Usos y abusos de Spinoza
La Nación y el bien supremo de la “tolerancia universal”
No podía faltar, en medio de las discusiones sobre “políticas del odio”, algún artículo erudito en La Nación homenajeando en la figura del filosofo Spinoza el bien supremo de la “tolerancia universal”. El conocido historiador Enrique Krauze afirma en su breve texto del 13 de septiembre, titulado “Spinoza, nuestro contemporáneo”, que la actualidad de aquel marrano de la razón reside en su combate solitario contra los “fanatismos” religiosos: “Ayer marchaban los soldados de la fe; hoy proliferan los cruzados de la raza, la nación, la clase, la lengua, la ideología, el género, la cultura. Entonces los inquisidores excomulgaban a los herejes. Ahora los iluminados de derecha o izquierda ‘cancelan’ a los que piensan distinto o los queman vivos en las redes sociales”. Spinoza sería así “pionero universal en el ejercicio público de la razón, la búsqueda de la verdad objetiva, la defensa de la civilidad republicana, la libertad y la tolerancia”, y “tiene mucho que decir a nuestro siglo”.
El texto en sí no merece mayores comentarios, porque incumple con su propósito de traer a Spinoza al presente. Salvo por su curiosa enumeración de “raza, nación, clase, género”, como si fueran categorías surgidas de la sinrazón y no articulaciones específicas en torno a las que se constituyen poderosas líneas de opresión. Actualizar a Spinoza sería, atendiendo a la intensidad de los conflictos del presente, despolitizarlo. Por suerte la biblioteca spinozista no se ha detenido en la “tolerancia universal” y contamos con preciosos estudios sobre la contemporaneidad del pensamiento del autor de Ética que bien vale la pena conocer. Nombro ahora solo dos.
El primero, La ilustración radical, la filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750 (Fondo de Cultura, 2011), de Jonathan I. Israel. Se trata de un voluminoso tratado que demuestra sobradamente la militancia política de Spinoza en la corriente no de la mentada “tolerancia universal” sino en aquella otra, la de la “ilustración radical”, que se distingue de la primera al concebir entre la condiciones para la tolerancia la distribución equitativa de la propiedad de la tierra y la equivalencia en los derechos de género.
El segundo, quizás más molesto, puesto que su autor escribe como un poeta y no como un académico, es el de Henri Meschonnic. Me refiero a su libro Spinoza, poema del pensamiento, editado por Cactus y Tinta Limón Ediciones en 2015 (con notable traducción de Hugo Savino). Meschonnic, maestro del pensamiento del lenguaje, nos muestra que lo teológico político –el fanatismo– se prolonga hasta nuestro presente bajo la forma de una escritura sin ritmo, puro signo en cuyo reinado se borran el cuerpo (spinoziano) y sus afectos. El poema no es el verso ni el estilo, nos dice Meschonnic, sino el lenguaje cuando inventa modos de vida y los modos de vida cuando inventan lenguaje. Historicidad. La actualidad de la batalla contra lo teológico político –desde la Santa Inquisición al capitalismo actual– es inseparable de la batalla contra la propiedad privada concentrada en el lenguaje, no sé si le suena algo de lo que digo. Probablemente no, ya que el diario que publica esta nota sobre Spinoza se ha convertido en una fortaleza contra toda escucha de ese tipo, y la escucha es esencial para captar afectos. Salvo que a los afectos se los de ya por desaparecidos.
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