Uruguay, que no ni no
Un irreverente diccionario para entendernos con los hermanos de la otra orilla
Con los uruguayos nos hermanan para siempre pasiones como el mate, el fútbol o la particular identidad rioplatense, pero nos distancia el idioma. A uno y a otro lado del río, el español que se habla no es el mismo. Empezando por el adverbio “mismo”. Aquí equivale a igual (“Me da lo mismo”) y enfrente se utiliza como afirmación (totalmente, posta, ahora, ya).
Curiosidades de esta naturaleza revela ¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños, de Gustavo Fripp Rojas. Las diferencias empiezan –aunque no terminan– en la b larga, con la palabra boniato, lo que para nosotros es la batata. “Generaciones de lingüistas se preguntan incansablemente por qué justo en Uruguay se le dice ‘dulce de batata’ al dulce de boniato, y no ‘dulce de boniato’, siendo que el término batata acá casi no se utiliza, y boniato gana por goleada”, advierte el texto. En ese generoso tubérculo se localiza el origen del libro. Su autor atendió locales de comida en Colonia y en Montevideo y recibió centenares de veces esa pregunta, proveniente de mesas de turistas argentinos: “¿Qué es boniato, maestro?”
Fripp Rojas (editor de fanzines culturales y políticos y durante seis años director de la publicación satírica ¡Oligarca puto!), con gran sentido de la observación y enorme humor, hurgó en fuentes diversas, le puso oreja y corazón a lo que preguntaban sus clientes argentinos y atomizó (en Uruguay: fastidió, molestó, hartó) a todo el que tuviera adelante. En esa investigación llegó a una conclusión: “El habla va cambiando con las generaciones, dependiendo de dónde vengamos o qué vínculos sociales tengamos”. También se ocupa de aclarar que su diccionario no contempla todos los uruguayismos, sino aquellos que él más conoce, “expresiones colonienses o montevideanas”.
Más allá de discusiones semánticas, quien esto firma tiene por los yoruguas una alta estima. Asombro por cómo cuidan el camino de la costa en Montevideo; envidia porque durante buena parte del año pueden remojarse en su río-mar; aprobación porque frente a un ser humano que cruza mal, los automovilistas frenan (acá no frenan, aceleran y tocan bocina para asustar); cariño frente a formas tan amables como merece (de nada), olímpico (buenísimo), pasen bien (buen día) o va pa’ ahí (de acuerdo); admiración porque sortearon con elegancia distintas crisis económicas que los condujeron a una pobreza más digna (si es que esto existe) y también por el tesonero de proteger tradiciones como el carnaval. Como se ve, se trata de razones que ni Susana Giménez ni el prófugo de la Justicia argentina Fabián “Pepín” Rodríguez Simón deben haber tenido en cuenta a la hora de cruzar el charco.
De los dos lados del río
Hay un lenguaje cotidiano que nos identifica, según el lado del estuario en que vivamos, pero que también nos separa. Acá, plancha es un electrodoméstico común; allá un pibe chorro. Para nosotros, vejiga es una parte esencial del aparato urinario, para ellos un cargoso insoportable. Con lograda ironía denominan cantegril (así se llama una de las zonas clásicas y exclusivas de Punta del Este) a las villas de emergencia. Porteño, si no querés quedarte con hambre, nunca pidas un bife de chorizo: serás complacido siempre y cuando encargues un entrecot. En la otra orilla, descansar significa tomarle el pelo a alguien. Acá es algo que cada vez hacemos menos. El diccionario apunta: “(El personaje) James Bó, de Capusotto, descansa a los uruguayos”. Botijas y gurises juegan al futbolito (metegol), celebran la atajada del golero (arquero); grandes y chicos lucen sus championes (zapatillas deportivas). El hincha de Peñarol (aurinegro, carbonero o manya) y el de Nacional (tricolor, bolsilludo, bolso) no van a la cancha, asisten al estadio. Entre muchas, no encuentro una palabra tan original y representativa que Bichicome (linyera, ciruja, marginal). Proviene de la deformación del anglicismo “The Beach Comers”, aplicado a las personas indigentes o sin domicilio fijo que iban a la playa a dormir y pasar la noche. La primera vez la escuché, dicha con inmensa gracia, fue en boca de la charrúa Natalia Oreiro en la película Miss Tacuarembó.
Bo (hubiera jurado que se escribía con v corta) es, según este eficaz mataburro, una de las más típicas acepciones uruguayas. Y tiene variados significados: “Se utiliza para requerir la atención de alguien, para ponerle énfasis a situaciones”. Podría ser sucedáneo de nuestro Che, pero este glosario expone una hipótesis más razonable: es una apócope de botija. La otra acepción multiuso es la interjección ta. Funciona a la manera de nuestro "dale" o para reafirmar un acuerdo (Nos vemos a las siete, ¿ta?) . Puede también significar basta (“Ta, te callás y listo”). Con la utilización de varios ta a repetición, el mejor relator de fútbol del Río de la Plata, Víctor Hugo Morales, registró una muletilla que le sirve para celebrar y volver más personal el grito de gol.
Significantes e insignificancias
Como las ya descriptas, este registro del habla oriental de cada día abunda en alusiones futboleras, gastronómicas, carnavaleras y sexuales. Nadie, salvo que sea un porteño distraído, miraría de reojo al que dijera: “Qué ganas me dieron de comerme un buen choto”. Eso que en estas latitudes refiere a algo sin interés, previsible, aburrido, y, como si fuera poco, sinónimo del órgano sexual masculino, en la avenida 18 de julio e inmediaciones se ofrece como una achura típica, fabricada con la tripa fina y la tripa gorda del cordero.
No faltan las definiciones políticas:
- “Artiguismo: una de las ideas centrales de José Gervasio Artigas era el reparto de las tierras entre los más necesitados. Acá todo el mundo entiende al término como mejor le conviene. Si no, no se comprende que hacendados y latifundistas se consideren artiguistas.”
- “Tupamaro: relativo o perteneciente al Movimiento de Liberación Nacional (…) movimiento al cual pertenece el ex Presidente José “Pepe” Mujica. Fue la principal organización guerrillera en Uruguay durante los años '60 y principios de los '70 (…) Muchos de sus integrantes fueron asesinados, desaparecidos, exiliados o presos por largos períodos en condiciones infrahumanas. Con el transcurso de los años fue suavizando su temperamento político y convirtiéndose en una de las fuerzas más importantes del Frente Amplio, a costa de sus principios fundacionales. “Pensar que este viejo cuando era tupamaro andaba secuestrando empresarios jodedores y ahora que es ministro se junta con ellos a chupar whisky”, ironiza Fripp Rojas.
- “Rosado: término despectivo con el cual los frenteamplistas se refieren a los dirigentes blancos y colorados que franelean políticamente (cuando no se revuelcan entre los yuyos) con el fin de derrotarlos en las elecciones (…) Ambos partidos de derecha votaron abrazados en 1986 la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que le otorga impunidad a los milicos responsables de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. ‘Estos rosados soretes nos cagaron toda la vida y ahora se presentan como paladines del cambio’, dice un frenteamplista enojado y asombrado por el ascenso de la derecha”.
Diccionario atípico por donde se lo mire, irreverente de la a la z, resuelto con la crítica y el humor propio de las dos orillas, se convierte en un corpus que llena unas referencias idiomáticas que hasta ahora no existían. Y que sigue abierto a las inquietudes de su autor. Para quienes deseen que Fripp Rojas siga llenando libretas y encarando la posibilidad de futuras ediciones, pueden colaborar enviando nuevos términos y dudas al correo [email protected]
Allá:
—Tate pronto, a las ocho que paso por vos.
—Ta, de más, Bo.
Acá:
—Preparate que tipo 8 te paso a buscar.
—Sí, genial, boludo.
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