UNA ROAD MOVIE LITERARIA
Relatado por una niña, el viaje de una familia hacia las vacaciones atraviesa las personas y los estilos
Un viaje en auto, una familia. Desde la vera del río Uruguay, al Norte, atravesando el paisito hasta un balneario que bien puede ser Atlántida, La Paloma, el Polonio, por ahí. Maneja el padre, la mamá ceba mate. En el asiento de atrás, los hijos. Tres niñas, un varón. Quien relata es la del medio que, como corresponde, va sentada al medio. Después intercambian. Cada doscientos kilómetros, más o menos, dos de los botijas, a su turno, ocupan las ventanillas. Se pelean, cuentan postes y vacas, se duermen, se despiertan, mastican una empanada. La narradora vomita. Se detienen a estirar las piernas bajo unos eucaliptos; aprovechan para una foto.
Ha de ser el verano del '82 o del '83, pues está presente la guerra de Malvinas, pero lejos. También los estertores de la dictadura uruguaya, ya que se recuerda un acto en favor de la libertad y la pertenencia adulta a un partido político que no se puede nombrar. La gurisa que cuenta cursa la primaria en escuela pública, de delantal blanco y moña. Cree en dios y le reza en silencio para que no choquen. Se le entrevera durante el sueño bajo la forma de “una voz imperativa y nueva que viene casi desde el cielo”; le interrumpe el juego diciendo cosas que no entiende. Ahí, al ratito, es cuando vomita. Paisaje y horizonte se le mezclan con los pensamientos: un eventual novio dientudo, cierto fervor por el sufrimiento, por los atormentados que “son atormentados aunque alguien intente protegerlos. Hay algo en el tormento que los hace abrazarlos aunque les pique el cuerpo y el escozor les lastime la lengua”. Un adulto impávido podrá acusar que se trata de una niña que, muy cada tanto, dice como adulto, sin reparar en que, muchas más veces, los adultos dicen cosas de niños sin que se les mueva un pelo.
Ir de pasajero en un viaje largo, más si se es pibe, después de requerir varias veces cuánto falta y recibir la misma respuesta (“menos que antes”, “falta poco”, “ya vamos a llegar”, “yo te aviso”, “no preguntes más”, algo así), es proclive a insondables pensamientos, futuristas y retroactivos, certeras teorías. De los más luminosos a las más oscuras y todos sus puntos intermedios: “En la planta del pie tengo un lunar. Para mí que me salió el año pasado un día que pisé alquitrán en la playa y se ve que no me bañé bien y me quedó la mancha esa horrible y después me salió piel nueva arriba de la mancha y ahora la mancha está encerrada y ya no tengo nada que hacer. Eso es para mí lo que pasó, es lo que yo pienso. Ya nunca voy a poder ser modelo. Igual, no me importa, porque en el fondo no quería ser modelo; si tengo que querer, quiero ser misionera”. Una parada para cargar nafta y descargar vejigas puede devenir en descubrimientos. Encontrar, al lavarse las manos “un jabón con forma de huevo que está atornillado a una especie de perchero de jabones”. Cuando no, imponer las condiciones para el amor perfecto: “Si le gustan los misioneros, los hermanos, la palabra esporádico, las vacas que miran con tristeza, el olor a sándalo, los números perfectos, Colmillo Blanco, la palabra crepúsculo, los montes Apalaches, los confines, los bichos de luz, la feijoada, el otoño, el viento del sur, el arroz con espinaca y huevo frito, los mechones de pelo cobrizo, Tom Sawyer, los árboles caducos, los perros dormidos, las panderetas, yo me caso”.
Relato con voz en off y cámara subjetiva, road movie literaria, Prontos, listos, ya se asemeja mucho al script original de una película uruguaya, sin dejar de ser una brevísima novela con todas las letras. Nada extravagante, proviniendo de Inés Bortagaray (Salto, 1975), destacada guionista en films de ficción de su país, argentinos y brasileños. Tarea que converge con una notable producción narrativa que en cuentagotas va arribando a estas playas. Linaje cinematográfico hecho estilo, construye un relato salpicado de aparentes banalidades cotidianas dentro de las cuales serpentean tramas engarzadas a idiosincrasias donde bullen las diversidades en el revoltijo de las semejanzas. Como sucede al interior de esta familia durante los ochocientos kilómetros que transcurren entre su hogar en el interior profundo hasta la ciudad atlántica que todos los años les brinda reparo al estío. Sin desastres, trapisondas, imprevistos, sin nombres propios, los personajes se definen por sus acciones. Van configurando identidades dentro de una escena camuflada de naturalismo que deja de ser tal al quedar a merced de marcadas identidades. Donde parece que nada sucede, pasa de todo. Más en la intimidad de los cuerpos que en el conflicto, los intercambios se suceden sin ningún riesgo para una armonía en momento alguno falsificada. La lograda voz infantil es un océano cálido en el que el lector se sumerge, acompaña el juego de los personajes, grandes y pequeños; transcurre el oleaje de los pensamientos, respira sin dificultad.
Bortagaray conquista como flamante un terreno estival alguna vez visitado por buena parte de los mortales. Apartándose del minimalismo que fuera furor hasta ayer en las letras latinoamericanas, ensaya con éxito el tránsito hacia una ficción que cobra valores ecuménicos al imprimir huellas de identidad sobre el barroso camino de las mancias narrativas convencionales. Con Prontos, listos, ya, se suma a una corriente que atina a despuntar; una suerte de neobarroquismo de raíces, distanciado del componente mágico que caracterizó el boom de los años '60, en todo caso más próximo a lo fantástico. Con rasgos propios, la autora uruguaya ejercita su escritura por fuera de todo ello, tanto como del “color local” o del narcisismo costumbrista que, por mucho, le antecede.
Puede ser por los disparatados costos de edición, no menos que por la prejuiciosa pereza detectada por las multinacionales del papel impreso en los jóvenes lectores, que ya raramente se produzcan novelas de setecientas páginas. Lo cierto es que las ficciones que en la actualidad invaden el escuálido mercado rondan apenas el centenar de páginas. Políticas mercantiles, las del libro marchan al compás de las de la música, la indumentaria o las golosinas. De muchas formas condicionan los formatos privilegiados por los escritores, siempre interesados en dar a conocer, como sea, sus producciones. A pesar de las oleadas que privilegian la mercancía por sobre la calidad, insiste una literatura sustentada en el esmero por lenguaje, preocupada por la intensidad de sus historias. Con herramientas esenciales y tecnologías transitadas, Inés Bortagaray demuestra que es plausible edificar relatos originales cuya atracción se sustenta en la solidez del arduo trabajo de escritura.
FICHA TÉCNICA
Prontos, listos, ya
Inés Bortagaray
Buenos Aires, 2021
64 páginas
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