UNA LECTURA FEMINISTA DE LA CONDENA
Nair es una víctima de la justicia patriarcal cuyas denuncias de violencia fueron ignoradas
Nahir Galarza es sin duda la mujer más joven en recibir una condena perpetua a través de un juicio cuya velocidad nos tomó por sorpresa a muchas feministas. En un momento político donde la marea verde parecía inundarlo todo, el agua no llegó hasta Gualeguaychú. Y hoy una joven de 19 años enfrenta una condena que considero injusta en su contexto, y en comparación con otros casos similares. En silencio y en la más profunda soledad, abandonada a su suerte por un movimiento que aboga por la libertad de las mujeres y que tiene como premisa creerle a la víctima, ¿por qué a Nahir nadie le cree?
Nahir confesó el crimen a la mañana siguiente del hecho, para que no inculparan al responsable del arma, su padre. Horas antes, cuando ella todavía era una testigo, le realizaron el dermotest, una prueba que busca residuos de pólvora en las manos y la ropa, y le dio negativo. No soy criminóloga, ni especialista, pero es de público conocimiento que la pólvora no se va de la piel al menos por tres días, y que no se quita con agua y jabón como la fiscalía sostuvo. ¿Por qué la fiscalía decide desestimar esta prueba contundente en la que se demuestra que ella no disparó el arma? Con un juego de palabras el fiscal sostuvo que el resultado negativo no significa que no haya disparado. A lo que también podríamos decir que el hecho que haya disparado no significa que haya sido su intención asesinarlo a sangre fría como sostienen, sino que quizás Nahir no esté mintiendo y sí haya sido un desafortunado accidente. A Nahir Galarza no se le concede ni siquiera el beneficio de la duda. Nadie fue testigo de ese momento, así que lo que se construye para llegar al juicio son relatos, discursos que se analizan para alcanzar la tan preciada “verdad”. Lo que voy a realizar es un análisis de esos discursos desde una perspectiva feminista.
Nahir sostiene que fue un accidente, la familia de Fernando sostiene que fue un crimen premeditado, en el medio se filtraron audios, mensajes, fotos de todo tipo. Fernando insultando a Nahir, Fernando relatando cómo Nahir lo había golpeado, la televisión entera construyó un relato y todos jugamos a ser detectives, criminólogos, fiscales, abogadxs y jueces, buscando cuándo se contradecía Nahir, analizando cómo estaba vestida, cada gesto, cada mirada, si lloraba, cómo lo hacía, cuándo y por qué. Si no lloraba por qué no lo hacía, examinando la “frialdad” de Nahir, quien se mostró íntegra durante todo el proceso, nunca performateó una víctima que el público pudiera adoptar. Nahir ni siquiera es una mala víctima, Nahir es una mujer que sostuvo su versión desde el principio hasta el final.
Del “ni uno menos” al discurso de la ley
Ante la aparición del movimiento Ni Una Menos y los debates públicos que ella generó, emergió en el campo del discurso social la consigna “nadie menos-ni uno menos” como un modo de postular una concepción universalizante de la violencia, que homogeniza lo que es histórica y materialmente diferencial. Las mujeres están ubicadas en otras relaciones materiales con respecto a los varones, relaciones económicas, familiares, laborales religiosas, las determinaciones históricas de la violencia contra las mujeres son otras.
La pretensión de universalidad y neutralidad en el discurso social del “ni uno menos, nadie menos”, también está en la letra de la ley, y en la praxis de los efectores e instituciones judiciales se registra igualmente esta pretensión bajo la idea de que la ley puede considerar situaciones y personas desde un punto de vista universal, y la institución judicial y sus efectores se encontrarían desprovistos de todo condicionamiento cultural acerca de la violencia y su tratamiento legal.
Ambas pretensiones tienen diferentes y convergentes consecuencias. En el discurso social del “nadie menos, ni uno menos”, se oculta que la violencia está materialmente diferenciada e históricamente determinada de modo tal que es imposible parangonar la violencia que se ejerce contra una “persona universal”, es decir un varón desde el punto de vista dominante en nuestra cultura, que la que se ejerce contra las mujeres o personas feminizadas o masculinidades no hegemónicas. Ellas están insertas en otras relaciones materiales de desigualdad desde el punto de vista familiar, laboral, cultural, religioso, e históricamente subordinadas. Los medios construyen su discurso sobre la base de un ocultamiento sistemático de esta realidad.
En el caso de la pretendida universalidad de la ley, de las instituciones y efectores judiciales, se supone que el tratamiento legal de la violencia es en sí mismo equitativo y proporcional, cuando nuevamente nos encontramos con que las personas materialmente involucradas, en este caso las mujeres, parten de una condición política, social y cultural radicalmente desigual respecto de los varones. El discurso mismo de la ley es patriarcal, como se sigue de una revisión mínima del corpus legal en el que se basa el procedimiento judicial, y los efectores e instituciones de justicia están constituidos por personas, buena parte de ellas varones, insertos en las coordenadas culturales mencionadas anteriormente, que son ocultadas nuevamente por la pretensión de universalidad y neutralidad. La tarea de someter a tratamiento legal y dictar sentencia justa en estos casos, plantea una exigencia necesaria de examen del cuerpo de la ley y autoexamen por parte de los efectores judiciales, es decir, un ejercicio crítico y feminista del derecho.
El asesinato de Fernando por parte de una mujer con quien mantenía algún tipo de vínculo sexo afectivo, vino como anillo al dedo para una gran cantidad de personas de nuestra población que vienen gritando desde hace tiempo en contra del movimiento Ni Una Menos, en contra de la noción de femicidio, alegando o bien que la violencia de género no existe o que existe en ambos géneros, partiendo del supuesto de igualdad entre hombres y mujeres ante los ojos de la ley. Claramente en la letra de la ley no hay distinciones de género, por más que se exprese en masculino en su mayor parte, entendido como un lenguaje neutro. Hay todo un contexto social donde la letra de las leyes se materializa, los efectores de la ley viven en dicho contexto, las discusiones sobre los momentos del juicio son televisadas y los marcos que se proponen como clave interpretativa son generados en este contexto también. Pues bien, ese contexto es nuestra sociedad actual, una Argentina que tiene una mujer asesinada cada 30 horas a manos de uno o varios hombres.
¿Por qué se apela a la neutralidad en una sociedad en donde, claramente, no hay ni hubo neutralidad posible para con nosotras? ¿Cómo distinguimos esa violencia que se ejerce sobre una comunidad específica entera, que termina cobrándose la vida de las mujeres por el simple hecho de ser mujeres? La violencia no es sólo violencia como pregonan hoy los neutros, los “ni uno menos, los nadie menos”, los devenidos en pacifistas. La violencia tiene sus particularidades, sus peculiaridades, sus atenuantes, sus motivaciones, sus consecuencias y sobre todo su propia historia. La historia de la conceptualización de la violencia de género no es asunto actual, es el trabajo de miles de feministas que pudieron ponerle nombre a ciertos rasgos de la violencia ejercida por un varón hacia una mujer; que se fue complejizando a lo largo de los años para dar cuenta de que no sólo se trata del asesinato, sino también de las construcciones culturales y simbólicas que se hacen de las mujeres, que muchas veces nos terminan costando la vida. Fernando ha sido presentado como una mera víctima de violencia de género ejercida por una mujer. Esto no es posible por el simple hecho de que es varón y con ello cuenta con un sinfín de privilegios que la cultura patriarcal en la que vivimos le otorga a los varones.
Nahir Galarza es juzgada en este contexto. ¿Qué implica esto?
Nahir, víctima de la Justicia Patriarcal
¿Cómo tiene que presentarse una víctima de violencia de género ante la sociedad para que la reconozcan como tal? Si Nahir hubiera tenido moretones, una mandíbula quebrada, ojeras, el pelo opaco, un diente menos, ¿sí le hubiesen creído? Las formas de las violencias son muchos más complejas que las marcas físicas de un golpe. Tenemos que olvidar todas esas representaciones y aprender a ver gestos, signos de violencia social, psicológica y simbólica sobre las mujeres. La psicóloga que trabajó con ella durante estos meses dio un testimonio claro y certero en donde, entre muchas cosas, indica lo siguiente: "Ella relató hechos de violencia sufridos con Fernando, que él alentaba esos hechos de violencia y descalificación hacia ella. No eran pareja, tenían un vínculo subjetivo patológico, integraban un círculo de violencia que se pudo haber dado entre ellos. Nahir tiene todas las características de una víctima de violencia de género. No puedo decir que de parte de Fernando... Pero tiene todos los indicadores"[1].
¿Por qué se desestimaron todas las pruebas o indicios de que Nahir sufría violencia de género? ¿Por qué se retrata en todos lados este desenlace como la consecuencia de una relación tóxica? Una amiga de Nahir testificó que cuando fue a visitarla a la cárcel ella sostuvo: “Lo maté porque no me iba a dejar nunca en paz”. ¿Con qué elementos se ha caracterizado a Nahir como una persona obsesionada por Fernando, y por qué no se ha contemplado el reverso o la posibilidad de una legítima defensa?
El caso de Nahir pone a la noción de la justicia en jaque en muchos sentidos. Todos los periodistas sostenían, en diversas reconstrucciones que se hacen del asesinato, que no hubo posibilidad de defenderse porque no hubo ataque. ¿Qué sería un ataque para estos periodistas? ¿Estar en el medio de una pelea y que, a lo James Bond, Nahir sacara el arma y le disparara para salvar su vida? Esas representaciones cinematográficas de la violencia no reflejan la vida real y la violencia que sufren miles de mujeres. De hecho sabemos que Nahir no es ni será la única, que hay muchas mujeres presas por defenderse, por matar a su violador o a su abusador, donde la justicia no reconoció su legítima defensa precisamente por no haber sucedido en el contexto de una pelea forzada. Lo que la justicia no entiende aún es que no tenemos las mismas herramientas que los varones para la defensa, no por algún tipo de incapacidad sino por una cuestión cultural. Las mujeres fuimos criadas y entrenadas para recibir golpes, aceptarlos y llevar los moretones dignamente, todas las mujeres heterosexuales en algún momento han tenido una conversación con alguna amiga o familiar sobre cómo ocultar los golpes con estilo. Pocas han tenido una conversación acerca de cómo defenderse, cómo reconocer la violencia a tiempo, de cómo performatear un No.
Las mujeres y la cárcel
Las cárceles están llenas de mujeres y de pobres, de personas que no pueden o no quieren adaptarse a esta forma del sistema, que no pueden o no quieren ser parte de esta sociedad en los términos en que están planteados, o simplemente no entienden cuáles son estos términos, ni cómo leer las reglas.
La gran mayoría de mujeres están presas por casos de narcotráfico, las llamadas “mulas”, la mano barata de obra de los narcos, el nexo entre los productores y los vendedores, quienes trasladan la mercancía, las primeras en caer. Otro porcentaje lo cubren las ladronas, o mujeres que robaron para alimentar hijos, mantener familias o para sí mismas, y muchas otras por haberse defendido. Matar a tu violador o abusador no es un derecho para nosotras, aunque nuestra vida esté en riesgo, siempre se nos prefiere muertas o semimuertas, nunca vivas. Si sobrevivís y osaste defenderte, vas presa. Hay cientos de casos a lo largo del país, de los que se habla poco o nada porque nadie quiere levantar la bandera de las mujeres asesinas, los medios no se hacen eco más que de un modo sensacionalista. ¿Se imaginan qué distinto sería todo para nosotras si defenderse fuera una opción socialmente válida? ¿Si no estuviera penado para nosotras defendernos? Una mujer asesina es monstruosa, es inapropiable, es la otredad, es el pánico de los hombres al no poder doblegar a una oveja descarriada, muestra el fracaso de una sociedad que nos disciplina para soportar los golpes, para quedarnos calladas, para sonreír, para ser amables, para ser buenas madres y esposas.
Para muchas de nosotras Nahir se defendió, muchas le creemos los moretones, los golpes, los insultos, la obsesión de Fernando, la manipulación, porque muchas desde hace tiempo decidimos creerle a las víctimas cuando nadie lo hacía. No por una especie de fe ciega, sino por una experiencia que se hizo cuerpo, porque para muchas la violencia es reconocible, no está oculta por más que se pretenda ocultarla. Muchas hemos experimentado sensaciones de injusticia tales que nos han llevado a pensar en matar o morir, a todo o nada, a ese nivel de violencia estamos expuestas por el sólo hecho de ser mujeres o ser leídas como tales. Vislumbrar la cárcel como una opción de vida ante la violencia que se impone en el exterior es más común de lo que pensamos; no poder imaginar otras formas de libertad, ya sea porque hay un Estado ausente o porque no existen los medios económicos para llevarlo a cabo, y tener la certeza de que no hay justicia que vaya a frenar la obsesión o la violencia de tal o cual varón. Saberse tan sola que la cárcel, que debería funcionar para alejar de la sociedad a las personas violentas que no pueden convivir armónicamente, termina funcionando al revés, mujeres que viven allí “seguras” porque su entorno en “libertad” es mil veces peor. En este juicio el nivel de violencia propinado a Nahir fue altísimo, y se tradujo claramente en la condena que recibió. Es nuestro trabajo como feministas desentrañar y desarmar los recovecos de la justicia patriarcal a la que todas estamos expuestas, y comprometernos en la lucha por todas las mujeres privadas de su libertad por ser mujeres.
[1] https://www.lanacion.com.ar/2144017-la-psicologa-de-la-defensa-dijo-que-nahir-galarza-fue-victima-de-abuso-que-no-era-novia-de-la-victima-y-que-tuvo-un-brote-psicotico-cuando-cometio-el-homicidio
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