Hace algunas semanas te ofrecí un programa de mujeres que cantan tangos: Rosita Quiroga, Mercedes Simone, Ada Falcón y Susana Rinaldi. Mis amigos Susú Gallardo y Eduardo Tavani me invitaron a escuchar un recital que días después daba la Tana Rinaldi en un club porteño. Cuando terminó le confesé a la Tana que había ido con muchas ganas y algo de miedo. “Y yo”, me respondió con su voz profunda y vibrante.
Estábamos los dos conmovidos y ella pidió que viniera una fotógrafa. Se me notan los ojos casi cerrados por las lágrimas, porque es un espectáculo muy denso. Completa el cuadro el Gato Sylvestre, que también asistió. El Gato le había pedido un candombe, que los canta hermosos, pero se negó, así como tampoco aceptó hacer el bis que le reclamaron todos enrojeciéndose las palmas. El tono era otro, y ninguna de esas piezas encajaba en el perfecto rompecabezas melancólico que diseñó.
La última vez que nos habíamos visto, también con Susú y Tavani, fue en una conferencia de prensa por la libertad de Milagro Sala. Susana tiene una característica poco común. Es socialista, sin el gen gorila habitual en esa familia política. Pero cantar, hacía muchos años que no la escuchaba. Y hace ya algún tiempo que Discepolín nos enseñó qué fiera puede ser la venganza del tiempo, como nos recuerda cada edición vintage de grandes valores del tango. La Tana contó además que nació en 1936, aunque el doctor Google diga que fue en diciembre de 1935. Para el caso, da lo mismo: hoy tiene 83 años. Es un fenómeno similar al de Tony Bemmett, que no tiene 83 sino 92 y está a un mes de los 93. El vino malo se pone agrio con el tiempo, el bueno mejora.
Con Susú tenemos una historia en común con Discépolo. Yo fui amigo de Armando, quien bromeaba que teníamos la misma edad: él 82 y yo 28. Armando le llevaba 14 años a su hermano Enrique, de quien funcionaba como un padre sustituto. La familia que los recibió era la de Mario Folco, que escribió cuatro sainetes en cooperación con Armando, entre ellas la inolvidable El Movimiento Continuo. Los Folco eran parientes de Susú, de modo que cada vez que nos vemos, intercambiamos anécdotas de esos enormes artistas que tuvimos la suerte de conocer.
En cuanto la Tana arrancó con el primer tango se disiparon todos los temores que pudiéramos tener. Susana Rinaldi canta mejor que a los 40 años, cuando relegó la actuación teatral por el canto e irrumpió con la fuerza de una revelación. Tiene una potencia y una convicción extraordinarias. Sus manos de dedos largos realzan el sentido de lo que canta. Tiene un guión escrito para no cometer errores y le voy a pedir una copia para no fiar solo a mi memoria la reconstrucción de ese show pensado en cada detalle, de una absoluta armonía y coherencia interior. Pero no puedo esperar y me largué a escribir estas líneas en el telefonito, porque estoy fuera de Buenos Aires y no tengo nada más cómodo a mano.
Lo que hice fue seleccionar algunos de los temas más recientes que grabó la Tana, para que tengas aunque sea una idea aproximada de lo espléndida que está. Pero en el show actual está aún mejor. Escuchala y decime.
Entre tema y tema habla, y esos pasajes son otra exquisitez digna de verse y oírse. Es un espectáculo de primer nivel mundial, que merecería un Gran Rex, un Apollo de Harlem o un Olympia de París, acompañada por un sexteto también impecable, que dirige su cuñado Juan Carlos Cuacci e integran cinco sub 40 que la rompen: una piba en bajo, un pianista con colita que es cosa sería, un cello que te hace olvidar que no hay violines y dos bandoneonistas que hablan poco pero usan sus doble A como la galera de un mago del sonido. Te debo la descripción y el análisis de la estructura del show para otra vez. La demora me permite escribir dos veces más sobre esta genia incomparable: este desahogo de necesidad y urgencia y el análisis a fondo que te prometo para lo antes posible.
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