Las hermosas e imponentes infraestructuras de las residencias sociales de la Unidad Turística (UT) Chapadmalal fueron diseñadas en 1945 por el general Pistarini, impulsadas por la Fundación Eva Perón –con el propósito de iniciar y desarrollar el turismo social en el país, ya que hasta ese entonces el turismo era exclusivo de las clases pudientes– y construidas durante la primera Presidencia de Perón por un grande de la arquitectura como Alejandro Bustillo. Miles de alumnos de secundario se alojan habitualmente n los nueve “hoteles” que comprenden el complejo turístico: jóvenes de provincias, muchos de los cuales recién conocían el mar y algunos que utilizaron por primera vez sanitarios de higiene personal de los que carecían en sus hogares.
En estas líneas se tratará otro aspecto poco difundido, único en materia vacacional: las vivencias resultantes de los lazos sociales promovidos y generados en Chapadmalal, en gran medida gracias a ese formidable catalizador que conforma el grupo de jóvenes del “equipo de recreación” especialmente contratado por la UT para propiciar y fomentar la relación social entre la diversidad de pasajeros de cada hotel –muchos adultos mayores, unos cuantas parejas con hijos pequeños y algunos grupitos de jóvenes– mediante distintas formas y artificios específicos, como juegos de salón, karaoke, caminatas, música bailable, campeonatos de ping-pong y actividades para padres e hijos.
La primera noche, impulsados por las chicas de recreación, los pasajeros se sientan en ronda y van presentándose e indicando de qué lugar del país provienen, con el resultado de que casi todas las provincias aparecen representadas. Al rato, al ritmo de la música, salen casi todos a bailar –inicialmente haciendo un trencito– para terminar la jornada felices con tantas sorpresas agradables y divertidas, para la mayoría en su primera experiencia de turismo social.
Otra noche faltó una moza –de los dos jóvenes que atendían en el comedor–, por lo cual quedó solito laburando un joven de muy buen talante. Hasta la mitad de la cena, diligentemente y sin perder el humor, a pesar de la difícil situación en que había quedado, el muchacho se ocupaba de que todos tuvieran la cena lo más pronto posible. De repente, con formidable empatía, se levantó de la mesa donde cenaba una de las jóvenes y empezó a ayudarle a repartir la comida. Enseguida, al darse cuenta de lo que sucedía, otros pasajeros se levantaron y colaboraron para dejar el comedor limpio, mientras el mozo no lo podía creer y entre los improvisados ayudantes se asistían unos a otros con el mayor empeño.
Para ese entonces se podía observar cómo entre los distintos grupos se compartían caminatas por la inmensidad de la UT u organizaban un paseo en auto a Miramar; se armaban rondas de mate entre varios grupos, así como salidas conjuntas a la playa.
La UT Chapadmalal es un legado del primer gobierno peronista y, desde entonces, patrimonio de todos los argentinos. Es gracias a Eva Perón que tantos compatriotas han conocido el mar y disfrutado allí sus primeras e inolvidables vacaciones. Un lugar digno, bello y confortable donde se pone en práctica el lema “la Patria es el otro”; donde se ha instalado la impronta de promover el conocernos entre todos jugando, bailando, cantando, disfrutando de la vida, aunque sea sólo durante seis días al año, norma que rige el turismo social en las UT para que puedan ser disfrutadas equitativamente entre los compatriotas.
La pandemia ha mostrado cómo las tecnologías, en su lógica algorítmica de “más de lo mismo” –que aleja de nosotros lo diferente, lo que no concuerda con nuestras ideas–, crean las burbujas de comunicación que pueden llegar a conformar lazos de odio. Nos proporcionan una ilusión identitaria. Un último refugio en un mundo globalizado donde cada uno cuenta sólo como una cifra o un código.
Los lazos sociales requieren algo más que palabras e imágenes retransmitidas. No olvidemos que la presencia es apostar por un futuro donde el deseo y el encuentro con los otros sigan siendo la causa que propicie los intercambios. Donde también haya lugar para el vacío y el aburrimiento; eso inútil e improductivo, cuya única razón de ser es la búsqueda del lazo con el otro y las invenciones que de ese vínculo puedan surgir.
Eso requiere de una conversación permanente, que a partir de lo presencial –sin ignorar lo virtual– incluya la sorpresa, el humor y el sinsentido como ingredientes básicos que preservan nuestra singularidad. Aquello que nos define como seres hablantes.
En la UT Chapadmalal se puede encontrar todo ello –actualmente difuminado por la virtualidad– tan necesario para sentirnos seres humanos plenos.
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