Y el sol miraba sin preguntar

Hay que interrogarse qué hacer para que suban los bajos salarios argentinos

 

Los argentinos –en promedio– andan enculados. Es lógico. Inflación en alza, ingresos en baja. La vida cotidiana que es percibida como normal dura quince días y se acaba la plata. A la par, se sienten más lacerantes las consecuencias sociales de la malaria propia y ajena cuando (en el mejor de los casos) a mediados de mes se esfuma el sueldo. Para colmo, el espectáculo de la política en un año de elecciones presidenciales despierta desdén y bronquita en buena parte de la ciudadanía porque no le ven la pata a la sota y los empeines y tobillos que divisan predisponen mal. Las encuestas y el grado de no concurrencia en los comicios de autoridades locales que se vienen realizando dan fe al respecto, reafirmado así una tendencia que afloró en las legislativas de 2021.

En este país y en este mundo complicado, el marcado contraste con los juegos del hambre y las ganas de comer tiene fecha. Hace exactamente diez años, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 66/281, mediante la cual se estableció el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad. La fecha se mezcló con la crisis bancaria global y con los preocupantes guarismos –por impulsores de la desigualdad– que el INDEC dio a conocer el 16 de marzo, respecto a la valorización mensual de la Canasta Básica Alimentaria y de la Canasta Básica Total correspondientes al Gran Buenos Aires, región donde viven alrededor del 40% de los argentinos. Es cuestión de ver cómo le fue a la felicidad propia en todo este panorama y observar cómo está el estado de ánimo comparado de los habitantes del planeta luego del garrón de la pandemia.

Lo que motivó en el seno de la ONU a buscar la manera de que el éxito de los países se pondere de acuerdo a la felicidad que genera entre sus habitantes fue un primer Informe Mundial de la Felicidad, publicado unos años antes de la 66/281. El onceavo informe se dio a conocer el mismo 20 de marzo. Fue realizado por un grupo de especialistas en el ámbito de de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas, organismo que lo edita anualmente. El estudio se basa en una serie de indicadores que se pretenden lo más objetivos posibles para que se puedan efectuar comparaciones interanuales en un país y, a su vez, entre naciones. El grado de acuerdo alcanzado entre los especialistas en torno a la pertinencia de los indicadores lleva a plantear la felicidad nacional como un objetivo operativo para los gobiernos.

El reciente informe enlista 137 países con números promediados 20-21-22 –por obvias razones pandémicas– y utiliza datos de la Encuesta Mundial de Gallup. En una escala que va de 0 a 10, Finlandia alcanza un valor del índice de felicidad de 7,804 y se mantiene en la primera posición por sexto año consecutivo. Los devastados por la guerra Afganistán y Líbano, con valores del 2,392 y 1,859, siguen siendo los dos países más infelices en la encuesta. Rusia ocupa el puesto 70 con un índice de 5,661, en tanto Ucrania se ubica en el puesto 92 con un índice valuado en 5,071.

Nuestro país no resulta tan amargado en la comparación internacional. Se encuentra por arriba del medio de la tabla en el puesto número 52, con un índice de 6,024. Pegada en el puesto 53 y con un índice de 6,023 está Honduras, lo que sugiere las pinzas con las que hay que tomar el análisis de este informe. Incluso, el talante de abordaje cauto se ahonda cuando se observa el lugar de los otros países de la región. En el puesto 28 y con un índice de 6,494, Uruguay es el más empinado de los sudamericanos. Chile aparece 35 (6,334), Nicaragua 40 (6,259) y Brasil 49 (6,125). Para calcular estos valores del índice se ponderan el PIB per cápita, la esperanza de vida saludable, la generosidad de los habitantes, el respaldo social, las percepciones distópicas y sobre la corrupción y la libertad que se percibe en las posibilidades de elegir el camino en la vida que se prefiera.

 

 

 

 

 

 

La metodología del informe encuentra que las personas más felices tienden a ayudar a los demás. Los autores señalan que la benevolencia brotó en todo el mundo durante la pandemia, impulsada por vecinos que ayudaron a otros. Los países mejor clasificados presentan brechas más pequeñas entre los residentes más felices y los menos felices. En otras palabras, las personas son más felices viviendo en países donde la brecha de felicidad acorta distancia. Las brechas de felicidad a nivel mundial se han mantenido bastante estables, aunque son crecientes en África.

Cualquiera sea la valoración que se haga sobre la metodología que da lugar a estos informes y sus resultados, debe notarse que la misma se estructura a partir de la ideología dominante en términos de qué define una situación política equilibrada y aceptable. Entonces, si se descarrilla, quedan identificados los procesos sobre los que actuar para ir hacia su normalización. Así se delinea un mundo feliz en el que desde los piqueteros hasta lo chalecos amarillos los generan el desapego a unos valores que evitarían su aparición. Tal ensueño de la lucha de clases realmente existente induce a sospechar que Alicia vuelve a habitar países de maravillas y dice un par de cosas acerca de qué aguardar cuando el difícil momento financiero global penetra la esfera real de la economía.

 

 

 

Te banco

Están los que afirman que el dinero no hace a la felicidad y así salen al cruce de los que sostienen –haciendo gala de cinismo– que el dinero no es lo único importante en la vida, sino lo más importante. Entremedio aparecen los que, subidos al engreído pedestal de la sabiduría indiscutible, describen que la emisión genera inflación, sin hacerse cargo –en lo más mínimo– de las consecuencias de haber dogmatizado que la “metodología del populismo es proponer respuestas simples para problemas complejos”. El espectáculo continuo de adeptos y detractores de las diferentes ideas y prejuicios sobre la moneda se asienta sobre sus treces mientras crujen fuleras las cuadernas del núcleo del sistema bancario y financiero global.

En medio de la situación bancaria propia y global no apaciguada, la Reserva Federal norteamericana –la FED– subió un cuarto de punto la tasa de interés de referencia, que ahora a corto plazo llega al 5% anual. La decisión indica que la FED continúa con su campaña para moderar la inflación y los aumentos de los precios al consumidor, incluso después de las recientes turbulencias bancarias. Con este noveno aumento al hilo, deja en claro a lo guapo que la lucha contra la inflación –de momento la tasa de inflación anual es del 6%– prima sobre cualquier otra consideración. Además, ratifica que el dólar es la moneda norteamericana y un problema para la economía mundial que la usa como medio de pago. A nosotros nos pega por la diferencia. La tasa que paga la Argentina por su deuda externa suma el riesgo propio a la tasa global. Sube el piso y sube algo más que proporcional el techo. Una gran macana, porque hay que destinar más recursos para los eventuales pagos cuando se marcha hacia enfriar la actividad económica que los genera.

En la conferencia de prensa que acompañó el anuncio de la subida de la tasa de interés de referencia, el presidente de la FED, Jerome “Jay” Powell, previno que en el semestre los funcionarios “consideraron” pausar estos aumentos. Powell también dijo que “es probable que los eventos en el sistema bancario en las últimas dos semanas resulten en condiciones crediticias más estrictas para los hogares y las empresas, lo que a su vez afectaría los resultados económicos”, y que en esta forma ayudaría a contrarrestar la inflación. La FED espera que herramientas como los préstamos de emergencia y las garantías de depósito contengan el daño entre los bancos estadounidenses. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, está empeñada en superar los límites legales de los seguros de depósitos con la esperanza de que la estrategia evite retiros generalizados.

El mercado no le cree y ve vacilante al gobierno. El miércoles cayeron las acciones de los bancos de tamaño mediano y chicos. No obstante, Powell y Yellen expresan con convicción que están enfocados en mejorar la regulación del sector bancario y que la debacle bursátil se debe también a que tampoco está claro cómo actuará el gobierno sobre la regulación bancaria. Powell reconoció que los supervisores de la FED “no habían sido efectivos” en la prevención de problemas en Silicon Valley Bank y Signature Bank. No tuvo más remedio que padecer de sinceridad, pues el presidente del Banco de Inglaterra confesó hace unos días ante el Parlamento británico que había advertido a la Reserva Federal de San Francisco sobre Silicon Valley Bank durante los últimos dos años. El SVB está en venta –completo o en partes–, pero aún no hay compradores. Aguardan cuánto va a poner el gobierno para levantar el muerto.

 

 

 

Ingreso fijo

La revisión de unos pocos detalles y órdenes de magnitud aproximadas del mercado de bonos del Tesoro de los Estados Unidos, considerado la base del sistema financiero mundial, es un elemento clave para vislumbrar en qué nos condiciona cuando el desempleo del cuarto trimestre del año pasado pisó el bajo 6,3%, pero las importaciones enero contra enero cayeron 10% y la gran sequía genera una enorme falta de dólares. Así se configura, en un año de elecciones presidenciales, el nada edificante prospecto de inflación y desempleo para arriba y crecimiento para abajo con un FMI jeringueando, haciendo pata ancha por la escasez de dólares.

Si se tiene en cuenta que todas las acciones de las bolsas del mundo suman alrededor de 90 billones de dólares y otro tanto es la plata en efectivo con que se mueve el planeta y que el mercado de todos los instrumentos de deuda emitidos por el Tesoro en manos privadas (nacionales y extranjeras) suma aproximadamente 27 billones de dólares (a pesar de que se trata de cifras muy aproximadas), sus órdenes de magnitud son elocuentes y hablan de su importancia. De hecho, el Tesoro norteamericano es el más grande emisor de deuda del mundo. Los operadores globales de este mercado, en la práctica consideran a los treasuries libres de cualquier riesgo de incobrabilidad, por lo que la tasa de interés que rinden deviene en referencia mundial. Volumen y cero riesgos, lo convirtieron en el mercado más líquido y activo del planeta. Los rendimientos de los bonos del gobierno ayudan a determinar las tasas para todo, desde préstamos para automóviles hasta hipotecas y préstamos corporativos multimillonarios. Cuando este mercado se agita de manera desenfrenada, los financistas se encuentran inseguros del precio correcto que deben cobrar a los prestatarios por el uso de su efectivo. El asunto es que desde el colapso de SVB hace dos semanas, la volatilidad de los bonos del Tesoro acicatearon las dudas sobre cómo funcionan estos mercados, con serias implicaciones para la economía y la política de la FED.

El detalle importante a no perder de vista, que da cuenta por qué alzas acotadas de la tasa de interés de la FED importan tanto, es que estos bonos son de renta o ingreso fijo. A modo de ejemplo hipotético –explicado mal y pronto–, se tiene que un bono que vale 1.000 dólares a cinco años rinde 50 dólares por año, pagaderos 25 dólares por semestre. La tasa de interés es del 5% (50/1000). Si la FED sube la tasa a –digamos– 10%, como el bono siempre rinde 50 dólares, el bono no vale más 1.000 dólares, sino que en principio tiene un piso de valoración de 500 dólares porque 50 dólares es el 10% de 500 dólares. Decimos “en principio” porque el que compra un bono a cinco años, transcurridos los dos primeros, le quedan por cobrar tres años, o sea 150 dólares de intereses (50 anuales, a razón de 25 semestrales) y los 1.000 del valor a la par o principal, cuando transcurrido el quinto año el Tesoro pague el principal del bono. O sea, tiene que valuar su inversión o valor futuro calculando cuando rinde de intereses la cantidad invertida. A la cantidad invertida usualmente se la llama valor presente. Entonces despejamos el valor presente descontando al valor futuro lo que rinde el capital con el que vamos a comprar ese bono: 1.150/(1,10)3 = 864. Es decir, el inversor lo paga 864 dólares. Se debe notar que esos 864 dólares tienen sumados los 150 dólares de intereses. Restados de eso 864 dólares, dan 714 dólares. Puso 1.000 y vendiendo el treasury recupera 714, lo que representa una pérdida de capital de 286 dólares (1.000 menos 714).

 

 

 

Imagínate

Ahora en un mercado de 27 billones de dólares cuando la Fed sube la tasa de a cuarto de punto y ahora suma en total 5% de corto plazo, la pregunta es quién va a pagar esas pérdidas de capital de miles de millones de dólares en la que está encajado el resto del sistema financiero global. Que las salidas autoritarias y el fascismo versión siglo XXI se este imponiendo como solución de la ecuación política, no es más que el reflejo de hacerle pagar a la clase trabajadora (del centro y de la periferia en el quantum que les compete) la fiesta olvidable amparados en una superestructura ideológica bastante pelotuda acerca de la cual el informe de la felicidad 2023 es un buen ejemplo.

Hay que considerar que las tensiones en el mercado de bonos del Tesoro van en aumento desde que la Fed dejó de comprar estos valores como estímulo durante la pandemia. La medida más usual de la volatilidad del mercado de bonos se disparó al nivel más alto en 15 años (esto es desde la crisis de 2008), lo que refleja la reevaluación de los inversores sobre la probabilidad de aumentos de tasas y una sensación más general de pánico en el mercado. En las operaciones entre el 9, 10 y 13 de marzo, los rendimientos del Tesoro a dos años cayeron un punto porcentual completo, la mayor baja de tres días desde la caída del mercado de 1987. Mucho antes de esta turbulencia se debatía que el sistema financiero de los Estados Unidos se había vuelto cada vez más vulnerable y disfuncional porque, de acuerdo al argumento que más corría y corre, la oferta de intermediación no seguía al ritmo de la demanda a medida que fue creciendo el tamaño y la complejidad del mercado de bonos del Tesoro.

Llovido sobre mojado, los fondos de cobertura "macro globales" estaban abrumadoramente posicionados en la creencia de que la Fed siguiera aumentando las tasas a un ritmo acelerado hasta que la inflación estuviera bajo control, informa Reuters. Estos tipos de fondos juegan en mercados como divisas y bonos soberanos de todos los países, donde los precios están determinados por la percepción de los problemas económicos generales. El pánico bancario que desató el SVB impulsó a buscar la seguridad de los bonos del Tesoro, empujando las tasas, que se mueven en la dirección opuesta a los precios (tener presente el mecanismo descrito de renta fija). Eso significa que aquellos que habían estado apostando por tasas más altas y, por lo tanto, precios más bajos de los bonos, tuvieron que apresurarse a comprar bonos, potenciando el ya gran movimiento alcista de los precios y la caída a la baja de los rendimientos. La incertidumbre profunda entre todos los actores de estos mercados es la marca en el orillo de la coyuntura. Frente a la crisis bancaria, la disfuncionalidad del mercado de bonos del Tesoro, no se sabe qué hará la Fed si tiene que elegir entre tasa al alza por la inflación o salvar los bancos que de todas formas no puede dejar caer, porque el sistema saltaría por los aires.

Estos condicionantes de la economía global encuentran al sector de la clase dirigente argentina, con credenciales para titularizar la conducción política de las mayorías nacionales, aún hoy –y después de tantos años– sin reunir sus intelectuales orgánicos para que forjen al arma teórica de la transformación a partir de dos preguntas que continúan sin formular: 1) ¿Por qué los salarios argentinos son tan bajos?; 2) ¿Qué hay que hacer para subirlos? La actitud política que usualmente asumen de culpar a los malos de este mundo –que por lo visto, además de degeneraditos son muy felices, en comparación— remite a ese hombre descripto por Moris (Mauricio M. M. Birabent) que extrañaba cuando adolescente aquellos días que eran de oro porque transcurrían si la menor conciencia de la lucha de clases en los cuales el sol miraba sin preguntar.

 

 

 

 

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