Tres décadas atrás, un auténtico mafioso siciliano momentáneamente refugiado en la Argentina respondía a un programa radial acerca de por qué en estas pampas no existía una organización delictiva al estilo de la que él provenía. “Porque en la Argentina la mafia es la policía”, respondió sin vacilar.
Evidencia casi naturalizada para cualquier ciudadano, adquiere estatuto de legitimidad retórica cuando proviene de autoridad competente. Lacra arrastrada durante demasiado tiempo, “policía” constituye un genérico bien capaz de extenderse al conjunto de las policías en particular que pululan a lo largo y ancho del territorio patrio. Horrenda y no por ello menos merecida fama (la corrección política requiere se señalen excepciones), en la actualidad se extiende a variopintos sectores hegemónicos, financieros y, por qué no, porciones de otros poderes del Estado.
Prudentemente apartadas del contacto directo con la sociedad civil tras su genocidio dictatorial, las Fuerzas Armadas se llamaron a cuarteles de invierno, desplazándose el control territorial a unas policías que todavía conservaban las prácticas establecidas durante el terrorismo de Estado, cuya menor incidencia era potenciar los conflictos sociales en lugar de gestionarlos pacíficamente. Los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en junio de 2002 por la Bonaerense y de Ezequiel Demonty en septiembre del mismo año a manos de la Federal sumaron a la bestial represión de diciembre de 2001 el límite que corroboraba la necesidad de un cambio de paradigma. Recobrar con eficacia la soberanía del Estado en la administración de “la conflictividad en los amplios bordes móviles de la economía informal y la desprotección que había dejado la profunda retracción del estado de bienestar” hizo que se reinventara “una fuerza no porteña, federal y militar –la Gendarmería Nacional Argentina–, cuyos integrantes reivindicaban su origen provinciano y su misión como Centinelas de la Patria…”.
Si la decisión resultó acertada o no, la Historia lo dirá. Al momento, queda visto, requiere antes de cualquier enunciado una nutrida proliferación de comillas. Pues se trata de una realidad que continúa y abarca aspectos poco conocidos como la negociación en situaciones de crisis en sectores marginados, otros tradicionales como la actividad en las fronteras, y las más cercanas como fuerza de choque privilegiada por el macrismo. Aun incorporando esta última, reciente actividad, son las diversas facetas encaradas a partir de 2003 las que aborda la antropóloga Sabina Frederic (Buenos Aires, 1965) en La Gendarmería desde adentro, sistemática síntesis de una ardua investigación que implicó un trabajo de campo de catorce años que incluyó a todos los estamentos de la fuerza en diversos tiempos. Justamente aquellos que corresponden a una mutación en la estructura de la fuerza que triplica el número de efectivos en doce años, trasladando sus funciones de la selva, la puna y la montaña a los piquetes en las rutas y las villas del Gran Buenos Aires.
Que la investigadora se haya desempeñado en el área de formación del ministerio de Defensa entre 2009 y 2011, tanto como que en la actualidad se halle al frente de la cartera de Seguridad de la Nación, instala este trabajo en un lugar inusual para la pesquisa antropológica. En el intento de evitar caer en ese facilismo de colocar a la autora, por su función actual, de los dos lados del mostrador, la investigación se postula más bien como balcón privilegiado para la observación participante. Desde esa perspectiva típicamente antropológica, Frederic se sitúa al modo del tope de ese perno sobre el cual giran las dos piezas de la bisagra: una fija (la de la función tradicional, con sus efectores experimentados), la vieja guardia; la otra móvil, correspondiente a las nuevas tareas y locaciones asignadas a la tropa recién incorporada. Más precisamente, el trabajo apunta a mostrar, por un lado, “el trabajo que se le asignó a la Gendarmería y que implicaba, en los hechos, apuntalar como fuerza militar las consecuencias de la desprotección estatal, y del alicaído mercado laboral, administrando poblaciones ‘vulnerables’, ‘peligrosas’, ‘conflictivas’, ‘desocupadas’, ‘migrantes’, ‘bagayeras’; por otro las líneas de quiebre interno, las contradicciones y las incongruencias que las nuevas condiciones provocaron en esta agencia estatal, y que se expresaron como adaptación, resistencia y rebeldía, a sus modos de lidiar con la ampliación de su función política”. Porque se trata de un abordaje antropológico el recorte es político, ya que se produce a partir de “la perspectiva de los las gendarmes” y se extiende a “una etnografía sobre las transformaciones de las instituciones estatales a comienzos del siglo XXI en la Argentina”, en la que se “pretende ofrecer un esquema analítico para comparar casos en el intento de evitar las interpretaciones” mecanicistas que tienden a reducir las causas de los hechos “a la inercia del terrorismo de Estado y/o la falta de capacitación, o, en la lógica jurídica, a individualizar culpables”.
De aquí que el trabajo de campo, la observación y la entrevista personal con gendarmes de todo el escalafón, de los oficiales de más graduación al más humilde tropero, brindan un panorama abarcativo y desburocratizado, sin que ello implique partidizarse mediante una identificación con el objeto de estudio. En este aspecto Frederic se desempeña descontaminada del vicio característico del cientismo social porteñizante que porfía en desconocer la distancia entre enunciación y enunciado. Deja para el lector que sean los hechos relevados los que recorten las diversas consecuencias de las situaciones descriptas.
A tal fin, la antropóloga elije zambullirse en cinco escenarios representativos en un medio esencialmente machista y patriarcal, pese a la reciente incorporación de personal femenino. Fuerza en su origen destinada a guardar las zonas limítrofes de la patria, Frederic recupera algo del aspecto simbólico de lo fronterizo y arranca abocándose a “describir las precariedades e incertidumbres de quienes prestan servicio en un móvil antidisturbios” emplazado “sobre los despojos materiales del primer peronismo”, en una “covacha” lastimosa en la Ezeiza profunda, con baños inutilizados e instalación eléctrica improvisada, a cinco kilómetros de la última parada de colectivos.
En la siguiente sección, la autora se dedica a relevar, a partir del asesinato de un bagayero por parte de la Gendarmería en la frontera con Bolivia, “el modo de hacer política estatal (…), de gestionar el tráfico de personas y mercaderías” que desdibujan y a la vez sostienen “la degradación de los derechos de ciudadanía de la población gestionada”. Más adelante Frederic vuelve al conurbano bonaerense donde observa al detalle los avatares de la mutación de lo militar a lo policial, combinación “de la tarea política de negociación de proximidad con la tarea de persecución criminal”. Lo hace en el punzante espacio donde Gendarmería reprimió con extrema violencia a una murga vecinal formada por niños del Barrio Illia en enero de 2016, episodio que expone en forma descarnada las limitaciones de la fuerza, las contradicciones ideológicas de sus efectivos y las deficiencias estructurales del conjunto.
Con el eufemismo “metamorfosis en el vínculo de autoridad”, la autora encara las consecuencias de las discordancias ya expuestas, que en octubre de 2012 derivaron en el acto de insubordinación en el que, sin armamento –no como otros–, “paralizaron sus servicios y cientos de gendarmes se lanzaron a las calles para protestar y exigir mejores salarios y condiciones de trabajo”. Episodio que la antropóloga disecciona en forma minuciosa, destacando la ruptura del contrato de subordinación, el realineamiento vertical y la mutación en las relaciones horizontales entre pares y con la sociedad.
Especial cuidado empapa a la autora al sumirse en los pormenores de la desaparición y muerte de Santiago Maldonado en agosto de 2017, instancias que la encuentran en pleno trabajo de campo y le desatan cierta tupacamarización entre su inserción investigativa en la fuerza y los resucitados fantasmas del terrorismo de Estado. Las conclusiones surgen en el último capítulo. Quedan reubicados a la luz del material recabado: aquello que comenzó con el intento de erradicar los pactos espurios “entre cúpulas policiales, organizaciones criminales, políticos y funcionarios…”, y resultó el puntapié inicial al “diseño de operaciones de policiamiento cuya fuente de autoridad y legitimidad social descansaran” en renovados parámetros. También en medidas que se renuevan en relación a su conducción política: fuerza de contención en gobiernos democráticos, grupo de tareas que linda con lo peor en tiempos de neoliberalismo.
Como toda herramienta, su función hace al uso: una aguja puede bordar exquisitos tapices, pegar un botón o pincharle los ojos al vecino desagradable. El subtítulo que sintetiza de centinelas de la patria al trabajo en barrios, cuáles son sus verdaderas funciones en el siglo xxi, torna a La Gendarmería desde adentro en una fuente informada a la hora de avanzar sobre un dilema de mayor amplitud: a quién le entrega las armas el Estado.
Investigación prolífica en situaciones y datos, la de Frederic expone pensamientos que libra a la inteligencia del lector y por ende no precisa literalizar. Queda sí expuesto que la ausencia de definición funcional en una fuerza de seguridad sólo acarrea desmadres; que la asistencia religiosa en momento alguno suple la contención ni la educación profesional y resulta a la postre contraproducente; que la formación de cuadros exige continuidad, intensidad, extensión y compromiso; que se trata de un trabajo y nunca un apostolado; que por lo tanto merece un salario digno y acorde; que es preciso evaluar esa distorsión que se duplica entre uniformados y civiles, oficiales y tropa; en fin, los desajustes y contradicciones que la práctica relevada por esta investigación pone al descubierto. Probablemente alguna salida aparezca con la idea de promover menos curas, menos gendarmes y más antropólogas y antropólogos.
FICHA TÉCNICA
La Gendarmería desde adentro
Sabina Frederic
Buenos Aires 2020
266 páginas.
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