Chile dará hoy un paso político muy significativo: llevará a cabo un plebiscito orientado a modificar la Constitución que instaló Pinochet por vía dictatorial, en 1980. El largo tránsito chileno hacia la democracia pondrá en marcha así un proceso que podría ser relevante si esta iniciativa reformadora se desenvolviera adecuadamente.
Es sabido, por otra parte, que la larga y penosa sombra pinochetista encontró una inesperada y vital contracara en las masivas movilizaciones sociales iniciadas el 18 de octubre del año pasado, que obligaron a la clase política chilena, en diciembre, a convocar a una inédita Convención Constituyente.
En Bolivia se votó el domingo pasado. El rotundo espaldarazo alcanzado en las urnas por Luis Arce Catacora desenmascaró la repudiable maniobra golpista impulsada por Luis Almagro y su desteñida y parcializada OEA, por una ensoberbecida centroderecha y por “la embajada” –vieja enemiga de Evo Morales— que descartaron el triunfo de éste en las elecciones del año pasado, invocando un fraude que no existió. El MAS ganó esta vez por paliza y redefinió la escena política boliviana.
Así las cosas, Chile tendrá la oportunidad de cerrar definitivamente su viscosa y condicionante herencia pinochetista. Y Bolivia, la de retomar un camino virtuoso del que procuraron sacarla a la fuerza. Pero vayamos por partes.
Chile
Chile adhirió tempranamente al neoliberalismo; Pinochet fue el primer Presidente sudamericano que impulsó un programa de desarrollo económico basado en esas ideas. Contó para ello con un grupo de economistas chilenos egresados de la Pontificia Universidad Católica de Chile, que habían hecho su formación de posgrado en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, en virtud de un convenio establecido entre ambas instituciones, a fines de los años '50. Uno de los líderes de ese centro de estudios era Milton Friedman, quien acuñaría el término “milagro chileno” en alusión a los logros alcanzados por el país andino.
Y efectivamente, el desempeño estrictamente económico de Chile fue destacable. Según datos ofrecidos por el World Economic Outlook Database del FMI, de octubre 2020, en los últimos 10 años de gobierno de Pinochet, esto es entre 1980 y 1989, el promedio de la variación porcentual anual del PBI a precios constantes fue de 3,578%, una performance más que buena. (Lamentablemente esta base de datos del FMI no ofrece información anterior a 1980). Los años que siguieron ya sin Pinochet pero con la misma matriz económica en funcionamiento fueron mejores. Entre 1990 y 2013 la antedicha variación porcentual promedio anual fue de 5,731%. Pero después se derrumbó. Entre 2014 y 2019 fue tan solo de 1,283% (ibid: FMI). El modelo económico había encontrado su límite. Y la sociedad también.
Como ha sido corriente en otros países, la globalización neoliberal esparció en Chile una desigualdad que se manifestó en la falta de trabajo, en ominosas asimetrías en la distribución del ingreso y de las cargas impositivas, en diferentes posibilidades de acceder a la educación, a la atención médica e incluso al esparcimiento. En este contexto y como se recordará, una chispa encendió la pradera bajo la forma de una protesta estudiantil contra el costo del boleto del metro de Santiago.
Cundieron la agitación, la protesta social y las manifestaciones. Y fue brutal la represión policial. Casi exangüe, el Presidente Sebastián Piñera, apoyado por buena parte del sistema político chileno, ofreció en diciembre del año pasado, como prenda de paz, la realización de un plebiscito, una práctica inusual en Chile ya que el procedimiento regular es por la vía parlamentaria. Hacia el fin de este domingo se sabrá si habrá o no Convención Constituyente y, en caso de que gane el sí, cuál será su formato: un mix integrado en parte por parlamentarios y en parte por constituyentes elegidos por voto directo, o si la totalidad de los asambleístas se elegirá por votación. Se descuenta que ganará el sí y es muy probable que se imponga la segunda opción respecto de la composición de la asamblea.
Tres asuntos sobresalen:
- La Convención puede abocarse al tratamiento de todos los artículos constitucionales; no tiene limitaciones al respecto.
- Las modificaciones deberán contar con el respaldo de 2/3 de los convencionales. Este es un guarismo no fácil de alcanzar. Se argumenta que “obliga” a la búsqueda de consensos, lo que sería valorable. Pero se presta también a que una minoría ejerza un poder de veto.
- Habrá un segundo plebiscito para aprobar o rechazar el texto constitucional reformado, que se hará en 2022 dos meses después de que aquél sea entregado.
Conviene aclarar, finalmente, que el proceso de reforma constitucional cohabitará con las elecciones nacionales generales que tendrán lugar el 21 de noviembre de 2021, con eventual segunda vuelta el 12 de diciembre.
Bolivia
El resultado de las recientes elecciones viene a corroborar, por vía indirecta, que en los comicios del año pasado hubo fraude sí, pero de quienes dieron un golpe de Estado contra Morales y usurparon el poder. De la mano de Arce –licenciado en Economía por la Universidad Mayor de San Andrés, con maestría en Economía por la Universidad de Warwick, Reino Unido— Bolivia irá de aquí en más en busca de su recuperación económica y social. Él ha sido, vale la pena indicarlo, el padre del que con todo derecho puede denominarse “milagro boliviano”. Fue ministro de Economía de Morales desde el 22 de enero de 2006, en el inicio de su primera presidencia, hasta el 24 de junio de 2017. Se retiró del gabinete por razones de salud y retornó ya sano al mismo cargo desde el 23 de enero al 10 de noviembre de 2019, fecha en la que Evo fue obligado por la fuerza a renunciar.
La variación porcentual promedio del PBI boliviano, medido aprecios constantes, entre 2006 y 2019 fue 4,666%, más de doble que el de Argentina que alcanzó un 2,071% y que el de Brasil, que fue de 2.063%, en ambos casos durante el mismo período (ibid: FMI). Estos guarismos dan cuenta de la importante performance alcanzada por la Bolivia de Morales y Arce.
Final
Chile se halla frente a la posibilidad de cerrar un ciclo terrible y complejo al mismo tiempo, en el que los actores de su sistema político consintieron primero una convivencia y luego una transición con Pinochet y con la Fuerzas Armadas, que más tarde se prolongó en una democracia de alternancias partidarias monitoreada por una tutela de los uniformados paulatinamente declinante. Todo esto asentado sobre un modelo económico neoliberal que, como se viene de ver, dio signos de agotamiento ya en 2013 para abrir después espacio a una dura, persistente y amplia protesta social.
Habrá que ver si la Convención Constituyente consigue parir una reforma política sustantiva. En cualquier caso, la recuperación de un dinamismo económico capaz de dar respuesta al malestar social no dependerá de aquella, sino del modo en que se instale una nueva y solvente matriz económica. Chile necesita redefinir los cuadrantes de su futuro económico, social y político. La reforma constitucional puede hacer un aporte pero per se es obviamente insuficiente.
Bolivia, por su parte, retoma airosamente un camino de autodeterminación que procurará darle continuidad a un proyecto político singular. No le será fácil. Jeanine Áñez es, conforme a la normativa vigente, una Presidenta transitoria (obviamente lo será hasta la asunción de Arce). Del mismo modo, Juan Guaidó es –también oficialmente— un presidente encargado (al que asimismo puede definírselo como de papel). Ambas denominaciones transmiten una extraña artificiosidad que curiosamente hace sistema con la persistente pretensión intervencionista de Estados Unidos sobre Bolivia y Venezuela, entre otros países. Evo Morales, en su libro Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado, lo destaca en varias partes del texto, obviamente para el caso boliviano.
El triunfo ha sido rotundo y eso jugará en favor del flamante Presidente electo y de sus posibilidades de gobernar. Por añadidura, tendrá mayoría en las dos cámaras del Congreso. Hay así, en este caso y de nueva cuenta, una flecha que ya está en el aire en busca de llenarse de sol.
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