Un profeta tolstoiano

Los poemas perdidos de Raphael Lemkin

 

A la memoria de Leopoldo “Polo” Schiffrin.

 

Leyendo la novela de Philippe Sands Calle Este-Oeste (Anagrama, 2017), me impresionó la imagen que muestra del gran jurista Raphael Lemkin en los últimos años de su vida: vivía solo sumido en la pobreza, su familia había sido asesinada, estaba enfermo, prácticamente como un homeless vagando por las calles de Nueva York. Nada más ni nada menos que el padre de la Convención contra el Genocidio, viviendo en el olvido para fines de 1958, mientras bocetaba insomne una memoria y, a la vez, escribía una serie de poemas que representan su último aliento.

Lemkin sufrió un colapso en una parada de autobús de la calle 42 de Nueva York, el 29 de agosto de 1959, probablemente tras visitar una agencia literaria que le rechazó varias veces la publicación de su memoria que, para entonces, ya estaba concluida. Son esos mismos manuscritos los que, por alguna extraña razón, van a pasar de mano en mano, hasta ir parar a algún sitio de la Biblioteca pública de Nueva York. Hasta que recién en 2013, una mujer llamada Donna-Lee Frieze, profesora de la Universidad de Deakin (Australia) los rescató del olvido, publicándolos bajo el título Totally Unoficial, autobiography de Raphael Lemkin (aquí: Totalmente extraoficial, autobiografía de Raphael Lemkin).

En el prólogo, la académica va a dar cuenta del derrotero de los papeles de Lemkin, el tiempo de su escritura y las precisas instrucciones dejadas por el autor en cada capítulo para ser publicados alguna vez.

Lee Frieze cuenta que, en los últimos años de su vida, el jurista se la pasó absorto en la escritura, discutiendo con posibles editores que no terminaban de convencerse de su propuesta. Tras su fallecimiento y hasta la aparición de la autobiografía pasaron 54 años. Pero lo que sigue sin aparecer son todos los poemas que Lemkin bocetaba en paralelo a su autobiografía, y a los que por momentos el texto refiere. ¿Qué pasó con esos poemas?

 

 

 

El vagabundo de Manhattan

“Soy un hombre viejo y enfermo… estoy virtualmente sin recursos en este momento. Pido prestado dinero a mis amigos en N.Y. para viajar a Washington, luego pido prestado a los amigos de Washington para reembolsar a los amigos de N.Y. La factura de mi hotel en N.Y. permanece impaga durante varias semanas. Los premeditados insultos del botones del ascensor. Finalmente mis ropas son confiscadas y no me es permitido acceder a mi habitación. Acuerdo pagar mi factura, aportando unos pocos dólares cada semana o cada mes, y finalmente rescato mis cosas… de este modo me encuentro defendiendo en Naciones Unidas una causa sagrada mientras visto ropas con agujeros…” (Totalmente extraoficial, capítulo XXII, página 325).

Lo extraordinario de Totalmente extraoficial, y que también narra Sands en Calle Este-Oeste (la autobiografía se transforma en su fuente principal), es esa última etapa en la vida de Lemkin, en la que –ya terminado Nüremberg y agotada su vida académica– se convierta en espectro por las calles de Manhattan, escribiendo sus memorias a salto de mata, e intentando como poseso incidir para que el trabajo de toda su vida no caiga en saco roto. Buscando a toda costa que la barbarie no se repita: “Defendiendo en Naciones Unidas una causa sagrada mientras visto ropas con agujeros”.

Recordemos que Lemkin fue un fiscal y jurista judeo-polaco de una vasta formación cultural, que emigró a los Estados Unidos en 1939 después de un largo periplo en el que pudo salvar su vida, cargando una valija repleta de documentos que probaban los crímenes cometidos por el nazismo. Allí se convirtió en docente en la facultad de derecho de la Duke University, pasó por Columbia y luego por Rutgers School of Law en Newark, más tarde por Yale. Al finalizar la guerra se convertirá en el propulsor y mentor de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la ONU el 12 de septiembre de 1948. La palabra “Genocidio” aparece por primera vez en su libro más importante: El dominio del Eje en la Europa ocupada (1944).

La autobiografía, que recién se tradujo en España en 2018 gracias al Berg Institut (con un fantástico prólogo de Antonio Muñoz Molina), más que un libro de derecho es la profunda enseñanza en primera persona sobre cómo hay palabras que pueden transformar el mundo. La cuestión es cómo dar con esas palabras, pregonarlas, hacerlas cuerpo y creencia.

Como jurista y pensador, Lemkin es un ejemplo de honestidad, entrega y compromiso denodado por la defensa de la humanidad. Sus memorias son el relato de la peripecia de una vida, que demuestra el valor de un hombre y su entrega absoluta por ver realizadas esas convicciones en lentas conquistas.

Como dice Lev Tolstoi: “Creer en una idea exige vivirla”. Lemkin es un profeta tolstoiano, un soñador que lleva esa frase hasta sus últimas consecuencias.

Recién dos días después de su fallecimiento en plena calle, va a aparecer una necrológica en The New York Times que dará cuenta del suceso, repasará su vida en forma sucinta, pero nada señalará sobre aquellos últimos días, sobre sus búsquedas, sobre el ninguneo que padeció por parte de editores y su tenaz batalla para que Estados Unidos aprobase la Convención contra el Genocidio (tardío homenaje, porque recién será aprobada en 1988).

Para entonces Lemkin lo había perdido todo. A su familia y amigos en el Holocausto. Estaba solo. No había tenido hijos. Su legado eran sus ideas a materializarse: que la mayoría de los países del mundo adopten como suya la Convención y estén en alerta para siempre.

 

 

La novela de Philippe Sands (2017) y la autobiografía de Raphael Lemkin (2018).

 

 

 

Definir genocidio, ¿un problema (po)ético?

Leyendo la autobiografía de Lemkin aparece la imagen de la poesía como algo fundamental en la construcción del concepto legal de genocidio, por lo que entiendo que los debates actuales no deberían desenfocar esta cuestión. Así los archivos de la Universidad de Columbia, que se pueden consultar en forma virtual, dejan apreciar los bosquejos, tachaduras y pruebas varias que el jurista fue haciendo de puño y letra sobre el neologismo “genocidio”, procedimientos que parecen equivalentes al modo de trabajar del poeta minucioso en la confección del poema. Es decir, la búsqueda de una forma que sirva para dar con la palabra exacta, justa, precisa.

Hay poetas que suelen colocar todas las palabras juntas sobre la hoja para ser miradas en una composición, observando el cuadro de las estrofas de los versos, para ir luego descartando aquello que sobra o es exceso, hasta que queda completo el poema. Del mismo modo fue definido el mapa conceptual “Geno-cidio”. Como si fuera la composición de un largo poema.

 

Bosquejos, tachaduras y pruebas varias de Raphael Lemkin sobre el neologismo “genocidio”. Fuente: Autobiografía.

 

 

La maraña de palabras tachadas es también un aspecto lúdico, en el sentido que el filósofo Ludwig Wittgenstein entiende se define como “juego de lenguaje”. Los conceptos génos/cidio, la idea de grupo/étnico/nacional/racial/religioso. La función de totalidad o en parte; etc. El desglose y desarrollo de estos elementos implican un esfuerzo poético extraordinario de la hermenéutica general, que pone nombres para cristalizar un consenso legal de semántica universal, que solo un personaje de la talla de Raphael Lemkin –que hablaba 12 idiomas, se había formado en lingüística y poseía un enorme bagaje cultural– podía elaborar.

Definir los más graves crímenes del siglo XX como homicidios de barbarie, en cadena, o –por caso– “de lesa humanidad” (acuñado por su par Hersch Lauterpacht) no termina de convencer al jurista polaco. Hay aspectos que hacen al fenómeno del Holocausto un fenómeno extraordinario, por eso debe hallarse una descripción precisa en lo legal, que no deje dudas en su descripción y que pueda lograr el mayor consenso en la comunidad internacional.

De allí su obseso nominalismo, las palabras y las cosas que deben llegar a tener una equivalencia perfecta. Y ese es, quizás, el afán lingüístico-poético en la definición de genocidio que surge en su obra El dominio del Eje…, que llegará con algunos cambios a la convención de 1948.

Lemkin era consciente (y así lo confiesa en su autobiografía) de que salir de una definición coloquial de genocidio e ingresar a otra cuya semántica legal precisa fuera de gran aceptación era una operación lingüística de largo alcance. Algo que demuestra que así como la poesía puede ponerle palabras a aquello considerado inconmensurable, el derecho también puede tener esa capacidad.

Definir el horror para que no se repita. Por eso hay que saber nombrar. Y para saber nombrar hay que lograr la aceptación de todos (un mal poeta no tiene aceptación).

Por eso "genocidio" es una manera de nombrar o dar una poética precisa al derecho internacional, hasta entonces huérfano de un concepto similar.

 

 

 

El poemario perdido de Lemkin

Pero volvamos a los poemas perdidos de Lemkin. ¿Dónde están? ¿Por qué no se publicaron hasta ahora? En los archivos digitales que consulté no los encontré. Esa serie de poemas sí aparecen mencionados en la autobiografía. Se sabe que fueron conservados por su entonces colaboradora Nancy Ackerly (Nancy Steinson) y que Philippe Sands tuvo acceso a los mismos gracias a ella.

Lemkin no dejó instrucciones precisas sobre el destino de esos versos. En total contabilizarían 30 poemas bajo el título Pensamientos rimados (Thoughts in Rhyme).

En Calle Este-Oeste (página 438, de la edición castellana) se citan dos de esos poemas:

Amor asustado: “¿Me amará él más / si cierro la puerta / cuando llame esta noche?”

Sin título: “Señor, no luche / deje que mi beso corresponda / a su pecho con amor”.

En el caso del poema El abedul, es citado expresamente por Lemkin en su autobiografía como si fuera parte de la misma, pero el poema no está, fue quitado del original. Por eso en una nota al pie la editora Donna-Lee Frieze lo copia, y habla de los “probables” poemas escritos por Lemkin que le entregara a su última colaboradora Nancy Steinson. Allí se trascribe el poema (Totalmente extraoficial, páginas 58/59):

“…Desde que gateaba, / Recuerdo entre todos aquellos árboles, / un abedul orgulloso y blanco / erguido en el campo…” (Al final de la nota, lo transcribo completo.)

También se menciona cierta obsesión por la vida y obra de Rainer María Rilke, como una clave para entender la vida interior de Lemkin (Lee Frieze, páginas 33/34).

Por otro lado, sabemos algo más sobre los poemas gracias a los académicos James Loeffler y Leora Bilsky, quienes hace dos años hallaron un poema en hebreo que data de 1957, publicado en el periódico israelí Al ha-mishmar, bajo el título “Genocidio”. El increíble hallazgo fue publicado en 2021 en The Atlantic; y comienza así:

“…Vinieron a matarte,  / Y no por mera sed de sangre – / Dios les mandó / Para gobernar sobre todas las demás naciones. / Tu único pecado, tu mismo nombre; (…)” (Ver al final de esta nota, poema completo.)

El poema “Genocidio” parece tomar la forma de un clásico lamento hebreo por las trágicas pérdidas sufridas por el pueblo judío, cuyos nombres habían sido borrados por sus perseguidores. Como sostienen Loeffler y Bilsky, se trata de un lenguaje que recuerda a los profetas israelitas, las elegías litúrgicas asquenazíes medievales y el poeta hebreo moderno Jaim Najman Biálik (1873-1934), quien ejercería una fuerte influencia en el poemario perdido Thoughts in Rhyme.

La aparición del poema publicado en hebreo en 1957 no deja ya duda que es de su autoría, pues el periódico Al ha-mishmar coloca su firma al final, y demuestra que Lemkin acuñó el término jurídico genocidio, pero dos años antes de morir le dio forma de poema ofreciendo una manera más íntima de mirar / representar el mismo fenómeno.

Quizás la aparición de todos los poemas de Lemkin nos permita enriquecer la mirada sobre su obra jurídica. Quizás en la clave poética de Thoughts in Rhyme esté la clave jurídica y viceversa. La representación más acabada, más sutil, del fenómeno que él llamó genocidio.

 

 

 

Dos poemas de Raphael Lemkin

 

Genocidio

 

Vinieron a matarte,

Y no por mera sed de sangre–

Dios les mandó.

Para gobernar sobre todas las demás naciones.

Tu único pecado, tu mismo nombre.

 

Ellos borrarán tu semilla.

por motivos de raza y religión.

Apretado en el vagón de ganado,

En tu frente la marca.

de la bota del policía.

Tus ojos llenos de angustia;

Nunca más vas a ver a vuestras familias,

Vendido como esclavo, torturado y saqueado.

 

Todo el trabajo que una vez ejerciste,

Trabajando duro para mantener esposa e hijo,

Para llenar vuestras almas de orgullo,

Para prepararse en la lucha—

Ahora se reducirá,

Hasta los jadeos finales y el toque de muerte.

 

El humo de tus cadáveres quemados,

Se elevará más y más alto,

Al cielo.

Tus lápidas saqueadas–

Mientras el perro y el cerdo,

Roen los huesos de tus antepasados.

 

En la casa vacía,

El gato huérfano,

El favorito de tu hija,

Solo desde la cuna vacía.

Surgirá.

 

El piano silencioso está de pie,

Esperando en vano que la voz acompañe—

Y tu violín,

Yace mudo como un trozo de madera seca.

El libro que escribiste,

consumido en llamas.

 

En la escuela, donde enseñaste,

El estudiante superdotado será castigado,

Por alabar tu nombre.

 

Y esto por señal y por memoria:

Tus huérfanos nunca volverán a reír.

En tierras lejanas,

El cartero, con las manos vacías,

Visitará a sus parientes,

Con una lágrima en la mejilla.

La ciudad de Dios era esta,

Y ahora... yace desierta, compadeciéndose de sí misma.

 

(Traducción del inglés: Julián Axat del periódico The Atlantic)

 

 

El Abedul

 

Desde que gateaba,

Recuerdo entre todos aquellos árboles,

un abedul orgulloso y blanco

erguido en el campo.

Fantaseando en septiembre,

llorando en noviembre,

llegó a ser querido por mí

y por una abeja.

Para beber su jugosa leche

le atravesé su tronco de seda.

Pronto hubo una abeja,

un competidor para mí.

Oh, tu madre del árbol,

ambos bebemos la vida de ti

 

(Traducción de Joaquín González Ibáñez,

en Totalmente Extraoficial, Berg Institute, 2018)

 

 

 

 

 

* Nota: Quiero agradecer aquí al amigo Emanuel Kahan, quien me brindó los contactos necesarios para acceder a los archivos Lemkin.

 

 

 

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