Un país guarida

El contradictorio sueño de ser Singapur

 

El 23 de marzo del 2015, en el Hospital General de Singapur —el más importante del sistema público de salud de la isla—, falleció Lee Kuan Yew, quien fuera Primer Ministro durante más de tres décadas.

Lee fundó el Partido de Acción Popular (People’s Action Party) en 1954. Cuatro años más tarde, al frente del gobierno autónomo, condujo a Singapur hacia la independencia del Reino Unido y, tras una breve y fallida federación con Malasia, impulsó la creación de un Estado independiente. Fue primer ministro hasta 1990, cuando se retiró a medias, ya que continuó en el gobierno con el puesto vitalicio de ministro mentor. Su partido siguió controlando las riendas del Estado y, desde 2004, su hijo Lee Hsien Loong —elegido Primer Ministro— aspira a emular la longevidad política de su padre, conformando una perdurable dinastía oriental.

La Heritage Foundation, un coso que mide la libertad con parámetros creativos, colocó a Singapur en lo más alto del desopilante Índice de Libertad Económica. Una decisión asombrosa teniendo en cuenta que, además de ser gobernado desde hace más de sesenta años por un mismo partido y casi una misma familia, Singapur es una guarida fiscal que elude la transparencia financiera y cuenta con un Estado que regula la orientación estratégica tanto de las empresas nacionales como de las multinacionales implantadas en el país.

Siguiendo los prejuicios de la Heritage Foundation, el último libro y posible nuevo plagio del Presidente de los Pies de Ninfa lleva en su tapa una foto de Singapur, cuyo objetivo es destacar el éxito que nos depararía el liberalismo frente a la pobreza que nos garantiza el socialismo, ilustrada en la misma tapa por una imagen de La Habana.

En realidad, a contramano de la fantasía de libre mercado con la que nuestra derecha, hoy extrema derecha, entra en éxtasis con el ejemplo de los tigres asiáticos como Taiwán, Corea del Sur o Singapur, el factor fundamental de su desarrollo ha sido el colosal intervencionismo estatal de sus economías.

Si según datos del Banco Mundial, el PBI per cápita pasó de unos 400 dólares —a precios actuales— en 1960, a más de 80.000 dólares en 2022, no fue gracias al virtuoso juego de un libre mercado inexistente, sino al dirigismo de un Estado fuerte (o asfixiante, para retomar un término muy utilizado por nuestros economistas serios). Como sostiene el investigador Daniel Schteingart, no sólo existen muchas empresas públicas en Singapur, sino que estas explican el 20% del PBI del país, un porcentaje contundente.

 

 

Por otro lado, ese Estado que en la Argentina deberíamos reducir es en Singapur el mayor propietario de tierras individuales; tierras que planifica, mantiene y administra. Cuenta además con mecanismos de expropiación de tierras privadas para proyectos de bien común. En sus más de seis décadas de gobierno, el persistente Partido de Acción Popular se centró en dos elementos de carácter redistributivo: vivienda y trabajo para los habitantes de la isla. Un proyecto que la misma derecha fascinada por Singapur consideraría en la Argentina como populista y económicamente insostenible.

Por otro lado, el Estado de ese país tan defendido por nuestros liberales imaginarios que denunciaron los barbijos o rechazan las vacunas ha intervenido históricamente en la vida privada de los ciudadanos. Sin ir más lejos, las relaciones sexuales entre hombres fueron despenalizadas recién en 2022.

En realidad, las alucinaciones austríacas nunca antes aplicadas sobre seres vivos que busca imponer el gobierno de la motosierra sólo comparten con el modelo de Singapur algunas prohibiciones y, sobre todo, su condición de guarida fiscal. Según el investigador financiero Nicholas Shaxson, autor de Las islas del tesoro, las guaridas fiscales les cuestan a los gobiernos del mundo entre 500.000 y 600.000 millones de dólares en recaudaciones no percibidas: “Los paraísos fiscales son la razón más importante por la cual los países pobres continúan siendo pobres. Este sistema extraterritorial conecta al submundo criminal con la elite financiera”.

Ese es el único y módico proyecto del Presidente: invocar el desarrollo de Singapur y transformarnos en las Islas Caimán. Es razonable que para ese objetivo liliputiense, el gobierno considere que a la Argentina le sobran tanto los investigadores y los científicos como las universidades, los hospitales públicos, la agencia de noticias, el cine nacional, la Comisión Nacional de Energía Atómica, los artistas, el CONICET, las orquestas sinfónicas, los clubes de barrio e incluso los sindicatos y los trabajadores. Más que un país, el papá de Conan nos propone el submundo criminal de un casino global, con el resultado inevitable de una mayoría de perdedores y unos pocos ganadores.

Tal vez ese no sea el sueño que tantos imaginaron.

 

 

 

 

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