Desde 2016 a la fecha, tanto el gobierno nacional como consultoras económicas, bancos comerciales y organismos internacionales realizaron optimistas proyecciones económicas anticipando un futuro venturoso, que lejos de aproximarse, se alejó cada vez más. A pesar de que sus análisis económicos resultaban inconsistentes y que se desvanecían frente a la realidad económica imperante, resultaron útiles para convencer transitoriamente a los grandes medios de comunicación y parte de nuestra sociedad sobre la llegada de un bienestar que estaba a la vuelta de la esquina.
El año 2018 no sólo no fue la excepción, sino que quedará en la memoria de muchos argentinos y argentinas como uno de los períodos de peor desempeño económico de los últimos 20 años. No hubo brotes verdes, segundo semestre, ni la luz al final del túnel.
Caída aproximada del 3% del PBI, una inflación cercana al 48%, un desempleo superior al 9%, un dólar que se revalorizó más del 100% y la vuelta al FMI por unos 57,1 mil millones de dólares, resumen ese año que por suerte terminó.
La dimensión de la crisis económica y social fue tal que impidió a Cambiemos simular o disimular el fracaso de sus medidas, viéndose forzado a instalar una supuesta tormenta internacional que nunca se produjo. En América Latina, sólo la Argentina y Venezuela presentaron caídas en sus respectivos niveles de actividad económica (-2,6% y -18% para 2018 respectivamente).
Paradójicamente, Cambiemos hizo del acuñado neologismo “Argenzuela”, que años atrás era un espejismo, un claro juego de espejos. A pesar de las diferencias y distancias existentes entre ambos países, la recesión económica no es el único denominador común que nos une. Tanto la Argentina como Venezuela tendrán su economía en baja también durante 2019, y encabezan los rankings de países con mayor inflación, mayor tasa de interés, mayor riesgo país y desempleo creciente, entre otros.
Aciago 2018, pobre 2019
Como habitualmente ocurre, la dinámica económica nacional estará definida por la evolución que tengan las cuatro variables económicas centrales de nuestro país: dólar, tasa de interés, tarifas y salarios. Desde que asumió Macri, las primeras tres (dólar, tasa de interés y tarifas) superaron por varios cuerpos a la última (salarios), lo que derivó en caída del consumo y de la inversión, principalmente. Y posteriormente, gasto público y recaudación. Los que algunos llamaron reacomodamiento de precios relativos, terminó siendo una lisa y llana transferencia de recursos de los sectores más vulnerables hacia los más concentrados. Del modelo de demanda al modelo de transferencia de riqueza.
La aparente tranquilidad del gobierno nacional sobre sus necesidades de financiamiento para el período que comienza, se encuentra atada a supuestos fuertes y de dudoso cumplimiento en el marco de una economía descalibrada, en franco proceso de ajuste y un contexto internacional que, sin atravesar una crisis, se presenta más complejo.
La desaceleración de la tasa de crecimiento de la economía mundial para 2019/20 es probable, si Estados Unidos sube la tasa de interés (que genera reversión del flujo de capitales hacia ese país), si crece la necesidad de China de “desestockear” sus excedentes, y si se agudiza la guerra comercial entre ambos países (que afecta el precio de las materias primas).
Turquía y en menor medida Brasil, muy probablemente tendrán mayor nivel de volatilidad durante el próximo bienio, y seguramente el país vecino elija nuevas estrategias de comercialización, sin priorizar al Mercosur y afectando consecuentemente nuestras exportaciones.
En el plano local (y en clave electoral), se requerirá de otros supuestos fuertes para que la economía al menos no se desmorone.
- Aumento nominal de la recaudación superior a las erogaciones, de modo tal que no amplíe el déficit y con ello la necesidad de nuevo endeudamiento.
- Confianza de los inversores sobre la economía, al momento de renegociar los vencimientos previstos para este 2019.
- Una marcada caída en la inflación con respecto a 2018 que reduzca la brecha con los incrementos salariales.
- Estabilidad relativa de la moneda estadounidense.
- Disminuir la fuga de capitales en un año electoral.
Aún bajo el cumplimiento de estos supuestos, la economía real no tendrá buenas noticias en 2019. Las perspectivas no son alentadoras para la industria, la construcción y el comercio que generan el 32% del empleo. El 96% de sus establecimientos productivos son PyMES que desde 2016 vienen sosteniéndose (aquellos que aún no cerraron) con un combo que más temprano que tarde las está llevando al abismo.
El panorama para quien asuma la conducción del país no resultará sencillo. Un futuro hipotecado, sin financiamiento a la vista, con destrucción de la matriz productiva y con salida de capitales, serán la verdadera herencia.
Apuntalar la demanda (aún deprimida) en un contexto inflacionario es complejo. A diferencia de 2002, la nominalidad tan elevada de la economía devendría en que los mecanismos de estímulo a la demanda perdiesen efectividad ante la espiralización inflacionaria, derivada de la puja distributiva.
La transformación productiva anunciada por la actual gestión de gobierno resultó apenas un slogan de modernización e internacionalización de nuestra matriz que sólo abogó por una mayor primarización de la economía, el desarrollo de nichos con escasa representación en el mercado laboral, donde la precarización de las condiciones laborales y el aumento del desempleo resultaron su consecuencia.
Este camino largo y complejo que tendremos, requerirá de la creación de capital humano, de reconfiguraciones de procesos, de cambios estructurales y sobre todo de la convergencia de diversos factores y actores. No hay otro camino que no sea el de la ciencia, la producción y el empleo.
Generar capacidades tecnológicas que complejicen y agreguen valor a los productos y servicios producidos. No es sino el Estado quien deba guiar y planificar la economía en línea con las tendencias económicas mundiales, donde la revolución tecnológica y digital afecta a todas las actividades y transforma a la producción y al modo de comercializarla. Será la industria 4.0 la gran apuesta por el desarrollo, logrando que la generación de tecnologías avanzadas se produzca fronteras adentro, dejando así de ser paulatinamente los siempre importadores de países industrializados.
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