UN TRAGO DULCE AMARGO

Un recorrido por la voz afilada y prudente de Louise Glück

 

Glück es felicidad en alemán. Pero en nuestra lengua puede ser un trago, más o menos denso, amargo y dulce como un jarabe. La poesía puede ser un brebaje difícil de tragar. No se entrega fácil. Puede llevar cierto tiempo.

La poesía de Louise Glück —flamante ganadora del premio Nobel de Literatura— se trenza en la tradición norteamericana, la que hace cosas con pocas palabras, austera es lo que más dicen de ella. Glück hace poesía con las cosas de este mundo, sin ambages, para vengarse de él. Más que un hacha, la suya es poesía que corta el aire con un hilo de tanza. Es aniquiladora. Pero lo audaz en sus poemas no solamente se guía por el cálculo que guía “la poesía de idea”. El corte (de la tanza en el aire, de verso) hace un sonido extraño, como cuando algo se quiebra fuera de tiempo.

No siempre. Glück puede ser prolija y armar estrofas perfectas, momentos de simetría, a la vista más amables para el vértigo que provoca abismarse a un poema. Glück abre la puerta en esas zonas claras para dejarnos pasar a ese pasadizo incierto que es el poema. La abre con coordenadas —de espacio, de tiempo, no siempre ambas—: “Hoy fui al doctor”, “Mi hermana pasó toda su vida en la tierra”, “Hace mucho tiempo fui lastimada”. Pero después: “La doctora dijo que me estaba muriendo”, pero no lo pronuncia, lo dice su silencio. En un poema de Glück la fruta realiza su ciclo completo: brota, madura y se pudre un poco. Después de leerla vuela esa mosquita molesta que merodea lo que se corrompe.

“Aprendí / a vivir, en reacción, / fuera de contacto / con el mundo”, dice en Parodos, que abre Ararat. Más que carril [Παροδος], un poco descarrilada, pero no tanto. Lo suficiente para que el poema anécdota que a veces narra pierda el hilo, se desencaje y hasta pueda volverse arbitrario. En esa opacidad, en lo abierto, está el imán.

Louise Glück escribe en la tensión entre prudencia y desmesura. “Nací prudente”, abre un poema. Mantiene la prudencia de lo certero sin mucho exceso. “Y mientras espiaba el afuera, mi mente se agudizó”, retruca en otro texto. El hilo del “yo” recorre la obra —diría Anne Carson— como a una casa en llamas.

A Glück se la lee en inglés, o en Internet, o en traducciones españolas terriblemente caras. Hay un hueco en el reconocimiento a la poesía en castellano, a lxs poetas latinoamericanxs. Pero incluso para quienes descreemos del valor de los premios, el Nobel a la poesía escrita por una mujer, que al primer “yo”, primera persona, se tilda de confesional, es bienvenido. Porque conduce de manera potente —la potencia de la mercancía— la idea de la poesía como el perro sarnoso de la literatura. La poesía, con su impredecibilidad y su significado esquivo, es más bien un gato sarnoso, sí. Asusta.

Un poema:

 

 

Hierba mala

Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.

Si tanto me odiás
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitás
acaso una infamia más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?

Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.

Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.

No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si podes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.

No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
Y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.

Y yo conformaré el campo.

(de Iris salvaje)

 

 

* Publicado en LATFEM

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