Como sucede cuando un autor escribe, la lectura de las obras se ficción es atravesada por su tiempo, espacio y condición de clase. Una y otra suelen escapar a la intención de sus respectivos actores, lo cual torna tan atractivo como enigmático su destino. Un claro ejemplo resulta Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift (Dublin, 1667- 1745), novela en cuatro partes estereotipada por el canon dentro del género satírico. Hoy condenada como fábula infantil, especialmente tras el largometraje de animación realizado en 1939 por la Paramount e infinidad de versiones reducidas dedicadas a ese público. Conversiones lavadas de controversias acerca del fuerte contenido político sobre el poder y su época, al postular que la sociedad moldea al individuo y nunca a la inversa, tal cual lo promovía el Robinson Crusoe, publicado siete años antes, apología del incipiente colonialismo británico.
Más próximo en el tiempo, las distopías escritas en el siglo XX como 1984, Fahrenheit 451, Un mundo feliz o La naranja mecánica fueron a parar al anaquel de la ciencia ficción, en el intento de aplacar las respectivas denuncias de sus dinámicas sociales. Por fortuna, aquellos textos suelen permanecer incólumes en toda la potencia de sus contenidos; aunque se desdibujen en el aplastamiento de la historia, el lector advertido logra trazar las conexiones pertinentes con los distintos momentos.

No obstante, ya sea por marketing o inconveniencia política, persisten las alteraciones. A menudo colaboran los equívocos desatados por las traducciones. Es célebre el asunto del zapatito de cristal que salva a Cenicienta, cuento de hadas de origen euroasiático, de transmisión oral, popularizado por los hermanos Grimm a comienzos del siglo XIX, a partir de la famosa versión de Jacques Perrault de 1697, quien instala el asunto del zapato ya en el título. Tanto en la tradición juglaresca como en las versiones más antiguas, el calzado era de vair, en francés, que en el lenguaje hablado suena igual a verre, vidrio, cristal. Y vair designa a una pequeña ardilla siberiana, codiciada en peletería. Cuero o piel, razonablemente más apto, suave y elegante, para la confección de la cubierta de un zapato y, por ende, coherente con la intención propia de una fábula moral. Alivio para miles de purretes alarmados por los eventuales estragos vítreos en los pies de la doncella durante su escalada de movilidad social ascendente.
Pérdida y recuperación de sentidos son la constante que rige la literatura dedicada a las infancias, inspirada en las construcciones tradicionales garantes de cierta eficacia, tanto como las composiciones experimentales o novedosas, que de todas maneras contienen uno o varios de aquellos condimentos estructurales. Adquieran la forma que sea, tales narraciones conservan en su interior elementos y formas que les preceden, por lo general pertenecientes a sus tradiciones culturales. Sépanlo los autores o no, portan en sus obras saberes y prejuicios en correspondencia, mayor o menor, tanto con fragmentos históricos naturalizados como otras concepciones ideológicas. Las metodologías analíticas desarrolladas para la literatura desde mediados del siglo XIX en adelante, proponen dividir la trama según los temas o secuencias. No por azar, esta técnica fue adaptada posteriormente para la interpretación de los mitos por la etnología y de los sueños en el psicoanálisis.

Toda esta voltereta tiene por objeto aproximarnos a las notables coincidencias presentes entre la historia argentina reciente y la flamante publicación de Leina y el Señor del Bosque. Historia breve dedicada al público infantil, escrita por Myriam Dahman (Marruecos, 1986) y Nicolas Digard (Paris, 1980), bellamente ilustrada por Júlia Sardà (Barcelona, 1987). En honor de la secuencia mítica, la historia comienza en un pequeño pueblo sin nombre, situado frente a un bosque donde los habitantes se proveen de leña. Entre ambas orillas se sugiere cierta tensión que el río que las divide no alcanza a mitigar. Una sola barca, conducida por Leina, lleva y trae a los pobladores, temerosos de la foresta presuntamente encantada: “Incluso se hablaba de personas que se habían adentrado en él y jamás habían vuelto”.
La figura del barquero surge en forma asidua en la mitología de la Grecia clásica bajo el nombre de Caronte, encargado de llevar los muertos al inframundo. Reaparece en La Divina Comedia (1321) con el mismo nombre, en las puertas del infierno. Obviamente es un personaje negativo, tanático, al cual Dahman y Digard invierten en un doble rizo: es mujer —Leina— activa y positivizada, de tímido sesgo erótico. Su carácter apocado se exacerbaba frente al joven Oren y sus manifestaciones empáticas. Transformación en lo contrario capaz de reorientar el sentido del relato. La armonía se quiebra el día en que el muchacho no regresa, ausencia que materializa la tensión inicial de la trama, desatándose el conflicto bajo la forma de incógnita.
Leina aguarda el regreso de su pretendiente durante cuatro noches, hasta vislumbrar una luz del otro lado del río. Desafía una tormenta, atraviesa las aguas pese a la interdicción (de rigor en toda secuencia mítica) meteorológica y se topa con un enorme sapo, distinto a cualquiera que “hubiera visto antes”. El villano batracio se presenta como Señor del Bosque, parece inofensivo, aunque se insinúa acechante y manipulador. Propone una complicidad con Leina, solicita ir al pueblo, la joven accede, los aldeanos son vehementes en su repudio al extranjero, regresan al bosque. En agradecimiento, el sapo invita a cenar a la heroína en su lujosa madriguera. Afuera ruge la tormenta, el sapo se ausenta no sin antes invitarla a pernoctar en alguna de las habitaciones, cualquiera, menos en la de puerta negra. Está planteada la trampa bajo el disfraz de lo solícito.
Como corresponde, la heroína transgrede la orden del sapo, ingresa en la puerta prohibida, donde la voz de una ardilla la interpela: es Oren. Mediación que descubre los pormenores del engaño, uno a uno los animalitos enjaulados se dan a conocer a medida que reclaman recobrar la forma humana y retornar con sus familias. Para esto último es condición vencer al sapo en un juego de cartas. Cuando el villano regresa, acepta gustoso el desafío e inician una partida similar a Verdad o Consecuencia, con una bola mágica de cristal como juez. Tras varias manos, Leina logra embarullar a su captor hasta poner en juego la Verdad y deshacer el hechizo. Concluido el combate mítico y recobrada la condición humana de todos los secuestrados, los héroes se reúnen en la escena de reconocimiento propia del final feliz.
Generoso en detalles y peripecias, de espléndida escritura, la obra de Dahman y Digard mantiene la riqueza narrativa y cromática sostenida por las ilustraciones de Sardà. Cumple con todos y cada uno de los requisitos de la estructura mítica (esa forma primitiva de la Historia): armonía, disfunción, conflicto, interdicción, engaño, develamiento, mediación, reacción, lucha, marca, victoria, transformación, castigo, regreso triunfal, reconocimiento. Trayectoria en la cual resulta factible divisar un núcleo de contenidos inherentes a la clásica puja del Bien contra el Mal, manifestados en la apuesta por la Verdad jugada por la heroína y su consecuente logro de liberar a los congéneres secuestrados, devolviéndoles su identidad.
Formulación poética de una expresión de deseos característica de la fábula, emerge al modo de una alegoría parangonable al procedimiento de Memoria, Verdad y Justicia experimentado con diversa fortuna por estos pagos. Metáfora eficaz, se vale de recursos milenarios de suficiente ductilidad como para actualizar situaciones históricas en las que resulta factible reconocerse. Poco importa si los autores han tenido noticia de las realidades argentinas recientes, o no. Cualquiera hayan sido los mecanismos trazadores de estas analogías, atañe la incumbencia donde se anudan formas y contenidos. Coincidencia o premeditación, Leina y el Señor del Bosque promueve acciones por encima de las proclamas, materializa una ética superadora de la moral, alega en favor de la Verdad en tanto compromiso no solo necesario, sino sobre todo posible.
FICHA TÉCNICA
Leina y el Señor del Bosque
Myriam Dahman y Nicolas Digard
Ilustraciones de Júlia Sardà
Traducción de Carole Vautier y Alberto Álvarez Gil
Buenos Aires, 2024
50 páginas
--------------------------------
Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí