Un circuito sin interruptor

La dirigencia europea persiste en sus ensoñaciones con respecto a Ucrania

 

Se atribuye al mariscal Montgomery, héroe de El Alamein, la idea de que una de las primeras lecciones en la escuela militar debería ser “no invadir Rusia”. Razones no le faltaban, pero cada tanto aparece alguien que prueba otra vez, como ha sucedido recientemente en la zona de Kursk: un cuerpo expedicionario ucranio ha irrumpido en Rusia el 6 de agosto ocupando algunos pueblitos y ganándose por unos días los titulares de la gran prensa europea y americana. La operación que algún observador ha calificado de insensata ha creado perplejidad. Después de hacer saltar algunos puentes, los ucranios esperaban que los rusos retiraran tropas del frente para defender esa porción de territorio, cosa que no sucedió. En tanto, la prensa afín a Occidente comentaba que “la frontera rusa es un colador”. Si alguien pensará que es una especie de Maginot erizada de misiles y cañones se llevaría una desilusión: la zona es una extensión de sembrados, granjas, colinas y bosques, caminos vecinales donde cada tanto se mueve algún tractor. Pero en el mundo de la propaganda vale todo con tal de que los buenos de la película se anoten un tanto.

La operación Kursk servía para reforzar los halcones de Kiev y del Departamento de Estado que propugnan la escalada bélica, en contraste con el Pentágono, que no cree en la posibilidad de un cambio de rumbo de la guerra. Probablemente esto explica los cambios en el gabinete ministerial de Volodimir Zelensky del 4 septiembre, cuando saltaron algunos pesos pesados como el ministro de las Relaciones Exteriores, Dmytro Kuleba. Habitualmente las internas del gobierno no trascienden, o llegan a la prensa amortiguadas, pero se puede afirmar que han prevalecido las líneas ultras que quieren continuar la guerra a cualquier costo. La otra posibilidad es que Zelensky esté preparando una salida negociada y esa tajada de territorio conquistado sirva como elemento para poner sobre la mesa en caso de poder conservarla, dada la intensa contraofensiva rusa en curso.

 

Cambio de paradigma

El ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rassmusen, declaró recientemente que “después de la adhesión de Finlandia y Suecia, el mar Báltico será ahora un mar OTAN”. La frase actualiza un viejo conflicto geopolítico que se desarrolló entre Suecia, potencia importante para la época, y Rusia, potencia emergente, en los siglos XVI, XVII y XVIII. Suecia siempre trató de limitar el acceso ruso al Báltico, incluso invadió y ocupó Rusia, que entonces perdió un tercio de su población. Este período terrible concluyó con el Tratado de Stolbova de 1617, que sustrajo a Rusia porciones importantes de territorio cerrándole el acceso al mar. El aislamiento ruso terminó en 1721 cuando Pedro El Grande derrotó a los suecos en la llamada Gran Guerra del Norte. Cambian allí definitivamente equilibrios y estatus, y Rusia se transforma en una gran potencia europea.

El profesor Glenn Diesen, especialista en geo-economía, analizó en una reciente publicación el proceso que vive la península escandinava. Sostiene que la adhesión a la OTAN significa un cambio de paradigma espectacular: de la tierra de paz que era, se transforma en una línea del frente americano, un componente del circuito armado que Estados Unidos está construyendo en torno a Rusia.

La capacidad de Escandinavia de ser una región de paz se basaba en la gestión equilibrada entre disuasión y compromiso; Finlandia y Suecia permanecieron neutrales durante la Guerra Fría, en tanto Noruega era ya miembro de la OTAN pero con auto-restricciones como no permitir bases extranjeras en su suelo y limitando las actividades militares en la región ártica.

Esta gestión basada en el buen sentido ha desaparecido desde hace tiempo y la invasión rusa a Ucrania ha acelerado los procesos de integración. El otro elemento desaparecido es la distinción entre lo que es interés nacional de aquello que no lo es, esta adhesión lo demuestra. Pero estos compromisos acarrean problemas, sobre todo para Suecia, la recién llegada.

 

Poltava

Durante días la prensa occidental refirió a partir de fuentes ucranias sobre un ataque ruso el 3 de septiembre a “una escuela y un vecino hospital en Poltava”. Después trascendió que el edificio era en realidad el 179º Centro de Formación Interfuerzas de la calle Zinkovskaya, una especie de cuartel donde se concentraban delegaciones extranjeras operativas en la guerra en tareas de formación especializadas como drones, comunicaciones, guerra electrónica, etcétera.

Significativo fue el hecho de que un notorio medio informativo italiano publicó un comunicado de la agencia rusa Tass sin oponerle, como es habitual, la versión ucraniana. Tass informaba que “múltiples ataques rusos provocaron la muerte de centenares de mercenarios extranjeros en Ucrania”, citando una fuente militar de alto nivel. Como es sabido, Rusia llama indistintamente mercenarios a los militares occidentales destacados en Ucrania.

Citaron además el ataque del 4 de septiembre a Krivo y Rog, donde los muertos eran especialistas en defensa aérea rumanos y franceses. La primera semana de septiembre registra varios ataques del género con misiles Iskander-M. Estos ataques contienen además el mensaje a Occidente de que el abastecimiento de misiles de larga distancia con sus necesarios operadores no le saldrá barato.

Entre los muertos aparecieron militares suecos, y otras fuentes relataron que entre los heridos se escuchaba hablar sueco, un idioma extraño en Ucrania. 24 horas después del desastre de Poltava sin una explícita razón, el ministro del Exterior de Estocolmo, Tobias Billstrom, artífice del ingreso de su país a la OTAN, presentó su renuncia. Imposible decir con certeza si existe una relación causal directa entre los muertos de Poltava y la renuncia.

La eficacia y magnitud de estos ataques ha creado grandes problemas logísticos. Nubes de aviones-hospitales se han dirigido a Kiev para recoger muertos y heridos y reportarlos a las sedes naturales. El otro problema es que los países aliados de Kiev no pueden blanquear “sus” muertos: sería como admitir las acusaciones públicas de Putin. Pero mientras tanto debe crearse una ficha médica que cambie los datos verdaderos e inventar una causa del deceso, o, como en el caso del teniente coronel estadounidense Joshua Kamara (considerado una especie de líder natural, 45 años, condecorado con Legión de Honor, Estrella de Bronce y Medalla al mérito), publicar un comunicado escueto anunciando su muerte en el campo militar del ejército americano en Poznan, Polonia.

 

Las armas secretas

Al comienzo de 1944, todavía la Werhmacht y sobre todo la SS creían en la posibilidad de invertir la suerte de la guerra gracias a las armas secretas que el genio alemán desarrollaba en laboratorios ocultos. La dirigencia occidental o al menos una parte de ella parece sostener símiles ensoñaciones respecto a Ucrania.

Parte del problema reside en la ausencia de claridad de la misión. Un proyecto militar se apoya en tres cuestiones básicas:

1) La finalidad de la operación debe ser clara y bien definida (ejemplo: ocupar Kuwait City, especialmente aeropuerto, emisoras radio/TV, centrales de energía);

2) Contar con las tropas adecuadas para la operación (incluyendo logística); y

3) Tener una estrategia de salida.

Todo esto no existe en el panorama ucraniano, ni tampoco existió. El esquema que se repite mecánicamente es responder ante el progresivo avance ruso con una nueva escalada de armas, arriesgando en algunos casos hasta el ridículo, como en el caso del F-16 derribado por la antiaérea ucrania el 30 de agosto. Y después están los esqueletos ennegrecidos de los tanques Abrams M1A1 diseminados en la zona de guerra, fotos que los fabricantes no quieren que se muestren (pidieron a Ucrania que los tanques fueran retirados del frente) porque este sector es en grande lo que era en chico el traficante Ordell Robbie (Samuel Jackson) en Jackie Brown, de Tarantino, cuando le dice a su amigo “ven las armas en la peli y después las quieren”. Pero la peli del frente ucraniano es bien diferente y además es real.

Zelensky ha vuelto a exigir la autorización de los aliados para golpear Rusia “en profundidad” utilizando misiles de largo alcance. Mientras el nuevo premier laborista Keir Starmer visitaba a Joe Biden el 11 de septiembre para tratar el argumento, los ministros de Exterior de ambos países llegaban a Kiev para tranquilizar a Zelensky y asegurarle que el apoyo americano todavía existía. El mandatario había vivido como una ducha helada las palabras de Lloyd Austin, secretario de Defensa de Estados Unidos, en el encuentro de Ramstein del 5 de septiembre, cuando señaló que no existe ninguna capacidad, ninguna solución milagrosa que asegure el triunfo a Ucrania.

Zelensky le entregó a Antony Blinken, secretario de Estado de Estados Unidos, un plano detallado de cómo se usarían los nuevos misiles. Probablemente el texto ha sido redactado por los mismos americanos, pero esos son detalles. La lista señala los blancos potenciales y obviamente mantiene afuera las centrales nucleares y los silos de misiles con cabeza atómica.

La cuestión originó una reacción en Moscú. Primero habló el viceministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Ryabkov; después el ministro, Sergéiv Lavrov, y finalmente Putin. Rusia sostiene que dicha autorización implicaría la entrada en guerra de Occidente y da sus razones.

Y lo entendieron en Estados Unidos, ya que el Departamento de Estado anunció que estaban vigentes las restricciones para los ataques a larga distancia en territorio ruso. Pero, sucesivamente, el New York Times publicó que Biden anunciaría el permiso para utilizar los Storm Shadow británicos en suelo ruso.

El pequeño ballet en torno a la cuestión no cesa de girar. La CNN, por ejemplo, señaló que en los almacenes quedan pocos misiles para transferir a Kiev, mientras The Financial Times sostuvo que Biden estaría dispuesto a permitir que Gran Bretaña y Francia “consientan a Ucrania utilizar los Storm Shadow contra Rusia”.

Curioso, dado que el protocolo de la OTAN y la Unión Europea permite que cada nación decida libremente qué armas dar, a quién darlas y cómo utilizarlas.

¿Cuáles son las armas en cuestión?

1) Misil de crucero Storm Shadow/Scalp EG, con un radio de acción de 250 kilómetros.

2) Misil balístico táctico ATACMS (USA), con un radio de acción de 300 kilómetros.

Estas armas ya están siendo utilizadas por Ucrania. Los donadores pensaban sobre todo que serían útiles para atacar Crimea (que es considerado territorio ucranio) o el Donbass.

Hasta allí Rusia aceptaba las reglas del juego, pero la posibilidad de utilizarlos contra objetivos en territorio ruso cambia la cuestión y Putin lo ha explicado muy bien. Además se entiende entonces lo que decía The Financial Times sobre la autorización de Biden a Gran Bretaña y Francia: estos misiles necesitan la información y las coordinadas de los satélites americanos para llegar a sus objetivos, además del personal occidental para gestionarlos, como señaló Rusia. De allí la advertencia sobre la entrada en guerra de OTAN y Occidente que denunció Putin.

En realidad Rusia se ha preparado para la eventualidad. Así lo declaró el 4 de septiembre John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad de Estados Unidos: Rusia ha retirado el 90% de sus bombarderos estratégicos fuera del radio de alcance de estos misiles. Sobre el argumento insistió Austin el 6 de septiembre: no vale la pena arriesgar entrar en guerra por las pequeñas ventajas que se podrían obtener autorizando el uso del ATACMS en territorio ruso.

Las declaraciones del jefe del Pentágono (un ex militar) no parecen influir en la estrategia americana, al menos por el momento. La rusofobia y la idea hegemónica de la política prevalecen, pero aclaran el fondo del pedido de Zelensky, que es político y apunta a involucrar a Occidente en primera persona en la guerra. Zelensky no necesita de dicha autorización porque Ucrania ha superado técnicamente la cuestión, como quedó demostrado el 18 de septiembre con el ataque exitoso en la región de Tver, un depósito de municiones en la ciudad de Torópets, a 100 kilómetros de Moscú, ataque muy subrayado por la prensa occidental. Estas acciones espectaculares no pueden equilibrar las dificultades en Donetsk, Kharkiv y Lugansk pero sostienen el discurso de Zelensky.

En tanto el Parlamento Europeo votó el 19 de septiembre una resolución a favor de la demanda de Kiev, su posición no es vinculante y no crea efectos jurídicos, aunque sirve para oficializar una posición y orientar a los Estados miembros.

Occidente ha creado un circuito sin interruptor en torno a Rusia, asumiendo una representación democrática frente al autoritarismo ruso. En esta recitación cotidiana participan Pedro Sánchez y Joseph Borrell, Emmanuel Macron, Olaf Scholtz, los verdes, Ursula von der Leyen; Sergio Mattarella en primera fila con Giorgia Meloni y Elly Schlein, y por supuesto Jens Stoltemberg y los políticos bálticos. Esta colección de demócratas no es capaz de convocar un referéndum para preguntarles a los pueblos europeos si se debe continuar con esta política suicida o detenerla.

Jonathan Shay, en su libro Achilles in Vietnam, Combat Trauma and the Undoing of Character, de 1994, dialoga con ex-combatientes en Vietnam culpables de atrocidades, personas que habían regresado del infierno con heridas profundas. Una constante eran respuestas como “me había transformado en un animal” o “¡ese no era yo!”.

Si aquellas personas transformadas en máquinas de matar pueden decir 20 años después de los hechos “¡no era yo!”, la dirigencia que proclama cada día en los medios su disposición a empujar a Europa hacia el desastre, mientras sonríe con una mueca hacia las cámaras, nunca lo podrá decir.

 

 

 

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