La plaza repleta y sin rejas fue el epicentro de una investidura popular. Cierto que las palabras de Cristina rozaron lo religioso, pero no lo fueron. El acto callejero de investidura del nuevo Presidente fue laico. Una aclaración: laico no quiere decir liberal. Sobre todo no quiere decir sin mística. Intento con esa palabra distinguir una mística atribuible a la fuerza colectiva de los cuerpos. Es esencial la diferencia. La fuerza no viene del cielo sino de una multitud muy diferenciada —en experiencias y formas de vida— que ve con nitidez lo que rechaza del pasado inmediato. Esa inmediatez tiene un valor cognitivo. Es una inmediatez propiamente política. ¿Cómo hacer de ese tiempo inmediato, de esa multitud que apoya y sostiene, un movimiento de transformación, no sólo de la Justicia, sino también de las líneas duras de la acumulación por desposesión? ¿Cómo no someter esa fuerza a la burocracia política y las grandes estructuras —patriarcales— de poder económico? ¿Cómo colocar esa fuerza en la región del lado de las luchas ciudadanas y populares? No fue un acto religioso, sino popular. Y lo popular, no reducido a populismo, es fuerza de invención. No cabe esperar milagros, sí quizás nuevos caminos.
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