Tribulaciones de un Presidente argentino perdido en un mundo nuevo
El demorado arribo de las inversiones pronosticadas por el gobierno de Cambiemos, la reticencia de Estados Unidos y Europa occidental a ampliar la adquisición de productos argentinos y el consecuente fracaso de la catalogada “apertura inteligente al mundo”, han llevado a Macri a visitar a su par ruso, Vladimir Putin. El periplo iniciado en Moscú se desarrolló mientras en el ARA San Juan continúa siendo buscado por naves de cuatro países, entre las cuales se encuentran navíos del Reino Unido de Gran Bretaña. Según el agregado adjunto de defensa de la Embajada de la Federación Rusa en Argentina, el coronel Vyasheslav Safranov, la coordinación unificada de la exploración incluye la participación cotidiana, cooperante y unificada de cuatro comandancias navales: la argentina, la rusa, la estadounidense y la británica. Las reales o fantasiosas sospechas acerca de que el submarino argentino pudiese haber sido hundido por error o disposición voluntaria por parte de integrantes de la flota de la OTAN, ubicado en la zona de influencia de Malvinas, no parece guardar coherencia con la participación activa, en la búsqueda, de uno de los potenciales sospechados. Y menos aún con la participación en la coordinación unificada de la búsqueda.
El viaje de Macri a Moscú permitió además relevar algunos detalles del intercambio sucedido el 21 de enero de 2018, cuando el premier ruso propuso, por primera vez, la colaboración en las tareas de rastrillaje marino. En aquella ocasión, se entabló un dialogo de veinte minutos en el que Putin ofreció la tecnología rusa de búsqueda. El presidente argentino tardó casi diez horas en aceptar. Las diversas conjeturas sobre la lentitud en consentir la asistencia rusa se relacionan con las consultas realizadas con la Armada argentina y sus colegas de EEUU y el Reino Unido, curiosos copartícipes iniciales de la exploración. La demora fue interpretada, literalmente, como una forma de subordinación del gobierno de Macri a las sugerencias digitadas en última instancia por la OTAN.
La ulterior aceptación de la colaboración rusa requirió de un maquillaje de la insondable Doctrina Carrió, cuyos capítulos fueron transmitidos por cables diplomáticos desde Buenos Aires a Moscú, mediante los diplomáticos rusos acreditados. En 2015 la diputada chaqueña, integrante de la Primera y de la Segunda Alianza, aseveró que “este gobierno es igual al del pacto Roca-Ruciman, que era un gobierno que necesitaba dinero y se entrega a Gran Bretaña. El de Cristina Kirchner lo hace con Putin, que dice que la Argentina es su socio estratégico. Ahí vemos de qué manera se posiciona geopolíticamente”. Fue la misma legisladora quien catalogó años atrás a Vladimir Putin como “un desalmado que fue jefe de la Gestapo”, sin que ninguno de sus sesudos asesores le advirtiera que el primer mandatario ruso fue víctima directa de la maquinaria nazi, al perder un hermano de apenas dos años de vida en 1942, durante el sitio de Leningrado. Viktor Vladimirovitch Putin nació en 1940 y falleció producto del hambre y el frío en 1942, ante el asedio de las tropas de la Wehrmacht.
La denominada por los rusos Gran Guerra Patria supuso la muerte de treinta millones de soviéticos, de los cuales sólo catorce fueron militares o milicianos activos. El resto fueron civiles. Entre ellos dos millones de niños menores de diez años. La mitad de todos los asesinados y muertos durante la Segunda Guerra fueron soviéticos. En ese marco trágico, Macri y Awada visitaron la tumba del soldado desconocido, sin guardar la ubicuidad que exigía la visita. Ambos sonrieron despreocupados frente a lo que en Rusia es uno de los centros más sagrados y conmovedores de la memoria social y la risa desubicada se constituyó en el disparador para postear feroces críticas. En Vkontakte (cuya traducción es En Contacto, algo similar al Facebook con cien millones de cuentas), las sátiras y las maldiciones tuvieron el mismo nivel de viralización y desprecio.
La Doctrina Carrió, además, postula(ba) el vínculo político y comercial prioritario con los Estados Unidos e Israel, al tiempo que cuestionaba (y proponía congelar) todos los mecanismos de integración regional con el resto de América Latina, como la CELAC, la UNASUR y el MERCOSUR. Gran parte de esa agenda imprecisa continúa con su impulso confuso: el encuentro de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños sin la presencia de Canadá y EEUU) con China, que se llevó a cabo en Santiago de Chile durante la gira macrista, fue obviado por la cancillería argentina.
El modelo de la integración inteligente al mundo —título rimbombante con el que se pretende describir las relaciones exteriores del actual periodo macrista—suma la discontinuidad de los acuerdos estratégicos con China y Rusia, por ser considerados ajenos a los modelos occidentales y republicanos. La descomposición parcial del paradigma diplomático eurocéntrico-norteamericano, basado únicamente en los prejuicios raciales e ideológicos, empezó a recibir los crudos embates de la realidad: la guerra al biodiesel argentino por parte de la comunidad económica europea y las pequeñas cuotas de cítricos para el mercado estadounidense son algunos de los límites que se impusieron. La presentación de credenciales del nuevo embajador argentino ante Washington, Fernando Oris de Roa, el último 24 de enero, confirmó el lugar que Argentina tiene para Donald Trump: “Lemons, lemons, lemons” fue la humorada con la que Trump recibió al nuevo enviado diplomático.
El macrismo parece empezar a asumir —tardía, desordenadamente y a regañadientes— que la multipolaridad internacional promovida por el kirchnerismo no era tan extraviada y que la inserción inteligente en el mundo promovida por Cambiemos no era tan perspicaz ni lúcida. Con contradictorios manotazos de ahogado se empieza a filtrar la realidad de un mundo multipolar donde China y Rusia tienen un rol relevante, no asociado a coordenadas ideológicas sino geopolíticas. Pero —como era de esperar— la ineptitud y la impericia no parecen evaporarse del todo: según el primer mandatario, la conversación mantenida con Putin incluyó, por decisión de Macri, la temática de Venezuela, nación que mantiene convenios con Moscú por 20.000 millones de dólares en áreas estratégicas, sobre todo en energía y aparatología militar.
Según la versión del presidente argentino, se le advirtió a Putin sobre la necesidad de que Caracas desarrolle, a futuro, elecciones transparentes, se libere a los presos políticos y se respeten los derechos humanos. Frente a tales peticiones, el mandatario no habría hecho ningún tipo de comentario, ni habría brindado respuesta alguna, hecho que no pareció llamar la atención de Macri. Sin embargo, según la versión de los periodistas acreditados en Moscú, conocedores de los ardides diplomáticos del Kremlin, la réplica del gobierno de la Federación Rusa fue transmitida elípticamente —con posterioridad al encuentro de los primeros mandatarios— a través de una pregunta de la periodista Diana Deglauy, en el marco de una entrevista otorgada por Macri a la cadena de noticias RT (Russia Today): “En un reportaje, Nicolás Maduro lo calificó a usted de sanguijuela. ¿Qué opinión le merece ese calificativo?” Luego de turbarse por la frontalidad de Deglauy, el presidente argentino atinó a tartamudear, catalogando al primer mandatario venezolano como un dictador.
Según analistas moscovitas, las razones últimas de la tensa entrevista no solo se vincularon con Venezuela sino también con los tres desencuentros argentino-rusos de la etapa macrista. El primero de ellos se relaciona con la represa de Chiuido en Neuquén, paralizada durante dos años por los efectos nocivos de la Doctrina Carrió. Apenas asumió el gobierno de Cambiemos, se pretendieron cambiar aspectos centrales del convenio firmado durante la etapa kirchnerista, sobre todo en lo relativo al monto del financiamiento ruso —pactado originalmente en el 90 por ciento de la obra— y a las tasas de interés acordadas en 2014. La segunda de las controversias se vincula con la construcción de un puerto en Ramallo, provincia de Buenos Aires, por una inversión total de U$S 5.200 millones que debió comenzar su emplazamiento en febrero de 2016 pero fue postergado. La inversión tiene como objeto la construcción de un puerto para cereales, combustibles y una planta industrial. El tercero de los temas urticantes se relaciona con la exclusión —durante un mes, de junio a julio de 2016— de la señal de RT de la grilla de la Televisión Digital Abierta, en el mismo periodo que se eliminó la señal venezolana Telesur, que transmite desde Caracas.
La casi totalidad de los medios de comunicación rusos permanecieron al margen de la visita de Macri. De los siete diarios de mayor tirada, solo uno se refirió al presidente argentino en un recuadro pequeño en la base de su portada. Una foto con su rostro y un epígrafe dan cuenta de una frase pronunciada por el CEO al llegar a Moscú, relacionada con la temperatura. El texto que acompaña la foto –según los periodistas locales— tuvo una intencionalidad más política que climática: “Un frío bárbaro”. Macri debe haberse congelado literalmente cuando sus asesores —ya en Rusia— le trasmitieron el contenido de la cálida misiva que Putin le hizo llegar días antes a Cristina Fernández de Kirchner.
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