UN SUSURRO DE DIGNIDAD

La cobertura de Horacio Verbitsky en el Juicio a las Juntas hace 35 años

 

“En 25 años de profesión nunca tuve una tarea tan apasionante ni terrible”, escribió Horacio Verbitsky en 1985, en sus crónicas del Juicio a las Juntas Militares que implementaron el genocidio iniciado en 1976. Esta semana evaluó que por ello Argentina es el país con menor riesgo de interrupción de la democracia en la región y el de mayor subordinación militar al poder civil (audio de El Destape Radio). De lo que no habló mucho fue de su aporte, al que este aprendiz –con su permiso– se animará a exhibir.

 

 

La pluma del Perro

“La acción ocurre en un país del Cono Sur. Una dictadura militar se ha apoderado violentamente del gobierno. Dos de los tres integrantes de la Junta rivalizan por parcelas de mando. Las zancadillas entre ellos discurren al mismo tiempo que otra acción paralela, que podemos llamar guerra santa. Ideólogos civiles y capellanes castrenses, hombres de negocios y obispos, asesores nacionalistas y periodistas liberales, tal vez incluso algún judío talentoso y audaz, exaltan a los tres gobernantes como salvadores de Occidente, y al mismo tiempo estimulan sus rencillas menudas, adulan a uno, halagan la vanidad de otro, ignoran con displicencia al tercero. Además de las grandes ideas hay pequeñas rapiñas, ambiciones incontenibles y pocos escrúpulos. Desde el mundo exterior llegan voces que prefieren hablar de guerra sucia”.

Esta y otras síntesis contribuyeron a que durante el juicio el semanario El Periodista alcanzara su mayor promedio de venta: 85.000 ejemplares, según consignó Carlos Ulanovsky en su volumen Paren las rotativas.

En la redacción sus pares elogiaron el trabajo, al igual que el de Martín Granovsky y Sergio Ciancaglini en el diario La Razón, dirigido por aquel judío talentoso y audaz: “Merecían, como lo merecen las notas de Verbitsky –lo mejor en materia periodística que se hizo en el juicio– ser publicadas en un libro”. Tres lustros después, Jorge Lanata le preguntó en la TV por qué no las había compilado. Hace una década Diego Martínez, quien trabajó con él, opinó: “Las crónicas del juicio (joya que nunca se editó como libro) hacen oír a las víctimas”.

De haberlas editado, con esto se hubiese encontrado sus lectores:

“Los partisanos protagonizan una guerra revolucionaria. Son la vanguardia del proletariado, con las armas en la mano elevan la calidad de la lucha de clases a su más alto nivel. Su discurso recoge fragmentos dispersos. Tercermundismo y leninismo. Teoría de la dependencia y nacionalismo popular latinoamericano, maoísmo y guevarismo. Existe la memoria de un caudillo sabio y pragmático y la nostalgia de una Arcadia. El milenarismo de Occidente confluye con la morosa cronología oriental. La guerra será popular y prolongada, nacional y social, nacionalista e internacionalista, justa y victoriosa. En su periferia las distinciones de clases no son tan claras como en la teoría; el alzamiento popular, la insurrección obrera, atraen también a retoños de otro linaje”.

 

 

 

Los Salieris de Verbitsky

 

“Los enjuiciados son nueve ex comandantes en jefe, pero la que se exhibe impúdica es la sociedad argentina toda”.

 

El material que aportó le fue útil a organismos de derechos humanos y a otros colegas, aunque no siempre recibiera su reconocimiento. Tal el caso del libro Juicio a la impunidad. Allí se reproducen –sin el crédito– varias de sus primicias, como la de las trompadas entre los ex comandantes en su lugar de detención. Escrito por Mona Moncalvillo, su referente político Alberto Fernández y Manuel Martín, salió a la venta antes de la sentencia. Por ese apuro tal vez no pusieron más que una mención a El Periodista y una frase con su firma que abre uno de los tres bloques del volumen: “Allí adentro funciona sin cesar la máquina de la verdad”.

No deja de ser una metáfora que el 35º aniversario de la sentencia coincida con el primer año de gobierno de Alberto Fernández, quien por entonces asistía al juicio en el que defendía a un empresario secuestrado con fines extorsivos por la dictadura. Más sorprendente es que el cronista de aquella época y la de hoy siga siendo el mismo.

 

 

 

 

 

 

La doctrina Verón

La cobertura de HV puede ser valorada en comparación con otra de igual naturaleza; tal los escritos de los 672 cronistas acreditados para el juicio. De entre ellos vale tomar a Granovsky y Ciancaglini, cuyas 73 breves crónicas para La Razón, editadas en libro, merecieron el mayor galardón periodístico de su lengua: el Premio Rey de España.

Uno de estos colegas había reparado en el orden de los acusados en el banquillo: “Hubo un cambio de ubicación. De derecha a izquierda, vistos desde el público, se sentaron Galtieri, Agosti, Anaya, Lami Dozo, Viola, Graffigna, Massera, Videla y Lambruschini”.

En la jornada siguiente, juzgó: “Algunos periodistas intentaron la tarea inútil de darle a ese orden alguna explicación lógica, política y hasta afectiva. La Razón pudo conocer: ‘Hacen bromas sobre quién tiene que ir antes y quien después. Me parece que se sentaron en el mismo orden por cábala’, confesó un empleado de la Cámara”.

 

 

 

 

Veinte días después, HV completó la tarea de “periodistas que intentaron la tarea inútil de darle explicación”. Para ello apeló a categorías de la antropología: “Si de la pintura en el rostro o de la disposición de sus chozas Claude Levi-Strauss dedujo leyes profundas de la cultura de algunos grupos étnicos de Brasil, ¿qué conclusiones podrían extraerse del modo en que los nueve ciudadanos que ocuparon el país, eligieron cubrir el mínimo espacio que hoy queda sometido a su albedrío? Lo que sigue son tímidas hipótesis arriesgadas por un aficionado”.

Lo primero que descubrió –de entre otras lógicas internas– fue que en la jornada inaugural las iniciales de ocho de los acusados formaban un palíndromo. Aunque para que pudieran leerse del mismo modo hacia adelante que hacia atrás era preciso excluir a Eduardo Massera; una lectura acorde a la información pública, que el autor habrá de desarrollar.

“Nunca se sentaron juntos dos de la misma fuerza. Y esos tríos no corresponden a la composición de ninguna de las siete juntas que integraron, con dos excepciones relativas. Exponen con esta disposición su creencia de que no se juzga a hombres sino a las instituciones, piensan en todo el periodo como una unidad, desean destacar la unidad castrense”.

Al publicar sus gráficos de análisis permitió que otros pudieran profundizar nuevas conclusiones. No agotó las lecturas, como la de las veces en que Massera se sentó muy cerca de aquellos con quienes se había trompeado; o que la Fuerza Aérea nunca quedó para lo último o que la Armada nunca ocupó el lugar central. Sólo consignó que ese quinto banco, en dos tercios de los casos, fue ocupado por el Ejército.

 

 

 

La comparación entre el análisis del trabajo de HV y las crónicas en La Razón no debe ser entendida como menoscabo de estos últimos, excelentes profesionales que contaban con menos tiempo para el desmenuzamiento de la información a partir de la diferencia de ritmos que impone un diario.

Granovsky destacó a “Verbitsky, a quien conocí en ese momento, con su cuaderno enorme y (creo recordar) sus colores para marcar en el margen (…) acuñó una frase para el juicio: 'La máquina de la verdad'”. En referencia a posteriores coberturas habrá de rescatar “la destreza de Verbitsky para aportar datos día a día” o “el peso decisivo de Verbitsky en la construcción de la agenda argentina”.

 

 

 

La banalidad del mal

 

“(Un defensor de Agosti) se interesó por las torturas:
–Eran cosas cotidianas. Tan cotidianas que se banalizaban”.
Guillermo Marcelo Fernández, fugado de la Mansión Seré.

Si bien se ha comparado el Juicio a las Juntas con el de los nazis, no es posible equiparar coberturas paradigmáticas como la de HV y la de Hannah Arendt en su estudio sobre la banalidad del mal tras el juicio a Adolf Eichmann, el jerarca secuestrado en la Argentina para su comparecencia en Israel. Son de naturaleza distinta, con diferentes categorías de análisis, donde las coincidencias parten de lo que oyeron en las audiencias. Donde Arendt reparó en la ‘culpa’, HV evaluó que sólo “tal vez” hubiera tanta reflexión:

“Mientras los procesados banalizan en esta repetición neurótica sus conflictos irresueltos, en la Cámara Federal la sociedad recrea la tragedia, oficia una grave ceremonia, una catarsis que tal vez permita elaborar lo sucedido y evitar su reiteración. No sería un paso corto para esta sociedad contaminada por la convivencia con el horror reconocer ante la fuerza de las pruebas que a la complacencia de afuera correspondieron las atrocidades de adentro, que unas no hubieran sido posibles sin la otra”.

HV subrayó las huellas antisemitas que persistían: “Abundaron declaraciones de testigos sobre el nazismo como ideología justificatoria de las fuerzas represivas. Los judíos pagaron una cuota adicional dentro del espanto colectivo. El arraigo del antisemitismo inconsciente quedó demostrado también en giros y expresiones que vertieron testigos, abogados defensores y hasta un camarista”.

Allá donde la filósofa consignó que “carecemos de pruebas documentales y ningún criminal de guerra se refirió a esto”, HV destacó seis testimonios que colmaron con creces aquel pasivo ya que los argentinos sí firmaron recibos de detenidos. Y, para quien sostuviese que los testigos pudieran estar concertados, puntualizó testimonios de uniformados: “Los militares acudieron como testigos y lo hicieron en forma espléndida para los fines del fiscal”. Un comodoro, un conscripto, un almirante, un capitán de fragata, un teniente de navío, un cabo de la Armada, un subsecretario, un representante diplomático, un capitán del Ejército, un analista de Inteligencia, un policía, un ex gendarme, el segundo comandante de Gendarmería… “Los defensores se hundían cada vez más en sus sillas”.

En otro libro el senador oficialista (UCR) Antonio Berhongaray escribió: “Arendt, en el juicio contra Eichmann, encuentra ‘irregularidades y anomalías’ y recuerda que ‘la finalidad de todo proceso es hacer justicia, nada más’. Su posición no quedó clara. La colectividad judía la criticó”. No fue el caso de HV, quien no recibió críticas de colectividad alguna ni de la sociedad, salvo de los adeptos de los acusados, y del gobierno a quien definirá como “la nueva derecha”.

 

Uno de los enormes cuadernos con apuntes y colores para resaltar datos que completó Verbitsky durante la cobertura del juicio.

 

Las entrevistas

“La naturalidad con la que en las audiencias se llega a tocar lo más profundo de las personas y de la sociedad, crea un fenómeno hipnótico y una distancia reflexiva, que sólo los más grandes entre los grandes han conseguido en el arte: Bergman, Kurosawa, Yourcenar”.

De sus varios reportajes, HV incluyó al científico norteamericano Clyde Snow en un contexto en el que “la prensa sensacionalista ha llenado ediciones con fotos de huesos y calaveras” cuando “lo que no se ha hecho hasta ahora es explicar para qué sirven”.

Seleccionó a militares de entre sus reporteados extranjeros: el general Líber Seregni, del Frente Amplio de Uruguay; el almirante José Arce Larco, de Perú, y el general José Joaquín Matallana, símbolo de la lucha contra la guerrilla en Colombia. Les preguntó qué repercusión tenía en su país el juicio de Buenos Aires y cómo eran sus legislaciones para estos casos; de los tres obtuvo conceptos contrarios a la obediencia debida.

 

 

Primicias

Descolló con varios adelantos, algo difícil en un ámbito donde cientos de periodistas veían y oían lo mismo. Lo logró con un amplio conocimiento de la temática militar y política, además de un trabajo de recopilación fuera de Tribunales:

  • Alfonsín resolvió modificar de nuevo el Código de Justicia Militar según los términos adelantados por El Periodista el 29 de marzo.
  • Se mantendrá la reforma procesal adelantada por El Periodista y que importa a los militares: si el Consejo Supremo reclama su competencia, el juez civil no podrá mantener detenido a un militar mientras no quede dirimida la competencia.
  • El Periodista informó el 4 de mayo que oficiales retirados vinculados con el Proceso se reunían para evaluar la actualidad política.
  • Marcelo Chavanne entregó dos cartas (probatorias) a El Periodista.
  • El tribunal se privó de oír no la opinión sino el conocimiento del conscripto Mosca, que El Periodista recogió en el café de la esquina, sobre hechos de algún interés.
  • El desistimiento de un millar de testigos y la solicitud de ampliación de indagatoria a los ex comandantes fue adelantado por esa revista el 21 de junio, un mes antes que se produjera.
  • Nadie tomó muy en serio a esa revista cuando anunció que el Juicio no concluiría antes de noviembre. Hoy ni siquiera es seguro que el final ocurra en diciembre, aunque es lo más probable.

En otros casos le bastó mirar con nuevos ojos; tal el caso del minúsculo nombre en la puerta de un camión de bomberos que vio a la salida de una audiencia, de cuya historia pudo hacer una inferencia en contra de la obediencia debida.

 

 

¿Qué dijo de los acusados?

 

“La audiencia ayuda a ver hasta el hueso las malformaciones de una sociedad enferma, sin las cuales los procesados no hubieran podido cometer los delitos que ahora se les reclaman”.

 

De los “reos” opinó poco, tal vez porque era secundario en comparación con los testimonios de las víctimas y porque los ex comandantes hablaban por sus abogados, a quienes dedicó más atención. Un resumen de sus apreciaciones descriptivas:

La actitud de los reos exhibe su derrumbe. (En) Videla, su intención de que lo vean leyendo descubre la fragilidad de esa impostura. Tanto le importa que compró zapatos nuevos para el juicio./ Viola toma nota como un escolar atento./ Galtieri fuma como un murciélago seis horas diarias./ Agosti escucha como si recién se enterara./ Graffigna se conforma con dormir en casa, es el único que no está bajo arresto./ Massera se saca cera del oído con el meñique, la amasa en pelotitas entre el pulgar y el índice./ Anaya se pierde por los pasillos de Tribunales buscando la salida. Los triunfadores de la Tercera Guerra Mundial están solos.

 

 

De las defensas

Para la mayoría de los 17 letrados (incluso al defensor de oficio para Videla), deparó ironía, abierta crítica o referencias a su ignorancia; en pocos casos destacó cualidades.

“En una operación que la psiquiatría podrá explicar mejor que el derecho, los letrados de los menos comprometidos por la acusación politizaron sus alegatos”.

A quien más criticó fue al “sonoro ex juez” José María Orgeira, de quien reveló su conexión con detenidos de la Triple A. De Fernando Goldaracena destacó que hubiera mezclado hechos del gobierno del ex Presidente Arturo Illia con los de la dictadura de Juan Onganía. Del ex juez Roberto Calandra refirió su despiste entre “poder constituyente” y “poder constitucional”. De Enrique Munilla Lacasa, su impugnación en base al “artículo 263, inciso 3 de Código Militar”, un artículo que no tiene incisos. De Jaime Prats Cardona, que confundiera “Azores con Madeira y trotskistas con asesores de Ronald Reagan”. Del defensor oficial Carlos Tavares, que preguntara por la “libertad a Timerman”, quien no había sido liberado “sino expulsado del país”. Ponderó al defensor de Isaac Anaya pero párrafos más adelante le destinó una estocada:

“Discípulo de Sebastián Soler, profesor de derecho penal durante casi treinta años, buen pianista aficionado, de lejos el más capacitado de los defensores, Aguirre Obarrio negó que hubiera habido una violación programada y masiva de los derechos humanos. El Periodista interrumpió la clase magistral que el penalista brindaba en un pasillo y los colegas pusieron fin a (una) fastidiosa digresión deportiva, con oportunas preguntas jurídicas. El reformador del Código Penal volvió a sentirse a sus anchas, y El Periodista reingresó a la sala de audiencias, donde había cosas más interesantes que escuchar”.

Luego elaboró un cronograma con las notorias coincidencias entre los alegatos de los abogados y los atentados con bombas.

 

 

De los jueces

Ora criticó, ora destacó a los seis camaristas (Carlos León Arslanian; Andrés D’Alessio; Ricardo Gil Lavedra; Guillermo Ledesma; Jorge Torlasco y Jorge Valerga Aráoz). Al presidente del Tribunal le dispensó el mejor trato, aunque con los demás varió a la par que su comportamiento. Sin desmedro de crítica, destacó al conjunto de la Cámara y fue considerado con la humanidad de sus señorías:

“Desean apurar las sesiones, de un gran desgaste físico y emocional, pero una y otra vez ceden a la sorpresa y respetuosamente acompañan estos descensos al averno, lo cual habla de su probidad”.

“[Un abogado] reclamó porque un testigo asistía desde el sector de los invitados. El tribunal desechó su petición con un texto que en algún país sajón pasaría a la historia y que comienza diciendo: ‘El testigo Jorge Watts es un hombre libre’”.

Su valoración de algunos jueces habrá de variar al tiempo que tomaren opciones criticables.

 

 

 

De los testigos

 

“Perdieron una hija y una nieta, dos hijos y una madre,
y a la hora de la justicia llegan sin odio pero con severidad,
a ofrecer pruebas que condenan a los culpables y educan a la sociedad”.

En varios casos, generó efectos de sentido con algún adjetivo, como el último de este pasaje. ¿Habla del pelo o de la testigo?

“Garnica fue la primera testigo que ante la rutinaria pregunta sobre su relación con los procesados se declaró enemiga. El camarista Torlasco pensó que había entendido mal.

–Sí, enemiga –ratificó la señora de tez morena, rostro indio y pelo negro brillante”.

De otros destacó sus contribuciones:

“Tanto efecto como [Víctor] Basterra con sus fotos produjo [Miriam] Lewin al entregar una servilleta con letra de Astiz: sus teléfonos en Mar del Plata y Sudáfrica. Lila Pastoriza aportó el original de la carta de Walsh”.

“Andrés Castillo dijo que Pablo de Langarica compró la libertad de su esposa y una hija entregando a los marinos 1,3 millones de dólares que guardaba en Europa. Este es probablemente el origen del equívoco que terminó con la vida de Elena Holmberg y de Marcelo Dupont. Según Gregorio Dupont la diplomática le dijo que Massera había entregado un millón de dólares a Firmenich. Alguien había entendido mal. No se trató de una transacción política sino del rescate de una familia”.

 

 

De la sociedad

“Carlotto, Orfanó y Forti son la prueba tangible y conmovedora de la actitud más seria, digna y valiente frente al terror. Si todo el país hubiera reaccionado con el rigor y la inteligencia que ellos, nada hubiera sucedido tal como ocurrió”.

De la Iglesia, desde Monseñor Grasselli al ex nuncio Pío Laghi, destacó su complicidad tanto como la de la prensa:

“Mariano Grondona no tuvo presente haber realizado gestiones por ninguna persona desaparecida, lo cual destaca su coherencia”.

“Los captores escuchaban Radio Belgrano. El desaparecido oía al periodista Julio Lagos decir que los desaparecidos no existían”.

Cuando fue invitado a una emisión de Enrique Vázquez, su programa fue censurado: “La televisión estatal restringe cada día más la información sobre el juicio y el gobierno rechaza las propuestas de programas especiales al respecto, que recibe desde distintos sectores de la administración. Es una estrategia perdedora”.

 

 

Después de la sentencia

“No hay palabras para encomiar la valentía y la dignidad de estas mujeres que vuelven del infierno de adentro, espléndidas en su integridad, para ayudar a aquellos de afuera que estén dispuestos a oír, pensar, sufrir, ser mejores de lo que fueron”.

Luego de la sentencia, casi todas las opiniones recogidas por El Periodista fueron críticas debido a las sentencias de pocos años para algunos militares.

HV se limitó a reproducir los argumentos de la acusación, con énfasis en las contradicciones del Tribunal:

“Un ejemplo incómodo para esta Cámara es que la Fiscalía compara los cuatro años y medio recaídos en el aviador y los ocho del marino con los veintidós años de prisión que una Sala del mismo tribunal impuso a un guerrillero por tenencia de armas, explosivos y falsificación de documentos”.

Después de año nuevo, opinó a favor de rescatar lo positivo:

“No es indispensable sentirse satisfecho por la individualización de las penas para advertir [que] el punto 30 de la sentencia termina con el juego de las escondidas: Concluido el juicio, la persecución penal debe descender en la pirámide”.

En esta cobertura, que se diferenció de otras cuyos límites están impuestos por la serenidad y la objetividad que se pretende imparcial, HV corrió sus propios límites. Si en la cobertura de las expropiaciones de diarios en Perú (1975) se refirió a sí mismo como “este cronista”, durante el Juicio de 1985 apeló a esa referencia en tercera persona pero con el aditamento de la interpelación al lector:

“Susana Caride contó que Guillermo Yoli ingirió cianuro cuando intentaron detenerlo. Le salvaron la vida y lo llevaron a la estación de San Miguel para que entregara a un compañero con quien tenía cita. En lugar de eso se arrojó bajo el tren. ¿Alguien duda que Yoli era lo que en este juicio se llama ‘subversivo’? ¿Alguien ha oído un ejemplo más alto de dignidad humana desde que comenzaron las audiencias?”

Su gran aporte no estuvo dado sólo por un profuso archivo, ni porque su fina ironía hiciera más llevadera la lectura. Su legado, después de décadas, perdura en las reflexiones que mechó con la información coyuntural. De entre las mejores síntesis tal vez sea este un buen ejemplo para el cierre:

“Nada hay tan real como este proceso. La gravedad con que los seis camaristas asumen su papel, el ardor de algunos defensores, la inteligencia del fiscal, la emoción y la memoria de los testigos, el silencio de un público sobrecogido por la hondura de la situación, conforman el acto más doloroso y saludable que este país, inclinado a la trivialidad y la fantasía, ha sido capaz de generar como supremo intento de basar una nueva fundación sobre suelo más firme no corroído por los detritus de la impunidad. Es un susurro de dignidad”.

 

 

 

 

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