Vivir mejor
Las mayorías no se alejan de Milei por sus extravagancias sino porque las empobrece
Unos días después de haber asumido su breve presidencia, el ecuatoriano Abdalá Bucaram cantó en un show musical junto a la banda uruguaya Los Iracundos. Su contundente interpretación de El rock de la cárcel, un clásico del repertorio de Elvis Presley, aún resuena en el recuerdo.
Bucaram, ex alcalde de Guayaquil, desplegó una novedosa campaña electoral en contra de los partidos políticos tradicionales, las élites económicas, la banca e incluso los medios de comunicación. Fue contra “la casta”, se presentó como el “candidato de los pobres” y prometió “derrotar a la oligarquía que consume al país”, gracias a lo cual venció al candidato conservador en segunda vuelta con más del 54% de los votos.
Alberto Acosta, analista del Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales, sostuvo que “Bucaram tuvo la capacidad de sentir la angustia nacional” en un país donde el 70% de la población vivía en la pobreza, y que su figura era “una esperanza que despierta un mundo de expectativas y de miedos, pero sobre todo ofrece cosas que han querido escuchar los sectores populares durante mucho tiempo”. Bucaram utilizó citas bíblicas y se comparó con Jesús: “A Cristo lo llamaron loco y lo mataron. A Gandhi lo llamaron loco y lo mataron. Llaman loco a Abdalá y no sé si me matarán”.
Apenas asumió la presidencia, Bucaram anunció que Domingo Cavallo –quien acababa de renunciar como ministro de Economía de Carlos Menem– sería su asesor. El Presidente cantor rechazó con ahínco las críticas que recibió desde la izquierda por esa designación: “Yo les pregunto a todos esos genios (ecuatorianos) de la economía: ¿Las medicinas que toman, las descubrieron adentro (del país)? ¿Las operaciones de corazón abierto las descubrimos adentro? No, fue afuera”.
Aunque Ecuador no presentara los mismos dilemas que la Argentina, Cavallo propuso el mismo tratamiento que, pocos años después, llevaría a nuestro país a la crisis del 2001: convertibilidad, privatización de las empresas del Estado, severa reducción del gasto, eliminación de los subsidios a los servicios públicos, desregulación y reforma del sistema previsional hacia un modelo de capitalización (AFJP). Las reformas tributarias, por su parte, apuntaron a reducir la carga impositiva a sectores empresariales y financieros, mientras todo el peso recayó sobre el consumidor. No todos serían perjudicados, sólo las mayorías.
“Mientras más preparado esté el país para adoptar el esquema, más rápidos y permanentes serán los resultados y menos costosa la transición”, amenazó Bucaram al anunciar su plan económico por cadena nacional, cuatro meses después de haber asumido. El plan imponía un ajuste del 6% sobre el gasto y la desindexación de los salarios en un contexto de alta inflación. Todas estas medidas contradecían su programa de campaña, en el cuál, además, se había comprometido a no privatizar las áreas estratégicas, como petróleo y energía.
Bucaram fue acusado de corrupción y nepotismo, a la vez que era criticado por sus extravagancias recurrentes, pero lo que le quitó el apoyo popular y evaporó su poder político fue el aumento del costo de vida generado por el alza de los servicios públicos, produciendo fuertes protestas a nivel nacional y paros que aceleraron su aislamiento político.
“A nosotros no nos importa tanto que se ponga a cantar y bailar lo que le dé la gana, que se haga el payaso (...) que escandalice con sus exabruptos. Ese no es el problema de fondo. Esa es la noticia chatarra. Para nosotros, la permanencia de Bucaram en el poder era un problema económico, social y político”, declaró Carlos Luzardo, uno de los líderes del frente que convocó al paro nacional pidiendo la destitución de Bucaram. “Junto a la música y a la pelota estamos sintiendo el peso de unas medidas económicas que el pueblo no puede aguantar, unas medidas impuestas desde fuera por un modelo neoliberal, por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que tienen la audacia de venir a Ecuador para imponernos sus recetas económicas”.
Fiel a su estilo provocador, Bucaram apoyó el paro nacional otorgando el feriado a los empleados públicos para que participen activamente del mismo. La maniobra fue opacada por la traición de su Vicepresidenta, quien apoyó la convocatoria de un plebiscito para definir la continuidad del Presidente en el cargo.
Dos días después de las protestas ciudadanas que acompañaron el paro, y menos de seis meses después de haber asumido, el Congreso declaró la “incapacidad mental para gobernar” y “consecuentemente (su) cese de funciones como Presidente Constitucional de la República”. Debido a los juicios en su contra, Bucaram solicitó asilo político al gobierno panameño.
El Presidente Javier Milei suele repetir que la diferencia entre un genio y un loco es el éxito. No se compara con Jesús, como Bucaram, sino con un profeta anterior: Moisés. Desde Israel –donde realizó un viaje oficial más relacionado con el frenesí místico que lo desborda que con los intereses del país que preside– sucumbió como el ecuatoriano a la cita bíblica y transcribió un pasaje del Éxodo. El párrafo menciona la furia de Moisés contra la impaciencia de su pueblo, que en su ausencia eligió adorar al becerro de oro. En la visión mesiánica del Presidente de los Pies de Ninfa, él es el profeta y el pueblo ingrato es el Congreso de la Nación, que rechazó la ley Ómnibus, que oficiaría como tablas de la ley. Al parecer, el castigo será ejemplar.
En un tuit pletórico de amenazas a los diputados, a los que trata de inútiles y coimeros, Milei afirmó: “No nos importa pagar el costo político de hacer lo que hay que hacer porque nuestro objetivo es solucionar los problemas de los argentinos y no perpetuarnos en el poder”, una afirmación extraña viniendo de quien pide 40 años de gobierno para transformarnos en Estados Unidos, Francia, Alemania o, últimamente, Irlanda.
Los entusiastas de la motosierra ensalzan al Presidente, a quien representan como un superhéroe de Marvel, de pectorales inflamados y papada ausente, o como a un profeta que nos ofrece un nuevo modelo de sociedad, recibido de manos de Dios y nunca antes implementado. La realidad es más banal: Milei impulsa el cuarto experimento neoliberal en la Argentina, luego de José Alfredo Martínez de Hoz durante la última dictadura, la dupla Carlos Menem-Fernando de la Rúa durante los ‘90 y, más cerca nuestro, Mauricio Macri con el gobierno de Cambiemos.
Como le ocurrió a Abdalá Bucaram, el Presidente de los Pies de Ninfa no perderá apoyo político por sus extravagancias, sus amenazas de matón de barrio, por hablar con su perro muerto o designar a su hermana como Primera Dama, sino por aplicar políticas que siempre fracasaron en nuestro país, pese al apoyo inamovible del FMI. Las mayorías no van a apartarse de él por la forma en que pisotea los consensos democráticos, insulta a diputados o ignora nada menos que la Constitución Nacional, sino porque este nuevo intento autoritario sólo las empobrecerá más.
Y por suerte para la Argentina, sus ciudadanos todavía pretenden vivir mejor, incluso aquellos que no tomaron la precaución de nacer ricos.
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