 de alrededor de 90.000 millones de dólares. En otras palabras, tenían que tener una mejora de más de 200.000 millones de dólares. Inmediatamente se observa que la perspectiva de una mejora de 200.000 millones de dólares sobre tales cifras iniciales era una quimera. Incluso, si los países en cuestión (entre los cuales estaba la Argentina) solo habrían de pagar intereses, el principal se extendiera hasta el infinito. Tendrían que haber logrado una mejora de 140.000 millones de dólares por año: intereses 50 + déficit comercial de 90, tal como era en 1983. El trastorno cuantitativo estaría siempre fuera de proporción con las cifras de su comercio de entonces.
Como se puede inferir, para los acreedores la recuperación de los fondos prestados devenía imposible pero además difícilmente deseable. En efecto, el beneficio hipotético de los 200.000 millones de dólares de saldos comerciales de los deudores correspondería, en caso de reembolso, a un malestar equivalente para los acreedores porque eso se hubiera traducido en más de 3,5 millones de personas desempleadas adicionales según las estimaciones que se hacían en la época. Pero los acreedores tampoco podían resignarse a un borrado total de las deudas que se les debían porque gran parte de esas acreencias pertenecían a unos pocos grandes bancos, cuya caída hubiera hecho temblar muy feo todo el sistema. Eran las contradicciones inherentes a su propia posición las que constituían la debilidad de los países acreedores y también del FMI en sus negociaciones con los deudores. Dado que el recupero era de hecho tan imposible como el repudio, estos países no tenían nada consistente que proponer o imponer a los deudores, incluso si tenían el poder para hacerlo.
Post crucifixión
Finalmente, si no podían pedirles a sus deudores que paguen o que no paguen, lo único que les quedaba por hacer era fingir. Salvar la credibilidad del FMI para que los bancos puedan impunemente continuar con el engaño que era llamar nuevos préstamos a lo que solo era la renovación de los antiguos y reentrada de intereses a lo que solo era su capitalización. El FMI le decía en esencia a los países endeudados: acepte el engaño de la austeridad y cerraremos los ojos sobre su aplicación. Este juego siguió mientras los deudores que mejor defendían sus intereses nacionales conseguían una transferencia neta a su favor, esto es una diferencia positiva entre el aumento en los montos pendientes y el monto de los intereses. Al final llegaron los '90, plan Baker, privatizaciones, quitas y todo volvió a comenzar.
Este comportamiento por aquella época de gran simulador del FMI no es el que se registra en la memoria colectiva entre nosotros. Los galeritas la hicieron bien. Se escudaron en el FMI y en la supuesta capacidad de veto de los acreedores externos para encubrir sus objetivos de política de siempre: desindustrializar el país haciendo de este una estancia ordenada. El antidesarrollismo de entonces es el mismo que ahora se expresa en la idea de tipo de cambio real competitivo (eufemismo por salarios para abajo).
Las condiciones con que se renegoció 2006 ni de cerca ni de lejos eran tan favorables. Las volvió favorables el criterio de sentido nacional de la negociación. Por eso en todos estos casos vale preguntar: ¿qué plan llevarían adelante si no hubiera deuda? En la respuesta salta la liebre.
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