Muchas personas recordarán el momento en que Alfredo Bravo le gritó en la cara a Miguel Etchecolatz: “¡Usted es un personaje siniestro!”. Ocurrió hace 23 años, en tiempos de impunidad, durante un programa televisivo conducido por Mariano Grondona.
Dos décadas antes de ese episodio Bravo había sido secuestrado de la escuela en la que trabajaba, mientras estaba al frente de su clase. Permaneció desaparecido, fue torturado, mantenido diez meses en prisión y luego liberado bajo vigilancia y amenazas, con prohibición de trabajar.
La Comisión Provincial por la Memoria acaba de dar a conocer documentos exclusivos de la última desclasificación de archivos del FBI, la CIA y el Departamento de Estado sobre la dictadura argentina. Uno de ellos es el memorándum que resume la denuncia que Bravo realizó el 10 de julio de 1978, pocos días después de salir de prisión, en la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. El escrito demuestras varias cosas, entre ellas la razón de aquel grito indignado en el set de televisión.
El funcionario de la Embajada que escribe el documento comienza diciendo: “Bravo fue retenido durante diez días en varios centros de detención. Durante ese tiempo lo tuvieron permanentemente encapuchado, desnudo, y le negaron comida y agua. La lista de las torturas que experimentó y presenció se lee como una guía al castigo cruel e inusual”.
En el transcurso de la denuncia Bravo relata pormenorizadamente los tormentos padecidos a lo largo de once jornadas consecutivas —picana eléctrica, golpizas, quemaduras, submarino, simulacros de fusilamiento, entre muchos otros—, al cabo de los cuales sería legalizado y enviado al penal de La Plata, donde permaneció diez meses.
En principio los interrogatorios se enfocaban sobre su actividad sindical —años antes había fundado la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina—, pero a poco de comenzar Bravo mencionó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y ese —según su propia evaluación— fue un gran error, porque la Asamblea se convirtió en el tema constante de los interrogatorios siguientes. Curiosamente, durante las sesiones de tortura una voz se dirigía a él con la expresión “estimado Alfredo” o “estimado Bravo” antes de preguntar.
En un primer momento los interrogadores pedían saber cómo se financiaba la actividad de la Asamblea Permanente, cuáles eran sus contactos internacionales y cómo hacían para sacar información fuera del país. En una segunda etapa las preguntas iban dirigidas a quienes eran los miembros de la APDH. Buscaban averiguar sobre Augusto Conte, Emilio Mignone, el obispo metodista José Miguez Bonino, los Sacerdotes del Tercer Mundo, y también sobre una buena cantidad de pintores, escultores y escritores que habían firmado petitorios de la Asamblea Permanente, Julio Cortázar entre ellos.
Bravo contó en la Embajada que dio sólo la información que ya era de público conocimiento. Y también que su reticencia no era inadvertida para los torturadores y por ello fue llevado a un cuarto, le dijeron que cerrara los ojos y no los abriera hasta que se lo ordenaran. Cuando esto sucedió estuvo frente a una escena de infierno: una mujer encadenada a la pared en posición de crucifixión, otra a la que le habían quemado horriblemente las manos y lloraba tirada sobre una mesa, otra que estaba sentada en una banqueta pequeña con las manos atadas a través de sus piernas a un gancho en el suelo. Le dijeron: “Mirá bien, vos sos candidato para esto si no nos decís la verdadera filiación política de la gente de la Asamblea”.
Bravo, que insistió en su desconocimiento sobre lo que se le preguntaba, relató en la Embajada su táctica para responder: “Se trataba de negar toda información posible a los interrogadores y proveer únicamente la información que ya era de conocimiento público. En ese momento pensé que si respondía una pregunta afirmativamente me vería forzado a responder la próxima pregunta y que bajo tortura mis captores podrían obligarme a decir cualquier cosa que ellos quisieran”. Esa inteligente fortaleza salvó muchas vidas.
Los interrogatorios bajo tormentos se sucedieron, agregando nuevos nombres al listado de personas sobre las que se le preguntaba, como Raúl Aragón y Jorge Pascale, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, entre otros. El décimo día se le permitió bañarse y lo trasladaron a un edificio policial. Allí se lo interrogó formalmente, como si la suya fuera una detención legal. El interrogador era Miguel Etchecolatz y sus palabras de recepción fueron “estimado Alfredo”. Nada costó a Bravo reconocer esa voz, la misma que le daba la bienvenida a las sesiones de tortura.
El documento ahora desclasificado señala que Bravo fue llevado ante el coronel Ramón Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Este le dijo: “Estás complicado” y lo amenazó con matarlo si hablaba acerca de lo que le había pasado. Inmediatamente después lo pusieron en una celda con una soga atada como una horca, colgando de una tubería. Bravo contó que Camps tenía una pequeña bandera nazi debajo del vidrio de su escritorio.
Al culminar su exposición en la Embajada, dijo que deseaba que el informe de sus experiencias fuera enviado al secretario de Estado Cyrus Vance y a la señora Patricia Derian, que la información circulara ampliamente por las organizaciones internacionales, los grupos de Derechos Humanos y los gobiernos interesados en el tema.
Sobre el final del documento ahora desclasificado lucen los comentarios de los funcionarios norteamericanos que recibieron la declaración: “Se necesita únicamente una reunión con Bravo para reconocer que es un hombre con una convicción excepcional por lo que está haciendo. (…) Nos quedamos asombrados con el informe de Bravo en el que él mismo indica cómo soportó los interrogatorios brutales, negando una parte sustancial de información a sus interrogadores, que él sabía que era verdadera. Nosotros no sabemos qué hacer con esto, sólo podemos decir que Bravo debe ser un hombre extraordinario.”
Las torturas le dejaron secuelas físicas de las que jamás se recuperó. Ello no le impidió mantener una intensa militancia. Volvió a trabajar a la escuela y continuó presidiendo la APDH. Militó en el socialismo democrático y fue dos veces diputado nacional. Desde su banca promovió y defendió las mejores causas. Falleció el 26 de mayo de 2003 a los 78 años. Hoy, al conocerse estos archivos, el maestro nos sigue enseñando.
* El autor es presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).
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