Contra todos los pronósticos optimistas de la primera hora, el modelo Macri no pudo desprenderse de la crisis no sólo por haber elegido la sobreacumulación financiera como salida, sino porque la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, al recomponer el proyecto hegemónico unipolar atrayendo fondos al dólar con la suba de las tasas de interés de la Fed y el proteccionismo, terminaría frenando al resto del mundo como única manera de crecer, y nadie puede escapar de ese horizonte. El leve ascenso con alta inflación y sin mejora del empleo de la última parte de 2016 y casi todo 2017, apoyado en la sobreacumulación de deuda, se debilitó junto con el crecimiento mundial y de esa manera se adelantó el estallido de la burbuja de las LEBACs, principal causa junto al resto de la deuda de la profundización de la crisis local.
Ninguno pegó ni una, pero de la cúpula económica sólo Federico Sturzenegger se tuvo que ir. No pegó ninguna no por él sino por el monetarismo, cuyo mayor despropósito es que la tasa de interés de referencia ajustada a las metas inflacionarias debe estar a cargo de un Banco Central independiente del gobierno. Su actual presidente, Luis Caputo, tampoco falló como ex ministro de Finanzas; hizo lo que mejor sabe hacer como hombre de confianza de los grandes bancos internacionales: les colocó toda la deuda que pudo a tasas altísimas. Aparte de que uno puede preguntarse de qué lado del mostrador está, la deuda externa aplicada a solventar el déficit fiscal tampoco es una solución posible para la Argentina. Al contrario de Caputo, y del vicepresidente del Banco Central, Gustavo Cañonero, el ministro de Finanzas, Nicolás Dujovne, no es un creador: está para hacer todo lo que el poder económico le pida (los grandes bancos internacionales y su brazo ejecutor, el FMI). Y el presidente Macri tiene un gran objetivo político: enterrar al peronismo o volverlo PRO y regresar a esa especie de Antiguo Régimen que fue el capitalismo argentino anterior a 1945, y cree que sólo lo puede cumplir atando al país al capital financiero y a la hegemonía estadounidense (la pax americana). ¿Podía haber misterio en lo que iba a pasar?
Las incumplibles metas de inflación
El principal objetivo del acuerdo con el FMI es reducir el déficit fiscal bajando el gasto no empleado en el pago de intereses. Esto significa un duro ajuste de 20.000 millones de dólares por año, equivalente a la suma de los subsidios más el total de transferencias a las provincias, que convalida la suba de las tarifas y su dolarización, la reducción del financiamiento a las provincias, consagra la libre flotación impidiendo cualquier control cambiario —incluso los destinados a frenar capitales golondrina— y llevará a una política monetaria muy restrictiva al gobierno que suceda a Macri en 2019. El préstamo busca asegurar el pago de la deuda en 2018 y 2019, correspondientes al actual período presidencial, pero no posteriormente, lo que significa imponer la necesidad de volver al mercado de capitales o a renovar el acuerdo. Como la fuga de capitales es inherente a la forma de acumular capital en la Argentina y el déficit externo va camino de agrandarse, las metas de inflación (17% en 2019, 12% en 2020 y 9% en 2021) seguirán siendo incumplibles.
El desarme de la burbuja financiera de las LEBACs, como todo desarme de burbuja, implica pagarlas. El Tesoro deberá cargar con esa deuda adicional consiguiendo los fondos mediante un endeudamiento directo y utilizando sus propios recursos ordinarios, que provendrán de la eliminación de otros gastos (subsidios al consumo, menores salarios por menor empleo en la administración pública y un más acotado reparto a las provincias), lo que significa que la sociedad argentina carga directamente con la deuda que rindió un beneficio tan elevado a la gran banca internacional, cerrándose así el verdadero alcance y significado del endeudamiento: un gran negocio para la gran banca que paga directamente el pueblo argentino.
Con un acuerdo de este tipo, el FMI se transforma en garante del pago de la deuda, y como para pagarla hay que seguir endeudándose, se constituye al mismo tiempo en garante de la fuga de capitales, ya que la deuda externa la financia y supone a largo plazo que la economía nacional por si sola financie la larga deuda futura. Pero esto sólo sería posible con una lluvia de capitales, promesa incumplida en que basó Macri su programa, y que sólo se concretó como lluvia de capitales financieros de corto plazo, que agrandó el endeudamiento y dolarizó las tarifas y el déficit fiscal. Como ya ha sucedido otras veces, la dolarización es imposible, porque la fortaleza del dólar es producto de la fortaleza de la economía estadounidense, de la que es su expresión monetaria, mientras que la debilidad del peso es un resultado de la debilidad de la economía nacional, determinada sobre todo por la continua fuga de capitales, más el rojo externo, que el modelo Macri acentuó con la apertura importadora en medio del nuevo proteccionismo internacional, y el continuo aumento de la deuda.
La principal preocupación del gobierno fue tomar deuda promoviendo una lluvia de capitales especulativos atrayéndolos con intereses cada vez más elevados que alcanzaron más del 40% anual a la vez que aumentaba las importaciones, elevando el saldo negativo en divisas y que, como resultado, debió precipitar el llamado de auxilio al FMI acelerando la salida de una gran parte de esos capitales con grandes diferencias a su favor. La política del FMI es eternizar esa política con una deuda que exige bajar todos los gastos que no sean intereses para poder pagar más intereses. Esto implica atar el país al capital financiero internacional, que no es una figura retórica. Los ex funcionarios y hombres de confianza de los grandes bancos internacionales se excedieron con la deuda porque ese fue siempre su trabajo; ya como funcionarios públicos no pudieron menos que ofrecerles un gran negocio a sus antiguos clientes.
¿Mercado emergente o país emergente?
En lo peor de la crisis y ya con la garantía del FMI, Morgan Stanley pasó a la Argentina de la categoría fronteriza a la de emergente. Pero la situación económica nacional empeoró y la lluvia de inversiones directas otra vez podría quedar en la imaginación, alentando más los ingresos en papeles y en bonos.
Hay países que se habían convertido en mercados emergentes, como Corea del Sur o China, y que pasaron a ser países emergentes. El primer concepto alude al atractivo de los negocios; el segundo a que el atractivo de los negocios conformó una economía asentada en la actividad productiva y sobre todo en las ramas más complejas de la industria y la revolución tecnológica. Cuando a principios de este siglo la Argentina se perfilaba como país emergente, era por su crecimiento productivo; en cambio, con un horizonte de recesión, aumento de las importaciones, bajo nivel de exportaciones, más deuda y desmantelamiento de la escalada tecnológica en el desarrollo atómico y misilístico, lo que se vislumbra es la oportunidad de ganancias en un mercado emergente, es decir favorable para el capital financiero por sus deudas o sus carencias. En cambio, país emergente es un país cada vez menos especializado en la producción primaria y más cercano a la configuración productiva de las naciones más desarrolladas, y que por ese motivo brinda oportunidades de inversión directa rentables.
Por ser un ajuste muy duro en este y en los próximos años, es difícil de cumplir, y su mayor riesgo es una crisis social que dé lugar a una crisis política, como en 2001. Aunque el apoyo a Cambiemos se siguiera reduciendo, no se presenta todavía una opción política; por eso está en discusión si el peronismo como conjunto puede ofrecer una alternativa, aunque es probable que si se profundizara la crisis social, sobrevendría una alternativa política por imperio de las circunstancias. Para medir las perspectivas sociales y políticas hay que tener en cuenta que, en comparación con 2001, la sociedad está más desestructurada desde el punto de vista social, mientras que una parte importante del peronismo se aparta de su herencia populista original de distribución de ingresos e industrialización y pretende un engarce económico social diferente, como resultado de los cambios que han tenido lugar en el país con un menor peso de la clase obrera, más peso de la marginación y la presencia de una clase media con pretensiones menos igualitarias.
Si el ajuste pudiera imponerse (y una parte del mismo ya se impuso, entre otras razones por el endeudamiento a largo plazo), la sociedad argentina evolucionaría en el sentido en que lo hizo desde el rodrigazo y el golpe de 1976, cuya política económica continuó en la democracia. Este modelo se caracteriza por la desregulación de los mercados, la limitación del gasto con destino social, la menor autonomía nacional por la mayor adaptación a las exigencias del mercado, la aceptación del criterio de las potencias dominantes y la modalidad de acumulación interna predominante, que es la fuga de capitales, y difícilmente podría ofrecer un marco posible a una gran entrada de capitales productivos que compense las salidas y a una sociedad más industrializada y encaminada hacia el desarrollo de tecnologías más complejas.
Lo único que se perfila como posible en esa perspectiva es un país offshore tipo Panamá grande, sustentado en retomar la especialización primaria con eje en los servicios y en la explotación agraria, petrolera y minera. Pero no se afirma ninguna de las ilusiones de corto plazo a que daría lugar el ajuste: hasta la declaración un tanto regalada de mercado emergente se vio desestimada a los pocos días por el retroceso en el Merval, el salto en el riesgo país en los 580 puntos básicos del 28/6 y el dólar por encima de los 28 pesos, porque el mercado ya no confía en el sustento político y social del ajuste.
Esa perspectiva ya se presentía con tasas de interés que habían llegado al 47% para las LEBACs, que descartan la posibilidad de una inversión productiva que pueda modificar esta perspectiva sombría que ya ni siquiera alcanza a un crecimiento medio de 1% en 2018, que significa un crecimiento per cápita más bajo y un PBI en dólares menor por la devaluación de 50% en lo que va del año. Así que la perspectiva más probable y que ya empieza a ser aceptada por los analistas —que tampoco pegaron una, si se analizan todas sus declaraciones previas al llamado de asistencia del FMI—, ya es de un estancamiento o recesión por la baja en la actividad del segundo y del tercer trimestre y en que hasta la posibilidad de una mayor exportación industrial por la devaluación para evitar un horizonte seguro de recesión con baja del empleo y de los salarios podría verse frustrada por la menor actividad internacional esperada, que incluye a la economía brasileña. La perspectiva inmediata es que la recesión se acentúe antes de que empiece a evidenciarse una salida, que tendrá mucho que ver con la perspectiva de la economía internacional. El FMI no sólo ofrece una solución dentro de esas limitaciones para que el gobierno tenga los dólares que necesita para pagar la deuda y al propio FMI, sino que posibilita un margen mayor de gasto social para mantener estable la marginación actual con asistencia, que es la fórmula a proyectar a futuro: una economía con una mayor parte de la renta nacional dedicada al pago de ganancias y de intereses y menor participación del salario. Así como la economía preperonista previa a 1945 tenía un ínfimo escape de ayuda social mediante la Sociedad de Beneficencia, el FMI prevé la necesidad de una organización estatal de beneficencia en mayor escala producto de una esperada marginación social mayor.
Ya nadie niega la casi certeza de una recesión inmediata y una inflación que podría estar en el orden del 30% en 2018, mientras el índice de pobreza volvería a acercarse también al 30% a fin de año, alcanzando a la mitad de los niños. Si bien el mundo todavía no terminó de salir de la crisis internacional que tuvo lugar hace ya más de diez años, la profundidad de la crisis local es obra exclusiva de la mayor deuda que resultó ser la actividad a la que más dedicó su esfuerzo el gobierno.
Si este modelo se llegara a afirmar, el macrismo habría logrado operar con salarios mucho más bajos que los que caracterizaron a la Argentina posterior a 1945 y si a eso se agregara mantener el freno industrial y centrar la actividad económica en las actividades primarias y los servicios, el país volvería a funcionar como apéndice de un centro industrial, como lo fue hasta 1945. La decadencia nacional actual, que se quiere presentar como una derivación del peronismo, no es nueva sino un fenómeno que tomó cuerpo en la segunda mitad del siglo pasado, cuando empezó el predominio del modelo de mercado centrado en el endeudamiento.
La salida financiera es común a todo el capitalismo. Todos los países tienen una sobreacumulación financiera con tasas de interés que ocupan una porción cada vez mayor de la riqueza nacional y provocan un generalizado retroceso de los salarios y del empleo. Y esta situación empeora en la periferia del capitalismo o en los países capitalistas que no han llegado a la plena industrialización y que están fuera del centro dominante del sistema. Dentro de ellos, los que están más cerca y a los que el mercado llama emergentes, hay una sobreacumulación financiera proporcionalmente mayor, con predominio de la deuda en dólares, la moneda dominante, aunque si estos países consiguen una relativa estabilización de sus monedas, con una depreciación llevadera, pueden seguir manteniendo ahorros masivos en moneda local, como sucedió hasta ahora en Brasil o Corea del Sur. La Argentina es una excepción extrema, que se explica por su historia pasada.
En 1945, del final de la Segunda Guerra Mundial salió el capitalismo integrado con dirección de Estados Unidos, la potencia dominante. Ese capitalismo formó el mercado global, y como debía reconstruir Europa y Japón y frenar la expansión soviética, tuvo que recomponer el mercado interior apoyada en el liberalismo y el bienestar social, pero el renacimiento de la competencia con Alemania y Japón, a quienes había vencido y convertido en aliados después de subordinarlos por medio de la OTAN, la menor tasa de ganancia y la mayor inflación precipitó la contradicción entre la acumulación creciente y los salarios en alza siempre presente en la ruptura sistémica que es la crisis. Entonces, con la URSS contenida y la revolución socialista acorralada en un solo país, el capital se empezó a disparar de la producción para pasar a la acumulación con mayor peso financiero, más rentable, menos problemática y por largos períodos más segura, y para hacerlo debió contraer más los salarios y reprimir. Al afianzarse esta tendencia, se empezó a llamar neoliberal a este capitalismo cada vez menos liberal y más fascistoide, y esto último sólo empezaría a verse con más claridad después de la crisis generalizada de 2008, en que también aflora su contenido racista.
Estados Unidos concentró la escalada tecnológica en el desarrollo militar y apuntaló su hegemonía desatando la amenaza de la guerra de las galaxias, que contribuyó a forzar la desaparición de la URSS.
El proyecto hegemónico no se puede separar de la crisis. El primero construye un gasto militar que acentúa el déficit, que se financia emitiendo dólares o emitiendo deuda que debilita al dólar pero que sirve de respaldo como reserva a quienes logran escapar de esa política para expandirse, que fueron China y los países del sudeste asiático.
No hay paraíso perdido
La Argentina transitó del Antiguo Régimen local centrado en la especialización agropecuaria y los bajos salarios al populismo peronista con eje en la industrialización sustitutiva y la redistribución de ingresos. Su experiencia exitosa como país emergente de fines del siglo XIX hasta la crisis mundial de 1929 no continuó porque se asentó en una división del trabajo que la condenaba a ser proveedora primaria agroganadera y descartaba su pleno desarrollo industrial, y la riqueza y la fortaleza de una moneda se deciden con una producción siempre escalando hacia ramas más avanzadas, como en las naciones desarrolladas. Por eso, si la Argentina afirmara su tradicional lugar en la división del trabajo que impone el centro industrializado para tener menos competencia, su porvenir va a estar cada vez más lejos del supuesto paraíso perdido previo al peronismo, y no precisamente por causa del peronismo. La fuga de capitales creció precisamente después del rodrigazo y de la dictadura de 1976, que prolongó su política económica en la democracia, y se volvió a intensificar después del período kirchnerista. Adjudicando la fuga de capitales al peronismo, los promotores del futuro apoyado en el pasado previo a 1945 desestiman la industria y promueven una división del trabajo basada en la producción primaria. Pero los grandes países emergentes actuales no están clavados en la división del trabajo ni en la producción primaria o extractiva sino que, desde Corea del Sur hasta China, progresan en la industria avanzada y el desarrollo tecnológico.
Antes de 1945, la inserción de la Argentina en el viejo orden mundial como dependencia británica bloqueó el desarrollo industrial porque obturaba su privilegiada posición complementaria, originando una acumulación financiera no transformada más que parcialmente en productiva. Eso no sucedió con los otros grandes países complementarios de Gran Bretaña porque Canadá y Australia no tuvieron una clase terrateniente que se apoderara de la mayor parte del territorio cultivable con granos y pasturas y por ese motivo retuviera el poder, cercara el desarrollo industrial y disfrutara de un excedente que empezó a exportar primero en el consumo de lujo, en los viajes a Europa y cada vez más como un poder financiero que ahora es la característica del país, originando la fuga de capitales que se terminó haciendo masiva con el golpe de 1976 y las políticas de corte similar posteriores, como la actual, complementada con una fuga de los ahorros y en el turismo externo de la clase media más favorecida por los ingresos.
El peronismo de 1945-1955, iniciado con el golpe militar de 1943 y sustentado por la clase obrera en formación emigrada a las ciudades que posibilitó el 17 de octubre de 1945, no pretendió sustituir a la burguesía industrial por el Estado sino someterla a una regulación que la llevara a crear un país industrial, pero ese proyecto no se pudo realizar porque la burguesía terrateniente se negaba a perder su sitial de privilegio, por el poder imperial —que procuraba encuadrar a la Argentina en la división internacional del trabajo— y por la limitación de la propia burguesía industrial local, la mayor parte de la cual siempre prefirió adecuarse a ese destino históricamente insignificante.
La fuerza histórica del peronismo y su permanencia en la vida política y social argentina reside en su populismo peculiar, centrado en la distribución del ingreso apoyado en una estructura sindical dentro de un Estado nacional capitalista. Ningún otro populismo en el mundo pudo hacer algo parecido en términos políticos, económicos y sociales, su influencia se extendió por más de sesenta años y lo entendió muy bien Alan Rouquié. La izquierda, en cambio, jamás pudo entenderlo; crítica al peronismo porque no hizo lo que debería haber hecho un gobierno obrero, que no hizo precisamente porque no fue un gobierno obrero sino un gobierno apoyado en los obreros que en un país de la periferia se propuso una revolución nacional y consiguió lo que ningún otro gobierno de esas características pudo conseguir en su época, que es lo que hay que analizar del peronismo, y no si fue o no lo que nunca se propuso ser.
El odio al peronismo, concentrado en el populismo distribucionista del ingreso, es similar en la vieja oligarquía, el nuevo gran capital, el poder financiero internacional y una parte considerable de la clase media. La gran quiebra en el crecimiento argentino tuvo lugar con el rodrigazo seguido por la dictadura militar de 1976, no se recuperó más que parcialmente después de las dos hiper de los '90 y a costa de un fuerte retroceso social, y fue seguido de un estancamiento y un hundimiento que llevaron a la crisis de 2001 y al extremo de 2002.
El desarrollo de los primeros años del presente siglo hasta la crisis de 2008 tuvo su principal impulso en China y se tradujo en un alto desarrollo para el Mercosur. En febrero de 2015 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner firmó con China un Memorándum de Entendimiento y 15 convenios basados en un acuerdo marco de 2014 que había previsto la construcción de centrales atómicas, las represas de Santa Cruz, la modernización del Belgrano Cargas y el swap financiero por 11.000 millones de dólares, y en noviembre de ese mismo año se acordó la construcción de la cuarta y la quinta centrales atómicas. El gobierno de Macri empezó por cuestionar las represas de Santa Cruz y acabó por liquidar la construcción de estas dos centrales atómicas, con lo que vació de contenido la transferencia de tecnología y sólo dejó en pie el Belgrano Cargas que ya estaba en marcha, procuró aumentar las exportaciones agrarias, consiguió ampliar las de carne y está renovando el swap financiero.
Una opción peronista ante la crisis ya no podría estar centrada en el desarrollo nacional exclusivo sino en el desarrollo regional y el acuerdo con Brasil para reactivar el Mercosur, convertirlo en complemento alimentario, minero y energético de China y Asia Pacífico, y generar el excedente necesario para el desarrollo industrial. En ese marco, la Argentina podría afirmar la agroindustria, la industria del acero, los automóviles y las autopartes y la industria química, las que surjan de cadenas apoyadas en recursos minerales, litio, gas y petróleo, y el paulatino ingreso en la revolución tecnológica reponiendo el desarrollo atómico y misilístico.
Sobre la base de la acumulación de liquidez que surgiría de la relación con China y el Asia Pacífico habría que sostener un desarrollo de ramas industriales y de tecnología que constituya al Mercosur en una región autónoma integrada al mundo, lo que también dependería en gran medida del escenario internacional. Si persistiera, como seguramente persistirá, el proyecto hegemónico mundial de la pax americana, Estados Unidos tratará de frenar al Mercosur y este problema se puede convertir en uno de los grandes intríngulis que tendrá enfrente la Argentina.
- La imagen principal pertenece a Antonio Berni: "La comida", 1953.
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