Un cineasta con corazón de río

El Sena reencuentra París, de Joris Ivens, el “holandés errante” del cine documental

 

Tome un globo terráqueo o bien un planisferio y haga el juego de señalar al azar algún lugar del mundo (procure que se trate de tierra firme, ya que en los océanos y en el hielo el juego no funciona). Sea cual fuere el lugar elegido, lo más probable es que allí, o muy cerca de allí, haya estado filmando alguna vez Joris Ivens, el “holandés errante” del cine documental.

Como ya no debe decirse “Holanda”, digamos entonces que Ivens nació en 1898 en los Países Bajos, donde empezó a filmar en 1911 y no paró hasta su muerte en 1989. Décadas de actividad lo llevaron a codearse con la vanguardia europea de los años ‘20. Luego partió a la Unión Soviética para aprender de Pudovkin y Vertov, más tarde anduvo flirteando con el progresismo estadounidense, lo cual lo llevó a filmar en el frente de la Guerra Civil española con Hemingway. Hizo documentales para los Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, estuvo en Vietnam aportando su visión anti colonialista de la guerra, lo mismo en Cuba, en Malí, en China, en Chile… y eso que todavía no llegamos ni a la mitad de su vida artística.

 

Joris Ivens filmó casi medio centenar de películas.

 

Porfiado como un río, Ivens nunca se detuvo. Lo suyo no sólo consistió en variar escenarios sino también estilos. Hizo documentales políticos y testimoniales, piezas poéticas y reflexivas o, sencillamente, retratos de gente y ciudades.

Y si hablamos de ciudades tendremos que nombrar a París porque Joris Ivens la habitó largamente hasta su muerte y fue desde allí que edificó gran parte de su carrera, lo cual explica por qué de su casi medio centenar de películas muchas están relatadas en francés aunque hayan sido rodadas en los sitios más lejanos del planeta. Datos suficientes para explicar por qué el “holandés errante” del cine documental es considerado también parte de la rica historia cinematográfica de Francia.

Esto no es todo. A mi humilde entender, lo que ha ligado definitivamente a Ivens con París está condensado en los apenas treinta minutos que integran una de sus piezas más bellas, El Sena reencuentra París, realizada en 1957 con el impulso de Georges Sadoul, intelectual e historiador francés que confiaba no tanto en su afinidad política con el realizador sino en su demostrada sensibilidad para retratar ciudades, personas y ríos. Porque al igual que París, Ivens tiene corazón de río.

Lo que propone en este mediometraje es muy sencillo: junto a un texto de Jacques Prevert se atraviesa París navegando por el río Sena. Una idea que se supone más que sensual en términos turísticos pero que en manos de Ivens hace aflorar el misterio que se produce cuando un río fluye al encuentro de aquellos hombres y mujeres que habitan sus costas, porque tanto para Ivens como para Prevert (y también Sadoul) el río es lo que es por su gente.

 

Jacques Prevert, el autor del texto.

 

Veremos entonces con aquella misma vitalidad que parece propagada por el río a los estibadores y a los pintores de sus orillas, a sus transeúntes cotidianos y a sus parejas de enamorados. Todos ellos tienen la misma relevancia porque tienen en común que llevan al río como una forma de vida, y así le dispensan el rol de principal protagonista. Sumado a esto, la mayor parte de los que veremos será desde la perspectiva misma del río, tal cual el Sena observa a París y a su gente.

París es tal vez la ciudad más visitada por el cine, el asunto es que por lo general fue retratada de un modo ociosamente esteticista, posando su atención en su innegable belleza pero dejando deliberadamente de lado su paisaje humano. Este cine postal rubricado tanto por producciones francesas como no francesas tuvo su contrapartida porque siempre estuvo en el corazón de algunos realizadores parisinos la voluntad de demostrarnos que su ciudad tiene mucho en común con cualquier ciudad del mundo. En esta senda, la propuesta de Prevert y Joris Ivens de que sea su propio río el que reencuentre a la ciudad y nos la devuelva con su verdadera estatura humana resulta tan poderosamente conmovedora: “¿Quién está siempre en la ciudad y, sin embargo, siempre viene y siempre va?”

El Sena reencuentra París es una obra profundamente nostálgica y romántica cuya originalidad y eficacia radica en que no repite ninguno de los tópicos tan agotadores sobre la capital francesa. Aquellos monumentos y edificaciones deslumbrantes y emblemáticos que ya todos conocemos por fotos, postales, películas o por haber tenido la suerte de visitarlos (si, están la Torre Eiffel y el Louvre), aparecen en esta película apenas como una escala más del viaje. Joris Ivens no les dedica mucha más atención que al río y a su gente, por eso creo que los parisinos de entonces se habrán reflejado en ella como en las aguas del Sena, y que cualquier habitante de una ciudad con corazón de río la adoptará como propia.

Recordé esta película porque hace unas semanas tuve que ir al centro de mi ciudad, Buenos Aires. Fue el reencuentro después de meses con esos sitios en donde uno peregrinó su bohemia y pensó la patria. Anochecer otoñal, fresco y húmedo en la ciudad de siempre pero semivacía, parecida a aquellas tarjetas postales que se obstinan en mostrarnos lugares sin gente, impolutas y sin alma. A esa gente la reencontré de regreso en el subte (con barbijos, sí, pero gente al fin) y recién ahí tuve la certidumbre de que sigo viviendo aquí. Son los invisibles de siempre, los que Ivens supo retratar en tantas ocasiones. Una ciudad no es nada sin ellos.

 

FICHA COMPLETA

Título original: LA SEINE A RENCONTRÉ PARIS

FRANCIA / 1957 / Duración 30 minutos / BLANCO Y NEGRO / Dirección: Joris Ivens / Textos: Jacques Prevert / Música: Philippe Gérard/ Relatos: Serge Reggiani.

 

 

 

 

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