Hace poco más de un año se combinaron dos fenómenos que hicieron posible el triunfo electoral del Frente articulado en tono al movimiento peronista. En primer lugar la conciencia generalizada e incontrastable de que el gobierno del Presidente Macri era un fracaso absoluto y de consecuencias devastadoras para la Argentina y su pueblo. Endeudamiento delincuencial, inflación descontrolada, pobreza y desocupación crecientes y una de las manifestaciones más dañinas de la corrupción: un equipo de gobierno más experto en la especulación y el saqueo financiero que en la gestión gubernamental. Y en esto, para muestra basta un “botón”: ¿qué hacía un escribano sin antecedentes profesionales, dedicado a la “trata internacional de jugadores de fútbol” y denunciado por evasión, al frente de la Agencia Federal de Inteligencia?
El otro fenómeno que hizo lo que muy poco antes parecía imposible, fue la decisión de Cristina Kirchner de conformar un amplio frente electoral, cediendo su derecho a presidirlo en favor de la candidatura presidencial de Alberto Fernández.
Está más que claro, cuando navegamos con dificultades la tormenta perfecta desatada por la pandemia, la monumental crisis económica heredada y la brutal embestida destituyente, desatada por los titulares del poder real; que sin estos dos fenómenos combinados, la comparsa macrista seguiría aún en el gobierno. Sin la toma de conciencia acerca de la magnitud de la catástrofe desatada por “el mejor equipo de los últimos setenta años” y sin la lucidez de la más importante figura de la entonces oposición, el peronismo no sería gobierno y como consecuencia la catástrofe hubiera tornado en hecatombe.
Pero la experiencia nos demuestra que la memoria en los tiempos vertiginosos que impone la mediatización de nuestras vidas, suele ser más fácilmente precarizada. Lo que hasta ayer era certeza hoy puede ser olvidado, reemplazado y malversado. Y cuando al gobierno le toca iniciar su gestión enfrentando una crisis sanitaria sin precedentes en los últimos cien años, negociar un endeudamiento nauseabundo y comenzar a reconstruir el derrumbe provocado por las marionetas del verdadero poder; solo a 9 meses de hacernos cargo de la maldita herencia como un hijo “mal parido” aparece en escena el fantasma responsable de muchas frustraciones a lo largo de nuestra historia: el individualismo disfrazado de purismo ideologista. El vanguardismo esclarecido y elitista. La soberbia sectaria y excluyente. La vanidad como motor de un protagonismo estéril que solo sirve para sembrar discordias y alimentar confrontaciones de las que maman satisfechos los que sueñan con un retorno que los saque del desierto adonde los llevó el voto popular.
Obviamente el “malandrismo” opositor bate palmas y agita banderas. Como cuando en el ring el rival acorralado aprovecha un segundo de distracción de su contrario y coloca una buena mano, lo que sigue es una andanada desordenada de golpes, destinada a impresionar al jurado y a los espectadores, para dar vuelta en el menor tiempo posible lo que de otro modo sería una derrota segura y probablemente irreversible. En una circunstancia como esa, lo primero que se debe hacer es salir del alcance de los golpes y recuperar la lucidez amenazada. Y sobre todo reconstruir la conciencia de cómo, porque y para qué estamos donde estamos. Unidad, solidaridad y organización, entendidas estas dos últimas como una absoluta subordinación de cualquier ambición personal o de grupo, a la superación de las penurias que sufre nuestro pueblo. El Frente de Todos debe seguir siendo el instrumento que permitió derrotar al intento más peligroso de la oligarquía de obtener legitimidad formal para sellar definitivamente el sometimiento de la dignidad de nuestro pueblo.
En pocos días el peronismo cumplirá 75 años de construcción de historia reparatoria y liberadora. Muchas veces hemos sufrido la derrota y pagado con la vida de miles de compañerxs los errores propios y la diabólica perversión ajena. Estamos dando una batalla que no admite deserciones y menos aún disputas intestinas. Vivimos una oportunidad que podría no repetirse. Reiteremos hoy, más convencidos que nunca, lo que fue nuestra consigna electoral y es la única verdad que por esencial no podemos dejar de ver y reconocer: la Unidad se defiende aunque duela.
* Embajador en Hungría
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