Vergüenza y repugnancia
Las emociones pueden ser utilizadas para manipular o canalizarse como reacción saludable
Ilustración principal: Goya, "Viejos comiendo sopa", 1819-1823.
¿Qué debería hacer un niño si su madre le avergüenza y su padre le repugna? Hay muchas respuestas posibles, pero si consideramos las tradiciones filosófica y científica deberemos considerar a vergüenza y repugnancia como emociones (sentimientos o pasiones), junto a temor y esperanza, ira y compasión, gratitud, celos y envidia, y a veces, reduciendo a todas, amor y odio.
Aceptado esto, algunos dirán que hay que tomar con reservas las emociones de los niños para decidir qué hacer y otros por el contrario le darán a esas emociones un papel determinante. Pero, ¿qué respuestas daríamos si nos preguntáramos por el lugar de esas emociones en un adulto? Y más aún, ¿qué diríamos del lugar de las emociones en general, y de la vergüenza y la repugnancia en particular, para la acción política y el juicio jurídico?
Contra el populismo y los impopulares
Martha Nussbaum, una filósofa que se ha ocupado del tema en su libro El ocultamiento de lo humano. Repugnancia, vergüenza y ley, relata que en California un juez ordenó que un hombre que había cometido un robo usara una camisa con la leyenda “Ladrón en libertad condicional”. Y que en otros estados, a quienes son condenados por manejar alcoholizados se les avergüenza exigiéndoles pegar en sus coches calcomanías que dicen: “Condenado por conducir bajo la influencia del alcohol”. También relata el caso de un hombre que mató a una mujer lesbiana cuando la vio haciendo el amor con su pareja y que en el juicio sostuvo como atenuante que había tenido una repugnancia abrumadora que le había hecho cometer el crimen.
A su vez, algunos críticos sociales han defendido esos castigos vergonzantes y el tomar la repugnancia como fundamento en la construcción del derecho. La repugnancia nos indicaría que se está violando una ley de la naturaleza, amenazando el orden social, lo que justificaría erradicar ese peligro. Y desde esos enfoques se ha sugerido que a los jóvenes traficantes de drogas se los envíe a su casa “con la cabeza rapada y sin pantalones”; los militares estadounidenses han realizado vejaciones avergonzantes de sus prisioneros; el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, dijo que sería incapaz de amar a un hijo suyo que fuera gay; y el diputado Alfredo Olmedo llegó a presentar un proyecto de ley para aplicar a los condenados por violación la castración física.
Por su parte, el gobierno de Mauricio Macri ha desplegado contra el populismo una política de las emociones y los bajos instintos, y así ha descalificado, estigmatizado, calumniado y difamado al conjunto del gobierno anterior y a otros opositores, exponiéndolos al escarnio y la vergüenza pública de su humillación y desprecio, como impopulares, para luego perseguirlos, privarles de sus derechos y encarcelarlos; logrando instalar en amplios sectores de la población una sensación de vergüenza y repugnancia sobre ellos y otros grupos sociales. Pero esas políticas contra el populismo, bajo un disfraz economicista, se han mostrado racistas, discriminadoras y punitivistas.
Emoción y creencia
A diferencia de otras sensaciones físicas, las emociones están estrechamente asociadas a nuestras creencias, verdaderas o falsas. No tenemos hambre o sed por creer que debemos estar bien alimentados e hidratados, pero, si más allá de la evidencia creemos que alguien ordenó la muerte de otro, podremos llamarle asesino; si creemos que ha robado podremos avergonzarnos de esa persona; y si creemos que todo en el otro merece ser rechazado, podremos sentir repugnancia ante él. Por eso Aristóteles sostiene en su Retórica que los políticos, si instauran las creencias adecuadas, aunque sean falsas, pueden generar emociones para manipular a los ciudadanos en su favor y en contra de sus oponentes.
Así, el uso de algunas emociones en la política y el derecho nacional e internacional se ha intensificado en las últimas décadas en un sentido negativo y retrógrado, en asociación con el uso simultáneo de la mentira para derrocar gobiernos, justificar guerras, imponer injusticias y desvirtuar el sistema legal de una sociedad liberal.
Pero por otro lado, y como Nussbaum ha defendido, las emociones también juegan un papel positivo en la política y el derecho que hay que saber distinguir. Por ejemplo: la evaluación legal de una conducta motivada por la ira y el temor ante un ataque a un ser querido.
Y es que las emociones son guías de la acción, pero como hay distintas emociones y las acciones pueden ser fundadas o sin fundamento, razonables o irracionales, justas o injustas, es necesario aclarar y distinguir esas relaciones entre acción y emoción.
Las emociones en la política y el derecho
La repugnancia sensorial se asocia a un fuerte rechazo de objetos que se pueden introducir en nuestro cuerpo, y a los fluidos, excretas y la putrefacción, que puedan contaminarnos con sus “impurezas” y así mostrarnos la finitud y corrupción mortal de nuestros cuerpos. Pero una cosa es la repugnancia sensorial por el desborde cloacal de los tribunales de Comodoro Py (y no es metáfora) con las quejas de los trabajadores por los daños objetivos a sus condiciones de trabajo; y otra muy distinta es la repugnancia de la misoginia y la homofobia que se pone de manifiesto con el temor a que la pureza de los niños sea “contaminada” por su crianza por una pareja homosexual; la repugnancia xenófoba a que los extranjeros contaminen la pureza del ser nacional; o la repugnancia social a que los impopulares “feos, sucios y malos” rompan los muros de exclusión y puedan contaminarnos. En un caso se trata de pensamientos racionales y en el otro de pensamientos mágicos y de autoengaño, que no pueden ser sustento normativo ni justificación de elección política alguna.
Así, la aceptación del uso y aplicación de las emociones en la política y el derecho resultarán pertinentes en tanto se dirijan a la protección de algún bien tutelado y el no daño a terceros de acuerdo con criterios razonables y proporcionados: la legítima defensa acepta la ira del atacado para la protección de su integridad pero no justifica la ira del exceso en el uso de la fuerza. Y la estigmatización en cualquiera de sus formas, de una persona que ha cometido un delito, para avergonzarlo públicamente, no tiene nada de justificable.
Por eso Nussbaum sostiene que “una sociedad liberal tiene razones particulares para inhibir la vergüenza y proteger a sus ciudadanos de ser avergonzados” y que la repugnancia es mala guía para fines políticos y jurídicos “porque no orienta bien respecto del peligro genuino; porque está atada a formas irracionales de pensamiento mágico y, sobre todo, por ser altamente maleable en términos sociales y muy a menudo utilizada para atacar a individuos y grupos vulnerables”.
La repugnancia como rechazo de la contaminación
“Los fines, por más legítimos que resulten, no justifican el empleo de cualquier medio, repugnante a un Estado democrático de Derecho”, dijo sobre el proyecto de Olmedo el especialista en derecho penal Mario Juliano. “Los medios” resultaban repugnantes para una sociedad democrática, dijo Juliano, y no que el diputado Olmedo le resultaba repugnante. Y es que si la repugnancia es una emoción que rechaza la contaminación del cuerpo propio por todo aquello que nos recuerda la condición animal y mortal de nuestra vida, aspirando a un cuerpo y una vida pura, la prohibición de actos crueles e inhumanos como repugnantes al derecho, alude al daño y no a la condición de un ser con capacidad de contaminarnos.
Y sin embargo, la manipulación emocional instaurada por Cambiemos para estigmatizar a sus oponentes y representados (estratos inferiores e impuros), se ha dirigido a promover una repugnancia de los mismos como seres de malignidad absoluta a los que deben aplicarse castigos vergonzantes y con los que se debe terminar para siempre, para que no vuelvan y puedan contaminar nuevamente al cuerpo social. Esto no es nuevo. Ya Sarmiento había dicho: “¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar”. Y la idea de contaminación por el peronismo tampoco es nueva: “No nos engañemos, nuestro país sufrió una verdadera invasión del virus totalitario. […] La gran defensa de los pueblos contra estas epidemias sociales se encuentra en la personalidad individual que se agranda”, dijo Aramburu a principios de 1956.
En la elección propia de un niño que ve trastornado su afán omnipotente de tener bajo control todas las variables de un mundo puro, el carácter reductor de vergüenza y repugnancia no deja lugar al enlace crítico de una realidad imperfecta. Pero ese no es el camino de un ciudadano responsable que persigue la justicia. Porque aunque vergüenza y repugnancia tienen un lugar importante en nuestro lenguaje moral, y pueden tenerlo en el lenguaje político y jurídico, cuando se las proyecta para una manipulación social subordinante no resultan buenas guías como fundamento de las decisiones políticas o del juicio jurídico. Afortunadamente hoy se observa en la sociedad un enojo (ira) creciente, emoción razonable en razón del daño recibido, y virtuosa en tanto cultiva fundamentos racionales para una acción política y jurídica legítimas.
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