UN REY CAÍDO EN MANOS DE CARRIÓ
Jorge Castillo, otro blanco de la manipulación judicial del Hada Buena y Conte Grand
“Yo estaba durmiendo y mi señora me dijo: ‘Jorge, Jorge, suena la alarma, se sienten voces y pasos’. ‘Bueno, bueno, bueno… Juntá a los chicos, llevátelos al baño y llamá al 911’, le dije. Por eso, es evidente que yo no sabía que del otro lado de la puerta había policías. Las voces dijeron: ‘O abrís la puerta o la tiramos abajo’. Yo les respondí: ‘Si entrás, te cago a tiros’”. Era junio de 2017. Jorge Castillo disparó dos veces. Una bala quedó alojada en la puerta y otra en una pared, aunque las autoridades de la provincia de Buenos Aires les dijeron a los canales de televisión que se defendió a lo Pablo Escobar, desde un balcón y a los tiros. Ahora está en libertad bajo fianza. Sentado, arriba de una galería de Flores. El acceso a su escritorio es una puerta, luego una escalera caracol estrecha, una antesala, un pasillo y el despacho. Termo, mate, un tablero de dibujo con regla y escuadra donde dibuja locales en miniatura y en el piso, porcelanato con lustre de castillo. Radical como su padre, un comerciante mendocino formado en un almacén de ramos generales, aprendió a pararse de manos en el mundo de la política de chico, cuando lo mandaban a buscar votos en el barrio. “No sé si conoce Lomas —dice—: está el centro y estoy yo, contra el Riachuelo, en el tacho de basura”. En junio de 2017 quedó preso por un expediente resurgido tras una carta pública de Elisa Carrió durante las internas de medio término. La causa, llena de esas mañas repetidas en los últimos años, tuvo como polea de transmisión a la Justicia. En este caso, la fiscalía general de Lomas de Zamora y al Procurador Julio Conte Grand. ¿Qué fue esa causa? ¿Qué se discutía? ¿Qué cajas? Habla ese personaje surgido entre piletas de agua salada con credenciales de Rey.
Castillo reconoce la propiedad de un espacio llamado Punta Mogotes, sólo uno de los sectores de La Salada. El predio está formado por tres puntos centrales: Urkupiña, Ocean y Punta Mogotes. No son galpones, sino centros comerciales de una manzana con varios pisos y cientos de pequeños locales. Alrededor hay galerías más chicas y luego cientos de puestos pequeños ubicados en veredas y en calles con dimensiones económicas enormes: una calle puede alojar en una cuadra unos 60 puestos de un lado y 60 del otro. Hay feria dos o tres veces por semana, 13 días al mes. Cada puesto paga una suerte de alquiler por día de feria: unos 10.000 pesos actuales. La administración de centros comerciales y de las veredas corre por cuenta de los propietarios. La administración de la calle, en cambio, comenzó a ser un problema: sin propietarios formales, la ocupación y la caja quedó sujeta a la ley del más fuerte. Para 2016, la recaudación era de 3,6 millones de dólar-billete al día.
El 17 de mayo de 2017, Elisa Carrió escribió una carta dirigida al Procurador Julio Conte Grand en la que decía que Castillo lideraba una mafia con asiento en La Salada y protección de policías, la Justicia y la política. La carta se hizo pública. Carrió despegó a María Eugenia Vidal, pero cargó contra el ministro de Seguridad Cristian Ritondo, el ministro de Justicia Gustavo Ferrari y los jefes de policía de Ingeniero Budge. Cambiemos disputaba las internas. Ella había quedado herida por la difusión de una noticia falsa sobre la detención por drogas de su hijo en México. La Agencia Federal de Inteligencia (AFI) abría las Bases AMBA en la Provincia. Y Marcelo D'Alessio recogía información. El dardo de Carrió pegó fuerte y el episodio terminó con 50 allanamientos y la detención de Castillo en pocos días. El 2 de junio, la fiscalía general de Lomas de Zamora reactivó una causa de 2015, en la cual Castillo ya había declarado como testigo; ordenó escuchas y el 21 de junio lo detuvo. Los diarios dijeron que se había defendido desde el balcón y a los tiros. La gobernadora lo incluyó entre sus logros del año en la siguiente apertura de sesiones en la Legislatura: celebró la captura de Castillo y celebró también la del Pata Juan Pablo Medina. No habló de Mesa Judicial ni de los espías.
“Vinieron a matarme, vienen a matarme”, dice Castillo. “Entraron once y pico. Yo tomaba Alplax, gracias a eso no tomé más”. Allí cuenta que dormía cuando entraron, que la esposa lo despertó, hizo la llamada al 911 y él disparó. Golpeó la pistola con el mango. “Yo estaba siempre en el costado de la puerta, nunca de frente. Empezaron a romperla, eran puertas Pentágono y empezaron a despegar el marco de la pared. Yo tenía dos opciones: tirar por abajo, por el ángulo que estaban abriendo, o tirar a la mirilla. La puerta daba a un descanso de la escalera: si tiraba abajo podía lastimar a los que estaban fuera, pero mi intención no era lastimar: ni a los malandras ni a los malandras uniformados. Quería que se vayan, que sepan que estaba armado, y se vayan. Tenía el arma registrada, todo como marca la ley. Entonces, tiré por la mirilla porque de frente no podía haber nadie: para pegar con ese caño con el que andan, no les daba el recorrido. Tenían que golpear desde abajo de la escalera”.
—¿Qué pasó luego? Usted disparó.
—Hice dos tiros. Lo dije en la declaración: tiré plomo y cuando declaré dije que la bala todavía debía estar adentro de la puerta porque la 9 mm. no tiene fuerza. Tiré, pegó en la mirilla y cayó. ¿Usted sabe cómo es? Cuanto más recorrido tiene el disparo, más velocidad toma y más fuerte está. Cuando apenas sale el tiro, cae ahí nomás. Y el segundo tiro, les dije, debe estar pegado a la pared. Nunca supe que eran uniformados. ¿Cuándo lo supe? Cuando siento que estaban bajando la escalera. Siento pasos: chick, chick, chick. Entonces, ¿qué hice? Cuando salieron corriendo, fui a la ventana a mirar quién era. Y vi que estaba lleno de policías, apuntándome. El gobierno dijo que yo había salido a defenderme a lo Escobar con la escopeta en el balcón. Mentira, nunca salí con la escopeta ni mostré armas. Cuando vi a los policías, prendí la luz, los reputié y les dije: ‘Suban’. Me dijeron que baje yo. Y ahí, junté a mis hijos, bajé, me pusieron el coso, y al jefe del operativo, le dije: ‘Me entrego’.
—Bueno, revisen todo —ordenó el jefe del operativo.
—Me tocas un clavo y te rompo el culo —le dije.
El peritaje le dio la razón y lo que dice quedó validado judicialmente, pero conseguirlo le llevó dos años. El fiscal Sebastián Scalera guió la investigación. Lo imputó por intento de homicidio en el allanamiento y peleó para quedarse con la investigación, que por jurisdicción debía realizarse en Mercedes. Fracasó. Pero no sólo hizo eso. El defensor de Castillo, César Albarracín, tuvo que pedir un allanamiento a su despacho para conseguir después de un año el acceso a 2.000 horas de escuchas en las que supuestamente estaba la prueba contra Castillo. Cuando las obtuvo, no encontró elementos contra Castillo, pero obtuvo dos datos que lo liberaron del intento de homicidio: el llamado al 911, la voz de la esposa y el aviso de la alarma. Sebastián Scalera es fiscal adjunto de la fiscalía general de Lomas de Zamora y quedó a cargo de la causa después de que dos fiscales se negaron a detener a Castillo. Durante la investigación, según una presentación de la defensa, Scalera hasta le ofreció a un sobrino de Castillo una domiciliaria a cambio de que imputara a su tío. El episodio resultó tan burdo que el fiscal lo citó a una audiencia, grabó, pero el video todavía tiene las huellas de la edición casera porque paraban y volvían a arrancar para que el muchacho aprenda lo que debía repetir. Castillo pasó veinte meses en Melchor Romero. Cuando iba a irse, el juez federal Federico Villena lo trasladó al penal de Ezeiza por otra causa de 2015. Quedó acusado de evasión, lavado, asociación ilícita y plagio de marcas. Salió en libertad bajo fianza un día después del cambio de gobierno. Tres de los cuatro cargos no quedan en pie. Aún discute la evasión impositiva, ahora en el juzgado federal de Luis Armella y con el impulso de la fiscal Cecilia Incardona. Cuando habla de ese período, también Castillo habla de la Gestapo. Y a la detención le dice ‘secuestro’. “¿Vio lo de la Gestapo?”, dice. “Lo mismo: son tan inútiles que creen que yo era El Rey de la Salada, y en La Salada somos miles de propietarios: cada local es un dueño, un accionista, yo les junto la plata y compro, así hice millonarios a todos”.
El comienzo
La Salada empezó con 45 personas en Ricchieri y Camino de Cintura a mediados de los '90. “La perrera le decíamos. Eran paisanos. Había feria los lunes. La policía los curraba a la mañana, al mediodía caían los inspectores y se los llevaban; al lunes siguiente, lo curraban los inspectores. Al final, compraron una propiedad en La Salada y siguieron vendiendo en una pileta que se llamaba La Noria, al fondo de la nada”. Hasta los '90 las piletas de agua salada de la zona eran piletas que usaba la clase media en el verano. Alrededor de La Noria había otras que hoy dan nombre a los centros comerciales del barrio: Ocean y Punta Mogotes. Las piletas quedaron abandonadas. Los 45 se instalaron ahí, alrededor de los árboles, tiraban tierra colorada para rellenar el suelo. Usaban bolsa de residuos en los pies, se la ataban y vendían desde los baúles de los coches. Así empezaron. Creció hasta transformarse en un fenómeno. Yo cazaba palomas en la zona. Y me reía: ‘Estos están locos –pensaba–, vender ropa en medio de la nada’. Estamos acostumbrados a los centros comerciales, después a los shoppings, pero ellos veían otra cosa. Bolivia es una gran feria con grandes distritos en la calle. Después del baúl compraron la propiedad, armaron Urkupiña por la Virgen, después Ocean y después yo armé Punta Mogotes, la mejor de todas”. ¿El plagio de las marcas? Es parte de la leyenda, dice Castillo. Y pasea en la galería de Flores. “Vaya y camine por acá: esta es La Salada en Flores. Vea, a ver si hay marcas. Y somos la galería que más trabaja porque tenemos la marca de La Salada. La Salada es una marca”.
Castillo nació en el '57. Luego del almacén de ramos generales en Mendoza, su padre trabajó en Once y posteriormente puso un negocio en Solano. “La cosa iba mal porque habían puesto un supermercado frente a la estación y la gente buscaba precios. Historia de la Argentina”, dice. En 1970, para sus 13 años, su padre, viudo, cambió el almacén y la casa de material por un terreno en La Salada donde no había nada. Castillo le pedía plata, él le decía: ‘Cargá la heladera’. “Yo cargaba kerosene y carbón. Mi viejo guardaba todas las botellas sin devolución, las cargaba, y cuando volvía la gente del trabajo, en vez de ir a buscar el bidón a sus casas, él ya le vendía la botellita sin devolución de kerosene. Un genio, gran vendedor”. Él dibujó modelos de zapatos finos Luis XV en una fábrica de la avenida Asamblea, donde aprendió del trabajo “por tanto”. “Aprendí que para que un empleado trabaje y produzca tiene que ser al tanto. Yo ganaba fortuna porque quería tener mi fábrica: abrí la fábrica y hacía diez pares de zapatos por semana. Cuando vine a Punta Mogotes, hacía 200 por día. Todo por tanto. Además, trabajaba con la basura. Hacía zapatos con lo que tiraban las curtiembres en la quema porque Menem nos mataba con el 1 a 1 y no había forma de competir. Descubrí que tiraban recorte de cuero en la quema. Lo iba a comprar y como era modelista, con un pedacito hacía zapatos. Así subsistí, después vino La Salada”.
Jugar arriba
Castillo tiene escenas con seres de primera línea. Milagro Sala recorrió los galpones buscando regalos de Navidad cuando la Tupac decidió que los grandes también debían recibir regalos que no habían tenido de niños. Para ellos, él era un empresario que no parecía empresario, que se notaba que venía de otro palo. Con pocas chapas y gritón, fue uno de los primeros que levantó la voz cuando ella quedó detenida. En esos días, Castillo dice que veía a Federico Salvai, ex ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires. ¿Será así? En Cambiemos, lo niegan. Él dice que hasta le propuso el nombre del jefe de policía.
—¿Qué tipo de jefe de policía querés? —preguntó—. ¿Del mismo palo de Alejandro (por Granados) u otro que haga mella?
—No, uno que nos rompa todo.
—Bueno —dije—, está Fabián Perroni. Somos amigos porque estuvo en La Noria. Después de varias peleas quedamos amigos de la vida y anda por todos lados.
Al parecer fue su máxima escala. En 2010 había pagado la Federación de Box para Julio Cobos, llena de micros de La Salada. Y en 2017, todo era menor. Pagó un cubierto de Martín Lousteau en la interna y en Lomas de Zamora apostaba por la candidatura de la dueña de una estación de servicio, afamada por la pelea con el gremio. Alguien fue a verlo por eso. Querían de concejal al hijo de Osvaldo Mércuri. “El hijo del Pelado no va para la lista –dijo él—, ya están quemados, son mala gente: ¿Vos querés ganar o querés perder?” “Queremos ganar”, le dijo el consultor del territorio. “Entonces la candidata es esa mujer de las estaciones de servicio, las hermanas que se le pararon al sindicato y los agarraron a palos en Temperley. Es la única que puede torcer la cosa para ganarle a Martín (Insaurralde)”. La interna caliente en el distrito quedó registrada en las escuchas días antes de la detención. Alguien llamó. Castillo le decía que estaba todo bien con esas mujeres. Y que además ya se había sentado con Vidal. De esas cuitas había aprendido de chico cuando cazaba palomas en los años del alfonsinismo y La Salada todavía no tenía ferias. Para entonces, lidiaba con la Coordinadora. “Yo los criticaba porque estaban saqueando el país y Alfonsín dormía la siesta. Soy de la periferia de Lomas de Zamora, si usted conoce: está el centro y estoy yo, contra el Riachuelo. El tacho de basura. Y como era un negrito, le tenía que llevar los votos a los dirigentes de la Coordinadora. ‘Si querés votos –les decía– andá a embarrarte los pies, hermano’. Yo no soy un puntero, yo soy un dirigente y así los peleé toda la vida”.
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