“Nos dice que no está pero está, y hay que ir venciendo las barreras protectoras, las cautelosas deidades que custodian a un enterrado vivo, esta pared, esta cara que niega y desconfía. Se pasa del sol de la calle a la sombra del porche, se pide un vaso de agua y se está adentro, en la oscuridad, se pronuncian palabras-ganzúa, hasta que la más oxidada del manojo funciona, …”
Pruébese cortar el párrafo anterior en sucesivos fragmentos, cortos, de cuatro a ocho palabras, no más. Encolúmnense esas frases con respeto de la puntuación. Separadas por el punto seguido, se obtendrán algo así como dos estrofas compuestas por aproximadamente diez versos. Un poema. Algo modernista. O no. ¿Una prosa poética? ¿Crónica literaria? ¿Nota periodística? ¿Fragmento de epistolario? ¿Ensayo? ¿Relato fantástico? ¿Metáfora filosófica? ¿Traducción prolija? ¿Novela inconclusa? ¿Texto para arrimar un billete? ¿Artículo por encargo? ¿Diario personal? ¿Apunte para entender algo? Nada de eso, todo y algo de eso.
Nada menos que una pequeña porción del prólogo a la tercera edición (1972) de Operación Masacre, cuando Rodolfo J. Walsh y Enriqueta Muñiz recorren las calles de tierra suburbanas: “Aquí el camino, allá la zanja y por todas parte el basural y la noche”. Buscan a otro fusilado que vive y la investigación, como el libro, recién comienza.
Arranca también así La pluma en la garganta, las doscientas páginas del flamante texto del escritor y periodista Fidel Maguna (Rosario, 1993) en el que articula las aproximaciones biográficas desde la poética de Walsh. Como señala el abogado y asimismo poeta Julián Axat en el prólogo, el autor desenvuelve preguntas hasta aquí inéditas sobre aquello que en Walsh “subyace a su escritura, sobre el aura como coloración de la imagen que dispara palabras precisas que, a la vez, buscan ciertas cosas del mundo para transformar la experiencia en literatura y la literatura en forma de vida”. Esa experiencia convertida en premisa lírica: “Hablar con hombres sencillos, recoger sus incidentes y situaciones de vida diaria para describirlos sin dobleces ni ornamentos lingüísticos”.
Tránsito por una poética, entendida como los rasgos de estilo donde se entrecruzan ética y estética, asociados por Maguna a diversos acontecimientos biográficos, a veces poco explorados. Elementos que comprenden, por supuesto, la economía de adjetivos, no menos que el método (las personas, los hechos, la evidencia) y esa heteróclita sumatoria que procura ejemplificar en forma asistemática el párrafo que encabeza estas líneas. Tarea reconocida por el autor como “conjeturas, preguntas, suposiciones que difícilmente puedan comprobarse y que corren el riesgo de estar erradas”. Imprescindible modestia a fin de pivotear en la hipótesis acerca de que Walsh “no pretende ser un poeta, escribe y seguirá escribiendo versos para entrar a robar de noche al diccionario con el que compone y compondrá, texto a texto, su idea del mundo, su idea de sí en el mundo, su noción de la Historia”.
Principal obstáculo a fin de asentar su perspectiva, Maguna precisa desacralizar biografías académicas, ediciones póstumas y análisis consagrados convertidos en lugares comunes. Se refiere no solo a hechos evidentes, como la modificación de la puntuación original de Walsh por otra que al compilador se le cantaba. Alude en particular al reduccionismo histórico y literario según el cual el trágico final de la vida del escritor, su desaparición forzada, resulta una clave retroactiva presente en cada letra y, aún, en cada acto de su existencia. Adjudicación tanática capaz de construir un personaje pensado por sus biógrafos, comentaristas y compiladores que en ese acto vacían de pensamiento al propio Walsh. “La melancolía, la escisión brutal y la marcha irremediable hacia un borde peligroso en el que la ficción y la verdad se confunden son caracterizaciones precisas, pero quizá no tanto para figurar a Walsh como para definir el sesgo de gran parte de los estudios referidos a su persona y a ciertas ediciones contemporáneas de su obra: brutalmente se escinde su vida en etapas —fijadas con citas, a su vez, escindidas de sus influencias y sus contextos de escritura—; melancólicamente se figura una infancia oscura desde la que el autor avanza, en marcha irremediable, a una muerte terrible; la verdad y la ficción se confunden, en afirmaciones poco rigurosas de cronistas y editores, a menudo haciendo de sus principios y valores una ficción, y de sus ficciones, una vida”.
Consecuente con su línea crítica, Maguna avanza con rigor implacable sobre las apreciaciones de Beatriz Sarlo, Osvaldo Bayer y Daniel Link, en tanto recupera hasta hacer propios conceptos de Ricardo Piglia y Horacio Verbitsky, entre otros. Utiliza en forma paralela referencias poco y nada recorridas, como la del poeta romántico William Wordsworth (Reino Unido, 1770- 1850), respecto al método de escritura por encima de la expresión lírica, que la había: “Los dos, mediante la escucha y la posterior edición del relato de experiencias ajenas, consiguieron hacer visible una forma que rondaba desde antes, hecha falta o presentimiento, sus propias concepciones de la experiencia del lenguaje. En ambos el carácter de esa escucha, el método, fue impremeditado, nacido en función de una escritura que a su vez nacía, como un poema, de algo que se siente”. Dos planos de compromiso diferenciales, al mismo tiempo construcción respectivamente original como para revolucionar mucho más que la literatura, la práctica política.
A lo largo de La pluma en la garganta, Maguna recurre a la investigación a fin de encontrar los jalones demostrativos de la a menudo perversa construcción de un Walsh épico destinado al marketing: “En la conciencia del biógrafo-editor-especialista el tiempo fluye para atrás y la vida y la obra del autor aparecen como modificadas por la escena de su muerte”. Recurre a fuentes infrecuentes, como el poeta uruguayo hoy septuagenario Gabriel Peluffo Lanari, entrevistado por Walsh en 1956; asimismo el amigo norteamericano con quien se carteaba, Donald Alfred Yates; o la crítica, escritora y docente cordobesa radicada en Europa desde los años '70, Rosalba Campra. Significativos testimonios recabados en forma personal para este libro, aportan información suplementaria alejada de la mistificación canónica.
El título del flamante volumen refiere al cuento “El corso”, inscripto en Los oficios terrestres (1965), historia en que uno de los personajes se sirve de una vulgar planta que crece a la vera de los caminos y popularmente denominada “plumeros”, para hacerle cosquillas a las pibas y, a la postre, desenmascarar a un falso lanzallamas hindú. Narrativa de orientaciones análogas, en toda la extensión de La pluma en la garganta, Fidel Maguna sostiene mediante argumentación eficaz una lectura de vida y obra entrelazadas—conjunción obvia en todo artista— en la construcción de una poética, de un estilo.
Manifestación palmaria de esa superposición de géneros característica, la enumeración que Walsh realiza en su diario de 1972, parte de la cual se presta a encolumnar la prosa en el juego propuesto al comienzo de estas líneas:
Las cosas que quiero:
Lilia
mis hijas
el trabajo oscuro que hago
los compañeros
el futuro
los que no obedecen
los que no se rinden
los que piensan
y forjan y planean
los que actúan
el análisis claro
la revelación de lo escondido
el método cotidiano
la furia fría
los títulos brillantes
de mañana
la alegría de todos
la alegría general
que ha de venir un día
la gente abrazándose
la pareja en su amor
la esperanza insobornable
la sumersión
en los otros.
FICHA TÉCNICA
La pluma en la garganta
Fidel Maguna
Buenos Aires, 2024
196 páginas
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