La posibilidad de que la Argentina y China avancen en más comercio, en este caso vinculado al sector porcino, motivó una respuesta crítica de científicos, periodistas ambientalistas, filósofos, escritores, artistas, etc.
China está buscando restituir stock con compras a todo el mundo —y se cree que tendrá esa necesidad durante mucho tiempo— debido a la llamada “peste porcina”, una epidemia que hizo estragos en su ganado. Esto es importante dada la relevancia que tiene la carne de cerdo en la dieta alimentaria de la población. Hasta ahora, la Argentina tiene poca producción, pero ya empezó a exportar a China. La expectativa que hay es un salto muy grande tanto en una como en otra actividad, sobre lo cual ya hacen números, a veces fantasiosos, frigoríficos, intermediarios de todo tipo e inversores. Cancillería dijo, según una nota de Perfil, que todavía no hay nada acordado. Pero el miércoles 21 el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, ratificó que hay avances al hablar en una actividad sobre la Feria CIIE de Shanghai, organizada vía teleconferencia por el banco ICBC. En cualquier caso, sí hay muchas especulaciones y posibilidades ciertas de que se firmen acuerdos.
La crítica del documento que empezaron a circular los opositores (ver aquí) apunta a no querer “transformar” a la Argentina “en una factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias”. Se abunda en las consecuencias que ello traería, en términos de sufrimiento de los animales, de propagación de virus por el tipo de producción —y, según una de las impulsoras, de “agronegocio suicida”— y se recuerda el rol del actual canciller, Felipe Solá, cuando en la década de 1990 fue secretario de Agricultura y comenzó a avanzarse con la producción de soja transgénica en la Argentina.
Hay argumentos atendibles en los antecedentes de la sojización, sus consecuencias y su modelo productivo y de sustentación y en la forma de producción de granjas masivas, no sólo de cerdos, que muchos científicos y médicos señalan como una de las principales responsables de la aparición y veloz propagación de nuevos virus y enfermedades luego trasmisibles al ser humano.
Sin embargo, hay también muchas falsedades y una constante en estos planteos, firmados por gente que sabe y fundamenta, gente que ignora y divaga y gente que se anota en cualquiera porque escribe o filosofa y es de buena conciencia estar con los progres. Pasa lo mismo con la minería o con la crítica al extractivismo. Pero en este caso se suma el miedo y el prejuicio hacia China, que es único e incomparable con la crítica a otras iniciativas. Es casi imposible ver muchas de las firmas más notables que acompañan el documento en otros pronunciamientos contra el imperialismo de Estados Unidos o las políticas europeas que lo acompañan con candidez (o no) en cuanto genocidio, invasión, desestabilización de gobiernos y operaciones de todo tipo brotan aquí y allá, que matan y destruyen, por lejos, a más personas y bienes que las víctimas, que por supuesto las hay, de sistemas productivos desequilibrados o sin control social, sin consensos comunitarios en pos de los objetivos que se busquen.
Es casi imposible, también, ver esas mismas firmas denunciando lo que fue el macrismo y lo que es el bloque de poder económico cuando gobierna en la Argentina con la misma dureza con que muches firmantes suelen denostar enfurecidos a los gobiernos nacionales y populares, los únicos durante los cuales nuestra sociedad tuvo algún atisbo de mejora social y de horizonte emancipatorio, de mayor justicia, de mayor equilibrio social. De lo que se trata es de la falta de condena, con nombre y apellido, del capitalismo. En cambio, pareciera querer golpearse a algo que no traerá consecuencias al burgués progresista.
La crítica a China agrega algo más, que hace sospechar. Se inocula permanentemente y por varios medios el virus antichino, el terror a lo desconocido, al distinto, al otro. Y es difícil ubicar un punto de equilibrio, un llamado a la sensatez sin ser señalado como pro-chino, un agente de propaganda. Cuando decían “fuera Barrick” —me recuerda una colega de AdSina— no decían “fuera Barrick, la mina canadiense” (bueno, quizá ahora lo digan porque… la compró Shandong Gold).
¿Cuál es el camino alternativo que proponen al de una asociación estratégica, que se piense desde la Argentina y no necesariamente al ritmo que propone el aliado, que abre muchas posibilidades no sólo en el agro sino en muchos otras áreas y que aun en ese mismo y denostado sector productivo puede generar —de hecho genera— encadenamientos productivos y tecnológicos con valor agregado, que resuelva a un tiempo cuestiones de empleo, restricción externa, desarrollo? ¿Hay alguna propuesta para los pueblos y provincias hambreados que dicen representar, y ahora cuya salud dicen cuidar, para que salgan de la pobreza, muchas veces de la indigencia, para que accedan a la modernidad? De paso, podrían estudiar cómo viene haciendo China en ese cometido.
Insistimos con algo. Hay algunos puntos atendibles en el reclamo. Pero en tanto no vayan al hueso del animal (el propio sistema, y cómo transformarlo) es una pena que no se produzca un debate honesto, sin prejuicios y fundado sobre el vínculo con China, la ventana de oportunidad que se asoma en el sector de carnes y que cada vez que asoma una de esas ventanas (mucho mejor sería si surgiera de una decisión y una estrategia propia, soberana; muchísimo mejor aún latinoamericanista), aparezcan voces listas para enrarecer de nuevo un vínculo clave para Argentina y Latinoamérica y ahonden la grieta histórica de las trabas nacionales hacia su desarrollo.
* Publicado en AdSina
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