VIDRIO ORGÁNICO Y SAPOS LIGHT
Remedios y alimentos, mistificación y marketing naturista, bajo la lupa de Mónica Müller
Cuando el urbanoparlante avanza sobre un parque dominguero, o bien hacia territorio vacacional domesticado, cree (ilusiona, entiende, alucina) ingresar “en contacto con la naturaleza”. Valga pues si le sirve a fin de desenchufarse del fárrago cotidiano, por más que para ello deba omitir que ese sendero por el que marcha ha sido diseñado y construido por alguien, en su momento decidido a que desemboque en un sitio específico o en otro: el abismo neoliberal o el oasis nac&pop. Del mismo modo, ese sombrío bosquecito que atraviesa tampoco es obra del capricho eólico, como lo demuestra la prolija hilera de árboles y la exacta distancia entre unos y otros. Se podría continuar al infinito con la ejemplificación si no bastara para demostrar el efecto, más autocomplaciente que convincente, del argumento natural cada vez que el albedrío, la libertad y coso requieren ser escamoteados con propósitos ocultables.
En tiempos impíos, Mater Naturae garpa. Su sola mención lava la roña, purifica lo apestoso, santifica. Con la principal virtud de que no requiere pruebas. Nada nuevo. Como quien firma estas líneas, Mónica Müller (Buenos Aires, 1947) en su infancia resultó víctima de los recetarios naturistas del médico norteamericano Gayelord Hauser, reciclador capitalista de las neanderthales dietas con algo de crudo, mucho vegetal, bastantes semillas, cereales y jugos. Las mismas que hoy se venden, esta vez preconizadas en nombre de la sacra ecología interior, catapultada a la condición de religión pagana, industria cultural, sueño húmedo de la mercadotecnia.
Dotada de pulidas herramientas simétricas e inversas, Müller pone a disposición de un tan sintético como irrebatible arsenal desmitificador su intensa trayectoria como médica homeópata, exquisita escritora, otrora publicista, en conjunción con una implacable ironía enlazada a un sentido común al que no hay con que darle. En menos de sesenta páginas, Sobre lo natural sistematiza un trabajo de campo de añares, atravesado por el consultorio, las vicisitudes infantiles dietarias y anexos, la observación participante laboral en los trabajos y los días, la mirada crítica sobre esas sandeces de la vida cotidiana a las que nadie le da bola y la ignorancia promovida por la codicia: “Mientras la mayor parte de la población apenas alcanza a pagar los alimentos básicos que la industria le ofrece, un pequeñísimo sector dispone de recursos para conseguir alimentos que paga como libres de tóxicos, muchas veces sin la menor garantía de que lo sean. Aunque desde hace unos años el certificado de orgánico está protocolarizado con rigurosidad en la Argentina y hoy existen muchos pequeños productores trabajando seriamente en producción orgánica y agroecológica en todo el país, los sistemas de control del Estado no son lo estrictos que deberían, lo que permite la actividad de inescrupulosos que se filtran ilegítimamente en la categoría sin merecerla en absoluto”.
Entonces arranca con un rosario de ejemplificaciones irrebatibles. Lo de los criaderos de aves para consumo masivo en corrales cerrados es paradigmático: “La biografía de un ave que vivió en alegre libertad hasta el día de su degüello es una mera ficción: porque la manipulación genética hace décadas transformó a todos los pollos para consumo en seres muy poco campestres”. Listo el pollo, Müller avanza sobre el engendro acuático: “El salmón rosado, otro ser genéticamente programado para ser un monstruo”, cuya ingesta le resulta inexplicable en personas adeptas al subterfugio “natural”, mientras repudian “un plato de papas fritas como si fuera la esencia del mal”. Y remata: “Una buena papa frita en un buen aceite es uno de los platos más saludables que existen, además de uno de los más nobles y ricos”. ¡Vamos todavía! La demonización del aceite —agrega— resulta anatema moral, ya que en nada influye en el colesterol, sólo presente en los productos animales. Las restricciones gastronómicas adquieren contenido político: “Si nos preguntan, diremos que elegimos nuestros alimentos libremente, pero en realidad son la prensa y la publicidad quienes nos enseñan a comer, y las redes sociales las que difunden la información para que todos piensen lo mismo al mismo tiempo”.
Mercantilización gastronómica, necesariamente paralela a la de la medicina, dan por resultado una cierta hipocondría generalizada que se mediatiza en un lenguaje centrado en la enfermedad como valor de cambio. Y especifica: “La industria de la alimentación se ha fundido con la de los medicamentos y ese nuevo ser bicéfalo ha implementado una fantasía de vida saludable en el lugar que antes ocupaban los alimentos reales”. Allí emerge lo light, descremado, bajas calorías, su ruta, “cuando en realidad significan industrializado, superprocesado, desnaturalizado y atiborrado de conservantes, colorantes, edulcorantes y aditivos”. En un extremo (el del absurdo), la autora sitúa esa “confusión general” (¿?) capaz de anunciar un champú “apto para celíacos” al estar “libre de gluten”, poco importa que —como todo el mundo sabe— sea de obvio uso externo, “aunque por su fórmula con chía y jengibre puede ser tentador usarlo para condimentar ensaladas”.
Con criolla ironía, la autora encara las aporías del fundamentalismo digestivo: “Siempre me pregunto si las personas vegetarianas y veganas que conviven con perros y gatos no deberían reemplazarlos por un animal doméstico afín a sus ideas. ¿No es contradictorio militar contra la matanza y el consumo de animales y a la vez comprar pedazos de cadáver de vaca o alimentos elaborados con subproductos de pollo, hígado de cerdo, harina de hueso, vísceras y harina de sangre? Creo que si fueran coherentes deberían donar a su perro y a su gato como alimento vivo para los animales salvajes que viven en un santuario y, en su lugar, adoptar un conejito o una tortuga, que sólo comen vegetales”.
“Todo lo que no tiene marca es saludable”, enumera: carnes, pescado, huevos, verduras, frutas, cereales y semillas. Con una prudente advertencia: “El general Perón diría que la naturaleza es buena, pero si se la vigila es mejor”.
FICHA TÉCNICA
Sobre la natural
Mónica Müller
Buenos Aires, 2023.
72 páginas
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