El 21F en la avenida 9 de Julio de Buenos Aires, frente a una multitud similar a la del 25S, un grupo de dirigentes convocó a construir una oposición sindical al modelo económico del gobierno nacional. Sobrevolaba entonces el deseo de instalarse en la agenda de todo el movimiento obrero y sumar en la patriada a los sectores afectados por la concentración y el endeudamiento más vertiginoso de nuestra historia.
El martes 25 de septiembre se recordará por años como la jornada en la que aquel sueño ganó la calle. Ya no se pone el acento en la cantidad de manifestantes porque fue enorme, tampoco en el carácter metropolitano, porque se replicó en las principales capitales del país, ni en los índices de acatamiento que superaron largamente el 90%. Se trata de la reafirmación, en los hechos, de una conducción transversal parida en la calle. La unidad del movimiento obrero está cada vez más cerca de las bases que de la conveniencia de las cúpulas. Nacen de luchas difíciles que vienen sosteniendo los trabajadores de los Astilleros Rio Santiago, los mineros de Río Turbio o los despedidos de la Agencia Télam, de todos los que padecen cierres cotidianos de sus fuentes de trabajo, como las emblemáticas Cresta Roja o Alpargatas, las fábricas de zapatillas, los suspendidos de las grandes empresas como las automotrices o los que reclaman reapertura de las paritarias que amenazan con terminar el año veinte puntos debajo de la inflación. Todos ellos se sienten expresados en este paro y esas marchas masivas que se repitieron en todo el país. La escalada prometida en el acto de la Plaza de Mayo de que habrá uno y mil paros, una y mil marchas hasta que obliguen a cambiar el modelo económico o que cambie el gobierno, señala la meta de un año de agitación y lucha que ha logrado la legitimación de la clase trabajadora y del campo popular. La campaña electoral para los trabajadores conscientes de lo que viven no será frente a un televisor en el comedor de su casa, aislado del resto, sino en la calle reclamando y exigiendo sus derechos junto a sus pares.
El momento actual puede equipararse a los tiempos del “Rodrigazo”, cuando las Coordinadoras de Gremios en Lucha movilizadas durante diez días paralizaban los cordones industriales de todo el país y obligaron a la CGT de entonces a convocar a aquel paro con movilización que implicó la renuncia del primer engendro neoliberal que encabezó Celestino Rodrigo y se llevó consigo al todopoderoso José López Rega, responsable de los horrorosos asesinatos realizados por la Triple A. Ojalá la actual Ministra de Seguridad recuerde aquellos momentos y entienda que cuando los reclamos cobran volumen no hay represión que los detenga. Las reiteradas amenazas al líder docente Roberto Baradel, que tan poco preocupan al gobierno nacional, hablan por sí solas de la impotencia que genera esta medida de dimensiones históricas. Las provocaciones de la Prefectura Naval en el Puente Pueyrredón sólo sirvieron para exacerbar los ánimos y multiplicar los piquetes con los que amaneció el 25 el Conurbano bonaerense.
El grado de autonomía que las jóvenes conducciones de las regionales cegetistas exhiben con respecto a los casi gerontes dirigentes nacionales que monopolizan la superestructura del sindicalismo, dinamiza el debate y augura una pronta superación de esta contradicción de largo arrastre. La marcha unitaria a la histórica plaza fue precedida por luchas unitarias en la mayoría de las provincias y sus distintas regionales, que se constituyeron en un mensaje directo para aquellos dirigentes nacionales. En Río Negro se repitió el paro de hace un mes, con importantes marchas en Bariloche, Viedma y General Roca. En Córdoba fueron 15.000 los concentrados y los distintos sectores participaron en la marcha y en el acto. Cerró el acto el secretario general de Luz y Fuerza en lucha contra la privatización de la EPEC. Todos los oradores convocaron a seguir la lucha. Cabe señalar que la jornada cordobesa fue de 36 horas.
El gobierno creía que con aprietes y amenazas a una veintena de dirigentes gremiales podría contener al mundo del trabajo agredido hasta en su orgullo. Hoy se encuentra mendigando préstamos en los Estados Unidos con un paisaje de paro pocas veces visto en su magnitud. En Rosario hubo una seguidilla de tres marchas. La primera el día lunes donde la CTA Autónoma junto a los movimientos sociales movilizó cerca de 10.000 manifestantes. Las otras dos en la mañana del martes, una con la UOM, el SMATA y los Municipales, que repitieron esa cantidad. En el cierre de la protesta el Movimiento Sindical Rosarino, junto a la CTA de los Trabajadores y el Movimiento Obrero Santafesino, congregaron unas 25.000 almas con un desbordante cierre expresado por representantes de todas las organizaciones convocantes.
En la ciudad de Santa Fe fueron también unas 10.000 almas, un poco menos en la ciudad de Reconquista y otra más en la ciudad de Gálvez. La protesta fue la expresión más federal de las que se desarrollaron hasta ahora y pone de manifiesto un esquema unitario que le posibilite dar un salto de calidad a la pelea. La unidad viene arrasando las pretensiones de representación por arriba, el improbable talón de Aquiles, por donde busca el gobierno frenar la ola de protesta. En resumen, al calor de la dura resistencia que están dando los trabajadores de Astillero Rio Santiago, los estatales de ATE Capital, los docentes de varios distritos con cabeza en la golpeada localidad bonaerense de Moreno, los patagónicos o los despedidos de Télam, se abriga y manifiesta el resto de la clase trabajadora. Fue llamativo además cómo en la marcha central de Rosario la inmensa mayoría respondía a sindicatos formales con sus remeras identificatorias y sus dirigentes a la cabeza de las columnas. Cada vez más las masivas movilizaciones obreras se parecen a sí mismas en otros momentos de la historia.
En una ciudad vacía de actividad cotidiana resonaron los bombos inundando de clasismo las consignas con que repudiaban al gobierno nacional y recuperando el folklore del eterno peronismo de los trabajadores. Los discursos pronunciados por varios oradores eran respuesta en tiempo real a las palabras y los bailes de Mauricio Macri en los Estados Unidos y celebraron cuando se conoció la renuncia de Luis Caputo al frente del Banco Central. Cuando las cosas suceden de esta forma, la crisis más que económica es política y su resolución nunca coincide con lo que marca el calendario institucional. La escasa sobrevida de este gobierno en terapia intensiva no depende de sí mismo sino de sus mandantes.
Pasado el mediodía, a la hora del balance, tras anunciar el total acatamiento a la medida de fuerza, Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña respondieron a la prensa con una mirada entre amenazante y resignada, pidiendo un cambio de rumbo que no anida ni remotamente en la cabeza de Macri. Al final de una jornada histórica del conjunto de organizaciones queda nuevamente flotando en el ambiente la angustia de no saber que rumbo se tomará en el futuro inmediato. Entre la cerrazón del gobierno y la presión de las bases la crisis de conducción del sindicalismo argentino continúa en carne viva.
En otro escenario Hugo Yasky, Pablo Moyano, Sergio Palazzo, Omar Plaini, Pablo Micheli y Roberto Baradel habían dado el informe del paro con una mirada abiertamente confrontativa con el gobierno nacional prometiendo darle continuidad al plan de lucha. El próximo desafío será el tratamiento, en la Cámara de Diputados, del presupuesto nacional que sólo contiene metas de inflación, valor del tipo de cambio de imposible cumplimiento y medidas de ajuste que en este clima de lucha también lo serán. Y prometen una gigantesca marcha a Luján para octubre. A dios rogando, y con el mazo dando.
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