UN LEÓN RUGE EN EL TEMPLO
Collage literario en el que León Ferrari anuda ética y estética en una obra de teatro ilustrada
Como la Estatua de la Libertad frente a Nueva York pero en la entrada al puerto de Buenos Aires, en una isla artificial, se yergue La Basílica. Parecida en diseño y proporciones a la de San Pedro en el Vaticano, guarda en su interior una jaula con una parrilla por piso, bajo la cual diez mecheros de gas incineran gatos vivos. Desde la pared aledaña un Cristo murmura: “Así será el fin del siglo: saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno del fuego: allí será el lloro y el rugir de dientes. ¿Habéis entendido todas esas cosas?”.
Las típicas torcazas bonaerenses podrán observar desde fuera a través de altas claraboyas, mientras que las aves privilegiada serán las carroñeras como el buitre y el cuervo, tan bíblico él, por haber sido “el primer ser vivo que sobrevoló la tierra libre de pecado, después del diluvio yendo y tornando hasta que las aguas se secaron. Sólo después Noé envió a la paloma que volvió con el ramo de olivo, señal que solo había muerte alrededor…”. Asimismo estarán lo telúricos carancho y chimango, junto a nuestra ave insignia, el Cóndor de los Andes, “buitre que comparte con Dios la majestad del vuelo en las alturas y su pasión por la muerte y la carroña”, de incomparable “habilidad para encontrar animales muertos”, que opera en grupos, de modo que cuando “una de ellas descubre una presa, las otras se precipitan hacia allí, cada ave arrastrando a las demás como si estuviesen ligadas por una red invisible”. Por otra parte, quien planifica tamaño templo, reconoce que “la idea de Cristo de prolongar cinco meses las torturas con escorpiones es mucho más fuerte” que su jaula de gatos quemados, de todos modos optimizable “colgando la jaula a unos dos o tres metros sobre los mecheros con un sistema de roldanas y contrapesos que permitan al público acercarla o alejarla del fuego y encontrar así un equilibrio entre la intensidad del castigo y su duración…”
Proyecta La Basílica en 1985 nada menos que el inmenso y multifacético artista plástico León Ferrari (Buenos Aires 1920- 2013) durante su exilio brasilero -entre 1976 y 1991- como un “collage literario” bajo el formato teatral, más bien al modo de auto sacramental herético. Obra que se inscribe en la denuncia de las prácticas de convencimiento, disciplinadoras y punitivas propias de la iglesia católica durante dos milenios de complicidad con sucesivos despotismos. Estilo que caracteriza buena parte del compromiso artístico de Ferrari, quien a partir de 1962, con la ilustración de poemas de su amigo Rafael Alberti y, en1965, con la potente instalación La Civilización Occidental y Cristiana (un Jesús crucificado sobre un avión de combate norteamericano), hoy célebre, inicia un combate ético y estético contra toda forma de tortura, sometimiento y opresión.
Editada inicialmente por el autor en Sao Paulo en 1985 con una tirada de cuatrocientos ejemplares numerados, La Basílica llega ahora merced a una muy prolija propuesta de una pequeña editorial que respeta el original, incluyendo sus ilustraciones y orden de páginas. Texto con destino a ser teatralizado, tiene por protagonista a “un Jehová monoteísta atropellado por el monoteísmo cristiano”, a la sazón “muy parecido a uno de los católicos generales que padecimos, observando la evolución de los cuervos y con un escapulario colgado del cuello con la fotografía de su asesor cultural”. Dios enfrentado a un Jesús que reclama su prioridad en el reino de los cielos. Les escolta un salpicón de santos, coro de castrati y otro de vírgenes, las niñas Lucía y Jacinta que en 1017 alucinaron en la localidad de Fátima a la virgen y un ángel, Ronald Reagan que anuncia el Armagedón, Moisés, algunos ángeles, los papas Paulo VI y Juan XXII, que “en 1317 hizo despellejar vivo y arrojar a la higuera a Hugo Gerold, obispo de Cahors…”. Joyitas todas que aparecen en la mismísima Biblia, catecismos y libros sagrados circundantes, que en el texto de Ferrari aparecen citados en el margen izquierdo con nombre y número de versículo, como corresponde.
La trama se despliega a lo largo de casi doscientas cincuenta páginas en un desarrollo escénico más complejo por lo abigarrado que por los parlamentos expresados en esa segunda persona del plural, con los artículos como sufijos de los verbos, típicos del sermón eclesiástico. Manierismo llevado hasta el absurdo, desata un efecto de saturación dirigida, que permite una rauda mutación de climas, capaz de exigir al lector una mayor tensión, a fin de entrar en ritmo, que a un eventual espectador, inmerso en un despliegue delirante, lindero al clown.
La pequeña escena en que Jesús espeta a sus fieles “¡Malditos! – Amad a vuestros enemigos- Haced el bien a los que os aborrecen – Ofreced la mejilla izquierda si os golpean en la derecha … ¡Malditos!”, pasa de ser el pretendido paradigma de beatitud y perdón a constituirse en la premisa inicial de quien pega primero. Esto, sin torcer un ápice el texto sagrado original; simplemente desplazándolo en forma dialógica junto a otros análogos. De allí el collage o, más bien, el collage dentro del collage. Pues tales párrafos se intercalan con otros proveniente de distintas fuentes, a su vez significando las ilustraciones en las que Ferrari muestra hongos atómicos, instrumentos de tortura (la cruz, uno de los principales), láminas anatómicas y fragmentos intervenidos de cuadros de Miguel Ángel, Leonardo, Giotto, Fra Angelico, Tintoreto, Tiziano, Rubens. Jean Cousin, Cornelius, más los propios y de “todos los artistas que publicitaron la aterradora idea de la existencia de los eternos torturadores divinos”.
Collage a la enésima potencia, no sólo literario, La Basílica excede la provocación herética, sin excluirla, para abarcar la dimensión del manifiesto político donde ética y estética se anudan borromeicamente. Segunda irrupción del Maestro León Ferrari en la dramaturgia ecléctica (la primera fue Palabras Ajenas, de 1967), La Basílica es la obra más compleja de la serie que sigue con Exégesis (1993) y culmina en el inédito Conversaciones entre Jesús, Jehová y Hitler, que la misma editorial anuncia para los próximos meses; es de esperar también al cuidado muy cuidadoso de Silvia Badariotti y con prólogo contextual de Agustín Diez Fischer.
Al principio de la obra aparece por única vez un personaje, Felipe, que se limita a expresar: “Señor, muéstranos al padre, y nos basta”. El nombre, Felipe, es el que Ariel Ferrari, hijo del artista, utilizaba en la militancia en la organización Montoneros. Al resistirse a ser secuestrado el 27 de febrero de 1977, el oficial de la Armada Alfredo Astiz lo asesina de varios disparos.
FICHA TÉCNICA
La Basílica
León Ferrari
Buenos Aires, 2020
252 págs.
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