Un artista sin igual

31 de enero de 2021. Reedición del libro de Norberto Galasso sobre Leonardo Favio

 

El 12 de noviembre pasado, el historiador Norberto Galasso formalizó la donación a la Asociación Bancaria de su biblioteca y archivos personales recopilados a lo largo de su vida. Sergio Palazzo agradeció que haya elegido al sindicato como el depositario de tan valioso patrimonio cultural y asumió el compromiso de preservarlo y ponerlo a disposición para su lectura y consulta como material de investigación. En contraposición a este respeto por la obra de Galasso, la Alianza Cambiemos se encargó de desaparecer su texto sobre Leonardo Favio, que Ediciones Nuevos Tiempos reeditó para ganarle al olvido macrista. En El Cohete a la Luna hablamos con su autor en enero de este año y repasamos ese libro sobre un artista sin igual.

 

Leonardo Favio, de Norberto Galasso, fue uno de los últimos libros editados por el Ministerio de Cultura antes de la llegada de Mauricio Macri al poder. Los pocos ejemplares que se habían impreso desaparecieron durante los cuatros años de la Alianza Cambiemos. Para ganarle al olvido, Ediciones Nuevos Tiempos relanzó una segunda edición. La importancia del trabajo de Galasso es haber ordenado y organizado, como buen archivista que es, buena parte de su historia contada por el propio Favio. Como señala en su presentación el avezado Fernando Martín Peña, “el rescate de esos textuales es otra alegría que proporciona la lectura de estas páginas”.

Corría diciembre del 2015 cuando el Ministerio de Cultura a cargo de Teresa Parodi concluyó la edición de dos libros: Celedonio Flores, por qué canto así, de Juan Carlos Jara y Leonardo Favio, de Norberto Galasso. La edición respondía a un acuerdo celebrado por los autores con el ministerio. La colección se pensaba llamar “Los Populares” y preveía entre otros libros sobre Hugo del Carril, Cátulo Castillo y Tita Merello. Con Macri ya elegido Presidente, se acordó acto de lanzamiento, que se concretó días antes de la asunción en el Centro Cultural Kirchner. “Teresa creo que estaba engripada y no pudo venir pero un funcionario armó el acto, en el cual repartió (libros) gratuitamente a los asistentes, alrededor de 50 personas, colocando a disposición sobre una mesa alrededor de 50 u 80 ejemplares”, recuerda Galasso en diálogo con El Cohete a la Luna. “El acto contó con escasa difusión, era una hora de derrota para el campo popular. A Jara y a mí nos dieron unos pocos ejemplares, tal como es costumbre respecto a los autores. A través de una compañera que trabajaba en Cultura me enteré que el resto de la edición –pues creo que se tiraron 1000 ejemplares de cada título– se colocó bajo llave en una pieza del Ministerio”, añade.

Galasso pudo averiguar que unos pocos ejemplares se llevaron a la sede del ministerio en calle Alsina. “Producido el triunfo del 27 de octubre del 2019 entrevisté a Tristán Bauer y le conté lo sucedido pues nadie supo más de esos dos libros. Después de buscar en todas las dependencias, Bauer me informó que esos libros ya no existían. Fue entonces que Lido Iacomini, amigo personal de Tristán desde años atrás, habló con él y fue autorizado a concretar la segunda edición, ¡pues la primera había durado 5 ó 6 días!”. Para Galasso, lo sucedido con el libro durante el gobierno de Macri tiene una explicación que está en los propios versos de Favio que su libro refleja: “Señor, yo te lo ruego / quisiera imitarte en tu caída / Dame el honor de verme muerto / a bala / por un encargo de la oligarquía”, o también “yo odio / como se debe / a la oligarquía”. Quizás por eso, dice Norberto, los dos libros fueron destruidos por los “custodios de la República”.

 

Galasso con su libro sobre Favio.

 

 

 

El libro reeditado

Galasso nos sumerge en los orígenes de Favio, en ese pueblito mendocino, Las Catitas, donde se han asentado su madre y su familia viniendo de Chile. Es su mamá quien adoptará el apodo de Laura Favio para sus inquietudes culturales. A su padre el propio Leonardo lo describirá en un textual que Galasso rescata pero aclarando que, a pesar de esa evocación dolorosa, por lo general las referencias al padre se nutren “con la ternura que siempre le produjeron los marginales, los transgresores”. Es precisa María Pía López cuando en su prólogo exquisito describe que el libro “está hecho con no menos amor que el que Favio derramaba sobre sus personajes”. Leonardo Favio fue descubriendo desde su infancia distintas formas de pobreza, señala Galasso. Y suma otra declaración de Leonardo recordando cómo los perros eran el abrigo: “De los perros, yo amaba más que a todos al Cautivo. Con ellos me cobijaba del frío en Mendoza, ese que te cala los huesos, junto a mi hermano el Negrito. Uno silbaba y venía el Cautivo y venían todos los otros perros y se ponían arriba de nosotros y dormíamos tibios”. A ese niño sin padre también le faltó la madre, cuando se va en búsqueda del arte y Leonardo va a parar a Luján de Cuyo en lo de su abuela Genoveva, donde también descubrió pobreza y estuvo rodeado de imágenes de Cristo que quedarían ancladas en él para toda su vida.

Con la coherencia y la honestidad intelectual que lo caracterizan, Norberto agradece a “Adriana Schettini, cuyo libro Pasen y vean facilitó la reconstrucción de buena parte de la vida y obra de Leonardo Favio”. A ella Leonardo le dijo: “Añoro el niño que fui. Lo quiero mucho porque es la etapa que me selló, que marcó mi estilo de ver la vida y la gente, el amor por las cosas que me dieron tibieza, felicidad. Olores, mariposas nocturnas, sonidos, pájaros, sapos, lagartijas, en fin, un universo maravilloso y mágico que me sería casi imposible transferirte”. Se reencontrará nuevamente con su madre pero durará poco: transitará su niñez en un hogar, en el que estuvo también su hermano. Ahí desarrollará su imaginación, porque para distraerse inventaban cuentos. Y un cuento que Galasso cita del libro de Schettini pinta lo que será luego el artista popular. “Mi cuentito era así: había un señor muy rico en la puerta de su casa, con un monito en el hombro. De pronto pasaba un italiano con un carrito vendiendo fruta y verdura y gritaba: ¡A lo rico tomato, lo mono!, queriendo significar ‘a los ricos tomates y limones’, pero el señor rico le decía:

–Así que a los ricos los vas a correr y le vas a matar los monos.

Y después lo corría y le pegaba. Me gustaba mucho contar eso porque todos se mataban de risa”.

 

 

Su primera prueba de canto

Mamó en el hogar que con el ascenso de Perón comenzaban a cambiar algunas cosas: “Nos traían regalos, nos ponían los guardapolvos, nos llevaban a la colonia de vacaciones, para el día de Reyes ponían grandes cajones con regalos y podías elegir uno”. Cuando ya tenía entre 11 y 12 años, cuando los proyectos teatrales de su madre no se concretaban, volvió con ella a Mendoza. Fue ahí, por esa atracción por la actuación radial de su madre, que comienza a cantar. Se presentó en la radio para que le tomaran una prueba en la que fracasó, pero el historiador destaca que había elegido el tango de Enrique Santos Discépolo Tres esperanzas, que describe como “testimonio de la Década Infame, un canto a la desesperanza, a la frustración, un canto propio de los marginales, una descarnada denuncia de una sociedad en crisis donde abundan los suicidios, ajeno a las canciones sentimentales de amor”. Ingresa a un colegio del que es expulsado debido a su rebeldía y sus escapadas. Su madre no puede atenderlo y aterriza en la Casa del Niño, en Luján de Cuyo. Ahí también el propio Leonardo recordará lo bien que estaba gracias al peronismo: “Yo no sabía que estaba viviendo en un paraíso, nadie me lo dijo, comíamos cosas exquisitas que en mi hogar habían faltado siempre hasta que llegó el peronismo”. Pero poco tiempo duró en ese reformatorio: se escapó y se fue a vivir con los gitanos. Conoce su primer amor teniendo 15 y ella 13: Margarita, a quien le escribe un poema que adquirió música en la década del ‘70.

 

 

De las influencias y de su cine

Las influencias que lo fueron marcando; su madre y el radioteatro que le dio la posibilidad de un protagónico en una novela; la compañía teatral que armó su madre y su partida a Buenos Aires siendo un adolescente, son parte de la formación de Favio que el libro describe. Su relación con Leopoldo Torre Nilsson, su inicio actoral, lo van transformando y convirtiendo en lo que fue y no dejará de ser: un artista popular que logra combinar en su cine calidad estética y contenido que ahonda en la tradición popular.

El actor Federico Luppi definió muy bien lo que logró Favio: “Sin que yo tuviese formación respecto del cine, lo que vi en Crónica de un niño solo fue algo conmovedor. Lo minucioso del relato, los tiempos de comportamiento del protagonista, todo remitía a la aparición de algo nuevo, emparentado con lo que en Europa se llamaba la nouvelle vague”, expresó el gran actor nacional que fue Luppi, que muestra las emociones que le produce el cine de Favio sin que ello nuble su análisis crítico: “Estaba verdaderamente fascinado y sabiendo que Leonardo era tan joven me preguntaba a mí mismo cómo podía filmar así… Como muy pocos, no hizo de su cine un transporte tontamente ideologizante sino que ahondó muy bien en la tradición popular, en las fantasías puebleras y en la fábula constante elaborada en el alma de los sin voz”. Y concluyó: “Un país necesita, de tanto en tanto, reelaborar sus posiciones sociales. En esa revisión y necesaria toma de impulso, Leonardo será un referente ineludible, teñido como está de las sutilezas reveladoras de un Chejov, la socarronería de un Jauretche y las enternecedoras claves del radioteatro campesino”.

Galasso realiza en el libro una descripción de la película Crónica de un niño solo, que en algunas de sus líneas dice:

 

 

 

 

Galasso también destaca que su hermano Jorge Zuhair Jury, siempre de perfil bajo y gran colaborador de Leonardo, calificó Crónica de un niño solo como una obra “que revolucionó el lenguaje cinematográfico”.

 

 

El peronismo y su cine como camino

“Me hice peronista primero por intuición. Cuando era pequeño estaba en una pobreza infinita y de golpe comienza la felicidad”, dice Favio en una entrevista que Galasso ordena en el libro. “Voy avivándome de cosas. Cuando llega una máquina de coser… es una intuición que se va acercando a través de hechos concretos… Más tarde me doy cuenta que se está dando a conocer un nuevo criterio en referencia al hombre. El hombre como centro de todo hecho político. El hombre como centro de la economía. Separar uno de otro no iba. Con los años tuve acceso a la lectura: Jauretche, Marechal, el General fundamentalmente, entonces me fui acercando al aspecto intelectual del peronismo, a sus propuestas”. El historiador dice que la política le interesa a Favio no como militancia sino como forma de resolver la cuestión social. “Le interesa saber que haya menos pobres, que no haya chicos abandonados, que el trabajador sea respetado. Siente al peronismo profundamente, pero la política no es lo suyo. El cine es ya su camino, pero un cine con poesía, con verdad social, con afectos y también con dolor, porque debe ser la vida misma elevada al plano artístico”.

Luego vendrá El romance del Aniceto y la Franciscade cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más, inspirada en el cuento de su hermano El Cenizo. Dirá Jorge Zuhair Jury: “En mi cuento pinto mi aldea y el destino anunciado de un hombre gris. Mi hermano lo lleva al cine de un modo tan magistral que otra vez estamos frente a un suceso revolucionario. Se estrenó el 1º de junio de 1967 y fue premio Cóndor de Plata como la mejor película de 1968”. Luego vendrá El dependiente, también escrita por su hermano, que dirá: “El dependiente, con personajes oscuros pero tan miserables a poco que miremos alrededor. Leonardo tuvo luego el enorme talento de darle la gama tonal que corresponde a la historia. Así como El romance… estaba cubierta por una tonalidad diáfana, seca, arenal de provincia, con El dependiente encuentra ese pasaje de los grises a lo oscuro que le da un sentido más acabado de la idea”, describe Zuhair Jury. Y el autor del libro dirá sobre las películas:

 

 

 

 

 

 

Las canciones

Eran muchos los premios, muchos los halagos, pero eso no alcanzaba para que Leonardo Favio comiera. Su alquiler, cuenta el artista, se lo pagaba su tío. Por esa falta de apoyo, por toda esa dificultad a la hora de encontrar el dinero para filmar, decide no hacerlo más. Entonces vendrán las canciones. Lo suyo fue explosivo, comenzó a cantar a fines de 1968. “Muchos dicen: Leonardo canta para ganar plata que le permita hacer cine. Eso no es cierto. Yo canto porque me gusta tanto o más que el cine. Y si soy un compositor de vuelo rasante, bueno, cada uno vuela hasta donde le den sus alas, pero estoy orgulloso de mis canciones”, dirá. “Mis canciones hicieron milagros, como que yo comiera más a menudo, que pudiera pagar el alquiler, que pudiera ser solidario con quienes quiero porque tengo los medios para hacerlo, hicieron de los aviones una alfombra mágica que me llevó a países insólitos”, contará.

La vuelta al cine es con Juan Moreira, filmación que suspende a poco de finalizar por la invitación a acompañar a Perón en su regreso al país en la primavera de 1972, después de 17 años de exilio. “Al regreso de aquel histórico viaje, Leonardo da término a la película, se ocupa de la difusión de Juan Moreira y se sorprende del alto número de espectadores: dos millones y medio”, resalta Galasso. Nuevamente en su película Favio decide mostrar cuál es el lado de la vida que escogió, que Galasso define así:

 

 

 

 

El historiador cuenta que Leonardo se sorprende cuando lo convocan para participar en el palco donde Perón se reencontrará con su pueblo y lo invitan a colaborar en la animación y locución del acto. Para mayor precisión cita el libro Ezeiza, del director de El Cohete, que refiere al desconcierto de Favio y su intervención decisiva en defensa de los jóvenes peronistas torturados por los represores súbditos de Jorge Osinde y José López Rega. Se señala allí que Leonardo amenazó con suicidarse si no se retiraban y dejaban que se curase a los golpeados, a quienes algunos querían rematar y tirar en un bosque cercano.

Catorce capítulos, 192 páginas, que incluyen las letras de canciones y la bibliografía a la que echó mano Galasso para ordenar y reconstruir la vida del artista popular que con su cine y sus canciones supo conquistar al pueblo no solamente argentino. Como señala Fernando Martín Peña en su presentación, otra de las virtudes del trabajo de Galasso es que “no comete el error de separar al cineasta del cantante popular y del militante sui generis que ciertamente fue”. En las páginas recorre los años negros de la dictadura, su exilio como el de tantos artistas, la vuelta de la democracia y su crítica al radicalismo. Luego su película Gatica, el Mono, en 1993, durante la presidencia de Carlos Menem que Favio sin dudar critica: “Con el menemismo se han quebrado los puentes entre la base y la dirigencia”. La decisión de retirar su película para la selección de los Oscar en 1994, para presionar que se apruebe la ley de cine que dormía en los cajones desde hacía dos años, produce el efecto deseado: la ley se aprueba.

El libro cuenta también cómo nace su otro proyecto, Perón, sinfonía de un sentimiento, donde Favio le pide a Galasso oficiar de asesor histórico; hasta la vuelta de lo mejor del peronismo que encarna Néstor Kirchner, donde Leonardo vuelve a sentir ese peronismo que mamó de chico y de ahí su defensa cuando declara: “Yo apoyo a Néstor y a Cristina porque ellos son amor… Yo creo que desde el General no tuvimos un conductor de esas características… Además es un matrimonio increíble porque a esta mujer yo la conocí en Diputados y en el Senado… siento que lo lleva en el pecho. Es una cosa visceral. ¿Cómo no los voy a apoyar? ¿A quién voy a apoyar? Esto es lo que nosotros soñábamos”, dirá en una entrevista de 2007 que Galasso rescata.

Su “odio como se debe a la oligarquía”, que no oculta, lo ratificará en el conflicto por la resolución 125 de retenciones móviles, cuando el presidente del Senado, el entonces Vicepresidente Julio Cleto Cobos, vota contra el gobierno del que forma parte. Entonces Favio, indignado por esa traición publica, difunde una solicitada que el libro rescata:

 

 

 

 

Vendrá luego, en ese 2008, el proyecto del ballet con Aniceto donde Favio es feliz, pero su mononucleosis –detectada tiempo atrás– le causa un debilitamiento general de los músculos, le impide su movilidad normal y avanza sobre su cuerpo. Durante el invierno de 2012 se acentúa el deterioro de su salud. Galasso describe que “en la primavera le otorgan el Diploma de Honor Presidente Kirchner en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional: ‘Por su trayectoria artística y sus convicciones intransferibles’. Allí dijo quedamente: ‘Este es nuestro oficio: testimoniar el llanto, testimoniar la historia, ser memoria’”. Muere meses después, el 5 de noviembre, y sus restos son velados en el mismo salón donde fue homenajeado. Galasso recuerda que Cristina Fernández de Kirchner afirmó que “a los grandes no se los recuerda llorando sino trabajando y militando por la Patria”, y pidió un aplauso para Leonardo. Más tarde, en Tecnópolis, la Presidenta volvió a dedicarle unas palabras: “Era un grande de verdad. Seguramente estará ahora con Néstor, allá, haciendo cosas”.

El historiador destaca que un multitudinario cortejo lo acompañó el 6 de noviembre hasta el cementerio de la Chacarita. Allí lo despidieron –señala Galasso citando a Verbitsky– “con el nombre que sólo muy pocos podíamos usar: ‘Adiós, chiquito… Hasta siempre’”.

“Uno muere cuando se escapa de la memoria de la gente”, afirmó Favio en 2008. Difícilmente eso suceda con él, que fue un artista sin igual. El libro de Galasso es una manera de no olvidarlo y al mismo tiempo conocerlo un poco más.

 

 

 

 

 

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