Por la identidad y la justicia

30 años de HIJOS, la agrupación que sacudió la modorra de quienes parecían resignados a la impunidad

 

En 1995, la Argentina era un pantano maloliente de impunidad. Los pocos militares que aún permanecían presos tras las leyes de Obediencia Debida y Punto Final habían sido liberados por los indultos del Presidente Carlos Menem.

Pero la impunidad no era un concepto abstracto ni un puñado de viejitos asesinos regresando a sus casas. Mientras Menem defendía el pedido de ascenso de los capitanes de fragata Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón –dos miembros de los grupos de tareas de la ESMA–, el general Antonio Domingo Bussi, uno de los represores más feroces de la dictadura, se encaminaba decididamente hacia la gobernación de Tucumán, y otros gangsters de su misma calaña se ilusionaban con una carrera política.

Para los organismos de derechos humanos, aquellos eran años de derrota, nuestra joven democracia tenía los dientes rotos, y en medio de esa tragedia –como un faro de dignidad– las Madres de Plaza de Mayo le recordaban al país en cada ronda que habíamos perdido el rumbo.

En ese clima de decadencia institucional, Horacio Verbitsky produjo un temblor con su libro El vuelo, en el que el capitán de corbeta Adolfo Scilingo describió con lujo de detalles los operativos de exterminio de los detenidos en la Escuela de Mecánica de la Armada. Y, a pesar de las confesiones y el espanto, en aquella Argentina parecía no haber consecuencias.

Sin embargo un día, como las estaciones o la marea, sucedió lo inevitable y, casi de forma espontánea, las hijas e hijos de las víctimas del terrorismo de Estado comenzaron a reunirse.

En abril de 1995 se realizó un pequeño encuentro en la localidad de Río Ceballos, Córdoba, donde se propuso la creación de una agrupación bajo las sigla HIJOS (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio).

 

 

HIJOS rápidamente se multiplicó en decenas de ciudades y, marcados por el ejemplo de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pronto se convirtió en una poderosa voz que se sumó a la lucha contra la impunidad.

Poco después, se realizó un campamento que congregó a cientos de jóvenes de todo el país y, en diciembre de ese año, HIJOS llegó a Plaza de Mayo, donde las Madres, emocionadas, presentaron esta nueva organización.

Todas las decisiones se tomaban en el ámbito de una asamblea y en una reunión de HIJOS Córdoba, uno de sus miembros propuso que, si el gobierno garantizaba la impunidad de los genocidas, al menos la sociedad tenía el derecho de exponerlos. Fue así que una murga ruidosa, seguida de una columna de jóvenes con bombos y malabaristas, llegó una tarde hasta el domicilio del general Luciano Benjamín Menéndez, repartió volantes entre sus vecinos y pintó el frente de su casa con rojo sangre, en lo que se denominó el primer escrache de la agrupación.

Los escraches se repitieron en todo el país y un día HIJOS-Buenos Aires reunió una multitud en la calle Cabildo, se acercó con una grúa a un departamento del cuarto piso y le gritó a Videla en su oído: “Asesino”.

 

 

Hasta cierto punto, HIJOS sacudió la modorra de una generación de jóvenes que crecía resignada a la impunidad. Los años y los historiadores determinarán el verdadero peso que tuvo en ese momento del país. Pero, más allá de eso, es indiscutible que HIJOS ofreció a sus miembros la contención que tanto necesitaban.

En una Argentina que había optado por mirar hacia otro lado, en un país donde un enorme sector de la sociedad respondía a la vergonzosa impunidad con el “por algo habrá sido”, HIJOS permitió a cientos de jóvenes encontrar un espacio de protección para hablar y reconstruir su identidad.

HIJOS representó para muchos de sus miembros el afecto y la familia que habían perdido y su trabajo fue la hermosa respuesta, la prueba fáctica de que el plan de exterminio de la dictadura había fracasado.

Han pasado treinta años desde aquel pequeño campamento que dio origen a esta organización. Algunos de sus miembros ya son abuelos, pero quizás esa experiencia de solidaridad y entusiasmo sirva de inspiración para que otros jóvenes se unan, trabajen y enfrenten los nuevos desafíos, poniendo un límite a los profetas del odio y la sinrazón que aún proliferan en nuestro país.

 

* Hijo de Máximo Jaroslavsky, médico desaparecido en Tucumán. [email protected]

 

 

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