¿En las elecciones francesas, la extrema derecha fue derrotada y la izquierda triunfó? En realidad, ambos ganaron algunos escaños, pero proporcionalmente quien más aumentó su representación fue la extrema derecha. Sin embargo, ante el susto que genera la posibilidad de que esta última obtenga la mayoría parlamentaria, establezca un gobierno y elija al Primer Ministro, la izquierda parece haber despertado, resuelto las diferencias históricas entre los distintos grupos y logrado un triunfo electoral. Si bien es cierto que los escaños obtenidos no fueron suficientes para crear una mayoría que le permitiera formar gobierno en solitario, al menos logró frenar el impulso de la extrema derecha. Sea como fuere, la percepción internacional en general fue de una victoria de la izquierda y una derrota de la derecha, aunque quien sufrió una derrota clara fue el Presidente Emmanuel Macron y con él el neoliberalismo salvaje.
Parece que no sólo en Francia, sino también en el resto de Europa, los ciudadanos están sintiendo en la carne la inclemencia del neoliberalismo, acostumbrados como estaban al Estado de bienestar social. Del mismo modo, perciben como un sacrificio injustificado la exigencia de contribuir a la OTAN, destinando el 2% del PIB para mantener armados sus Ministerios de Defensa en una guerra que ni entienden ni sienten propia. Quizás por eso en Francia el gran perdedor fue el partido de la guerra, que hasta hace poco encarnaba la punta de lanza de la Europa guerrera contra Rusia. Tanto Marine Le Pen, del partido de derecha radical Agrupación Nacional, como Jean-Luc Mélenchon, fundador y actual líder del movimiento Francia Insumisa, partido mayoritario entre los cinco que formaron el izquierdista Nuevo Frente Popular (NFP), no apoyan la guerra contra Rusia y ambos están en contra del atlantismo de la OTAN y a favor de una organización militar exclusivamente europea. Ambos grupos son también proteccionistas y antiliberales. Se podría decir que, frente al neoliberalismo, son aliados.
Esta relación entre los extremos del arco político-ideológico no es una anomalía política ni tampoco es extraña; de hecho, ya se ha reflexionado al respecto. Quien pensó en esto fue Carl Schmitt en el artículo “La era de las neutralizaciones y despolitizaciones” [1]. Después de caracterizar el liberalismo como “violencia económica”, que alcanza el poder político global para constituir el imperialismo: “Un imperialismo —nos dice— fundado sobre bases económicas intentará naturalmente crear una situación mundial en la que pueda emplear abiertamente, en la medida en que sea necesario, sus instrumentos económicos de poder, como las restricciones crediticias, el bloqueo de materias primas, la devaluación de la moneda extranjera, etc. Considerará como ‘violencia extraeconómica’ el intento de un pueblo u otro grupo humano de protegerse de los efectos de estos métodos ‘pacíficos’”. ¿Este pasaje te recuerda la situación actual?
Resumiendo drásticamente ese artículo para llegar al meollo que nos interesa, podríamos decir que, para Schmitt, el ser humano es por naturaleza conflictivo y este conflicto es existencial, de vida o muerte, en el cual se impone la distinción entre “amigo” y “enemigo” que caracteriza el campo político. Puede partirse de distintos ámbitos, como el estético, el ético, el religioso, pero todos ellos acabarán desembocando en el político, donde la definición entre lo bello y lo feo, el bien y el mal, los dioses y los demonios, crean antagonismos abismales que sólo pueden resolverse políticamente, es decir, conflictivamente. Sin embargo, después de un tiempo viviendo en conflicto y cansado de la lucha, el ser humano busca escapar para una zona de neutralidad. No obstante, una vez instalado en ella, cualquiera que sea su naturaleza, esta zona vuelve a ser politizada por visiones del mundo antagónicas que se hunden en un conflicto constante, para luego escapar de la búsqueda de la neutralidad, volver a polemizar y tornarla conflictiva.
Al parecer, en nuestra época, el neoliberalismo se presentó como la panacea para resolver los problemas sociales como una “técnica” y, por tanto, neutral. Los campos de politización radical que enfrentaban al mundo entre el socialismo y el capitalismo y el abismo entre ellos representaban un antagonismo irreductible. El cansancio de la Guerra Fría parece haber visualizado una nueva neutralidad que se presentaba como una resolución “técnica” de los problemas con el neoliberalismo económico, la democracia como forma “racional” de alternancia de gobierno y la libertad de consumo como ideología global. Esta aparente y provisoria neutralidad retiró el oxígeno necesario para la combustión conflictiva entre izquierda y derecha, la aparente posibilidad de la resolución técnica de los problemas despolitizó el enfrentamiento fundamental entre ambas. Por tanto, no sorprende que la izquierda y la extrema derecha francesas hayan convergido contra el neoliberalismo de Macron. Este, con su falsa despolitización de la resolución de los problemas sociales, es el enemigo común de la izquierda y la derecha.
Sin embargo, no tuvieron que pasar tres décadas para que el desencanto se apoderara de las sociedades del mundo occidental. No sólo el consumo no era para todos, sino que incluso aquellos que podían consumir fueron perdiendo esa capacidad; el sistema “democrático” burgués, con sus medios de comunicación monopolizados, des-ideologizó los partidos políticos para transformarlos en siglas electorales homogéneas; el neoliberalismo económico sólo produjo concentración del ingreso, pobreza y el debilitamiento de las estructuras institucionales de mediación social. Junto con la despolitización, el neoliberalismo trajo el desencanto al mundo. Este desencanto, a su vez, arrojó luz sobre la falsedad de la neutralidad de la tecnología como forma de resolver problemas, abriendo la grieta por la que volvió a ingresar el oxígeno que anima la combustión de la política: la disolución del conflicto original en el campo de la neutralización técnico-económica se está politizando nuevamente, lo que podrá permitir el aparecimiento de nuevas alternativas políticas que se antagonicen polémicamente en un intento de imponer sus perspectivas y visiones del mundo particulares. Quizás por eso los apasionados discursos de Mélenchon y Le Pen prevalecieron sobre el discurso de Macron. El problema político de Europa no es si va o no a la guerra contra Rusia, sino cómo ordenar sus sociedades de manera de satisfacer sus crecientes demandas. A pesar de ello, continúan los preparativos para una guerra que podría significar el fin de Europa tal como la conocemos.
Si en Francia la decadencia neoliberal expuso el conflicto ideológico-político entre la izquierda y la extrema derecha, en el ambiente internacional la decadencia de Estados Unidos está dejando espacio para el surgimiento de un mundo multilateral en política y multipolar en materia de seguridad. Desde el punto de vista geopolítico, las piezas que componen el tablero internacional se están posicionando claramente y definiendo los contornos de posibles frentes de combate. La consolidación del eje chino-ruso, por un lado, se está fortaleciendo con relaciones diplomáticas consistentes: China, que había logrado un acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, logró un acuerdo político histórico entre los grupos palestinos en la semana en la que también logró su acercamiento con la India. El acuerdo entre estos grupos antagónicos es un indicador de la eficiencia de la diplomacia china, pero, por otro lado, apunta a la formación de importantes centros geoestratégicos regionales favorables a la multilateralidad de las relaciones internacionales. Sin embargo, los acuerdos favorables a la multilateralidad del sistema internacional no significan una alianza estratégico-militar automática, sino que representan una operación a través de líneas exteriores de debilitamiento político de las alianzas adversarias. Por otro lado, estos acuerdos comerciales, económicos y de infraestructura pueden resolver posibles cuellos de botella en el suministro de insumos necesarios en caso de guerra.
Con esto queremos decir que: 1) la diplomacia ineficiente y arrogante del imperio decadente ha obtenido apoyo político para un frente multilateral y multipolar emergente; 2) el multilateralismo no sólo opera en la preparación interna para una posible guerra, desarrollando tecnologías e industrias, sino que también diseñó una estrategia diplomática encaminada a incrementar la aprobación internacional de su propuesta y, en consecuencia, debilitar la alianza adversaria; 3) los acuerdos comerciales del proyecto emergente, con su propuesta de operar con monedas nacionales, viene desdolarizando paulatinamente la economía internacional y, finalmente, 4) el diseño de la estrategia político-económica de los polos ascendentes puede conducir, como quería Sun Tzu, a la derrota del imperio decadente sin necesidad de luchar, porque la guerra no es inexorable.
Hay quienes identifican el enfrentamiento entre el Occidente ideológico y el multilateralismo, en el ámbito internacional, con el antagonismo ideológico entre derecha e izquierda que mencionamos anteriormente en Francia y otros países. Reconozco que argumentos no faltan: el neoliberalismo y el imperialismo como adversidades están presentes en las agendas de ambos movimientos; sin embargo, en el movimiento por el multilateralismo participan varios gobiernos de derecha.
Es difícil que un imperio decaiga pacíficamente, especialmente si se trata de un imperio agresivo y belicoso como Estados Unidos. Sus coloridas “revoluciones”, sanciones económicas, bloqueos y presiones, su incitación y participación en todas las guerras de este siglo, que dejaron millones de muertos, heridos y refugiados, la mayoría de ellos civiles inocentes, muestran hasta dónde puede llegar para satisfacer sus intereses. Israel, Ucrania y Taiwán son chispas que arden en la fisura del gran frente de combate de una posible guerra mundial, todos ellos militarmente estimulados y armados por Estados Unidos. Pero, frente a un grupo de países consistente y poderoso, como el que se está formando en torno al multilateralismo, tal vez la razón hable más alto que el apetito insaciable de la potencia en decadencia y consiga llevar a la otrora hegemónica potencia al tamaño que le corresponde de forma pacífica. Quizás el movimiento de politización iniciado en Francia se extienda para converger con el movimiento multilateral para diseñar un mundo pacífico, igualitario y justo.
[1] Véase de SCHMITT, C. El concepto de lo “político”. Buenos Aires: Folios Ediciones, 1984.
* Héctor Luis Saint-Pierre es doctor en Filosofía Política por la Unicamp, profesor de la Universidade Estadual Paulista (UNESP) y coordinador del área “Paz, defensa y Seguridad Internacional” del Posgrado en Relaciones Internacionales San Tiago Dantas. Fundador y Líder del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES).
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