Un boliviano distinto

Los datos desmienten la asociación entre migrantes y delito que repite Pichetto

No sorprende el discurso “eduardianamente” xenófobo del senador Miguel Pichetto. No es solo un mero recurso electoral para captar votos de los candidatos nazi (0,3%) y carapintada (2,63%). Por el contrario, la xenofobia es un fantasma adormecido que en situaciones de crisis económica (no es la única causa) puede emerger en parte de una sociedad. El senador es un ejemplo de ello. El Brexit, Marie Le Pen, Jair Bolsonaro, la paranoia conspirativa en torno a Georges Soros (cuya mano, porque es judía, ven algunos grupos neonazis argentinos detrás de la ley de matrimonio igualitario y de la ley de la legalización del aborto) y el triunfo o el aumento del caudal de votos de los partidos neonazis en Europa son un triste ejemplo de que el odio al otro siempre está latente y es un peligro en el mundo contemporáneo.

La Argentina no ha estado ni está exenta de este peligro. Hace dos años daba una materia de seguridad en un posgrado y se generó una discusión en torno a los extranjeros que supuestamente traen sus males delictivos a la Argentina. Me sorprendió particularmente uno de ellos que criticaba con un odio furibundo a los bolivianos y defendía los “valores culturales” de la raza argentina, es decir, a los blancos, católicos y descendientes de europeos. Paré la discusión y sostuve que la mayoría de lo que estábamos en el curso éramos segunda o tercera generación de argentinos. Intencionalmente le pregunté a él y me respondió que era la segunda. “Ah”, le dije, “tu papá nació en la Argentina”. “No”, respondió, “mi papá es extranjero”. “Entonces”, le aclaré, “vos sos la primera generación de argentinos y tus hijos serán la segunda. ¿Dónde nació tu papá?”, agregué. “En la ciudad de La Paz, Bolivia”, me respondió, “pero era un boliviano distinto”, terminó la frase rápidamente.

 

Haciendo historia

El actual territorio argentino recibió al menos cinco oleadas migratorias. Un territorio, corresponde aclarar, que no estaba vacío, sino habitado por diferentes pueblos originarios. La primera oleada, que se corresponde con la conquista, fue mayoritariamente española y se produjo entre los Siglos XVI y XVIII. La segunda, no fueron migrantes voluntarios, sino esclavos africanos que llegaron entre los Siglos XVII y XVIII. La tercera, la más conocida y la que nos enseñan en la escuela, se produjo entre la segunda mitad del Siglo XIX hasta antes de la Segunda Guerra Mundial. La cuarta oleada fue la latinoamericana desde el mediados del Siglo XX aproximadamente hasta la actualidad, en la que se destacan bolivianos, paraguayos, peruanos y, actualmente, colombianos y venezolanos. La quinta oleada se inició en los años '90 y en ella predominan los migrantes de origen asiático y africanos

Miremos con mayor detenimiento la tercera oleada. Argentina fue el tercer país que recibió mayor cantidad de migrantes europeos: 44,9% de Italia, 31,5% de España, 21% de otros lugares de Europa y a ellos se le suman un 2,6% de diferentes partes del mundo árabe. Mi sangre abreva entre los españoles y los árabes, y los del senador —hasta donde me imagino— entre los italianos. A esta riqueza cultural hay que sumarle que tenemos la séptima comunidad judía del mundo; la tercera del continente americano; y la primera de América Latina, y también una muy importante comunidad musulmana. Esos migrantes, y tal vez para sorpresa de muchos, mayoritariamente europeos, fueron objeto también de la xenofobia. Es decir, los planeros, piqueteros, drogadictos, narcotraficantes, vagos de fines del Siglo XIX y principios del XX fueron los europeos que traían ideas extrañas para la raza argentina: el socialismo y el anarquismo. A tal efecto, el Congreso de la Nación sancionó dos leyes: la Ley de Residencia en 1902 y la Ley de Defensa Social en 1910, que permitía expulsarlos.

El senador podría argumentar, como mi estudiante, que sus ascendientes eran unos italianos distintos… En efecto, como analiza claramente Ezequiel Adamovsky (Historia de las Clases Populares Argentinas. Desde 1880 a 2003), mientras que en el siglo XIX los bárbaros, los otros, fueron los pueblos originarios y los mestizos, encarnados en la figura del gaucho Martín Fierro; durante el Centenario se construyó culturalmente el mito de la “raza argentina”: blanca, europea y católica. Esta raza era superior a las que vinieron durante esos años y este mito lamentablemente persiste en la actualidad. Los símbolos del mismo fueron/son el gaucho Martín Fierro, paradójicamente, y el campo. Leopoldo Lugones contribuyó significativamente con su pluma a la construcción de ese mito.

La idea de raza no se sostiene científicamente: no existen pruebas biológicas que justifiquen la discriminación hacia la población negra, latina, judía, etc. La Argentina es un país con una riqueza multicultural impresionante que ha sido invisibilizada en muchas oportunidades. La xenofobia no se dirige hacia el extranjero únicamente, sino también hacia el migrante interno: el cabecita negra, que suscita gran parte del odio hacia el peronismo. Un estudio genético publicado en 2015 muestra que nuestros ancestros son: un 52% europeos, un 27% pueblos originarios, 3,6% africano y 1,4 asiático. En otro estudio del año 2016, las cifras cambian levemente y aparecen también mis antepasados árabes.

 

Extranjeros y delincuentes

La asociación entre extranjeros y delincuentes siempre ha estado presente, lo único que cambia es el tipo de “delito”: socialista, anarquista, comunista, el peronista planero y piquetero y el latinoamericano narcotraficante. Pese a las afirmaciones del senador y de Patricia Bullrich, esa asociación también es falsa. De acuerdo con la información brindada por la Dirección Nacional de Política Criminal, en 2017, el 94% de los detenidos en todas las cárceles de nuestro país eran argentinos. En ese año, los extranjeros detenidos en el Sistema Penitenciario Federal eran un 20% aproximadamente. Ese número ha descendido: de acuerdo con los datos de este año, los extranjeros representan el 18,75% del Sistema Penitenciario Federal y el 5% del Sistema Penitenciario Bonaerense.

Las autoridades sostienen que ese número es alto y que se vincula a delitos contra la Ley de Drogas Nº 23.737. Sin embargo, según un estudio realizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero en 2014, en las cárceles federales y bonaerenses (Delito, marginalidad y desempeño Institucional en la Argentina: resultados de la encuesta de presos condenados), que representaban el 60% del total del país, hallaron que solo el 10% había sido condenado por delitos relacionados con las drogas y que, de ese porcentaje, el 87,5% había estado involucrado en el transporte (mulas) y venta minorista. Es decir, en la Argentina no hay detenidos  grandes capos  narcos —que las series y películas asocian a Pablo Escobar y/o el Chapo Guzmán— porque el Sistema atrapa mayoritariamente a los eslabones más bajos de la cadena y que son fácilmente reemplazables. Solo el 48% de todos los detenidos en las cárceles argentinas, de acuerdo con este informe, estaban condenados; mientras que un 52% solo estaban procesados. La mayoría de los extranjeros reviste lamentablemente en esta última categoría.

La Argentina es rica culturalmente. Muchos inmigrantes han contribuido a ello a lo largo de nuestra historia. Pese a ello, la élite gobernante y parte de la sociedad ha tendido —en menor medida que en otros países— a asociar a los extranjeros con diversos delitos: pensar distinto, tener otra religión, un color de piel diferente; básicamente, no encajar con el imaginario del mito de la raza blanca. Como vivimos en democracia, el senador puede decir lo que quiera —aunque como funcionario público debería informarse un poco más—, pero si llegara a emigrar a los Estados Unidos o a Europa en estos días, legal o ilegalmente, se convertiría en blanco de la xenofobia que tanto le gusta defender en nuestro país.

 

 

 

*Agradezco la colaboración de Patricia Guerra
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