VIRTUDES PRIVADAS, VICIOS PÚBLICOS
La postura de libre mercado enmascara la violencia política que conlleva
El jueves 25 de julio Alejandro Bercovich entrevisto a Rafael Antonio Bielsa, ex canciller de Néstor Kirchner durante los primeros dos años de esa presidencia. Bielsa calificó a la actual política exterior de “vergonzosa”, entre otras cosas por su tratamiento de Malvinas y los fuegos artificiales del pacto con la UE. Entiende que cuatro años más de gatomacrismo nos hundirían en una inequidad de la cual sería difícil o imposible volver. En un tramo del reportaje, Bercovich le preguntó si le preocupaba que en la Argentina florezca una extrema derecha de tinte muy conservadora (nacionalista) o ultraliberal. De la primera dijo que no la veía con capacidad de reunir una masa crítica que le dé alguna significación política. Cuando se explayó acerca de la segunda, y ante la advertencia del periodista sobre el peligro del atractivo que ejercía en el público joven lo básico y asequible de las ideas demagógicas del ultraliberalismo, Bielsa respondió que no creía que fueran “ni básicas ni asequibles”. A continuación, y para fundamentar lo dicho sobre los ultraliberales, trajo a colación que tenía el “privilegio de contar como empleado (de la corporación donde Bielsa ejerce de CEO) a un extraordinario evaluador de riesgo e influencer, que es Javier Gerardo Milei”.
Describió Bielsa que “el rigor de Javier Gerardo como evaluador de riesgo […] en sus proyecciones es extraordinario […] Después está, digamos, la faceta farandulesca”. Un tanto desconcertado, Bercovich le señaló de forma digerible el intragable hecho de que lejos de referirse a un personaje simpático e inocuo, se trataba de un feroz reaccionario de posturas extremistas. Bielsa convalidó con una sonrisa la descripción hecha por Bercovich y además le adosó un par de disparates más que suele proponer el evaluador de riesgo. No obstante, Bielsa atenuó el alcance de esas observaciones deslindando “que esas son ideas políticas, después está el ejercicio de la profesión […] La evaluación de riesgo es una ciencia bastante, bastante seria […] cuando vos ves el riesgo que evalúa para una inversión o para la venta de un activo está calculado como la calcula él, te das cuenta que hay cualquier cosa menos frivolidad y menos sencillez de comprensión”. Bielsa, con la intención de darle más volumen a su afirmación, subrayó el conocimiento matemático del evaluador de riesgo. Con ironía, Bercovich le preguntó si tendría como funcionario a Milei en un hipotético gobierno suyo. Bielsa respondió que “no sería compatible”. Pero lo rescató como opositor con el que vale la pena controvertir, invocando que “la heterogeneidad te hace pensar mejor”.
El grado de calificación laboral del evaluador de riesgo entra en el reino de la subjetividad y por eso carece de interés para el análisis. Una cosa importante a tener en cuenta que estos ultraliberales que tanto cacarean con la ganancia como eje del comportamiento económico la tienen teóricamente definida a los tumbos. De ahí que lo que sí tiene interés para ser examinado es que el riesgo privado no es aceptable cuando se lo refiere como origen de la ganancia. Un par de rudimentarios ejemplos numéricos ilustran por qué esta ideología (falsa conciencia) en nombre de la teoría económica (como si hubiera una) abraza posturas tan extremistas. Si el extremismo de los ultraliberales no se manifiesta de manera decididamente violenta y antidemocrática —al menos hasta ahora— es porque no encontraron quién empuñe el garrote. No se trata de una situación contingente. La exploración de esa falsa conciencia da cuenta de por qué para los ultraliberales extremistas la violencia se convierte en una necesidad política.
Riesgo
A diferencia de los otros ingresos que genera el sistema y que remunera a los factores que realizan la producción, la ganancia es el único que se embolsa después de la venta. Antes no. Ni siquiera se contabiliza cuando efectivamente no se cobró. En la óptica neoclásica –que es la de los ultraliberales aún en sus variantes y matices, por ejemplo la llamada escuela austríaca—, una situación de equilibrio se define como aquella en que la tasa de interés implica la totalidad del ingreso del factor capital. La ganancia del empresario por sobre esta tasa de interés es meramente circunstancial y de corto plazo y está compensada por alguna pérdida en otro sector. Tomada la economía en su conjunto y a largo plazo, esos más y menos sobre el interés desaparecen.
En la realidad de las cosas la tasa de interés no es lo mismo que la tasa de ganancia, normalmente la primera es inferior a la segunda. No es verdad que si la tasa de ganancia fuera superior a la tasa de interés bastaría que los empresarios vayan trasmutando fondos para préstamos en bienes de capital (que son los que rinden ganancia) o al contrario esa transformación iría en reversa hacia fondos prestables (que son los que rinden intereses) para abatir tales diferencias y que en equilibrio (cuando todo movimiento cesa) no haya diferencia entre una y otra forma de capital. El interés es un ingreso fijo, la ganancia es uno variable que proviene de vender. Si no se vende, no se cobra.
Arghiri Emmanuel, el gran teórico de esta diferencia entre ganancia e interés, advierte que si el capital fuera una mercancía como las demás, la unidad de precio debería actuar y cien pesos prestados o cien pesos invertidos tendrían exactamente el mismo valor de uso y en condiciones de competencia perfecta tendrían que tener el mismo precio (o sea ganancia e interés serían iguales). Emmanuel subraya que “el error no se encuentra allí, sino que reside en las premisas mismas. El capital no está a disposición del mejor postor […] Por consiguiente, decir que si la tasa de interés fuera inferior a la tasa de ganancia total los empresarios solicitarían más capital a préstamo y harían subir las cotizaciones hasta la igualación de ambas, es algo sin fundamentos”. Ocurre que los empresarios únicamente pueden pedir prestado un monto sobre su capital y bastante inferior al mismo. Llegado a ese límite, nada impide que la tasa de interés sea inferior a la tasa de ganancia total. No hay unidad de precio. “La ganancia empresarial, en tanto excedente de la ganancia total sobre los intereses, no es un salario ni una prima de riesgo sino el precio de la más prolongada inmovilización que sufre el inversor directo respecto de la experimentada por el prestamista”, define Emmanuel.
A propósito de la explicación falaz de la ganancia como una prima de riesgo, el terreno merece escarbarse dado el hincapié que hizo Bielsa sobre la calibración precisa del riesgo como base del prestigio de quien lo mide. Como si una de las cuestiones imprescindibles para llevar a buen puerto un balance corporativo fuera trasladable al plano social sin anestesia y cuidados del caso. Más allá del imprudente descuido, desde Paul Samuelson hasta Frank Knight siguiendo los pasos de Adam Smith han querido ver en la remuneración del riesgo el origen de la ganancia.
Valga un ejemplo para poner en duda la pertinencia de tal criterio. Un chancho burgués no quiere problemas y en vez de ganar 10% anual en total comprometiéndose en la producción prefiere prestarla al 8% anual. Consideremos dos empresas atendiendo a la cantidad de capital, que para producir no es igual en todos los sectores y en todas las empresas. Una con fondos propios por 200 obtiene préstamos por 400. La otra con capital propio de 500 toma en préstamo 100. Ambas embolsan 12 como ganancia empresarial. Los 12 con relación al propio capital, en la primera equivale al 6%, mientras que en la segunda al 2,4%. Como en el primer caso de la propia puso 200, y la ganancia total fue de 60 (10% sobre 600) entonces pagó 32 por los 400 que pidió prestado (el 8%) y le quedan 28. En el segundo, como pidió 100 pagó 8 (8% sobre 100) y de los 60 les quedan 52. Ahora 28/200 es igual al 14% y 52/500 es 10,4%. Como se gana más en el primer sector que en el segundo, las empresas irán del segundo sector al primero pues no se trata de una situación de equilibrio. Justamente porque los empresarios ignoran la ganancia total. Lo único que registran es su ganancia en el sector. Se va desde el mayor riesgo al menor del capital propio con una ganancia que sube en el segundo caso. Menos riesgo, más ganancia. Así se desmiente a Samuelson cuando dice que “la ganancia es lo mismo que el interés cuando la incertidumbre no es conocible” y a Knight cuando estipula que la ganancia es el pago de un riesgo particular, “una incertidumbre única que resulta de la última responsabilidad que ejercerse, que, por su naturaleza, no puede ser ni asegurada, ni capitalizada, ni asalariada”.
En el ejemplo, todo es bien conocido. Producto de la lucha de clases, porque así se determina el nivel de la tasa de ganancia total como un residuo que queda una vez que las fuerzas más profundas de la sociedad determinaron el salario — el precio político por excelencia. De ahí que para un determinado ingreso nacional (producto bruto), los salarios únicamente pueden variar en razón inversa del plusvalor. Estando dada la parte fija de la plusvalía (intereses, rentas), los salarios varían en razón inversa del beneficio empresario, o sea la parte del producto o ingreso que sucede después de la venta y que configura el desfasaje entre la oferta y la demanda. Ese mismo desfasaje que atenúan las legislaciones laborales al hacer los salarios rígidos, que los ultraliberales quieren deshacer volviendo inestable todo el sistema, al invocar cuestiones abstractas de libertades frente a hechos muy concretos de ingresos.
La máquina y las buenas intenciones
Pongamos otro ejemplo hipotético donde confluyan los análisis hechos hasta aquí y sirva para dejar en claro que los ultraliberales no tienen otro camino que volverse políticamente violentos. Uno que implique evaluar una inversión, hecho clave del desarrollo. Siguiendo de nuevo a Arghiri Emmanuel, consideremos que manufacturamos un producto determinado con una máquina cuya vida útil insume 300 horas de mano de obra para fabricarla y gasta 200 horas de mano de obra durante toda esa vida útil de la máquina. Para simplificar, los gastos operativos distintos de la mano de obra son nulos. Se inventa una nueva máquina que produce el mismo producto en las mismas condiciones, pero con solo 100 horas de trabajo vivo. Está claro que esta máquina es rentable para la colectividad tan pronto como uno puede fabricarla con menos de 400 horas de trabajo. Pero para un empresario que paga a sus asalariados el equivalente a una hora por dos horas de trabajo, esta máquina solo será rentable si su valor cae por debajo de 350.
De hecho, un neoclásico podría objetar que:
- incluso para la sociedad, la curva de indiferencia no pasa a través del punto 500, ya que la mano de obra empleada para fabricar la máquina es mano de obra pasada, mientras que la que se usa para hacerla funcionar es mano de obra viva e intercambiar un plus de 100 horas de trabajo hoy por un minus de 100 horas de trabajo mañana, no es un punto de equilibrio, sino una operación negativa;
- por lo tanto, es necesario calcular una prima por espera, tanto como lo sería marginalmente necesario para igualar la ganancia entre el trabajo vivo ahorrado y el trabajo pasado, en todas las actividades;
- esta prima no es más que la tasa de ganancia de la economía de mercado, es decir, según los datos de nuestro ejemplo, 25% (100/400);
- esto significa que en algún lugar de la economía existe otro sector en el que la máquina que cuesta 400 horas desplaza a más de 100 horas de trabajo vivo de las 200 horas involucradas, o lo que equivale a lo mismo, que existe otra máquina que desplaza las mismas 100 horas de trabajo pero que solo cuestan 350.
El neoclásico podría entonces señalar que la cuestión no es si usar o no el capital, tan pronto como nos permita salvar la fracción más pequeña del trabajo vivo, sino dónde usarlo. Es un problema de asignación. Finalmente concluiría que la máquina en nuestro ejemplo debe ser gravada a una tasa (de ganancia o de acumulación) del 25%, lo que la haría rentable solo cuando su valor disminuya a 350 horas de trabajo.
Todo eso quizás sería irrefutable si existiera un mercado perfecto para los dos factores, el trabajo y el capital, en el que sus precios, infinitamente elásticos, pudieran variar sin límite en función de sus escaseces relativas y de sus eficiencias marginales. Pero esto, ¿siempre se sostiene una vez que hemos asumido que el precio del primer factor —el salario—, es rígido, determinado por la presión del movimiento de los trabajadores, mientras que el segundo —la ganancia— es residual? Esto significaría suponer que un salario (y, a partir de esto, por diferencia, una prima por esperar), fijado después de una huelga y / o negociación colectiva, sería el mismo que el que habría surgido automáticamente de la competencia individual entre asalariados y empleadores en un mercado laboral libre, si existiera algo así como este último. De hecho, tal mercado jamás existió en el capitalismo.
En otras palabras, significaría el absurdo de creer que toda la lucha sindical de las clases trabajadoras, durante más de un siglo, y todas las confrontaciones político-sociales sobre salarios y condiciones de trabajo, han sido inútiles, producto de no haber abrevado la sabiduría liberal. Es este supuesto el que constituye el último recurso del neoclásico racional. Pero ahí está la realidad. Y si en vez de asignación de factores se trata de producción, de emplear a esos factores —en otras palabras: de existencia de consumo para que se produzca—, eso va contra la teoría como ideología de clase y tanto va que la gente se resiste y si la gente se resiste hay que hacer que deje de resistirse, o sea reprimir en gran forma en nombre de la libertad de mercado.
El problema no solo está en el chancho sino en las corporaciones que les dan de comer. De otra forma, con tan marcada falta de vocación política esta muchachada sería invisible en el firmamento público. En abstracto, cómo no coincidir con Bielsa acerca de que la “heterogeneidad te hace pensar mejor”. En concreto, los ultraliberales que sostienen este mamarracho que va en contra del crecimiento económico y la democracia hacen imposible que se los considere dentro del sistema y como tales candidatos a formar parte de las negociaciones propias de la vida política. Considerarlos interlocutores válidos sería un grave error político; algo así como si se renunciara a la memoria, verdad y justicia en nombre de la reconciliación.
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