Un país peculiar

Integración plena de inmigrantes, obstinación por la memoria y fomento del arte

 

explicar con palabras de este mundo

que partió de mí un barco llevándome

Árbol de Diana, Alejandra Pizarnik

 

Hace unos días se estrenó Partió un barco de mí llevándome, notable documental de Cecilia Kang. En él, la directora nos presenta dos hilos narrativos: uno histórico, referido a las “mujeres de confort”, eufemismo que describía a miles de mujeres, en su mayoría coreanas, transformadas en esclavas sexuales por el ejército japonés durante la II Guerra Mundial. En paralelo, un segundo hilo llevado adelante por Melanie Chong, joven actriz porteña de origen coreano, describe su crisis al tener que interpretar el monólogo de una de esas víctimas. Al descubrir el drama de esas mujeres, decide indagar más al respecto. La historia fluye de lo personal a lo familiar, luego a lo comunitario, para volver a lo más íntimo. El abuso hacia esas mujeres secuestradas o engañadas con promesas de falsos empleos repercute de alguna manera en el recuerdo de la violencia doméstica que sufrió la madre de la protagonista y que concluyó con la separación y el alejamiento del ex marido, padre de Melanie. La joven no comprende el silencio de su madre, quien le explica que durante años creyó ser la culpable de su propio calvario. El silencio parecía ser la única opción frente a la vergüenza que padecía.

De la misma forma, la historia de las esclavas sexuales coreanas permaneció oculta durante décadas. La negativa (hasta hoy) del gobierno de Japón a reconocer su responsabilidad en esas violaciones masivas y la vergüenza de las víctimas impulsaron un silencio generalizado hasta principios de los años ‘90. Fue en ese momento que una de las víctimas, Kim Bok-dong, se animó a hablar, a denunciar a sus victimarios y a exigir disculpas formales de Japón. Desde 1992, cada semana, un acto de protesta es organizado frente a la embajada japonesa en Seúl. En 2005 fue creado el Museo de Mujeres Activas sobre la Guerra y la Paz, espacio dedicado a analizar la violencia hacia las mujeres en situaciones de conflicto y guerra, pero especialmente centrado en la esclavitud sexual padecida por las “mujeres de confort”.

Unos años después, en 2018, Mina Watanabe, la directora del museo, recorrió el Parque de la Memoria junto a Graciela García Romero, sobreviviente de la ESMA: “Ustedes lograron reabrir los juicios a los perpetradores de las violaciones a los Derechos Humanos y nos parece muy importante aprender de eso. Incluso la violencia sexual está siendo juzgada y todo eso fue posible por las organizaciones de Derechos Humanos”.

 

 

Para García Romero, “las violaciones en la ESMA fueron un hecho político”. Existe un claro paralelismo entre las mujeres abusadas durante la última dictadura cívico-militar y las esclavas sexuales del ejército japonés: “El silencio en el que yo estuve y muchas compañeras todavía están también es un tiempo de elaboración”. García Romero junto a su abogada Carolina Varsky, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), fue la primera querellante por violaciones sexuales contra un represor, en este caso Jorge Tigre Acosta, jefe de inteligencia del grupo de tareas que operaba en la ESMA.

El año pasado, en el marco del Día Internacional de la Mujer, se llevó a cabo una muestra sobre “Mujeres de Confort” en la Casa por la Identidad de Abuelas en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA). La curadora, María Pilar Álvarez, afirmó en aquel momento: “Las Abuelas son un símbolo de resistencia y lucha para todas las mujeres de Corea”.

La Argentina es un país peculiar. Por un lado, desde hace más de un siglo transforma a los hijos de inmigrantes en ciudadanos con plenos derechos, principalmente gracias a la escuela pública y pese a sus crisis recurrentes. En efecto, mi padre, hijo de modestos inmigrantes gallegos, nunca se sintió menos argentino que el tataranieto de Martín Miguel de Güemes. En apenas una generación, él, como los hijos de judíos de Polonia, italianos de Calabria, españoles de Galicia, sirios de Alepo o, más recientemente, ciudadanos coreanos, fueron integrados en la comunidad argentina. Eso ocurrió pese al rechazo de los niños bien de La Liga Patriótica o los lamentos reaccionarios de Leopoldo Lugones, quien denunció sin éxito la invasión de esa “chusma ultramarina”.

Eso no significa que no exista en nuestro país xenofobia, racismo o incluso antisemitismo, pero esos odios no comprometen la noción de ciudadanía. A diferencia de lo que ocurre en Francia, por ejemplo, en donde una parte relevante de la población considera extranjeros a miles de jóvenes por su origen árabe o africano, pese a ser la segunda generación de franceses.

La velocidad de integración puede tener un costo: el olvido de las raíces profundas de cada nueva ola inmigratoria. El guardapolvo blanco nos iguala a todos y todos somos hijos de la Revolución de Mayo. El disfraz de granadero o dama antigua, las golosinas de infancia, el fútbol o el asado con amigos son nuestro legado común. Sin embargo, y esa es la gran peculiaridad argentina, compartimos también la obstinación por la memoria. De ahí que un documental que indaga sobre un hecho trágico ocurrido hace décadas en un país lejano nos parezca tan cercano, y su título, un verso de Alejandra Pizarnik que habla de lo inasible, suene tan acertado.

Al presentar la película, Cecilia Kang explicó que el largo proyecto del documental pudo ser llevado a cabo gracias al apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), lo que permitió luego obtener recursos de organismos coreanos. Es decir que la obstinación por la memoria fue impulsada por otra de nuestras terquedades: el fomento a la actividad artística, un impulso que tiene mucho que ver con las tradiciones de la clase media surgida en gran parte de la inmigración.

No es una coincidencia que los entusiastas de la motosierra que nos gobiernan busquen destruir tanto las políticas resumidas en el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia como el INCAA o las políticas públicas de fomento al arte y la cultura. Al igual que las violaciones en la ESMA, no se trata de errores o de hechos aislados llevados a cabo por energúmenos oportunos sino de una política planificada. El objetivo es terminar con la Argentina que conocemos, con este país peculiar, plebeyo e igualitario.

Que lo logren dependerá, una vez más, de nuestra tenaz obstinación.

 

 

 

* El documental se exhibe en el MALBA.

 

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