Un poderío con pies de barro
El triunfo retórico de la estrategia militar norteamericana en Ucrania
El inminente colapso de las fuerzas militares de Ucrania ante el avance ruso en toda la región del sur y este del país expone la inexistencia de un plan norteamericano que contemple la posibilidad de resolver el conflicto a través de una negociación. En su lugar, se escala el antagonismo y, embretando a la guerra convencional, se crea el caldo de cultivo para un posible enfrentamiento directo entre potencias nucleares.
La semana pasada, el Presidente de Ucrania exigió nuevamente a la OTAN y al gobierno norteamericano más rapidez en el envío de armamento sofisticado hacia el frente de combate para poder así recuperar los territorios perdidos. Su ministro de Relaciones Exteriores fue más explícito y esbozó un plan de acción futura, cuyo eje central reside en el apoyo masivo de la OTAN para conformar una nueva fuerza militar y aérea equipada con armamento tecnológico de última generación [1]. La respuesta del gobierno norteamericano a estas demandas ha sido el envío a cuentagotas de munición y armamento, que no alcanza a reponer los que el ejército de Ucrania ha perdido desde el inicio de la invasión rusa.
El viejo anhelo de Ucrania de incorporarse a la Unión Europea se ha concretado en días pasados en la aceptación formal de su candidatura, iniciándose así un proceso que, según estiman dirigentes de la OTAN, puede llevar varias décadas en concretarse. Constituye, sin embargo, “un gesto” que muestra “el apoyo de la OTAN al sacrificio de Ucrania por la democracia y la libertad” [2]. No obstante, el gobierno de Ucrania demostró su compromiso con la libertad y los valores democráticos eliminando al principal partido político de oposición, bloqueando la circulación de literatura y arte ruso y prohibiendo el uso del lenguaje ruso en todo el país, incluyendo a las redes sociales y páginas web.
Todo esto ocurre en un contexto de continua sangría de un ejército ucraniano que, con una logística muy comprometida, está cercado y a punto de perder su control sobre toda la región del Donbas. Sin embargo, la emergencia de un nuevo frente de combate con Rusia sirvió para exponer la creciente complejidad de la guerra en Ucrania. Violando acuerdos y leyes internacionales vigentes desde fines de la Segunda Guerra Mundial, Lituania –miembro de la OTAN– prohibió a Rusia transportar hacia Kaliningrad, enclave ruso sobre el Báltico, productos que están incluidos en las sanciones impuestas a Rusia por la Comunidad Europea. Kaliningrad es el principal puerto de la flota rusa en el mar Báltico y es de importancia estratégica para la defensa de todo el territorio ruso. Su gobernador convocó a la población a no sentir pánico ante el bloqueo, asegurando que Rusia podrá abastecer a la población por vía marítima. Rusia, a su vez, ha reaccionado con fuerza ante una “provocación abiertamente hostil”, asegurando que “tomará acciones decisivas para proteger sus intereses nacionales”. Este incidente plantea la posibilidad de un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN en el mar Báltico, aunque la guerra informativa lo haya ignorado.
Esto no sorprende y responde al objetivo de ocultar lo que ocurre en el frente militar. Según un ex vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA, el esfuerzo concertado y al unísono de los medios de comunicación “independientes” de Occidente por imponer los intereses geopolíticos norteamericanos a través de la propaganda de guerra es único en la historia contemporánea y constituye el “rasgo más inquietante “de una guerra que nunca tendría que haber ocurrido”. La misma “fue deliberadamente provocada al empujar (el gobierno norteamericano) a la organización militar (la OTAN) hacia el este, a pesar de las repetidas advertencias de Moscú de no cruzar las líneas rojas” que protegen sus fronteras. Ahora, y “contrariamente al triunfalismo norteamericano, Rusia está ganando la guerra y Ucrania ha sido derrotada” [3]. Esta evaluación es compartida por otro prominente ex oficial norteamericano [4] y se explica por una estrategia equivocada, que busca desangrar a Rusia en un conflicto prolongado. La estrategia no admite la posibilidad de resultados adversos ni la necesidad de negociar. Desde un inicio, ha buscado separar a Rusia de China, presionando a esta última para que no ayude a la primera a sortear las sanciones económicas que le fueron impuestas.
Paradójicamente y en forma simultánea, el gobierno de Estados Unidos también ha escalado el conflicto con China en torno a la independencia de Taiwán. Esto ha llevado al ministro de Defensa chino a dejar en claro ante su par norteamericano que China está dispuesta a “pelear hasta las últimas consecuencias” e “impedir a cualquier costo la independencia de la isla” [5]. Al mismo tiempo, acusó a los Estados Unidos de intentar “contener” a China, rodeándola con alianzas militares hostiles y patrullando los mares adyacentes a su territorio con buques y aviones norteamericanos y de la OTAN.
Esta estrategia norteamericana de escalar los conflictos geopolíticos se da en un contexto en que, tras décadas de desindustrialización, los Estados Unidos carecen de la base industrial necesaria para producir rápidamente y sustituir la destrucción masiva de munición, misiles y equipos que hoy ocurre en una guerra convencional entre enemigos con poder militar más o menos equivalente. A esta conclusión llega un prestigioso think tank del establishment británico luego de analizar el consumo de munición y armamento que han hecho los ejércitos de Ucrania y Rusia a lo largo de cuatro meses de guerra [6]. “Hoy, Occidente no tiene la capacidad industrial para pelear una guerra a gran escala (…) la situación es especialmente crítica porque Rusia ha demostrado que tiene esa capacidad” y porque “detrás de la invasión rusa está China, la capital industrial del mundo (…) Si la competencia entre autocracias y democracias ha entrado en su fase militar, el arsenal de la democracia tiene que primero mejorar radicalmente su producción de munición y equipo en tiempos de guerra” [7].
Los cuatro meses de intensa guerra convencional en Ucrania también han revelado la incapacidad de la base industrial norteamericana para mantener sus stocks de municiones, misiles y equipos necesarios para su propia defensa y/o para enfrentar en el futuro inmediato un conflicto militar con China en torno a la independencia de Taiwán. Este contexto expone la irracionalidad de una política exterior centrada en una escalada de tensiones que no pueden ser resueltas a través de una guerra convencional, creando así rápidamente las condiciones para el estallido de una guerra nuclear de consecuencias imprevisibles. Así, y a pesar de la retórica triunfalista del relato oficial, los cuatro meses de guerra convencional en Ucrania han contribuido a desnudar los pies de barro del poderío militar norteamericano y el enorme riesgo que hoy corre el futuro de la humanidad en el planeta.
Una nación soberana frente al mundo unipolar
El Presidente de Rusia eligió al Foro Económico Internacional, reunido recientemente en San Petersburgo, para anunciar la ruptura definitiva de Rusia con Occidente y la decisión de consolidar su soberanía y su desarrollo nacional impulsando un nuevo orden global al margen del imperio del dólar. Según Vladimir Putin, las sanciones impuestas a Rusia no han logrado aislarla ni destruir su economía. Su moneda es cada vez más fuerte con relación al dólar, las tasas de interés y la inflación han bajado y el país se encamina hacia una profunda y selecta sustitución de importaciones y hacia el fortalecimiento de relaciones comerciales y financieras con todas las naciones que quieran independizarse del orden unipolar impuesto por los Estados Unidos.
Rusia no es la causante de la distorsión de las cadenas globales de abastecimientos que, según Putin, fue generada en los últimos años por la política económica, financiera y ambiental de los países más desarrollados, y agravada luego por las sanciones económicas adoptadas contra Rusia. Estas últimas conducen a la recesión global y constituyen un suicidio político de las elites norteamericana y europeas, que algún día tendrán que rendir cuentas ante una población embravecida por el deterioro de su nivel de vida. En este contexto, Rusia se compromete a abastecer de granos a los países de África y de Medio Oriente y está trabajando activamente para construir mecanismos de intercambio comercial y transacciones financieras al margen del dólar: “El barco ya ha partido y no hay modo de que vuelva para atrás”, dijo el Presidente ruso [8].
En el mismo foro, el CEO de Gazprom, la empresa rusa de energía, sintetizó la situación: “La economía global sufre trastornos tectónicos y los commodities son hoy más valiosos que el dinero. Esto pone fin a las reglas del juego impuestas por el valor nominal del dinero, ya que estas reglas no permiten controlar el abastecimiento de recursos (…) Nuestros productos nos brindan la posibilidad de imponer nuestras reglas de juego. No jugaremos más de acuerdo a reglas que no hemos creado”. Si el mundo necesita de los commodities rusos, Rusia decidirá quién los recibe y a qué precio [9].
Así, poco a poco empieza a tomar forma un nuevo sistema de intercambio basado en lo que, como hemos visto en otras notas, Zoltan Pozsar, “gurú de las finanzas” del Credit Suisse, denominó “dinero externo” (commodities, oro e incluso bitcoin). Dicho sistema es opuesto al impuesto por Occidente de “dinero interno”, basado en el crédito y el endeudamiento en una moneda que se impone como reserva de valor internacional: el dólar.
El Presidente de China, Xi Jinping, participó por videoconferencia en el Foro de San Petersburgo y, evocando la necesidad del multilateralismo, invitó a las economías emergentes a participar en el manejo de la economía global. A su vez, el primer mandatario de Kazajstán, aliado estratégico tanto de China como de Rusia, impulsó la integración de la Unión Económica de Eurasia con la iniciativa china de la Ruta de la Seda. En el foro también se discutió el rol crecientemente importante de los BRICS y de los países del sur global que buscan integrarlos. Esta agrupación formada por Brasil, Rusia, India, China y Sud África, las economías emergentes más grandes del mundo, está llamada a tener trascendencia creciente: ha creado una Agencia de Evaluación de Crédito (independiente de la norteamericana) y busca la integración de un Banco de Desarrollo propio y de un Acuerdo de Reservas Contingentes que permitan brindar apoyo a los países del grupo que así lo necesiten. La semana pasada, Putin empujó aún más la importancia futura de los BRICS al aclarar que Rusia está trabajando en la creación de una canasta de monedas de reserva internacional, basada precisamente en la canasta de monedas de los BRICS [10].
Si bien el movimiento hacia un nuevo orden global recién empieza y abarca a una multiplicidad de países –muchos de los cuales tienen serias contradicciones entre sí–, la emergencia del fenómeno contribuye a exponer los pies de barro de un sistema financiero internacional basado en el endeudamiento ilimitado en dólares, en la brecha creciente entre el crecimiento de la deuda y el de la economía real, en la creciente concentración de rentas, recursos y riqueza en muy pocas manos, mientras la población mundial se atomiza bajo la avalancha de una creciente desigualdad social.
Argentina: matriz productiva y moneda nacional
El surgimiento de este nuevo orden global ofrece a la Argentina una oportunidad única para desarrollar su economía nacional con inclusión social. Sin embargo, el país tiene un enorme problema: posee recursos naturales de importancia estratégica que permanecen sin explotar y/o son “extraídos”, esfumándose por diversas canaletas que nada tienen que ver con el desarrollo de la economía nacional y el bienestar de su población. Los sectores claves de la economía argentina son controlados desde hace muchas décadas por un pequeño y poderoso grupo de corporaciones que pujan entre sí por apropiarse de una mayor parte de los ingresos, rentas y riqueza generada y acumulada en el país, sin importarles el estancamiento de la economía, la desintegración de la nación ni el empobrecimiento y miseria de buena parte de los que habitan el suelo argentino. Sólo se interesan por acumular poder y riqueza, y fugarla del país.
Esta falta de conciencia nacional es un mal endémico que no se soluciona chamullando al oído de los grandes empresarios para que “paren la mano porque hay una guerra y todo el mundo sufre”. Tampoco se soluciona avisando que desde la cúspide del Ejecutivo se está pensando en convertir a Vicentin en una empresa testigo que permitirá ordenar lo que ocurre en el mundo de las exportaciones de granos y de la producción de alimentos. El Estado no es un sujeto, es un espacio de pelea, y en este contexto, los avisos sobre políticas a ser aplicadas en un futuro vaporoso alertan a los factores de poder y permiten que anticipen acciones que vacían de contenido a las políticas que se pretenden implementar. En lugar de advertir, hay que sorprender y obstruir inmediatamente a las canaletas por las que se fuga la riqueza del país, sancionando además severamente a los comportamientos ilícitos. En lugar de chamullar al oído de los poderosos, hay que comunicarle al pueblo lo que está ocurriendo, identificando a los que desabastecen, forman precios y producen corridas cambiarias y financieras. Esta comunicación permitirá poner el cascabel al gato, movilizando a la población en todas las instancias de la vida social para controlar el desabastecimiento y la remarcación descontrolada de precios, fenómenos que ya asoman a la intemperie.
La reciente intervención de la Vicepresidenta de la Nación señalando el “festival de importaciones” por las que se fugan los escasos dólares del país, abre las puertas a una nueva etapa destinada a desenterrar y revertir las causas más oscuras del drama argentino: una matriz productiva dominada por corporaciones transnacionales que constantemente reproducen la necesidad de dólares, pues “sin ellos no hay crecimiento posible”. Esta dependencia dolarizadora viene de lejos, se reproduce silenciosamente y se disimula adhiriéndose a la especulación financiera, al endeudamiento ilimitado, a la corrupción y a los ilícitos de distinta índole que en conjunto forman un nudo gordiano cada vez más difícil de romper.
En este juego perverso todo vale: desde los precios de transferencia y el comercio invisible entre filiales y casas matrices del complejo multinacional (sea este de capital local o extranjero) a la sobrefacturación de importaciones, subfacturación de exportaciones, constante formación de precios, piruetas cambiarias y financieras de diversa índole, cantidades exportadas e importadas que jamás se controlan, etc. Un resultado de esta situación es la total pérdida de valor de nuestra moneda que, sustituida por el dólar, nos hunde aún más en la fuga, el endeudamiento ilimitado, la concentración de riqueza en pocas manos y la enorme pobreza y desigualdad social.
Sin embargo, no todo está perdido. Hoy existen condiciones internacionales únicas que, por primera vez en mucho tiempo, permiten iniciar una vigorosa e inteligente política de sustitución de importaciones, de anclaje de nuestra moneda en nuestros recursos estratégicos, y de orientación financiera y comercial hacia el nuevo orden global para romper el encadenamiento del país y de su futuro al imperio del dólar.
[1] foreignaffairs.com, 17/06/2022.
[2] zerohedge.com, 23/06/2022.
[3] Graham E. Fuller, “Some hard thoughts about post Ukrain”, grahamefuller.com, 19/06/2022.
[4] Coronel Douglas Macgregor.
[5] nytimes.com, 12/06/2022.
[6] Royal United Services Institute, “The return of industrial warfare”, rusi.org, 17/06/2022.
[7] Ídem.
[8] Discurso del Presidente Putin, kremlin.ru, 17/06/2022.
[9] rt.com, 17/06/2022.
[10] Newsrnd.com, 22/06/2022.
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