Un mundo descalabrado

La OTAN acelera su transformación invocando “amenazas actuales y futuras”

 

Es evidente que el mundo ha virado de una manera de desenvolverse que se denominaba globalización –que se desarrolló no sin bemoles pero con una cierta estabilidad y concordancia a escala internacional– a otra más bien ríspida y belicosa.

Dos crisis económicas, en 2008 y 2011, pusieron de manifiesto que algo andaba mal en el mundo globalizado. La primera se originó en Estados Unidos. Afectó allí a múltiples empresas y entidades bancarias tales como el banco Lehmann Brothers, al Grupo Internacional Americano (AIG: American International Group, una de las mayores aseguradoras del mundo) y a las compañías hipotecarias Fannie Mac y Freddi Mac, entre muchas otras. Como no podía ser de otra manera, este agudo cimbronazo se esparció hacia el resto del mundo. Poco después, en 2011, sobrevino un segundo cimbronazo internacional que se propagó mayormente por Europa pero envió también sus malestares a no pocas regiones del orbe. Claramente, algo comenzaba a no andar bien en el mundo todavía globalizado que, en 2014, volvería a sufrir un tercer y grave desarreglo, pero esta vez en el plano de la política internacional.

Véase. En 1988 Rusia fue aceptada e incorporada al Grupo de los 7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido), que pasó a llamarse Grupo de los 8. Ese agrupamiento se mantuvo hasta 2014, cuando Moscú se vio en una encrucijada. Las ciudades –y sus regiones colindantes– de Donetsk y Lugansk, mayormente de origen ruso, se hallaban en conflicto con Ucrania, a la que territorialmente pertenecían en ese entonces. No obstante, ambas se hallaban en conflicto armado con Kiev en busca de su autonomía y eventual incorporación a Rusia, que discretamente las apoyaba. Así las cosas, Vladimir Putin debía tomar una decisión: o se mantenía en el G8, dejaba de apoyar a Donetsk y Lugansk, y abandonaba a las rusófilas poblaciones que allí vivían, o las ayudaba abiertamente y perdía la relación con los países miembros del G8, que estaban en favor de Ucrania. Como se sabe, eligió esto último y salió del grupo, que obviamente volvió a llamarse G7. Además, tomó la península de Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol. Para ese entonces, Barack Obama –que ejercía su segunda presidencia– deploró esas decisiones de Putin, que fueron acompañadas por sus socios políticos europeos. No está demás mencionar, por otra parte, que con el apoyo ruso Donetsk y Lugansk batallaron luego seis años con Ucrania y pudieron convertirse en repúblicas independientes asociadas a Rusia.

Donald Trump, sucesor de Obama, cambió sustancialmente la política de Estados Unidos hacia Rusia. Mantuvo una buena relación con Putin, lo cual congeló por un tiempo el encono norteamericano sobre Moscú. Tuvo, en cambio, una relación un tanto ríspida con China que, sin embargo, no impidió el intercambio comercial de ambos países.

Llegado Joseph Biden a la Casa Blanca, descartó lo hecho por su antecesor y embistió rápida y fuertemente contra Rusia. Apenas dos semanas después de asumir su presidencia, en enero de 2021 despachó a dos destructores acompañados de una nave de abastecimiento, que navegaron el mar Egeo, el mar de Mármara con sus dos estrechos: Bósforo y Dardanelos, y luego el Mar Negro, sobre el cual tiene costas Rusia. Fue ésta una primera y explícita provocación. Un segundo arribo al antedicho mar se produjo a mediados del mismo año, cuando una amplia formación aeronaval multinacional encabezada por Washington desarrolló maniobras operacionales poco menos que en las narices de Moscú, que se limitó a controlar sus aguas jurisdiccionales. Hacia octubre volvieron al Mar Negro dos destructores norteamericanos y una nave de abastecimiento. Por otra parte, hubo también sendas entradas de barcos de guerra norteamericanos al Mar Báltico. La primera operó frente a Kaliningrado y la segunda lo hizo sobre la costa este de Rusia, en las cercanías de San Petersburgo –nada menos– en enero de 2022. En fin, fueron cinco las provocaciones y alardes que desarrolló Washington contra Rusia: tres en el Mar Negro y dos en el Báltico.

 

La guerra

Fue tal la presión sobre Rusia de la entente occidental encabezada por Estados Unidos que Moscú eligió la guerra. ¿Qué opción le quedaba? ¿Acaso la de aceptar otro año de presiones, de acciones y amenazas lanzadas por la antedicha entente, nuevamente tanto en el Mar Negro como en el Báltico? Obviamente, Moscú desechó esa alternativa. Y también la de guerrear contra la gran potencia del norte. Se lanzó entonces a una contienda bélica teniendo como antagonista a Ucrania, que no tenía vínculos con entidades de Europa Occidental pero había accionado en la segunda y amplia intromisión en el Mar Negro, encabezada por Washington, y había abierto sus puertos a los navíos amigos con algún problema que llegaran hasta allí.

Como se sabe, la OTAN, encabezada por Estados Unidos, ha apoyado a Ucrania tanto con dólares como con sistemas de armas. Sin este aporte, que es abundante, la contienda ruso-ucraniana hubiera terminado hace ya rato. Tal vez en algún momento eso ocurra, pero todavía no se lo vislumbra. Rusia mantiene una ofensiva moderada que le permite ganar terreno poco a poco, sin perder demasiados combatientes ni equipos. Ucrania, en sentido contrario, tiene una inevitable actitud defensiva que debería dar como resultado una pérdida de personal y de equipos menores que la de Rusia, lo que sin embargo no le ha resultado fácil.

 

Final

En abril de este año, el entendimiento económico y geopolítico iniciado desde hace algún tiempo entre Rusia y China mostró que la asociación había ido creciendo paulatinamente. “China y Rusia se han unido para forjar un nuevo camino de coexistencia y cooperación”, expresó muy recientemente el premier chino Xi Jinping. Frente a él se encontraba Sergei Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores de Rusia. Lo conversado entre ambos no fue dado a conocer. Pero no es difícil imaginar que la guerra en curso entre Rusia y Ucrania apoyada por la OTAN fue una de las cuestiones que abordaron.

Por otra parte, se ha realizado el 10 de julio pasado la reunión general de la OEA (Organización de Estados Americanos), que ha dado a conocer una declaración emitida por los jefes de Estado y de gobierno. Cuenta con 38 puntos y un acápite final relativo a la seguridad de Ucrania. Es obviamente imposible mencionarlos a todos en esta nota. Pero sí cabe examinar algunos. Rusia aparece en seis puntos: es la más mencionada. Se le encaja “seguir siendo la amenaza más importante y directa a la seguridad de los aliados” (punto 3). También que “es la única responsable de su agresión contra Ucrania” (punto 17). Y así de corrido. El punto 4 incluye a Irán, del que dice que “está afectando la seguridad euro-atlántica”. El mismo punto señala “la profundización de la asociación estratégica entre Rusia y China… que se refuerzan mutuamente para socavar y reconfigurar el orden internacional”. “China se ha convertido en un facilitador decisivo de la guerra de Rusia contra Ucrania” (punto 26). Se menciona asimismo el desarrollo y fortalecimiento de la OTAN (punto 7); la disuasión nuclear (punto 9); la lucha contra el terrorismo (punto 22). Cierra el listado el punto 33, que dice: “Hemos acelerado la transformación de la OTAN para hacer frente a las amenazas actuales y futuras”. Obviamente se refiere a las mencionadas inmediatamente más arriba.

La declaración incluye, además, un Compromiso de Asistencia a Largo Plazo para la Seguridad de Ucrania, que contiene seis puntos. En el primero, menciona que “Ucrania requiere por largo tiempo nuestro soporte”. Y agrega que ese país ha recibido de sus aliados un soporte de 40.000 millones de euros anuales debido al apoyo político, económico, financiero, militar y humanitario que necesita. Un monto verdaderamente significativo.

En fin. Así están las cosas. Claro está que hoy en día la globalización ha desaparecido. Y que el mundo se encuentra descalabrado.

 

 

 

 

 

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