Vagos y mal entretenidos
Del empréstito Baring al endeudamiento de Macri y sus consecuencias
En 1822, durante el gobierno de Martín Rodríguez, cuyo Ministro de Relaciones Exteriores era Bernardino Rivadavia, se solicitó un empréstito en Londres por 1.000.000 de libras con la firma Baring Brothers. Se lo pidió para financiar obras públicas (que no se realizaron). La operación se concretó en 1824, pero el monto recibido (en su mayor parte, en letras) quedó reducido a 560.000 libras, luego de haberse descontado los intereses por dos años, las comisiones y otros gastos. Como garantía, se hipotecaron las tierras públicas que fueron entregadas en enfiteusis (en alquiler) a particulares, por una renta o canon anual que, además de bajo, fue difícil de recaudar. Este sistema puso a disposición de comerciantes, ganaderos y funcionarios enormes extensiones de tierras, en forma casi gratuita. Ante la falta de mano de obra para trabajar esas tierras, el gobierno promulgó un decreto con el fin de reprimir la vagancia, por lo que cada cual debía portar la «papeleta de conchabo», a los fines de demostrar que trabajaba formalmente bajo un patrón.
Dicha “papeleta de conchabo” se basaba en un decreto de 1815 que textualmente decía: “Todo hombre de campo que no acreditara ante el juez de paz local tener propiedades, será reputado sirviente y queda obligado a llevar papeleta de su patrón. Igual transitar el territorio sin permiso del mismo juez”, dando comienzo de esa manera al modelo agroexportador.
El 11 de septiembre de 1852 se unen los unitarios y federales porteños contra la Confederación Argentina para quedarse con el puerto de Buenos Aires. Los intereses de los estancieros y comerciantes asociados a Inglaterra hacen que surja la figura de Bartolomé Mitre quien, tras la deserción de Urquiza en Pavón, se hizo cargo del Poder Ejecutivo el 12 de diciembre de 1861. Su primer objetivo fue remover a las autoridades provinciales federales para garantizar la subordinación de todo el país. A la producción por estancia (la primera unidad capitalista de estas pampas) y la libre importación y endeudamiento con Inglaterra, le sumó la Guerra contra el Paraguay.
El mercado de cambio de Buenos Aires se creó durante la Guerra al Paraguay por los empréstitos de 2.500.000 libras esterlinas tomados por Norberto De La Riestra en nombre del gobierno mitrista, y por el ingreso de divisas del imperio de Brasil para financiar la guerra y comprar caballos, mulas, vacas, etc.
Al terminar su mandato, Mitre había logrado el propósito de dejar estructurada una Argentina políticamente liberal y dependiente del capital internacional ante el endeudamiento para financiar la Guerra al Paraguay. Endeudamiento que enriqueció como comisionista a nuestra incipiente burguesía porteña e hipotecó a la población. El origen y objetivo de la deuda no fue ni es sólo el negocio rentístico y facilitar altas tasas de retornos a los acreedores y sus socios, sino también, como trasfondo, constituir un modelo dependiente del capital financiero internacional, con determinados segmentos que se desarrollan en el país.
Esa misma lógica de división de la sociedad y dependencia al capital y a los mercados externos, es la que la hace decir al candidato a Presidente Roberto Lavagna: “La reforma laboral tiene que ser parte de un nuevo proceso de desarrollo, con una economía caminando, donde la reforma laboral no toque los derechos adquiridos de los que están (...) . La mayoría de los argentinos ya no está en el pedacito que tiene toda la protección laboral propia de los años '50, '60, '90. La gran mayoría está afuera. Al resto hay que mostrarle que la reforma genera empleo”.
Primero destruyen el mercado interno como reconoce la Unión Industrial Argentina (UIA) para la industria manufacturera :
- 134.311 puestos de trabajo perdidos desde que asumió Macri (12% del total), 64.232 en el último año (175 por día),
- desplome del 9,6% en la actividad del sector en los primeros seis meses de 2019 y,
- un promedio de más de cuatro cierres de fábricas por día (hay 1.676 menos empresas en el rubro que un año atrás, según la AFIP).
- El uso de la capacidad instalada cayó a un mínimo del 62%, pero si no se contabilizaran la industria del petróleo ni la del acero estaría por debajo del 50%. Un guarismo solo alcanzado en el año 2002. Lo mismo podemos decir de la construcción, de las economías regionales, del comercio, etc.
- Paralelamente disminuyen el crédito y lo poco que se genera es a tasas abusivas y, finalmente, reducen el mercado interno hasta lo increíble
De todo eso guardan silencio, mientras repiten hasta el cansancio que existe una economía global ineludible porque por costos las fabricaciones de la mayoría de los productos se realizan con componentes de todo el mundo, por lo tanto se debe internacionalizar, etc. etc. Y, ¿cómo internacionalizan? Bajando el salario medido en moneda dura y flexibilizando las condiciones de trabajo.
Lo que es peor es que hay un acostumbramiento de ese sentido de la realidad —construcción de sentido común, le llaman los sociólogos— y se acepta como normal, como ocurre por ejemplo en Chile o en Perú, donde las clases dominantes impusieron un modelo de crecimiento hacia afuera (venden cobre, zinc, oro, madera, pescados y moluscos, guano, etc.), como el modelo agroexportador de la oligarquía argentina, que en nuestro país voló por el aire con la crisis de 1930 y el Pacto Roca-Runciman y es reemplazado por el modelo ISI – Industria Sustituidora de Importaciones que remodeló la economía y la sociedad convirtiéndonos en una nación industrial y con un pujante mercado interno.
Todo país que quiere crecer y desarrollarse [1] debe defender su trabajo y su mercado interno. “Gobernar es crear trabajo” sostenía Perón, dejando en claro que la base y punto de partida era el empleo, en una Argentina que tenía tres banderas: la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. Un país cuya líder espiritual decía: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”. Ese era el sentido común generado por el peronismo que subsistió, mal o bien, con golpes de Estado y gobiernos de diferentes colores políticos hasta marzo de 1976 y que sintetizó Aldo Ferrer en Crecer con lo nuestro. Por supuesto que ese 'nuestro' se va adaptando a las nuevas circunstancias, pero siempre priorizando el empleo y la producción.
Miremos a China. Deng Xiaoping sostenía que había que garantizar que cada chino tuviera trabajo, por eso, a la par que desarrollaban la industria más moderna, con niveles tecnológicos de avanzada, en el interior, en muchas poblaciones, seguían produciendo arroz como hace cien años atrás. China creció sideralmente hacia afuera, pero el año pasado tuvieron un superávit de solo el 0,4% del PIB y en el primer semestre de 2019 obtuvieron equilibrio comercial, exportaron en divisas como importaron, porque crecen en base al mercado interno gracias a que gran parte de los chinos tienen niveles de ingresos per cápita equivalentes a U$S 35.000 anuales. Estamos hablando de la República Popular China, país que creció meteóricamente en los últimos 30 años en base a sus exportaciones y hoy también se convierte en fuerte importador para la región (este asiático y Oceanía), que crece porque le venden a China.
En 1974 la Argentina era el país más integrado del continente, con la menor diferencia entre los más ricos y los más pobres, por haber construido una cultura del trabajo — tenía una tasa de desocupación del 2,7% de su Población Económicamente Activa. Fue necesario implantar una sangrienta dictadura para romper ese modelo que incluso había logrado exportar Manufacturas de Origen Industrial, para sustituirlo por el de valorización financiera del capital, donde la tasa de interés y el dólar determinan cuánto y qué se produce, de manera tal que como lo reconoce la Universidad Católica Argentina, más de la mitad de los niños y adolescentes de la Argentina de Macri son pobres, gran parte de los jubilados y pensionados perciben ingresos por debajo de la línea de pobreza y hay trabajadores que tienen empleo y su remuneración no supera la canasta básica total.
Paralelamente, cincuenta familias argentinas forman parte en la nómina de mil millonarios de la revista Forbes [2] en una Nación que solo representa el 0,3% del comercio mundial y que se desindustrializa a pasos agigantados.
Basta como ejemplo la industria automotriz, en la que incluso el gobierno de Cambiemos subsidia la venta de vehículos 0 km, pero es tan sesgado a favor de los sectores de mayores ingresos que el 75% son unidades importadas y no las más baratas. La firma Toyota, instalada en Zárate desde hace más de 20 años, suspende a sus más de 5.000 empleados paralizando la planta en las primeras dos semanas de agosto de 2019. En ese marco, la empresa en una tajante modificación de las condiciones de trabajo, propone el banco de horas, por medio del cual recuperarán esas horas no trabajadas los días sábados una vez que se reactive el consumo.
El banco de horas fue una de las iniciativas más resistidas de todas las propuestas en el borrador de reforma laboral que el Gobierno de Macri le hizo llegar al Senado de la Nación en diciembre de 2017. Ahora, de hecho, vuelve a instalarse como una realidad en el mercado de trabajo.
Sentido común
Antonio Gramsci dice que "el sentido común dominante es el sentido común de las clases dominantes”, y que "está hecho de la sedimentación de diversas concepciones del mundo, de tendencias filosóficas y tradiciones que han llegado fragmentadas y dispersas a la conciencia de un pueblo. De ese sentido común se tomarán referencias y ordenamientos que justifiquen o reprueben los actos de la vida pública y privada”.
Entonces se toma como necesario y lógico que se flexibilicen las condiciones de empleo, pero poco o nada se dice de una política económica que desalienta la inversión, desindustrializa, obliga a competir con desventajas de todo tipo con productos extranjeros, tiene tasas de interés confiscatorias del capital y del patrimonio, reduce el mercado interno, etc. De ese modo, todo se soluciona si se quitan derechos laborales, cuando es exactamente al revés: si las pésimas condiciones en que nos encontramos no son peores, es por los derechos de los trabajadores conquistados tras largas luchas. La burocracia sindical sabe que, si acepta la flexibilización, se van a enfrentar con aquellos a quienes teóricamente representan.
El caso más claro y más patético es Vaca Muerta. El 1° de febrero de 2017 el Presidente Mauricio Macri celebraba el acuerdo firmado entre los funcionarios nacionales y de la provincia de Neuquén, con representantes sindicales y empresariales en torno a Vaca Muerta, y afirmaba que debería ser el caso testigo para futuras negociaciones de convenios laborales. Dicho acuerdo incluye metas de productividad:
- Se puede reubicar trabajadores “en forma temporal o permanente en tareas diferentes a las que venían realizando” (siempre con el objetivo de “evitar despidos”);
- Se incluyen medidas contra el ausentismo laboral (las empresas se comprometen a instrumentar mecanismos necesarios para realizar los controles de ausentismo a efectos de evitar abusos que podrían generarse por boletas médicas);
- Disminuye la cantidad de trabajadores por pozo;
- Las empresas fijan las jornadas de labor y el número de los integrantes de la cuadrilla de trabajo;
- El horario de trabajo se mide desde que los trabajadores llegan al pozo, luego de trayectos de varias horas, que dejan de ser remuneradas.
Según datos de la subsecretaria de Ambiente de la Provincia de Neuquén, desde que se firmó el acuerdo en enero de 2017 a mayo de 2019 se produjeron 1.956 accidentes en el sector de los hidrocarburos, lo que tuvo un costo de ocho trabajadores muertos por no haberse adoptado las medidas de seguridad.
Pero los medios del sistema inculcan que la gente no quiere trabajar, que el argentino es vago por naturaleza. Y a los trabajadores les dicen que otros vienen a sacarles el trabajo porque no aceptan, dada la crisis, los cada vez menores salarios y la pérdida de derechos laborales.
El discurso sencillo, lineal, duranbarbista, es el de que todo se consigue con esfuerzo (como si alguna vez los hijos de ricos lo hubieran hecho). Y afirman: “Aquel que es pobre es pobre porque quiere”. Por un lado, es fácil hablar de méritos cuando no se nació en la pobreza y en la marginalidad. Para hablar de méritos deberíamos vivir en una sociedad donde todos partamos desde el mismo escalón social, cuando nuestra historia muestra la desigualdad a cada paso. Por otro lado, trabajadores capacitados, profesionales, se quedan sin trabajo porque se cierran empresas, se rompen las cadenas de pago, existe stock indeseado de mercaderías que no se vende, etc. Esos trabajadores desocupados o con serios riesgos de serlo deben entender y, por la fuerza, que si la sociedad en su conjunto no se realiza, no hay salidas para el que vive de su trabajo.
Al gobierno de Cambiemos lo sostiene el FMI, que no es poco, y su discurso individualista y ramplón que desgraciadamente capta a importantes franjas de la población, pero que se diluye con los conflictos sociales de los que no pueden llegar a fin de mes y que no tienen ni siquiera para enviar a sus hijos a la escuela o pagar los medicamentos de los padres jubilados, que cada vez son más, así como la paciencia es cada vez menor.
Friedrich Hegel decía que la historia "progresa aprendiendo de sus propios errores: solo después de esta experiencia, y precisamente por ella, puede postularse la existencia de un Estado constitucional de ciudadanos libres, que consagra tanto el poder organizador (supuestamente) benévolo del gobierno racional y los ideales de la libertad y la igualdad”. Ojalá nuestra sociedad en su conjunto, pero sobre todo los sectores medios tan fácilmente influenciables por el poder, lo entiendan.
[1] Celso Furtado: “Se debe concebir el desarrollo como un proceso multidimensional compuesto por grandes transformaciones de las estructuras sociales, de las actitudes de la gente y de las instituciones nacionales, así como por la aceleración del crecimiento económico, la reducción de la desigualdad y le erradicación de la pobreza absoluta”
[2] Forbes es una revista especializada en el mundo de los negocios y las finanzas, publicada en Estados Unidos. Fundada en 1917 por B. C. Forbes, cada año publica un listado con las personas más ricas del mundo.
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