Vaivenes de una guerra extraña
Washington se aproxima a la posibilidad de una intervención directa en Ucrania
La guerra entre Rusia y Ucrania ha mostrado vaivenes que de alguna manera trazan su desenvolvimiento. No obstante es conveniente manejarse con prudencia a este respecto pues las manipulaciones mediáticas y las distorsiones informativas han estado y están a la hora del día.
En una primera fase se impuso Rusia. Su campaña en el frente norte no prosperó. Pero en cambio su despliegue en el este y en el sur fue bastante exitoso. Tal vez puede señalarse como muestra de su predominante embate bélico inicial la toma de la sureña y portuaria ciudad de Mariupol, que estuvo bajo asedio casi 90 días hasta su rendición.
Asimismo, es conveniente recordar que en los comienzos de la contienda Rusia recibió un aluvión de sanciones y presiones económicas. Y que Estados Unidos y no pocos países europeos instalaron un boicot a sus exportaciones de petróleo y gas. Pagaron el pato, incluso, los oleoductos Nord Stream I y II, que finalmente quedaron desactivados. Este percance inicial causó algunos trastornos a Moscú, que luego los superó mediante la apertura de nuevos mercados que sustituyeron a los occidentales. Hubo, también, otros intentos en los planos bancario, financiero y de las exportaciones. Pero nada de esto terminó causando algún daño importante a Moscú. Cabe mencionar, asimismo, que hace muy poco Rusia llevó a cabo un ataque a diversas usinas eléctricas ucranianas: alrededor del 30% quedaron averiadas y/o fuera de servicio, lo cual no es precisamente poco.
Más recientemente, sin embargo, ha habido un repunte de Ucrania que ha avanzado con éxito en la recuperación de territorios propios en las regiones de Donetsk y Lugansk. Puede ponerse de ejemplo, al momento del cierre de esta nota, el combate que libran las tropas ucranianas en el frente sur por el control de la ciudad de Jerson. Esta notable capacidad de respuesta sólo se explica –y sin menosprecio del empeño bélico de los ucranianos por defender su suelo– por el enorme aporte dinerario y de transferencia de armamento de diversa clase efectuado por los Estados Unidos y por buena parte del resto de los países que componen la OTAN. Se calcula que le han aportado hasta ahora no menos de 40.000 millones de dólares en la reposición y ampliación de los sistemas de armas utilizados por sus fuerzas militares. Debe consignarse, por otra parte, que Ucrania está también gestionando una ayuda financiera de la comunidad internacional por 38.000 millones de dólares para cubrir su déficit presupuestario de 2023. Obviamente, sin estos apoyos monetarios y sin la correspondiente capacitación recibida para el uso de esos materiales bélicos, la guerra probablemente hubiera ya terminado.
Cabe señalar, finalmente, que Rusia ha puesto en marcha un nuevo despliegue de tropas en territorio de Bielorrusia: no es improbable que esté considerando abrir un nuevo frente en el norte ucraniano. Y que Estados Unidos, por su parte, ha desplazado la División Aerotransportada 101, que se ha instalado en Rumania. Su vanguardia está establecida a escasos 4 kilómetros de la frontera de aquella con Ucrania. Y toda la División se encuentras aproximadamente a 300 kilómetros de Jerson que, como se ha mencionado, se ha convertido un significativo campo de batalla. Estas dos iniciativas no tienen proximidad geográfica. Muestran, empero, que el nervio bélico continúa tenso. Y que por alguna razón que aún no se ha dado a conocer, Washington se ha aproximado considerablemente a la posibilidad de una intervención directa en la contienda.
Una guerra por delegación
En febrero de 2021 –antes de que Joseph Biden iniciara la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán– ingresaron al Mar Negro dos poderosos cruceros: el USS Donald Cook y el USS Porter. Luego, en abril, el Presidente norteamericano autorizó vuelos militares con el objeto de monitorear la actividad naval rusa en dicho mar.
Entre fines junio y comienzos de julio se realizaron las ejercitaciones denominadas Sea Breeze. Participaron en ella 17 países de la OTAN más Moldavia, Suecia y Ucrania. Se desplegaron 5.000 efectivos, 32 buques y 40 aviones. Buena parte de las naves debió navegar el Mar Mediterráneo, el Mar Egeo, pasar el estrecho de Bósforos, navegar el Mar de Mármara y atravesar el estrecho de Dardanelos para llegar recién al Mar Negro. Son ribereños de este sólo seis países: Bulgaria, Rumania, Turquía, Georgia, Ucrania y Rusia, de los cuales solamente los tres primeros integran la OTAN. Vale la pena preguntarse: ¿qué había venido a hacer efectivamente ese pesado contingente, desde tan lejos, para hacer maniobras militares poco menos que en la propia cara de Moscú?
Rusia, desde luego, mostró claramente su desagrado y su preocupación frente a esa frondosa y muy equipada incursión. Al fin y al cabo, hoy en día es la potencia atómica más importante del planeta.
Como si lo anterior no hubiera sido suficiente, a comienzos de noviembre navegaron ese mar el antedicho USS Porter, un buque cisterna y el Mount Whitney, nave insignia de la VI Flota estadounidense. Y en diciembre aumentaron los vuelos de reconocimiento. No hay que ser muy ducho en materia militar para comprender que todo eso configuró un cuadro de desafío, asedio y provocación contra Rusia.
A comienzo de enero de 2022 Moscú procuró ablandar la situación creada por Washington. Y el 10 de enero Vladimir Putin y Biden tuvieron una reunión en Ginebra. No hubo entendimiento alguno. Los tres sensatos reclamos de Putin fueron: a) limitación de las ejercitaciones de la OTAN en el Mar Negro; b) evitar el despliegue de armamentos ofensivos en las cercanías de Rusia; y c) no incorporación de Ucrania a la OTAN. Ninguno fue aceptado por su contraparte. El peor de los tres era el que aludía al punto a). Sin dudas, la incorporación de Kiev a la OTAN le permitiría alojar armamento nuclear con capacidad de llegar a Moscú en menos de 10 minutos.
La respuesta de Rusia fue la menos mala: intentar cerrar la posibilidad de que Kiev quedara alineada a Washington y con la posibilidad de albergar silos nucleares en su territorio. Lo que la conducía ineludiblemente a la guerra con Ucrania. Afortunadamente para el mundo entero la contienda se circunscribió al plano convencional –por decisión básicamente de Moscú– y tomó la forma de una extraña guerra por delegación: Ucrania quedaba designada por Estados Unidos y la OTAN a combatir contra Rusia, con mandato y aporte de recursos por parte de aquellos.
Final
Iniciar la guerra fue, sin dudas, una decisión de Rusia. Pero esta acción fue inducida por la agresiva provocación de Estados Unidos y de sus aliados de la OTAN, a la que se sumaron Moldavia, Suecia y Ucrania, como se ha mencionado más arriba. Lo que conduce a una simple pero implacable deducción: nada de lo que está ocurriendo hoy hubiera sucedido si Estados Unidos y sus aliados no hubieran avanzado con un amplio y significativo despliegue de fuerzas para operar poco menos que en las barbas de Moscú. Así de sencillo y claro.
Las agencias de noticias y los medios occidentales generaron inmediatamente una masiva corriente de traslación de responsabilidades. Se borró el comportamiento desafiante y agresivo de Estados Unidos y sus socios menores. Y se cargó todas las tintas sobre Rusia, convertida en la mala de la película. Se produjo así un singular quid pro quo: los provocadores que navegaron cuatro mares y centenares de millas marítimas para desafiar a Moscú consiguieron quedar como agredidos y viceversa: aquella quedó como agresora.
Extrañamente, sigue siendo muy difícil dilucidar que impulsó a Biden a desafiar a Rusia en el campo de Marte. Nada explica satisfactoriamente qué tenía en mente el Presidente norteamericano cuando decidió malquistarse con Moscú, de lo cual hubo suficientes indicios durante 2021. Sigue flotando la pregunta: ¿qué lo llevo a inducir esta poco comprensible guerra por delegación, que parece no beneficiar a nadie?
Como quiera que sea, la contienda continúa con vaivenes. Nada está definitivamente dicho todavía. Sencillamente habrá que esperar y ver.
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