Una de indios místicos, pibes mengelizados y extraterrestres cultos

Rara cruza de Chomsky y Rousell; gramática y poesía hacen policiencia ficción.

 

Raymond Rousell (Paris 1877- Palermo 1933) fue un escritor bastante extravagante, aún antes de dilapidar su heredada fortuna y abocarse a las sustancias psicotrópicas. Un año antes de terminar con su vida escribió 1274 versos alejandrinos, divididos en cuatro cantos, que intituló Nuevas impresiones de África. Amén de su delicada escritura y la poesía de sus imágenes, esas páginas conmovieron a su época, fueron de inspiración para los surrealistas, apabullaron a Joyce y a Beckett, impresionaron a Barthes y Foucault y llegaron hasta Ballard, Cortázar, Borges, Aira inclusive, entre tantos abundantes otros de disímil estirpe. La razón principal fue —sigue siendo— que les rompió la cabeza al armar una poesía en la que se sucedían paréntesis, paréntesis dentro de paréntesis y así sucesivamente hasta superponer cinco o más. Realizando algo parecido con algunas palabras que, por homofonía o polisemia, se disparaban hacia distintos lugares del sentido: quedaban “incrustadas” unas dentro, a partir, desde y hacia otras. Difícil de describir, menos de explicar sin un ejemplo. En el francés original para quien se atreva: Rasant le Nil, je vois fuir deux rives couvertes/ de fleurs, d’ailes, d’éclairs, de riches plantes vertes,/ dont une suffirait à vingt de nos salons,/(doux salons où sitôt qu’on tournait les talons/ ((en se divertissant soit de sa couardise,/ soit de ses fins talents quoi qu’il fasse ou qu’il dise)),/ sur celui qui s’éloigne on fait courir maints bruits)/ d’opaques frondaisons, de fruits et de rayons. En criollo (con el heroico auxilio de Celia Tabó): «Rasando el Nilo, veo huir dos ríos cubiertos / de flores, de alas, de destellos, de ricas plantas verdes, / que con una bastaría para veinte de nuestros salones, / (dulces salones donde tan pronto alguien se da vuelta / ((divirtiéndose sea de su cobardía, / sea de sus delicados talentos sin importar lo que haga o diga)), / sobre aquel que se aleja se hacen correr muchos ruidos) / de opacos follajes, de frutos y de rayos”. ). En la novela que nos convoca, el apellido de uno de los protagonistas, Sole, se pronuncia en inglés casi como soul, que bien puede derivar hacia lo religioso (alma), lo pagano (espíritu hegeliano), lo poético (sentimiento), etc. etc.

 

Raymond Rousell

 

De todos modos intraducible (como toda poesía), la idea de una etapa superior de las cajas chinas y/o mamushkas rusas llevadas al lenguaje, agitó las neuronas del británico Ian Watson (foto principal, North Shields, 1943), al punto de catapultarlo a escribir, precisamente, Incrustados, una novela que encuadrarla dentro de ese esponjoso género ciencia ficción, suena a crudo y por ello no deja de ser política. (Al fin y al cabo, narrar la historia de un cosito girando en el éter conteniendo todo lo que en el mundo cabe y titularlo El Aleph no es demasiado distinto). Adalid de la movida contracultural de los años sesenta, Watson impartió Literatura Inglesa en Tanzania y Tokio hasta recalar en Birmingham donde dictó Ciencia Ficción y otra asignatura llamada Estudios Sobre el Futuro. Nadie podría achacarle que se trataba de un novato en este asunto de las bellas letras. Sin embargo, The Embedding es su primera novela, que comenzó a escribir en el ’71 y publicó dos años más tarde, conociéndose una traducción al madrileño posfranquista bajo el título Empotrados en el ’86. La flamante edición dotada del título más apropiado de Incrustados, luce una traducción de Carlos Abreu e Irene Vidal, complementado por el puntilloso pos (que bien podría ser pre)facio del escritor Miguel Vitagliano.

Pues la noción de «incrustación» proviene de la gramática transformacional pergeñada por Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), dispositivo que Watson pone en marcha en tres escenarios dispersos y a la vez, en otro nivel, como otras tantas notas musicales idénticas a una octava de distancia una de otra. Espacios homólogos: una suerte de hospital de psiquiatría experimental donde se les «incrusta» a niños huérfanos paquistaníes modelos linguísticos teóricos a fin de generar una lengua universal; una tribu amazónica que desarrolla una jerga capaz de abrir fronteras a la percepción merced a un alucinante brebaje, y el contacto con una bien educada civilización de alienígenas lingüistas, dispuestos generosamente a intercambiar tecnología por media docena de cerebros humanos vivos.

 

Noam Chomsky.

 

Sin conexión inicial aparente, esos tres ámbitos comienzan a trazar contactos entre sí. Van constituyendo una trama donde los fragmentos dispersos se incrustan unos en otros hasta converger en un mundo donde lo grande cabe en lo pequeño, la aprehensión sensorial abandona la seguridad de la simbolización y se aparta del confort que proporcionan las palabras y las abstracciones. Se abre un paradigma al que la torpe comprensión humana Watson aproxima en forma no menos genial que bizarra a través de la literatura y sus metáforas: «La razón, la racionalidad, es un campo de concentración donde los conjuntos de conceptos necesarios para sobrevivir en un universo caótico forman hileras muy largas pero finitas de chozas, separadas en bloques por vallas electrificadas y barridas por los reflectores de la Atención, que enfocan un grupo de chozas tras otro». Espacios en el que el campo de concentración formaliza «la estrategia de supervivencia de las especies», donde Watson compone un relato al modo de un circo de cuatro pistas, en el cual las tres primeras son la aldea amazónica, los niños paquistaníes mengelizados y los alienígenas cultos. En forma tangencial a éstas se desenvuelve el lector, que las incrusta y desincrusta a su manera.

Recrear, en sus respectivos modismos, particularidades y detalles, situaciones, personajes y escenarios tan disímiles, corroboran lo arduo del trabajo de investigación encarado por el autor, quien debió sumergirse en las profundidades de la lingüística, la etnografía, la física, la química, la astronomía, la psicología, en fin, a fin de otorgar hondura y verosimilitud a su relato. Instancia que se transparenta durante un diálogo entre el lingüista humano que lleva adelante la transacción y su par extraterrestre: “… ¿lo que hacen ustedes es explorar la sintaxis de la realidad, la manera en que una diversidad de seres ‘compone’ literalmente su imagen de la realidad? ¿Catalogan las lenguas que ha desarrollado cada especie, con cada tipo de cerebro, para trascender de algún modo esta realidad?”. A lo que el alien responde: “Has interpretado bien qué pretendemos conseguir. Nuestro destino es comerciar con signos perpendiculares a Esta Realidad. Esa es la tendencia de nuestra filosofía. Tenemos que viajar en ángulo recto respecto de este universo, superponiendo todas las lenguas. Y casi hemos terminado el inventario de idiomas”. Dentro de ese heteróclito devenir aparecen asimismo fuerzas guerrilleras que combaten el proyecto estadounidense de inundar media Amazonia, la muy eficaz endogamia de los indios xemahoanos, las trayectorias inerciales de las naves interplanetarias, los vericuetos reales y factibles de la evolución del lenguaje humano; un cúmulo de información de base científica. O, sin restarle valor, cuidadosamente inventada.

Una esmerada edición en papel que no destiñe ni transparenta, tipografía Stempel Garamond cordial a la retina e inusual encuadernación cosida, hacen del objeto material un correlato de su contenido, no gratuitamente calificado de obra maestra por los que saben. El mentado posfacio de Miguel Vitagliano ilustra un contexto literario de vastedad certera y arroja algunas claves que amplían el horizonte de lectura. Factores que describen el afán de una editorial local por ofrecer un producto respetuoso hacia la obra tanto como para con el público, dentro de las limitaciones del conjunto en esta galaxia, en esta Tierra, en este instante.

 

FICHA TÉCNICA

Incrustados

Ian Watson

Traducción de Carlos Abreu e Irene Vidal

Posfacio de Miguel Vittagliano

Buenos Aires, 2018

317 págs.

 

 

 

 

 

 

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