Una de pañuelos

Signos que nos mueven a la bronca o al canto y la exaltación

 

Los pañuelos, las banderas, los colores… dicen. Dicen algo. Mucho.

Todos sabemos que algunas banderas pueden molestarnos, las de un país al que no queremos o tenemos por enemigo/adversario o algo por el estilo, las del club de fútbol rival; y esas banderas “nos dicen”. Nos mueven a… la bronca, el canto o levantar más alto las nuestras.

Y dejo de lado el acto fallido del Presidente, cada vez más prescindente (no maneja la economía, no maneja la política… solo el discurso, previamente coucheado y redactado), cuando al hablar de la tormenta y el barco dijo que habíamos arriado las bande… las velas. ¡Doctor Freud!

Sin dudas las banderas dicen. La “bandera pirata”, con la calavera y los dos huesos que la cruzan, pretende provocar miedo: “Ahí viene la muerte”. La muerte de otros, que es nuestra vida. La bandera indígena, parecida a la bandera LGTBIQ por la pluralidad de colores del arco iris, quiere mostrar la diversidad e integrarla. Las banderas de países, a su vez, con frecuencia recurren a colores emblemáticos que aluden a su geografía o su historia: sangre, naturaleza, agua, etc.

Lo mismo hemos de decir de los pañuelos que tan de moda han estado en estos días y en nuestra historia reciente. El naranja para simbolizar la separación de la Iglesia y el estado (personalmente desconozco el porqué de la elección del color), el celeste enarbolado por los autodenominados pro-vida (como si “los otros” fueran pro-muerte), el verde que distingue a los que no quieren morir en abortos clandestinos (“aborto legal para no morir” parece “pro-vida" también, ¿o no?), y – por supuesto, al final para dejar lo mejor o más valioso para que no se pierda en la maraña de los colores – el blanco que grita: “¡Con vida los llevaron, con vida los queremos!” de las Madres y las Abuelas.

En lo personal no me puse pañuelo en estos días, pero me llenó de orgullo cuando las Abuelas me regalaron uno al cumplir 25 años de cura, y cuando las Madres nos dieron uno —¡nada menos que en el ‘día de la madre’!— a los curas OPP. Entiendo a los celestes que consideran un crimen el aborto y quieren defender la vida, aunque –en lo personal– me parece que no han dado argumentos serios de ningún tipo, lo cual vacía el planteo dejándolo en el terreno de lo meramente “sensiblero”. Entiendo a los verdes que no tienen ganas de que mueran las mujeres pobres (¡a quién se le ocurre!). Creo que los planteos de “vale toda vida” o “las dos vidas” son puro marketing, porque no hay propuesta alguna para las mujeres que han decidido abortar. Que Amalia Granata sea la gran abanderada, junto con un pobre periodista de un pobre diario, les quita toda seriedad a los argumentos, que no los hay o no los han expuesto.

Pero cuando veo ciertas cosas de los autodenominados “amantes de la vida”, como los insultos y agravios a una nena de 9 años porque su madre defendió públicamente el proyecto de ley, o cuando veo la cruz con la “V” rememorando los aviones del '55, me provocan vómitos o nauseas. Se dirá que son excepciones, como también lo es el pañuelo celeste que Cecilia Pando le regaló a Macri, o los actos de violencia, insultos, agresiones a las que portaban un pañuelo verde. Demasiadas excepciones. Casi pareciera que los celestes tolerantes eran la auténtica excepción. Y las declaraciones de curas y obispos (no todas, pero… otra vez la excepción y la regla) confundiendo dogmas y doctrinas y sustentadas con lecturas fundamentalistas de la Biblia y miopes de la historia me provocan desazón. Se me hace muy difícil sentirme cómodo con el color del cielo y de la bandera “viendo el paño”.

No me puse, tampoco, un pañuelo verde. En realidad, no sé cuál sería el color de acompañar a las mujeres pobres, de solidarizarme con sus dolores avale yo o no lo que hicieron (sin pedirme permiso, como corresponde), cuál es el color del abrazo, cuál el de no señalar con el dedo y condenar. No sé qué color, sí sé qué lugar. Como dice un amigo, la Iglesia perdió la oportunidad de dejar el Medioevo; otros queremos abrir las ventanas al mundo, aunque nos resfriemos, y estar del lado de las víctimas, las mujeres pobres. Y eso, creo, también es pro-vida (aunque lo de “pro” me moleste).

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