Un odio que no cesa
Cinismo de Morales Solá para esconder el historial de violencia y atrocidades contra el peronismo
Joaquín Morales Solá, con un cinismo que remite a la sistemática y encendida retórica antiperonista del siempre vivo “gorilismo” argentino, publicó el pasado 4 de septiembre una nota de opinión en La Nación cuyo título es “Una historia de violencia y de odio”. Muy suelto de cuerpo escribió, entre otros párrafos: “El kirchnerismo venía buscando un 17 de octubre desde que el fiscal Diego Luciani pronunció su ya célebre opción ('corrupción o justicia, señores jueces') después de pedir 12 años de cárcel para la Vicepresidenta por hechos de corrupción comprobados en un expediente que pesa tres toneladas”. Desde luego se refiere a Cristina Fernández de Kirchner.
Su inconsistencia es notoria: los hechos de corrupción no están comprobados sino apenas investigados y no lo estarán hasta que haya sentencia en firme. Morales Solá no viró hacia la insolvencia recordatoria que suele venir con la vejez. Conoce perfectamente bien que la acusación de un fiscal no es un fallo. Lo ignora deliberadamente. Sabe asimismo que la frase de Luciani carece de celebridad y más bien se acerca a un lugar común sesgado, desde luego, por la intención de “enchastrar” a la Vicepresidenta. No obstante, lo ensalza.
Escribe Morales Solá que aquella “alentó su propia victimización y permitió múltiples actos de genuflexión”, en lo que atañe al atentado que había sufrido apenas días atrás. No alcanza a comprenderse a qué alude tanto en lo que enuncia primero como en lo que va segundo. Lo que sí puede decirse es que su nota fue publicada el día posterior a la numerosa y diáfana manifestación popular realizada el sábado 3 de septiembre. Tal vez tanta presencia, tanta tranquilidad de la gente que concurrió hasta con niñas y niños, tanto fervor y tanto apoyo lo dejó con sangre en el ojo, como se suele decir, lo que quizá le impidió ver bien.
Su nota es pródiga en mencionar al kirchnerismo incluso cuando se refiere a la concentración en Plaza de Mayo, que además de aquel sector –que tuvo una presencia importante– estuvo llena de peronistas de distintos pelajes y alineamientos, así como de no encuadrados. Probablemente porque prefiere minimizar esa magnífica tarde justicialista.
En la volteada cayó también Néstor Kirchner. Casi al comienzo de su nota, Morales Solá escribe: “Debe reconocerse, si se reconstruye con objetividad la historia, que el odio no existió en la política argentina hasta que los Kirchner se hicieron cargo del poder”. Y más adelante adjudica a Kirchner nada menos que haber instalado “una política que separó cruelmente a ‘ellos’ de ‘nosotros’, que convirtió al adversario en un enemigo”. Así es como está escrito: el responsable de la añeja “grieta” histórica es Néstor. Y Cristina, a su juicio, la continúa. “El odio político –dice Morales Solá–, la división social (y hasta familiar) por razones partidarias, la incomunicación política y la descalificación del otro fue una construcción constante del kirchnerismo durante casi 20 años de protagonismo político”. Para rematar añade: “Es obvio: el odio siembra odio y cosecha odio”.
En fin, de lo más campante deposita el mal exclusivamente en Néstor y Cristina, como si el antiperonismo hubiera sido angelical. Y cierra –haciéndose el zonzo– toda posibilidad de existencia de odios y antagonismos del “gorilismo”, tanto durante el actual período democrático como con anterioridad a 2003.
Quiénes son los odiadores
Una enorme sumatoria de hechos previos a 2003 indica que esos odios y antagonismos fueron practicados en la sociedad y en el sistema político argentino por el antiperonismo por lo menos desde 1955 en adelante. Es decir, casi medio siglo antes de la fecha indicada por Morales Solá.
El golpe militar del 16 de junio de 1955, impulsado por sectores de la Marina y de la Aeronáutica –así se llamaban en aquel entonces– se centró en el bombardeo a la Casa Rosada con la intención de matar a Perón y colocar un gobierno interino que condujera a una “renovación” por la vía electoral. El ataque fue intenso pero no suficiente para acabar con Perón. Pero además, las plazas de Mayo y Colón fueron también bombardeadas, en un acto de indecible barbarie que se cobró más de 300 muertos civiles y unos 800 heridos. Fracasado el intento, los aviones volaron hacia Uruguay, donde se refugiaron. Obviamente los insurrectos eran “gorilas”. Mencionar el odio no alcanza para describir el comportamiento de los insurrectos que merecerían otras calificaciones más directas y comunes.
Tres meses después –el 16 de septiembre– se inició la pomposamente llamada Revolución Libertadora, que buscó y consiguió el derrocamiento de Perón. Instaló una dictadura que no escatimó el escarmiento. Como bien se sabe, fusiló a militares y civiles, encarceló también a militares y políticos, proscribió al peronismo, el cadáver embalsamado de Evita fue “secuestrado” de la CGT donde reposaba, descabezó a los gobiernos provinciales, desplazó a los miembros de la Corte Suprema y hasta prohibió que se cantara la marcha Los muchachos peronistas, entre otras barbaridades. Hubo en este período también un fuerte odio del “gorilaje” civil que acompañó a esta dictadura.
En 1966 hubo otro golpe de Estado que instaló nuevamente una dictadura militar. Se prohibieron las actividades políticas, desapareció el Congreso, se intervinieron las universidades, se presionó al mundo de la cultura, se prohibió el uso del pelo largo y hasta se desconfió del hippismo y del rock and roll. Se clausuró también la actividad política, esta vez sin distinción de partidos. En fin: un “gorilismo” a full, que mantuvo la proscripción de Perón. Quizá en este período, que duró hasta 1973, el odio fue menor que el que lo antecedió y que el que lo sucedió. En todo caso, fue un odio atenuado en comparación con el anterior y con el que vino después.
La feroz dictadura establecida entre 1976 y 1983 fue la peor. Asesinó, torturó, encarceló, robó niñas y niños, sustrajo bienes y dineros ajenos, entre otras barbaries. Canceló el régimen democrático y por tanto el Congreso y las elecciones periódicas, e instaló un duro terrorismo de Estado, que –como su nombre lo indica– aterró a buena parte de la sociedad. Instaló, en síntesis, un brutal régimen dictatorial que, con sus más y sus menos, fue padecido por una inmensa mayoría. El peronismo, en este caso, volvió a recibir predominantemente el odio de los uniformados y de sus socios menores civiles de los ámbitos económico-financiero, político y cultural.
Pero hay todavía más. El 23 de noviembre de 2015 La Nación publicó un editorial que tituló “No más venganza”, relacionado con los juicios y condenas sobre los militares que habían incurrido en delitos atroces y aberrantes. “Las ansias de venganza deben quedar sepultadas de una vez y para siempre”, decía el texto. Una vez más el periódico se alineaba –como tendió a hacerlo durante la brutal dictadura del llamado Proceso– con quienes habían ejercido el terrorismo de Estado. Pero les salió el tiro por la culata: una no escasa parte del staff del diario sacó una declaración en contra de ese editorial.
Final
Morales Solá dice en su nota: “Debe reconocerse, si se reconstruye con objetividad la historia, que el odio no existió en la política argentina hasta que los Kirchner se hicieron cargo del poder”. Inaudito. ¿Qué clase de objetividad es esa? Las atrocidades omitidas por La Nación y las trapisondas que terminaron enojando a los propios trabajadores de ese diario, ¿qué son? ¿Verdurita?
El susodicho Morales esconde y/o suprime lo que no le viene bien y enuncia arteramente lo que le sirve para anatemizar al kirchnerismo y, por extensión, al peronismo. Su mensaje es prístino y mendaz al mismo tiempo: “El odio no existió en la política argentina hasta que los Kirchner se hicieron cargo del poder” (cito una vez más). Martilla, a sabiendas, sobre una mentira.
Adolfo Pérez Esquivel, nuestro Premio Nobel de la Paz, dirigió una nota al director de La Nación luego de haber leído ese editorial de 2015. Dijo allí: “Le hablo como víctima sobreviviente del terrorismo de Estado, detenido y torturado, que sufrió un vuelo de la muerte el día 5 de mayo de 1977 y se salvó gracias a la solidaridad internacional y que nada tuvo que ver con la violencia de las armas. Sí, en cambio, con la defensa del Estado de Derecho, de la vida y la dignidad de nuestro pueblo, que nunca el periódico que usted dirige tuvo el coraje de defender y hoy ataca pidiendo por aquellos que nunca tuvieron piedad con sus víctimas”.
¿Qué más se puede decir? Hay sí una historia de violencia y de odio. Es precisamente aquella que Morales Solá procura esconder mediante una tan burda como ridícula maniobra.
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