Habitante desde que nació del Barrio Chalet (cuatro manzanas con doce chalecitos estilo californiano en cada una) en el sudoeste de la capital santafecina —“el triangulito más empobrecido”— María Claudia Albornoz inició en marzo una tarea periodística en el programa Desafío 2019 que hasta su reciente y lamentado fallecimiento condujo Marcelo Zlotogwiazda. En aquella ocasión, antes de iniciar su informe inicial, coincidente con el 8M, Día Internacional de la mujer, ella y el conductor mantuvieron el diálogo siguiente:
—¿Te puedo llamar Negra? —averiguó Marcelo.
—Siempre y cuando yo te pueda decir Zloto —respondió con celeridad y soltura.
Desde entonces se aproxima a la decena de sólidas apariciones en el ciclo que la señal de noticias C5N transmite los lunes a las diez de la noche y que desde el infortunado final de Zlotogwiazda –siempre con producción de El Oso (Claudio Martínez)– conducen Pablo Duggan y José Natanson.
Es el viernes de esta semana a media tarde y El Cohete a la Luna entrevistó a la Negra en el café Saint Moritz, de Esmeralda y Paraguay. Hace un ratito ella bajó del Flechabús en la estación Retiro proveniente de Santa Fe. Está en la Capital para participar, como referente política de La Garganta Poderosa en su barrio, de una reunión de la mesa nacional. Este próximo lunes no aparecerá en la pantalla, pero seguramente estarán hablando de Bolivia y Chile (en los dos países hay asambleas poderosas) alguna de las otras dos cronistas villeras, Alejandra Díaz y Joanna Ibarrola.
Recuerda que a principios de este año fueron convocadas por Zlotogwiazda y Martínez, a partir de un sano y oportuno descubrimiento: en los principales horarios del canal informativo que en todo este año estuvo al frente de los ratings notaron ausencia de mujeres. Y les aclararon: “No queremos mujeres hegemónicas”. Ella reinterpreta: “Pensaban en las características estéticas que mandan en la sociedad y también en la tele: mujeres esbeltas, flacas, por lo general rubias. Y ahí aparecimos las negras: se puso oscuro el panorama”, ironiza, y también se ríe. “Nuestros personajes somos nosotras mismas”, explica quien ante cámaras se presenta con ropa propia (“Lo negro y liso, siempre rinde”), sin maquillaje, como ahora mismo anda por la vida, sin raros peinados nuevos. Les quedó claro lo que los productores del espacio le pedían: “No queremos mujeres de pensamiento previsible. Queremos mujeres villeras y de La Garganta Poderosa”.
Así concibe su tarea de cronista villera. “Este género periodístico nos permite contar lo que vemos alrededor, pero desde nuestro lugar. Como cronista la vivencia primero me pasó por adentro. Cuando hablamos de gatillo fácil lo hacemos desde las tripas y desde el dolor de haber tenido que velar a alguien muy cercano; cuando decimos que nos morimos de frío sabemos de qué estamos hablando porque antes lo padecimos; igual que el hambre. Cualquiera de nosotras nos despertamos infinidad de veces pensando si tendríamos algo para comer a la noche. Cuando hablamos de feminismo villero tenemos claro que nos referimos a todo lo que el feminismo burgués no ve, desconoce o calla”.
Nacida y criada en Barrio Chalet, Albornoz sabe que “pobreza estructural” no es exactamente de lo que hablan estadísticas o se llenan la boca especialista en macroeconomía. “Cuando nos reunimos con las compañeras en el barrio las preguntas más frecuentes son: ‘¿Alguna vez tuviste un trabajo registrado? ¿Y tu mamá? ¿Y tu abuela?’ Y en cada caso la respuesta es la misma: ‘No’. Son las cosas que ayudan a entender de dónde venimos y quiénes somos”.
De dónde viene y quién es
Hincha de Colón, esta semana le tocó, en lo personal, en lo familiar y en lo vecinal, acompañar en el sentimiento después que El Negro (así se lo llama al club en el mundo del fútbol) perdiera ante un equipo ecuatoriano la final de la Copa Sudamericana. “Nací casi adentro de la cancha, vivo a dos cuadras”, consigna su GPS sabalero. “Me crié alimentada a sábalos que sacaba mi viejo. De él aprendí que, al estar siempre cerquita de la costa, es un pescado sencillo de sacar, tiras la línea y algo sacas. Pero también sé que al estar demasiado en contacto con el barro trae demasiado gusto a río, te diría un gusto casi hediondo”.
Horacio, que trabajaba en el puerto y también fue sindicalista en Agua y Energía, y Elvira, una hábil peluquera que transmitió el don a sus hijas mujeres, compraron la casita en 1958, en el post peronismo, con un crédito hipotecario a 30 años. En ese lugar (dos dormitorios, comedor, cocina, baño, techo de tejas, describe) vive la Negra con Joaquín, su hijo de 22 años, también militante de La Garganta Poderosa y su perro, por supuesto raza perra, llamado Chalet, mimado por todo el barrio.
Ella es la menor de cinco hermanos y la suya es una casa comunitaria porque por ahí entran y salen “las hijas de mis hermanos, los sobrinos nietos, mis cuñadas que son como hermanas”. La Negra cuenta que nunca se casó, que la llegada de Joaquín al mundo fue “un accidente, pero es lo que más amo. Soy negra, pobre, favelada y lesbiana, como Marielle Franco”, se define evocando a la concejala de Río de Janeiro asesinada en 2018.
A su padre lo recuerda como “el tipo más ético que conocí en mi vida, alguien incapaz de traicionar. Así salimos los Albornoz. La única vez que lo vi llorar desconsoladamente fue en 1974, cuando se murió Perón. ‘Perdimos a alguien que nos dio mucho. Tengo miedo de lo que pueda pasar’, dijo el viejo y no se equivocó”. De su madre cuenta que en su casa instaló una peluquería que llevaba su nombre y que atendía le pagaran o no sus tarifas ‘superpopulares’. Horacio y Elvira ya no están en este mundo, pero legaron a su descendencia la idea útil de contar con oficios: las mujeres salieron peluqueras; los varones electricistas. Acuerda: “Soy buena peluquera. Todavía tengo clientas, y también clientes, a los que atiendo hace 25 años. Bah, no sé si soy buena: pero me quieren”.
Antes de convertirse desde La Garganta Poderosa en referente de más de 150 mujeres y hombres de su barrio, la Negra militó padecimientos, violencias, injusticias y privaciones y fue una destacada luchadora en el marco de la tremenda inundación del año 2003.
“Eso se lo debemos al ex gobernador (Carlos) Reutemann, que dejó una obra muy importante inconclusa. Recién nos estábamos recuperando de la economía de subsistencia en que nos había dejado el 2001 cuando, sin voz de alerta que debían haber dado los que sabían más y se quedaron callados, el Salado, que siempre había sido un río amigo, se desbocó. Hizo penetrar el agua hasta ocho kilómetros y nos tapó a todos. Esa inundación nos hizo retroceder otros diez años, valíamos menos que perros, te lo juro. Tardamos mucho en recuperarnos, pero las consecuencias siguen. Ahí están los hijos de la inundación, muchos de ellos regalados en las esquinas por el narcomenudeo y peleando territorio para otros. Eso existe, pero desde entonces también aprendimos mucho. Todos”.
Un día en la vida
La Negra Albornoz pasó su adolescencia durante la dictadura “con peligros, porque lo que desde siempre mamamos en casa fue la pelea y la política”. A los 16 por un trabajo temporal para su hermano pudo pagarse un viaje de fin de curso. A los 17, se empleó en el Hospital Iturraspe como madre sustituta. En la sala de Neonatología le tocó cuidar a niñas y niños muy chiquitos. Terminó la secundaria a los 50 años gracias al Plan Fines. Luego de aprobar Matemáticas de tercer y quinto año recibió el título en la misma ceremonia que su sobrina Carolina, de 30 años.
Ahora, y cada jornada es así, la Negra se levanta a las 6 de la mañana y camina unas cuadras para abrir las puertas del Centro de Salud Chalet, provincial. A las 7 de la mañana empiezan a repartirse los turnos para que médicas y psicólogas se empeñen en resolver asuntos como violencia de género, abuso infantil, hipertensión, diabetes, mala nutrición, interrupción legal del embarazo (ILE). Advierte: “Santa Fe está adherida al protocolo ILE y es productora de Misoprostol”.
A partir de las 3 de la tarde, cuando la unidad sanitaria deja de atender, su siguiente labor es “ir y venir por las callecitas del barrio para descubrir y anticipar necesidades, para hacer entender que la salida es únicamente la colectiva, reclamar juntos y organizados. Y cuando puedo, sigo trabajando de peluquera. Ahora la peluquería se llama Adriana, como una de mis hermanas”, relata esta solidaria todo terreno.
Para la militante del Barrio Chalet lo más irreparable de estos 47 meses de macrisis fue saber que cada día eran más las mujeres y los hombres, padres de familia, que resignaban una comida, y en ocasiones hasta las dos, con tal de asegurar la comida de sus hijos. “Eso nos provocó dolor, desesperación, bronca. Pero, ya se sabe, la bronca es el motor de nuestra lucha. En lo personal también tuve que dejar de comprar muchas cosas. Nada de ropa, nos arreglamos con donaciones”, dice.
Estamos en el aire
En uno de sus informes televisivos se la escucha quejarse del magro presupuesto que un organismo oficial prevé para solventar la ayuda a mujeres violentadas. La suma es irrisoria: 11 pesos. “Entonces –redondeó y Zlotogwiazda lo retomó de inmediato– a los funcionarios hay que decirles: ‘Primero, mostrarme el presupuesto’ “.
Su manera de abordar la realidad no solo está regida por el compromiso. Lo que presenta revela orden, sensibilidad y un tono seguro que disimula que esta es la primera vez que está en un set televisivo. Expone su estilo: "Desde abajo, sin patrones, con nuestra propia línea editorial. Lo único que sabemos es que no queremos parecernos a tanto panelismo de cartón. Seguimos lo que nos enseñó Rodolfo Walsh: ‘El terror se basa en la incomunicación’ ".
Como cronista villera entiende que lo principal es “poder contar nuestras propias historias, sin intermediarios. Y en eso contamos con Zloto que nos escuchó y nos pidió que seamos nosotras”. Con sus compañeros Vicky, Matías y Morena, a cargo de la producción y el manejo técnico preparan entrevistas, la argumentación de los informes y las placas. Por cada una de sus apariciones cobra 4.000 pesos.
La visibilidad que genera un medio como la televisión despertó aspectos sorpresivos en su vida cotidiana. “Sí, me reconocen, especialmente en mi ciudad. Gente que se acerca a contar su problema y su necesidad. Daniel, el almacenero de enfrente de mi casa, el que me fía, todavía dice que le cuesta creer que la que aparece en el programa sea yo. El que más me critica es Joaquín, mi hijo. ‘No sos buena leyendo las placas, mamá’, me dice. Ser más visible en estos tiempos ayuda a cuidar y a asegurar las 360 raciones de alimentos que sábados y domingos necesita el comedor de Chalet. Ese nuevo conocimiento sirve cuando tengo que ir al ministerio de Desarrollo Social de mi provincia para discutir por la tarjeta institucional para alimentos, para negociar con algo más de poder y para hacer conocer el trabajo territorial de La Poderosa. Todo eso lo hago, como me enseñó el chueco Horacio, mi papá: sin pensar que estoy ahí por un lugar, por un cargo o por una candidatura”.
Todavía no tiene información sobre la continuidad del ciclo Desafío 2019 en la temporada siguiente: “La voluntad es defender ese espacio que Zloto pensó para nosotros. Y que nosotros prometimos cuidar”.
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